miércoles, 28 de noviembre de 2012

Sólo a mí se me ocurre



 Quizá no deberíamos volver a ver aquellas películas que nos encantaban de niños. Pocas sobreviven al cinismo de la adultez, ni siquiera muchos clásicos se salvan. Pero eso es algo que olvidé este mediodía, cuando, cafelito entre manos, gripe del quince y bata, me arrellané en el sofá (los nanos echando la siesta, gracias a los dioses) y, tras un somero zappeo, me encontré de morros con aquellas siete novias para siete hermanos. Tela. En los tiempos del VHS (o quizá del BETA, porque nosotros fuimos de BETA hasta que desapareció y no nos quedó más narices que claudicar) esa era una de las pelis que mi hermano y yo veíamos una y otra vez. Ahora que lo pienso, me resulta curioso que tal ñoñería le gustara al pequeño Godzilla, tan aficionado él a esqueletos, monstruos y demás horrores. Igual era por la escena famosa de las chicas en corsé y pololos (el tanga aún no había hecho furor y tampoco existía internet, al menos por estos lares). Yo, particularmente, quería un padre como Adam y un marido como Benjamin, que me tenía loca.
 
Hoy, en cambio, poco más y se me atraganta el café. Cielos, pero cielos... qué horror!!!! Afortunadamente ya me había dado cuenta de pequeña de que la peli era puro decorado y forespán (siempre tuve buen ojo para eso a pesar de la miopía). Lo que de ninguna manera podía deducir entonces era que eso de andar por ahí secuestrando mujeres no tenía nada de gracioso ni de romántico. El número del hermano mayor contando a los otros seis carneros la historia de las Sabinas y de cómo los romanos se las llevaron por la fuerza, me dejó patitiesa. Creo que hasta me subió la fiebre. Que os gustan unas muchachas? Que no tenéis tiempo para cortejarlas? Que sus padres no os dan permiso? Os las lleváis puestas por la jeta y listo. Oh, sí, llorarán y patalearán, pero en el fondo estarán encantadas. Y sí, claro. Las chicas estaban encantadas. Los gritos y pataleos eran para despistar, para hacerse de rogar, para guardar las apariencias. Como la película es un inocente y cursi musical para todos los públicos, la esposa de Adam se guarda muy mucho de mantener a los fogosos cuñados alejados de las niñas (al establo!!!!), vigilando celosamente la pureza de las improvisadas Sabinas hasta el final del encierro.
 
Y, claro, todo termina felizmente. Las jovencitas, en efecto, se enamoran de los rudos montañeros, y hasta improvisan un plan perfecto para que sus airados padres y hermanos consientan en la boda múltiple. Nada como apropiarse del bebé (que, en realidad, es la hija de Adam y Millie) y afirmar todas ellas ser la madre para que la bendición llegue a toda prisa. Ya de pequeña me sorprendía tal papanatez. Pero es que no era lo más lógico creer que, habiendo una criatura, sería, quizá, de la única pareja casada?? Se ve que, por las dudas, mejor matrimoniar que lamentar. Total, que al menos la cosa ha servido para echarme unas risas y sobrellevar estoicamente el trancazo. Benjamin me sigue pareciendo monísimo, y, pese a los años transcurridos, aún me pido ser Dorcas, que es la más alta, la más morena y la más golfa de todas. Y ahora, el dato curioso. Esa Dorcas divina, con su pedazo de metro ochenta nada habitual en la época (que hacía que otras actrices parecieran diminutas a su lado) era Julie Newmeyer, que más tarde se cambiaría el nombre a Julie Newmar, dándole título y excusa a una patochada muy divertida de peli en la que Legizamo, Swayze y Snipes encarnaron a tres espectaculares reinonas forzadas a detenerse en un pueblucho de la América profunda camino de un concurso de belleza. Debo decir que me costó creer que Chi-chi fuera no ya Leguizamo, sino un hombre cualquiera. A Snipes le traicionaban un poco los bíceps, eso sí. Y Swayze... bueno, el querido Patrick (que en gloria esté) resulta en esa película más femenino que yo de lejos. Julie Newmar resulta la inspiración de esas tres amigas, apareciendo al final de la cinta un momento (convertida por desgracia en un engendro de la estética). Esta mujer, además, fue la primera y original Catwoman (que yo sepa). Desde luego era un mujerón de rompe y rasga. Aún vive, la tal señora. Creo que es una exitosa mujer de negocios. Pena que no se haya resistido a las promesas del bisturí y, en mi opinión, se haya desgraciado la cara. Seguro que estaría mucho mejor siendo una hermosa anciana que siendo lo que, de hecho es: una anciana horrenda y estirada. Prescindo de poner fotos actuales. Mejor recordarla de otro modo. En modo Dorcas.
 
 
Aquí en una escena de la ínclita Siete novias para siete hermanos. La morena más alta, claro.
 

domingo, 25 de noviembre de 2012

Nada peor

 Si algo hay en este barrio mío son niños y perros. Aunque, en realidad, haber habemos de todo. Por ser barrio nuevo y barato, está lleno de parejas jóvenes (con críos). Por ser de las afueras, está lleno de viviendas sociales, con su consiguiente e interesante diversidad, que te salta a los ojos y a los oídos. Por contar entre sus calles con media docena de geriátricos, está lleno de abuelos paseantes. Y quizá por sus muchas zonas verdes, está lleno de perros. Por eso no es de extrañar que se haya formado una pandilla canina que no para de crecer. Cada mañana y cada tarde-noche somos legión los que nos juntamos en el parque grande, el que cuenta con su zona perruna. Ya son algunos años de charlas, intercambio de golosinas, carreras tras los peludos y demás. Gente de todas las edades y condiciones unidos por el nexo común: los chuchos.
 
Lo que nunca imaginé fue que fuera a nacer una amistad, más o menos cercana, con esta gente tan dispar. Pero es que los bichos tienen la facilidad de lograr que sus humanos terminen jugando juntos. Todo fue llegando: el impepinable intercambio de teléfonos (me consta que en nuestras agendas cada nombre figura seguido del nombre de su perro, porque es eso lo que nos identifica), las quedadas para paseos, para cafés, para parrilladas en el prao de este o aquel y para comilonas varias. Asturias. Comer. Lo clásico. Y, de repente, te encuentras con nuevos e inesperados afectos que te sorprenden.
 
Uno de nuestros veteranos (casi tan veterano como su plácida boxer) tenía, además de una perra vaga y tranquilota, otro detalle en común con nosotros, flamantes padres de mellizos. Y es que él es un no menos flamante abuelo de gemelos. Los nuestros y los suyos (todos ellos varones) constituyen toda una atracción en el universo del parque. Este hombre, un jubilado amante de la informática y las nuevas tecnologías en general, tiene, además, dos nietas más, hijas de su otro hijo. La mayor es un torbellino hiperactivo que revoluciona todo a su paso. La pequeña tiene apenas cuatro meses. Hace un par de semanas nos sobrecogió la noticia de la muerte de ese hijo en un accidente de moto. Un chaval de 32 años, en lo mejor de la vida. Un chaval estupendo que, de repente, ya no está. Me espeluzna pensar en sus padres, en el hermano, en la mujer y en esas dos niñas que no ha podido disfrutar apenas, ni ellas de él. La menor ni siquiera conservará un solo recuerdo de su padre. Es, sencillamente, un espanto. Una de estas cosas que no deberían ocurrir. No alcanzo a imaginar la desolación de esa chica, privada de su compañero y teniendo que seguir luchando, por ella misma y por sus niñas. Sola.
 
Pero si algo me tiene horrorizada es el dolor que sin duda estarán sintiendo T y M, los padres de ese chaval. No puede haber nada peor que enterrar a un hijo. No hay palabras que puedan describir tal devastación. No eres viudo, ni huérfano. Eres algo mucho peor, tanto que no existe vocablo para definirlo. Se me ocurre que quizá el ser humano, desde el principio de sus días, no se atrevió jamás a crear esa palabra, por el mero pavor a su existencia, por si tenía que pronunciarla alguna vez.
 
Hace unos días la pandilla canina se reunió para comer. Y allí estaban T y M, enteros, divertidos, sonriendo, compartiendo el día con nosotros, sin flaquear, oyendo a otros hablar de sus hijos y participando de toda conversación, narrando anécdotas sobre la infancia de los suyos sin un suspiro, sin una queja. Me asombró más de lo que puedo expresar su fortaleza. T es un señor afable y bromista, inteligente y locuaz. M es una de esas mujeres tan bellas que llaman la atención, una de esas a las que quitas veinte años nada más verlas, encantadora, dulce, risueña. A ella la conozco mucho menos, pero la admiro igualmente. Quizá más. La admiro porque ha perdido a alguien por quien, sin dudar un segundo, habría dado la vida. Y cada día se arregla, se pone la sonrisa en la cara y sale a la calle a seguir viviendo. No me explico cómo lo consigue. Ojalá tuviera yo esas agallas para pelear. Qué pena que, a veces, haga falta que alguien cercano sufra la peor de las tragedias para que nos miremos en ellos y nos avergoncemos un poco de nuestras quejas miserables. Es una enorme lección, M. Ojalá nunca hubieras tenido que dármela.

miércoles, 21 de noviembre de 2012

De qué vais?

 No puedo menos que alegrarme de no estar embarazada. No lo digo por las molestias, la sensación de cargar con un saco de 20 kilos todo el día, la imposibilidad de girarse en la cama, los pies al doble de su tamaño, el cansancio o los calores, no. Tampoco por el hecho incuestionable de que, con otro niño en casa, tendríamos que vivir en modo Tetris. Bueno, sí. Lo digo por todo eso. Pero, sobre todo, por la inmensa alegría que me provocó el no tener que seguir tratando con médicos, ginecólogos y matrones (todo ello con su correspondiente -as) agonías. Eso es lo que menos envidio a todas las luminosas preñadas de mi entorno.
 
Y es que me cuenta a una amiga-vecina sus cuitas panciles, y todas tienen que ver con los médicos que la atienden. Cada vez que tiene consulta va temblando y de mal humor, lo cual, francamente, resulta penoso. Máxime en un momento tan importante en la vida de cualquiera, un momento que debiera ser feliz y durante el cual lo mínimo es sentirse escuchada, apoyada y orientada. Coño. Pues no. Vaya por delante, como siempre, que existen las excepciones (benditas sean). Pero, al parecer, son eso. Excepciones.
 
El embarazo es un estado de bronca constante. Te abroncan por el peso, tanto si coges mucho como si no coges lo suficiente. Te abroncan por la tensión, tanto si está alta como si está baja. Te abroncan si haces poco ejercicio y si haces demasiado. Te abroncan si te da por comer y si pierdes el apetito. Si duermes mucho y si duermes poco. Si estás demasiado ansiosa o demasiado pasota para su gusto. Te abroncan. Sin más. Te amenazan con todo tipo de desgracias si no cumples exactamente con unas normas concretísimas e inapelables. De repente te encuentras nadando en un mar de preclampsias, placentas precoces, diabetes gestacionales, obesidades varias, reposos forzosos, regímenes estrictos, albúminas, niños con bajo peso, niños con mucho peso, partos atroces y todo un muestrario ilustrado de complicaciones diversas. Joder, joder.
 
Yo, que soy de las sangrehorchata, debo decir que me lo pasé todo por el mismísimo. Y aquí estoy. Y ahí están. Debo decir también que recordé muchas veces que la generación de mi madre no contó con ecografías, ni pruebas de glucosa, ni epidurales, y que aún se llevaba aquello de "tienes que comer por dos". De la generación de mis abuelas, ni hablemos. Parían en casa a puro huevo, muchas veces asistidas por vecinas, un practicante o un veterinario si pasaba por allí. A los críos lo pesaban en la balanza del carnicero. Las bisabuelas? Tomaban por las mañanas un huevo crudo batido con Sansón, para engordar la sangre o qué sé yo. Bebían cerveza para hacer subir la leche. A muchas, durante el parto, les daban "cornetos" para soportar el dolor. O, lo que es lo mismo: cornezuelo de centeno. Debían ver dragones, xanas, al cuélebre y hasta a la Virgen de Lourdes.
 
No sé. Siempre digo lo mismo. Parir es muy fácil. Los críos nacen, sin más. Todos lo hemos hecho desde que el mundo es mundo. Mis bendiciones para los avances de la ciencia, que nos permiten un control sobre el embarazo y los críos inimaginable hace no tantos años. Pero sería de agradecer un poco de calma con el tema. Y, sobre todo, cierto tacto para tratar con las embarazadas. Porque, aunque no sepa un pijo de medicina, no sé si acabo de entender la necesidad de que una mujer sana preñada de ocho meses lleve todos los días una muestra de orina a su centro de salud sólo porque tiene 13-8 de tensión. Al menos esa es la razón que le han dado. Creo que se me escapa algo, la verdad. Y tampoco entiendo que a una chica de metro y medio y 50 kilos, por el hecho de haber engordado 3 en su noveno mes de embarazo (10 kilos en total) le suelte una imbécil titulada que van a tener que echarla a rodar monte abajo (tiene una tripa que más bien parece un atracón de pizza que un niño) para que, a renglón seguido, la misma gilipollas le pegue la bronca del siglo porque el bebé tiene poco peso y va a necesitar incubadora. De qué vais? Iros un poquito a la mierda, anda.
 
Ay, chicas. Paciencia. Que nadie os joda este momento. Todo saldrá bien, en serio. Lo raro es que no salga bien. No pemitáis que os vuelvan locas ni os carguen con culpas que no son vuestras. Bastante culpabilidad lleva asociada la maternidad por miles de razones (la mayoría totalmente absurdas) que ya iréis descubriendo. Que se vayan todos a ver la ballena. Aunque, seguramente, la pondrían a dieta también. En serio, tomáoslo con calma. Porque después de todo esto, llegan los "sabios" consejos de abuelos expertos, tíos solícitos, madres pluscuamperfectas, talibanas de todo pelaje (de la lactancia, el apego, el colecho, el Duérmete niño, el Cómete la fruta y la Pedagogía Amorosa Ilustrada), Opinadores Profesionales Varios y, cómo no, pediatras de esos que creen que los niños van con manual, y que darles pescado azul una semana antes de lo que indica la tabla es poco menos que un intento de niñicidio. Respirad hondo. Lo haréis de fábula.

sábado, 10 de noviembre de 2012

Los que habrían sido

 Hoy habrías cumplido 93 años. Por un momento he llegado a pensar: "que no se me olvide llamarle". Y, de pronto, he recordado que ya no puedo hacerlo. Puedo descolgar el teléfono, marcar tu número y esperar, pero ya nunca más oiré tu voz de barítono. Resulta descorazonador darse cuenta, y también un tanto inquietante. Es como haber perdido la raíz, el eslabón primero. Te invade una cierta sensación de orfandad.
 
No recuerdo que nadie, jamás, me haya respetado tanto como tú lo hacías. Nunca. Supongo que no llegué a hablarte de mis naufragios, ni de cómo me siento la mayor parte del tiempo. Nadando contracorriente, para ser sincera. La mayoría de la gente no duda en decirte que no eres lo que esperaban de ti. Para La Mamma soy demasiado indolente, para El Pater, demasiado formal. El Trasto se pasa media vida tratándome como a una reina y la otra media como a una alumna torpe que nunca hace nada a derechas. Cómo lograbas aceptar siempre a todo el mundo? Nunca te oí criticar a nadie. Eras grande por eso. Por todo.
 
No puedo llamarte, pero sí recordarte, contarte de mis penas y alegrías. Puedo traerte a mi memoria cuando desee. Puedo quererte siempre.
Te echo de menos. Feliz cumpleaños, Obo.

martes, 6 de noviembre de 2012

Una larga espera

 Ha pasado demasiado tiempo. Demasiado. Pero hoy, los sesudos jueces han decidido poner negro sobre blanco algo que muchos ya sabíamos: que sois legales. Con esta declaración nos han dado una enorme alegría, y han tapado la boca a todos esos que, por lo visto, están lo bastante ociosos en sus vidas como para meterse en las de los demás. Nadie podrá evitar que las mentes pequeñas y vulgares os encuentren diferentes, raros, invertidos, enfermos, ridículos, viciosos, repugnantes  y anormales. Eso nos va a costar mucho más. Habrá que seguir peleando para sacar a todos esos decentes ciudadanos de vuestros dormitorios, en los que se cuelan impunemente para babosear sobre vuestras emociones, vuestros afectos, vuestra carne y vuestra piel. Porque, como bien sabéis, son ellos los enfermos. Son ellos los depravados, los obsesos sexuales. Ellos, que, al parecer, no consiguen dejar de imaginaros en la cama y se relamen ante vuestra supuesta indecencia como niños bobos delante de un bicho aplastado. Les dais asco, risa, nervios, morbo. Quieren veros, pero de lejos.
 
Imagino que a la mayoría no les da la cabeza para pensar que no sois de otro planeta ni os engendra "cierta clase de gente". Estáis por todas partes, sois de todas las clases, de todos los colores, de todas las ideas. Sois personas. Sois como cualquiera. La mayoría (y es hasta divertido pensarlo) ni siquiera sospechan que una de sus tías ancianas, el primo de Cuenca, la compañera de trabajo, el verdulero, la abogada que les defendió de fábula aquella vez, el oncólogo que les salvó la vida o la mediana de sus hijas, son "de los otros". Son tan torpes y tan cegatos que no alcanzan a enteder que os ven, os tratan y hasta os aprecian cada día de sus vidas. Son tan cortos que, si supieran "eso", dejarían de miraros igual. Os perderían el respeto. Ya no os apreciarían. Por ese ínfimo detalle. Si supieran que Antonio, ese vecino tan educado y tan majo al que adoran, duerme con un tal Pablo en lugar de con una tal María, no volverían a saludarle. Se harían cruces. "Parece mentira, con lo elegante y lo culto que es". "No puede ser, pero si no tiene pluma..." "No se le nota nada". "Pero, si parecía normal!" Y muchas sandeces más. Algunos, incluso, se sentirían estafados. Porque, sabedlo, tenéis la obligación de llevar un cartel bien visible, para evitar confusiones. Con qué derecho vais por la vida "de normales" sin serlo? Engañáis a la gente decente que se trata con vosotros sin saberlo!
 
En fin. No os voy a contar nada que no sepáis o hayáis sufrido ya. Hoy es un día de celebración, y de esos no tenemos muchos en estos tiempos. Sois legales. Y vuestros hijos también, los que ya tengáis y los que queráis tener en el futuro. Sois familias como cualquier otra. Sois ciudadanos de primera en una cosa más. Enhorabuena a todos y mi recuerdo a los que se fueron sin ver este sueño cumplido. Chavi, Keta y todos los demás: ya está. Gracias por luchar siempre.   

sábado, 3 de noviembre de 2012

Recuperando hábitos



 Después de muchos meses sin pararme a escuchar La luz que me habla, me he decidido a reflotarlo. El día ya no tiene horas suficientes como para salir a disparar, así que no me ha quedado más remedio que bucear entre las viejas fotos. Algo ha salido. Habrá que conformarse hasta que soplen nuevos vientos.