viernes, 8 de febrero de 2008

Lo intolerable

El Ñeru parece tranquilo, pero la tormenta se huele bajo la superficie. Asisto, desolada, a la triste realidad. Ya hay compañeros quemados, al límite de sus nervios. Y ni siquiera llevamos un mes. Madrid me da las gracias porque le muestro mi apoyo en la reunión. Que a alguien con esa fuerza le tiemble la voz al contarnos el abuso que está soportando, me desmonta por completo. Madrid no es mi preferida, ni mucho menos. Es un carácter fuerte y seco, quizá parecido al mío. Tal vez por eso aún la miro con ojos cuadrados. O la miraba. No se me ha olvidado la tarde que pasamos juntas entre edredones, la tarde en la que (como hiciera Rastas aquella vez, con su dulzura y su caricia, dejándome sin palabras por lo inesperado), ella me espetó sin rodeos: "Tienes la mirada triste. Qué ha pasado con el del accidente?". Al ver el esfuerzo que yo hacía por sonreír, no dudó en añadir: "mándame al carajo, no te cortes". Me ganó con eso. Sigue sorprendiéndome la gente tan directa, tan invasiva. La gente que se salta las fronteras con tanta naturalidad. No es bueno ni malo, es nuevo para mí. Pero esa gente, esa que, de entrada, me pone en guardia, termina por ganarme incondicionalmente cuando demuestran que es sincero interés. Son de esos que preguntan cómo estás y escuchan la respuesta. Y la escuchan con los ojos.
Madrid me conquistó esa tarde porque preguntó sin disimulos y se quedó para escuchar la respuesta. Aunque resultara larga y tediosa, aunque, en realidad, quizá se preguntaba "a mí qué demonios me importa todo esto?" Pero escuchó. Y, cuando terminé de contarle la historia, se limitó a decir: "Eres una tía de puta madre. No sufras". Y lo dijo con esa franqueza absoluta, con ese amor casi bestia, mitad madrileño mitad astur. Por eso me ganó y por eso me obligué a no ser excesivamente tiquismiquis son su crudeza, con esa manera serrana de largarte las cosas, te guste o no te guste, con ese modo de hablar tan de la capi. Me conozco bien y sé lo que pasa cuando le pongo la cruz a alguien. Por desgracia, casi nunca me equivoco. Pero me encanta equivocarme. Me encanta poder decirme a mí misma con vocecita sarcástica: "si te empeñas en que te caiga mal, te caerá mal. No juzgues. No seas osada. Cállate y espera".
Tuvimos la reunión y vi temblar a Madrid, vi sus ojos llenos de agua, de rabia y de cansancio, y la impotencia de que nadie se tomara su dolor muy en serio. Es lo normal, así es nuestro trabajo. Pues no, joder. No. Una cosa es que tengamos muy claro que Consejería nos va a joder, que siempre habrá recortes y pegas, que seremos el recurso para acoger a los casos perdidos que nadie quiere, que nos darán largas, que harán de nuestra unidad de paso un baúl sin fondo lleno de expedientes paralizados que nadie tendrá prisa en remover. Una cosa es que sepamos que tendremos que soportar los errores del sistema, el sistemático lavado de manos, los comentarios racistas de la policía y la gente del barrio, las arbitrariedades de Fiscalía de Menores, de los jueces, el politiqueo asqueroso de los que vienen a hacerse la foto con el morito caritativamente enmendado. Y que, además (y eso es lo único que importa) sabemos que tendremos que lidiar con ese morito y con todos los demás, con sus miedos, sus historias, su pasado, su frustración, su mala leche, su adicción al disolvente, con sus delitos y sus mentiras, sus motines, sus cabreos antológicos, sus fugas, con esa frase mil veces repetida que suena a algo así como "tapum dima" y que sabemos perfectamente lo que significa (nada que suelten con tal frecuencia puede ser bueno) Sabemos que ese es el pan nuestro de cada día. Pero no, nadie tiene por qué soportar que le levanten la mano, que se le encaren y le mascullen groserías (lo mismo me da que no se entiendan, las frases amables no se escupen así), que, fingiendo "un juego inocente" le apoyen unas tijeras en la sien mientras le susurran "qué te pasa? Estás nerviosa?" Nadie tiene por qué tolerar esas miradas de desprecio y autosuficiencia, esas risitas de superioridad. Ningún niñato (español, marroquí o filipino) le va a faltar al respeto a un compañero mío y no voy a consentir que se vuelva "normal" por pura repetición.
Sí, es nuestro trabajo, y la gente se traga esas cosas porque teme parecer un fracaso. Y no es justo. Sabemos que lo que estamos dando a estos chavales no es más que lo que merecen, es su derecho, necesitan una vida mejor y se limitan a buscarla. Sólo estamos para ayudarles en lo que sea, para asegurarnos de que tienen un techo, comida, asistencia médica, que se les brindan herramientas para aprender, para ser independientes. Es una cuestión de mera justicia. Pero el hecho de que así sea no implica que puedan exigir las cosas con tal desfachatez, ni que tengan el menor motivo para quejarse de su suerte actual (dudo que estuvieran mejor en la calle, o en los muelles de Tánger esnifando pegamento para matar el hambre), y mucho menos les da derecho a pagar sus frustraciones, las mentiras de las mafias, las falsas promesas de una Europa que los recibirá dando palmas, el sueño de las series españolas en las que cualquier camarero vive en un chalet, apuntándonos con un cuchillo o con sus miraditas torcidas. Porque saben dónde está la puerta y cómo es el mundo detrás de ella, con cuánta generosidad y buen rollo les trata, cómo les mastica despacito antes de tragárselos. Y cuando te encaras con ellos y los pones delante del espejo, aflora el miedo y la nostalgia de su mundo y de su gente, y la rabia de no estar siendo tan adultos como esperaban, de no saber cómo conseguir lo que anhelaban desde la otra orilla, eso que, de tan grande que era, les impulsó a jugarse la vida con menos de 15 años.
Sabemos todo eso, y es una pena, es una putada enorme. Y entendemos que estén enfadados, que no entiendan nada, que desconfíen de todo el mundo. Pero es la vida, campeones. No era demasiado justa en Tánger, en la tierra que te vio nacer y que se supone que es la tuya, así que no esperes que aquí sea más fácil. Porque mi tierra no siempre es justa conmigo, y no lo va a ser contigo. Pero no soy yo quien decide eso, créeme. Y ni yo, ni el Rubio, ni Rastas, ni Madrid tenemos la culpa de que todo sea una mierda. Pero caemos en la condescendencia. Los disculpamos por su dolor. Y son nuestros compañeros marroquíes los que nos sacan del error. Comprededlo, sí, nos piden. Pero no lo justifiquéis. Porque no lo haríais con adolescentes españoles, por duras que hubieran sido sus vidas. Es trágico lo que han sufrido estos chicos, cierto. Pero ellos saben que nada se va a solucionar insultando a un educador o amenazándole con unas tijeras. Y, además, así no es como les educan en su país. En su país, y nadie sabe eso mejor que ellos, es imperdonable faltarle al respeto a cualquiera que tenga más edad que uno mismo. Así que no lo toleréis. Porque ellos saben que hacen mal.
Estamos empezando y queremos que funcione. Los primeros fracasos son los más amargos. Tendemos a culparnos, a suavizarlo todo, a no querer ver. Tenemos claro que las cosas suelen funcionar con el sencillo método del premio y el castigo. Y quizá nos pasamos con los premios. No se puede castigar en exceso al Chiqui por sus desmanes con Madrid. Oh, no, no sería justo. Hay que premiarle, para que vea que valoramos su cambio. Recordad que la semana pasada provocó una bronca que terminó casi a cuchilladas. Vaya, perfecto. Así que no vamos a castigarle por acosar a una educadora. Vamos a darle un premio por no acuchillarla. Pues lo siento, pero Boabdil tiene razón. Saben muy bien cómo deben comportarse. Deberíamos premiarles por obrar bien y no por no obrar "demasiado mal". Lo digo en la reunión y sé que no gusta demasiado. No quieren castigar, no quieren ser los malos. Pero yo sé la rabia ciega y sorda que me salía por los poros cuando se me encaró Canijo (jodido malcriado, pero cómo te atreves? Cómo te atreves a sugerirme que limpie yo tu pocilga de habitación, una habitación que se te ha dado, junto con la ropa, la comida, las clases de español, los talleres, los juguetes, la puta play station, la seguridad, el apoyo, la tutela y los papeles, todo lo que viniste a buscar, pidiéndote únicamente a cambio que colabores un poco, y que colabores para construir tu vida aquí, pedazo de estúpido, tu vida, tus logros, tu propio futuro? Que todo esto no es para mí, ni para la jefa, ni para los cabrones de Consejería que vienen a posar. Es para ti!!) Me resulta muy fácil saber qué sentiría ante el machaque sistemático de uno de esos pequeños tapum dima (o como cuernos se diga).
Y es que hay más. Es que el Ermitaño nos cuenta en voz baja, temeroso y profundamente indignado, que Canijo se dedica a hacerle tocamientos a la profesora de castellano. Que los demás le ríen la gracia. Y que la chica está triste y acobardada. Y ya debe estarlo, porque no ha dicho nada. Si todo esto es menos importante que distribuir las pagas y decidir si pueden salir el sábado, entonces yo no entiendo mi trabajo. Pero sí entiendo los resoplidos de Alicante, las caras de extenuación de Galicia y Ricitos, las críticas tercas de Boabdil, las jaquecas de Abderramán, la palidez de Pelirroja (la profe de castellano) y el temblor en la voz de Madrid. Lo entiendo perfectamente.
Me sentí cohibida hasta el extremo cuando, ayer por la noche, Madrid vino a la sala de educadores y me dio las gracias por mi apoyo en la reunión y por ofrecerme a escribirle un taller sobre los carnavales. Para eso estamos, tía. Somos un equipo. Si te joden a ti, me joden a mí. Y no pienso callarme. Y por el taller no te agobies. Si fuera de mates, ya me podías ir olvidando. Pero teclear cuatro chorradas sobre el origen carnavalero me va a llevar media hora (tres cuatros sumando mi lucha con la impresora) y me ahorra el esfuerzo de jugar con estos cafres al parchís. Cómo tiene que estar una persona de cansada para mostrar tal gratitud por una tontería así. Por un "estoy de acuerdo con ella" y tres folios miserables. Descansa, tía. Achucha un rato a tu hombre y duerme. Olvídate de las fieras hasta mañana. Que no estás sola en esto, te lo digo yo. Te dejo la programación del taller en tu taquilla (y no perdí la ocasión de escribirle un mensaje cariñoso, de esos que a la cara no digo ni muerta) Y ya verás cómo no pueden con nosotros. Los putos enanos estos. Me deseó un turno tranquilo y se fue sonriendo.
Qué coño saben en Consejería lo que es pelear? Qué coño saben esa banda de enchufados, mercachifles y ladrones con cargo, con sus aficiliaciones políticas y sus guerras de poder, cuando se les llena la boca de progreso, justicia social, integración y mundos mejores? Qué coño saben ellos, que vienen cinco minutos para hacerse la foto y palmearles la cabecita a los moritos entrañables? Qué les importa nada mientras van a sus cenas de etiqueta y nos meten tijera jodiéndonos el sueldo tras mes y medio de contrato? Cómo se nota que esa panda de hijos de puta nunca ha tenido esas tijeras en la sien.

4 comentarios:

Lal dijo...

:( Vaya tela....
Ánimo, y que todo vaya mejorando, en el Ñeru y fuera.

Alberich dijo...

Jodo,Len...
Ánimo! seguro que todo va a mejor desde ahora!

Lenka dijo...

Jejeje, de momento no tiene pinta. Ayer uno vino colocao como un piojo y se me puso chulo (menos mal que tengo un tono de voz que les asusta un poco... al menos mientras cuele) y otros cuatro se colaron en el polideportivo a las doce y media de la noche. Apareció el conserje y hubo allí la de san dios. Ayyyyns... qué guajes!!

Pero en fin, esto es lo que yo quería, no??? ;-)

Anónimo dijo...

Jolín, menudo panorama.
Pero tu pa´lante y mucho ánimo, que puedes con eso y mucho más, estoy segura. Además confío en que según pasen los días las cosas se vayan relajando.Los comienzos siempre son difíciles.
Besos. V.