viernes, 29 de febrero de 2008

Generaciones huérfanas


Manuel emigró a Cuba porque no quería trabajar en la mina. Dejó a su mujer, Carmen, y a sus hijos en Asturias, con la promesa de trabajar duro y regresar lo antes posible, con dinero. Nada sabemos de cómo le fue en la tierra prometida ni de las penurias que ambos pasarían por separado, Manuel y Carmen, cada uno a un lado del mar. Lo que sabemos es que ella enfermó y él recibió una carta. Una carta en la que se le comunicaba que su mujer estaba grave, que incluso podría morir, dejando a los hijos desamparados. Lo que sabemos es que Manuel se embarcó de vuelta a España con sus ahorros y que nunca llegó. Su vida y la de tantos otros llegó al final bajo las aguas. Pocos meses después, Carmen falleció también. Los hijos se desperdigaron. Unos terminaron en el hospicio, otros sirviendo en casas ajenas, buscándose el pan. A las dos pequeñas se las quedó el cura. Tampoco sabemos qué fue de todos ellos, aunque sí conocemos el destino de Leonides, una de las niñas que fue llevada a la inclusa, que limpió toda su vida y crió a los hijos de otros, que nunca se casó y que murió en un asilo recordando a todos aquellos chiquillos que no eran suyos.

Silvino trabajó en la mina, en aquel infierno del que su padre huyó. Se casó con Amparo y tuvieron cinco hijos. La pequeña, a la que pusieron el nombre de su madre, acababa de nacer cuando su padre, de poco más de cuarenta años, murió en el María Luisa. Y, como en un mal presagio, como en una maldición, la historia se repitió. Amparo, la viuda, enfermó de neumonía. Y entonces intervino un médico. Mi clan, la gente de mi sangre, parece condenada a tener problemas con los galenos. Ya conocéis la historia de Rafa, el que perdió las dos piernas, y conoceréis la historia de Amparo, la de Armanda, la de Asunción, la de mi abuelo Samuel. Los míos, de un lado y del otro, han padecido una y mil veces los golpes de la mala suerte en cuanto los médicos entraban a formar parte de sus vidas. Lo iréis descubriendo en muchas de sus historias. En esta ocasión, el diagnóstico estaba claro, y también lo estuvo el tratamiento. Nada de agua. El agua resultaba fatal para los pulmones. Nadie, bajo ningún concepto, debía darle agua a la enferma. En aquellos tiempos el servilismo y la sumisión eran totales. Ningún campesino, ninguna ama de casa, ningún minero analfabeto iba a cuestionar la decisión de un señor con carrera, maletín de cuero y bata blanca. Así fue como Amparo murió de sed, rabiando, padeciendo un auténtico tormento, destrozada y clamando que por Dios le dieran de beber o le pegaran un tiro. La enterraron tres meses después que a su marido.

Los cinco hijos de Silvino, como le pasara al propio Silvino, se vieron huérfanos y desperdigados. Dos de ellos, incluyendo a mi abuelo Samuel, no tuvieron más opción que trabajar para ganarse el pan. Los mayores se fueron a servir. Más tarde, tocó bajar a la mina. Mi abuelo tenía catorce años. Empezó como picador (no podría ser más típico), y consiguió llegar a maestro, instruyendo a los recién llegados. Además, cuidaba el campo, tenía el ganado justo para ir tirando, montó el primer bar en su pueblo (en el que se vio la segunda televisión de la provincia, sólo por detrás de la que estrenó alguna familia de ricos de Vetusta), era barbero en el cuartucho de atrás, hacía zapatos y tallaba madera. Trabajaba el día entero, sin descanso. Abandonó sus ideas izquierdosas por pura hambre, fue esquirol en las huelgas mineras, recibió palizas y le escupieron en la cara, pero siguió trabajando porque tenía que dar de comer a sus hermanos. Al casarse con Lola, mi beatísima abuela, empezó a ir a la iglesia sin fe, por costumbre, quizá por miedo, porque las sombras de la guerra eran alargadas y la gente de entonces vivió siempre con el terror a la represalia. Tuvieron dos hijas. Mi madre, otra Amparo, que fue flaca, desganada, sumisa y obediente, que amaba la música y tenía terror a los caballos, que trabajó en el bar desde los nueve años, que estuvo interna con las monjas y recuerda aquello como el infierno. Y Raquel, la pequeña, mucho más rebelde y respondona, más fuerte, más tragona, soñando siempre con largarse del pueblo.

Hace más de cuarenta años que mis abuelos y sus hijas vendieron todo, hicieron el petate y se vinieron a Gigia, trayéndose consigo a Mamina, la abuela, la madre de Lola. Aquella anciana enlutada no puso pegas, se subió al coche y no miró atrás. Se fascinó con la ciudad y sus adelantos, aprendió de memoria el camino desde el piso hasta la playa y cada día del resto de su vida lo hizo sola para mojarse los pies. La primera vez que vio el mar, se quedó pasmada y preguntó quién lo movía. Recuerdo a mi bisabuela, toda de negro, con su melena blanca bien sujeta en un moño, con su bastón y sus refranes, tan ignorante y tan absolutamente sabia como sólo lo era la gente de entonces. Mamina no sabía cómo se apañaba la gente para entrar y salir de la televisión, pero era sabia. Ya os contaré de ella.

Samuel, mi abuelo, mide un metro ochenta largo y se parece a Bill Cosby, a Poitier y a Compay Segundo, como si algún antepasado suyo fuera africano. Es curioso, pero en mi clan hay mezcla de sangres como para aburrir. Mamina y Papín eran casi albinos de puro rubios, de puro celtas. Los de Carreño son altos, morenos, ellas de ojos negros, ellos de ojos verdes. Samuel, es evidente, tiene algo de negro, o de árabe. Algo que se le nota cada vez más. Algo que, según asegura riendo mi tía abuela Sabina, la cubana, hemos heredado mi madre y yo de distintas formas. Mi madre es rubia y blanca, como la rama celta de la familia. Yo saqué el gen oscuro de los dos lados, el de Samuel y el de los de Carreño. Está claro que no tengo nada de celta cuando hasta los niños de El Ñeru me dicen que parezco de Marruecos. Pero eso sí, las dos, mi madre y yo, lloramos en Túnez al oír la llamada a los rezos, al estar ante las mezquitas. Es curioso cómo nos arrancan el llanto las gaitas y los derviches, los montes verdes y el desierto. Y, como dice Sabina: "óyeme, y las dos mueven la cadera como las negras. Tendrán a los hombres contentos, ustedes". Ojalá fuera tan fácil. Pero sí, una cosa es cierta, para qué negarlo. Nadie en la familia se mueve como mi madre y yo!

Samuel es un hombre duro, hosco y lleno de aspereza. Un hombre que se hizo hombre muy niño, que debe estar lleno de cicatrices, con el alma mutilada. Un hombre como los de entonces, que se traga las penas porque los hombres no lloran ni se quejan. Un hombre que se hizo a sí mismo, desde la nada, que atesora zapatos caros porque de pequeño iba descalzo y arreglaba los zapatos de otros. Un hombre que guarda el dinero bajo siete llaves y es rácano incluso consigo mismo, como si temiera la vuelta del hambre. Un hombre al que Raquel, su hija menor, regaña con dureza cuando le pregunta si pretende ser el más rico del cementerio. Samuel es un hombre brusco, mandón y terco como una mula, que sólo respeta a la gente que trabaja y gana mucho. Durante años, vi su cara de orgullo cuando miraba al que entonces era mi pareja, el ingeniero. Descubrí con asombro y sin pena que casi le quería más que a mí. Samuel es como una piedra, impenetrable. Ni la silicosis ni la cirroris (consecuencia de una hepatitis C que le contagiaron en un quirófano cuando le colocaban una prótesis de cadera porque, como ya os dije, los errores médicos persiguen a los míos) han podido con él en casi treinta años. Renunció a sus platos predilectos, al alcohol y al tabaco. Ahí sigue, volcado en sus hierbajos, combatiendo su hiperactividad con sus tallas de madera. Samuel, la roca, tiene pánico a la muerte. Por eso algunas veces llora a escondidas y tiembla como un niño. Desgraciadamente, mi abuela Lola es demasiado débil y suspirosa como para espabilarle. Y las hijas, tan privadas siempre de muestras de afecto, no encuentran la manera de acercarse a él.

Mi abuelo Samuel respeta el carácter. Por eso la sumisión de mi madre nunca dio resultados. Por eso Raquel, con sus críticas y sus contestaciones sí tiene su respeto. Me costó muchos años convencer a mi madre de eso, demostrarle que un "tengo 56 años, qué te hace pensar que puedes meterte en mi vida?" era mucho más eficaz que bajar los ojos. Si él puede ser duro, los demás también podemos. Y en cambio, siento cierta culpa. Cierta culpa por esos miedos escondidos que le afloran, por saber que toda esa dureza es un escudo para esconder al niño aterrado que tuvo que bajar a la mina, que nunca recibió una caricia y por eso no aprendió a darlas. Pero luego pienso que se puede ser cariñoso y amable sin ser sumiso. Y en ello estamos con mi abuelo. Siempre he sabido que Samuel no me quiere demasiado. Según su escala de valores es lógico. Mi madre eligió mal, se casó con un hombre aventurero que ganaba mucho y dilapidaba el dinero sin escrúpulos y que, al final, se acabó largando. No importa que el propio Samuel le diera el visto bueno, por aquello de que era de buena familia (ser hijo de mi abuelo Víctor siempre supuso toda una garantía, pese a que era el propio Víctor el que repetía: "niñina, estás segura? Con mi hijo no vas a ser feliz. No está hecho para tener familia!") Nada de eso importó luego, mi madre llevaba el estigma de las separadas, había fracasado. Raquel, en cambio, eligió bien. Eligió a un chaval pobre pero currante y con sentido del deber, y tampoco importa que Samuel se negara a dar el consentimiento. La hija rebelde acertó, y levantó un imperio con su marido. Mis primos ya nacieron ricos, son guapos, visten bien y hacen masters en el extranjero. Godzilla dejó los estudios y dio mucha guerra. Ahora es un currele al que se rifan los empresarios y por eso Samuel empieza a respetarle. Conmigo le costará más, porque llevo los pantalones rotos, me pinto las uñas de negro, no consigo a un hombre que me quiera y trabajo con marginados. Su devoción está al otro lado de la familia, con mi primo, que estudiaba fatal pero le dio un siroco y sacó carrera, y tiene casa con jardín en Madrid, y se casó por la iglesia y es padre. Y con mi prima, que es preciosa y siente la misma devoción por el trabajo y el prosperar que Samuel. Adoro a mis primos. Son dulces, encantadores, buena gente, un buen reflejo de su madre, de mi tía Raquel, a la que admiro (no porque anhele su vida, tan opuesta a la mía, sino por cómo supo luchar por conseguirla). Mis primos son como mis propios hermanos. Por eso, lejos de guardarles rencor por algo de lo que son inocentes, celebro el amor que Samuel les tiene. Sobre todo a ella. Le agradezco a mi prima el haber conquistado a la roca, sin saber si quiera cómo lo consiguió, le agradezco cada vez que me ha brindado la oportunidad de ver a ese señor alto y huraño lanzándole migas de pan, dejándose tirar de los pelos, riéndose cuando ella le llama "rácano asqueroso", jugando como el niño que nunca pudo ser.

A veces, su pasión por mi prima nos salpica a todos. Y son momentos de magia. Cuando Samuel y Lola celebraron sus bodas de oro, hice lo mismo que con los otros dos, lo mismo que con Víctor y Mila. Les escribí cuentos sobre su familia, sobre sus vidas y los encuaderné con cariño y con torpeza. Y, menos mal, con la ayuda del ingeniero. Vi lágrimas en sus ojos aquel día, mientras mi tía Raquel les leía los cuentos en voz alta. Recuerdo los años de mi niñez, cuando él acababa de jubilarse, cuando trabajábamos en la finca que compró y en la que levantó una casa, un hórreo, en la que trabajaba la tierra y hacíamos sidra, miel y matanza, reventados por su ritmo, pero felices. Recuerdo que él y yo desayunábamos juntos y él se reía con mis fantasías absurdas, recuerdo que por la noche todos jugábamos al escondite, que me enseñaba estrellas y esperteyos (murciélagos), sus historias de la mina. Me hizo un perchero y un arcón. Y, por alguna razón que desconozco, aunque no soy la mayor, ni estoy casada, me hizo una cuna para mis hijos. Cuando yo era muy niña, antes de nacer Godzilla, cuando mi madre se embarcaba con mi padre por el mundo, recuerdo bien quién me daba la mano toda la noche, malcriándome sin remedio. Cuando pienso en todo eso, no me importa si Samuel no me quiere como me gustaría. Le quiero yo y es bastante.

jueves, 28 de febrero de 2008

La isla misteriosa


Vamos a dejarnos de trabajo y de (des)amor y hablemos de cosas serias. Hablemos de frikismo. Esto de internet es una maravilla, un invento de los Valar, una bendición de la era moderna que ha propiciado que los frikis (todos esos entrañables tarados que se criaron a la sombra de Star Treck, Star Wars, los comics de superhéroes, Dragones y Mazmorras, los juegos de rol y demás maravillas) se estén reproduciendo como champiñones, alimentados por la magnánima red, lugar de encuentro, espoleo de vicios, foro de intercambio, consuelo para las crisis y neuras derivadas del fin de una serie o la huelga de guionistas, terapia colectiva, memoria de nostálgicos, gurú supremo de la secta mundial de tanto adicto.

Eones han pasado desde que, los entonces profanos, nos pasmábamos de asombro con las posibilidades de esta magia cibernética. Tecleabas "Viggo Mortensen" (al que antes del Anillo no conocía ni cristo que lo fundó) y aparecían sopotocientas páginas de fotos, filmografía, su vida en verso y hasta los poemas de amor desesperado que le escribía una chiflada japonesa. Y te quedabas con la boca abierta, recordando los tiempos del video beta, los cabreos superlativos porque ninguna cadena respetaba la emisión de los créditos de las películas y te costó un Congo averiguar cómo se llamaba el flaco aquel, la de veces que te dejaste los ojos en el videoclub rastreando películas de segunda en las que aparecía el susodicho cuatro minutos y medio. Siglos han llovido desde aquella primera tarde de chat, hablando en riguroso directo con una australiana y un escocés, y tú flipando en colorines, como un bosquimano mirando una foto. Brujería.

Esa brujería nos ha salvado a los frikis. Y nos ha dado frikismos nuevos. Esa brujería permite que esta noche, en Estados Unidos, se emita el quinto episodio de la cuarta temporada de Perdidos, y que, mañana, yo pueda verlo con subtítulos en español desde mi humilde morada, todo gracias a la bendita red y a los miles de tarados como yo que campan por ella. Resulta todo un fenómeno esto de Lost. Medio mundo siguiendo las andanzas de una pandilla de naúfragos en la isla más rara del universo, una isla que empujaría al suicidio al Gato de Cheshire. Jamás serie alguna de televisión provocó tal grado de fanatismo, tantas teorías, tanta expectación. Me confieso una auténtica Lostie, una friki completa, a pesar de que me da una pereza enorme leerme las Lostpedias o enzarzarme en debates sobre "la gran respuesta". La veo, la disfruto y hago mis cábalas, entusiasmada. Y, lo que más me gusta, es ir a la caza del detalle, de todas esas preguntas que, seguramente, no se responderán en el último capítulo porque, sencillamente, sólo eran guiños para los frikis. No me refiero a todas esas soberbias vueltas de guión de "tu padre mató al mío", "somos hermanos y no lo sabíamos", "el tío que me estafó y que es padre de mi hija es el mismo con el que tú te acostarás en una jaula", "mi padre se mató en un accidente cuando chocó contra la tipa esa que luego fue tu mujer". Qué va, todo eso se atará debidamente para regocijo de todos los yonkis como servidora. No, lo que verdaderamente me gusta es que el oso polar saliera en el tebeo y en el cuadro del padre de la novia del vidente. O que ese mismo señor compartiera marca de whisky con el otro padre, el estafador. O que el padre prior de los frailes tuviera sobre el escritorio una foto en la que aparece la anciana de la joyería, aquella que también era vidente y que no quería venderle un anillo de compromiso al otro vidente, que acabó siendo fraile antes de caer en la isla. Esas, esas son las tonterías que me hacen saltar del sofá, encantada de haberme conocido, haciéndome sentir listísima por haberlas descubierto. Patético, verdad???? Lo pienso y me parto de risa. Pero no puedo negarlo, ya me como las uñas pensando en que mañana podré ver un episodio más.

En fin, tendréis que perdonarme por hablar de tonterías. No todo va a ser disolvente y nostalgia.

Te encontré

Me costó, pero al final la encontré. Es la nuestra. Tú no lo sabes, pero siempre lo fue. Besos, Bicho.


miércoles, 27 de febrero de 2008

Con el cerebro apagado

Algunas cosas se calman, otras no. Consejería sigue jugando al escondite y hasta nos niega las leyes en la cara. El Gran Jefe (como le llaman los monstruitos) se queda ojiplático, patalea, protesta incansable y asegura que nadie se va a reír de sus trabajadores. Los Valar le bendigan. A él y a Custom, que se han erigido en nuestros guardaespaldas. Y no piensan rendirse. De momento, habrá que quedarse con el refrán: hecha la ley, hecha la trampa. No me dejas pagarles lo que les prometí? Bien, pues añadiré la diferencia en concepto de "complementos". Ahora discútemelo si te apetece, y quizá después discutamos por qué un centro de primera acogida se convierte en centro de protección sin previo aviso y en menos de un mes, por qué la casa (recién reformada) se nos cae a pedazos, por qué tenemos a menores de 13 años alojados, a un enfermo mental peligroso y qué es eso tan divertido de que "si llegan más y estáis completos, montad una jaima". Podemos discutir todo eso antes de las elecciones. Os parece?
Ayer Bobo se cruzó, para no variar, y me tiró a la cara una pieza de metal que arrancó de una cama. Podríamos actuar, podríamos hacer algo, castigarle, qué sé yo. Pero de qué sirve con un chico que no sabe en qué día vive, que olvida las caras y los nombres, que no sabe muy bien dónde está? Con Chiqui y Novato tocó charla demoledora. Burgos estaba al tope de sus nervios desde que le conté la última aventura de Canijo con el Samur. El sermón fue considerable y, por primera vez, los dos más inquietos y más rebeldes nos escucharon durante más de una hora. Causas pendientes, mal comportamiento, informes negativos, pasar de todo, malgastar dos años, cumplir los 18, verse en la calle y sin nada, sin haber aprovechado el tiempo, y de ahí a la cárcel o de vuelta a Tánger sólo hay un paso. Ningún juez va a ser especialmente generoso con ellos. Y lo saben. No les ayuda en nada hacerse los estúpidos. Bien, parecían escuchar con atención y hasta, en algunos momentos, se les ponían los ojos redondos de miedo. Lástima que su memoria sea tan frágil. Cosa de la edad, o del disolvente.
Pero ya no me apetece pensar en ellos. No, esta noche no, ni mañana, no quiero pensar en ellos hasta el sábado, hasta que me toque estar allí otra vez. Estoy más cansada de lo que puedo recordar en toda mi vida. Necesito olvidarme de los 12 hombres que están ocupando todo mi tiempo y toda mi mente. Al menos durante un par de días. Así que, si alguien anda con insomnio, que me vigile a los búhos. Me temo que yo, por una vez, voy a dejarme abrazar por Morfeo.

martes, 26 de febrero de 2008

Detrás del muro


Es increíble que haya pasado poco más de un mes y ya tengamos todos esta cara de agotamiento. De nuevo tocó numerito, mañana movida, tarde movida y la noche, claro, no podía ser menos. Recién empezado el turno, el Rubio nota que nos falta Canijo. Registramos la casa y damos con él en el baño de su habitación, encerrado, incapaz de respondernos. Conseguimos abrir la puerta empujando mano a mano y ahí está, tirado en el suelo, semi inconsciente, confuso, perdido, acompañado por la ya habitual peste a disolvente. No quiere levantarse, sólo llora y balbucea. Llamo a emergencias y esta vez parece que hay suerte, cada una de las personas con las que voy hablando es encantadora y solícita. Mientras llegan, Canijo se instala en la cama de Fantasma y se queja de que le duele todo el cuerpo, que necesita un médico. Le pide agua al Rubio. Yo sigo al teléfono con los sanitarios. Les cuesta ubicarnos, pero finalmente nos encuentran. En los dos minutos que tardamos en guiarlos hasta el dormitorio, Canijo se ha abierto la cabeza contra el vaso. Tiene dos brechas en la cabeza, hay sangre y cristales por todas partes, en las sábanas, en la almohada, en su ropa, en el suelo. Novato, con su colocón habitual y su indiferencia de siempre, le mira asombrado pero con las manos en los bolsillos. Chiqui, más colocado aún, consigue reaccionar y, con la ayuda de Fantasma, le presiona bolas de papel higiénico contra las heridas, intentando contener la hemorragia, hablándole a Canijo en moruno suavito, como a los niños pequeños, intentando calmarle. La médico se queda pasmada. "Por Dios, cuántos años tiene??". Quién sabe. Trece, quizá menos. Se lo llevan a la ambulancia, acompañados por la jefa, que llega en ese mismo momento. No hace ni veinte minutos que la he llamado. "Ya sabía yo que esta noche habría murga", me dice. "Por eso me quedé a dormir en Vetusta". A pesar de que, esta vez, los médicos son una maravilla, se produce la escena típica con nuestros monstruos, que les increpan, les insultan y les hacen gestos amenazantes. "Si niño pasa algo yo mato a ti, tapum dima". A ver si os vais al carajo. Si al niño le pasa algo será porque no deja de meter las putas narices en esa mierda, igual que vosotros, y no por culpa de ningún médico.

En realidad, les da igual. Todo les da igual. Canijo, el disolvente, la sangre, todo. Circo para el pueblo. La ambulancia se ha ido hace dos minutos y ellos ya están muertos de risa con el tema. Eso es lo triste, que ninguno de ellos aprenderá nada. Seguirán los colocones, como de costumbre. Los dos listillos, Novato y Chiqui, se reafirmarán al compararse con el enano. "Nosotros controlamos". Canijo vendrá hecho un héroe, presumiendo de sus cicatrices. Todo un machote. Bobo está demasiado loco y es demasiado yonki como para que nada le afecte. Así que ni siquiera sacaremos algo útil. Los demás? Algunos ya dormían y el resto veía la tele. Ni siquiera se molestan en hacer acto de presencia. A última hora, cuando ven el colchón ensangrentado, el Ermitaño menea la cabeza, cansado, sin decir una palabra. Supongo que él también sabe que no hay remedio para esto. Me sorprende la reacción de Cherokee. Ojos como platos y un curioso empeño por ayudar. Pasmada, le contemplo arrodillado sobre la cama, intentando quitar las manchas. No lo consigue, pero le doy las gracias. Hay que reforzar estas conductas en nuestro miembro más rebelde. Se van a la cama y fin del espectáculo de hoy.

Canijo está ingresado en el área de psiquiatría, y ahí se quedará por el momento. Esta mañana aparecen dos policías de paisano, insólitamente amables y parlanchines, acompañando a pie y sin aviso previo a un nuevo inquilino. Uno que, para complicar las cosas, no habla ni papa de castellano. Parece muerto de miedo. Estamos a una plaza de colgar el cartel de "completo". La vida sigue en El Ñeru. Seguirán las broncas, las movidas, las noches en vela, la sangre, las llamadas a emergencias... y ellos seguirán inhalando bazofia detrás del muro.

lunes, 25 de febrero de 2008

El genio de Ángel

Ángel era otro de mis tíos abuelos, otro de los hermanos de Mila. Otro de los "Corujedo", uno más del clan de Logrezana, de Carreño. Heredó la casa familiar y vivió allí toda su vida, con su mujer, Tona, con su hermano tullido, Rafa, con sus tres hijos varones, altos como castillos y guapos, como todos los hombres de mi familia. Ángel era el más bruto de todos, al menos de los que yo conocí (no quiero pensar cómo sería el "Hostio"). Y, seguramente, el más noble. Fue el que cuidó de la madre anciana y el que se quedó con el hermano sin piernas, cuidándole toda la vida, compartiendo con él su techo, sus penas, sus alegrías y a los suyos. Fue el que echó a patadas a Julio, el pequeño, cuando éste amenazó de muerte a Rafa por recibir más herencia, el que juró que no le perdonaría ni aunque fuera de rodillas a su entierro.

Era muy alto y muy guapo. No tanto como Rafa, que tenía aires de Paul Newman con bigotes de Dalí, pero mucho más interesante y montaraz. Un gigante curtido, un gato moreno de ojos verdes. Como todos los de su casta comía como un animal y bebía como un cosaco. Y trabajaba como un perro, descargando sacos de carbón en el musel y, para postre, en el campo. Se levantaba a las cinco, faenaba toda la mañana con un cuenco de leche y pan duro en el estómago, y luego, a las once, se metía entre pecho y espalda un segundo desayuno a base de huevos, patatas fritas y tocino. Le recuerdo ya setentón, flaco como siempre, pero con el vientre inflado por su enfermedad, royendo pan de hogaza con las encías. Una bestia hermosa y noble.

Se casó con Tona, que apenas mide metro y medio. Una vikinga rubia y pequeña que le adoró toda la vida, que fue capaz de amar al hombre más bruto del mundo. Un tipo que, cuando volvía del tajo, entraba sudoroso en la cocina, apestando a estiércol, dando golpes en la puerta con aquellas manazas de oso y chillando: "Cagüen mi manto... voy despellejabos a tos. Empezando por ti, Roxa". Claro. Nos iba a despellejar a todos, empezando por su mujer. Ella se reía y se ponía colorada. Porque aquella animalada, en el lenguaje de mi tío abuelo, era una terneza. Tuvieron tres hijos. Yo estuve enamorada del pequeño, que me saca algo así como 15 años. Es guapísimo, más que su padre. Tona siempre sintió predilección por el mediano, a saber por qué. El único que sacó sus ojos de avellana, porque los otros dos los tienen verdes, como Ángel. Tal es la pasión de la Roxa por el mediano, que repite constantemente: "los otros tienen los ojos guapos, muyer, así, clarinos como el padre. Pero ye que los d´esti... son tan nobles!" Y los otros dos hijos, a coro, se cachondean: "Sí, madre, muy nobles. Y de un azul que no se conoz". Y tanto que no se conoce. Como que son castaños.

Tres varones, a los que su padre crió, imagino, con mano más que dura, con amor incondicional y con su simpleza primitiva de hombre sin letras, pero a los tres les inculcó el respeto a los demás, el sentido del deber y del trabajo honrado, la pasión por la familia, el sentido del humor y de la justicia. Los tres le salieron tan bien como esperaba. Los miraba con orgullo, satisfecho de que fueran mejores que él. Nunca he conocido a tres hombres que, educados por un padre tan bruto, le recuerden con más cariño. Por eso sé que era noble a pesar de todo.

Siempre tuvo predilección por Rafa, su hermano del alma, y por Mila, mi abuela, su muñeca. Cuando mi abuelo Víctor empezó a cortejarla, Ángel y Rafa (éste último aún conservaba sus piernas) les hacían de escopeta siguiéndoles a todas partes, cuatro pasos por detrás. Imagino los sudores de mi abuelo, tan menudo, notando en la nuca el aliento de aquellas dos torres de campanario. En realidad, no valía la pena el esfuerzo. Víctor, el seminarista, el beato, respetaba a mi abuela como si fuera una Santa. Jamás habría osado comprometer su honradez ni con un casto beso en la mano. Todo un caballero, un bachiller, un señor que hablaba latín y griego. El mejor partido de Logrezana. La bondad en persona. Intachable. Sesenta años juntos, once hijos y la misma mirada de enamorado. Recuerdo a mi abuelo, llevándose las manos a la cabeza ante las blasfemias de Ángel. Jamás he vuelto a oír barbaridades como las de Ángel. Os aseguro que mencionaba la ropa interior de la Virgen y los zapatos de comunión del Niño Jesús. Para quedarse con la boca abierta.

Cuando su madre, María, ya era una octogenaria, Ángel la azuzaba contra el clan, siempre montando juerga en la cocina. "Madre, cáguese en la puta que los parió a todos". María obedecía, digna y socarrona, con su hilito de voz asmática, y la concurrencia le aplaudía el atrevimiento. Cómo siento no haber conocido a aquella mujer... Recuerdo cuándo Ángel nos contó que la maestra le castigó injustamente y él, un mico de nueve años, le pegó con una vara de avellano. "Posei la pelleya en baxo" (Le dejé la piel en el suelo) Después se escapó de casa porque estaba seguro de que su padre lo mataría. Julián, su padre, le escuchó la versión y le pegó una paliza. Para enseñarle, paradojas de esos tiempos, que la razón no se defiende a golpes, y que jamás se falta al respeto a un adulto, menos a una mujer. Para demostrarle, le dijo, que siempre habría alguien más fuerte que él. Ángel también recordaba a su padre con amor incondicional, seguramente porque también era bueno, sabio, justo, bruto y noble y porque lo mataron cuando él, Maruja, Rafa, el Hostio, el Ruan, Jose, Julio y mi abuela Mila eran sólo unos niños. Recuerdo sus historias sobre peleas con los chavales de otros pueblos, cuando se liaban a navajazos y siempre terminaba alguno en el cementerio, o, con suerte, tuerto de por vida. Lo contaba muerto de risa. "Qué bien lo pasábamos, neña". La historia de la prometida celosa que pidió a su novio que matara a la querida, y cómo ella se salvó de milagro. "Vímosla pasar con un cuchillu claváu n´el llombu, pero morrer nun morrió, la jodía". No murió, no. Ni siquiera con un cuchillo espetado en la espalda. Había unas hermanas solteronas en el pueblo, y Ángel y los otros chavales se las apañaron para ponerle pantalones a un burro y subirlo al hórreo, al grito de: "Pa que durmáis calentines!!" Una vez levantó a una vaca con el hombro porque no se apartó de su camino cuando él limpiaba la cuadra. Tona lo jura por Dios. La levantó del suelo y la estampó contra la pared. Tembló la casa entera. "Cagüendios... cuando yo digo parta, ye parta!!" Pobre vaca. Igual era sorda. A partir de ese momento, se apartaba nada más verlo. Se le colaron dos domingueros en una finca sembrada. Persiguió el coche corriendo, fesoria en ristre y bajándose a todo el santoral. Huyeron despavoridos.

Historias así, miles. Las mantenemos en el recuerdo y nos las contamos una y mil veces. Todos mis amigos las conocen. Todos son fans incondicionales de Ángel, aunque ninguno llegó a conocerle. Yo justifico mi mal genio culpando a los genes de mi tío abuelo. Todo mi clan lleva con orgullo el lema de: "Cuidao con nosotros, que somos de Carreño". Campo y mar, labradores, pescadores, descendientes de vikingos balleneros, la gente más noble y más bestia de la Tierra. Mi sangre. Doy gracias a los dioses por las manías de mi abuelo Víctor, paseándose con su magnetófono (como decía María, su suegra "ya tá el de les gafes co´l caciplu esi"), inmortalizando las voces de todos ellos, de tantas tardes de risas en la cocina de Logrezana, en Carreño. Y doy las gracias por aquel suspenso en Asturiano en la universidad, que recuperé con un trabajo de investigación, grabando con un caciplu parecido a mi tío abuelo Ángel, quince días exactos antes de su muerte. Tuve la suerte de poder despedirme y conseguir otro trofeo para el clan. Mis hijos podrán oírle, a él y a todos los demás. Y miro esa foto, cuando al pobre Julián lo habían fusilado ya, de María con sus ocho hijos, esos críos con hambre y miseria pero, como su madre, posando soberbios y con la frente alta. Mi abuela Mila, morena y guapa, con nueve años, Rafa, como un muñeco sonriente, Maruja, tan seria como fue siempre, y los otros, a los que no conocí, y Ángel, perfectamente reconocible, ceñudo y retador, como un gato de ojos verdes.

domingo, 24 de febrero de 2008

Naranjas, ambulancias y Romeos


Más días extraños. Vino el Emperador y eso siempre es bueno, siempre es un alivio. Son abrazos, alguien que escucha y que entiende, que saca risas del mayor drama, que está dispuesto a escuchar mil veces la misma historia sin desesperarse, que consigue encontrar respuestas nuevas a las viejas preguntas o, simplemente, se queda callado a mi lado si hace falta. Mantiene intacta su magia aunque no crea en ella, y en los peores momentos siempre aparece, siempre tiende la mano y camina conmigo.

Ayer, el cansancio estuvo a punto de doblegarme. El cuerpo se resentía, la cabeza se negaba a funcionar y hubo un momento de pánico cercano a las lágrimas, uno de esos en los que sólo quieres abandonar, en los que se hace absolutamente real el "no puedo más" y en los que ese que te falta te falta tanto que te duele la piel. Fue una sensación muy cabrona y muy agobiante, de las que te hacen sentir deseos de correr sin saber hacia dónde. Y el corazón, otra vez, latía como un pajarito asustado. Y cuanto más se desbocaba, más angustia se me echaba encima. El Emperador caminó a mi lado, por supuesto, y me llevó hasta El Ñeru, conoció mi segunda casa. Los gritos no me alarmaron, porque siempre los hay. Es lo normal. Niños medio salvajes con sus juegos medio salvajes. Pero cuando vi la ambulancia el miedo se concretó, el mal presentimiento cobró sentido. Me despedí de mi Emperador y empezó otra noche de trabajo.

El numerito no estuvo mal. Bobo completamente colocado intentando tirarse por la ventana. Los del Samur negándose a atenderle porque "no estaba reducido". Los críos histéricos pidiéndonos que no llamáramos a la policía, y, por primera vez, cinco educadores haciendo piña con los monstruitos. No queremos policía. No necesita un policía, ni que le detengan. Necesita un médico. Necesita un calmante. Y si no colabora, si hay que reducirle, lo haremos nosotros. No queremos porras aquí, ya están bastante asustados. Los ocupantes de la ambulancia nos dicen que, en ese caso, nos pueden ir jodiendo. Recogen todo, indignados, nos insultan y se van. Sólo un chaval joven se cuela disimuladamente en la casa y nos pregunta qué ha tomado el chaval. Al ver la botella de disolvente, parece triste y asqueado. "Qué putada, pobre guaje. Nada, tíos, a esperar que se le pase. No puedo hacer nada, lo siento. Médicos cabronces". Y se van todos.

Para los críos es todo un gesto que nos negáramos a llamar a la madera. Por lo demás, el episodio les divierte. Bobo está loco, ya nos lo habían dicho. Se le va la olla, con droga y sin ella. Qué coño se va a tirar por la ventana? Se ríen. Es teatro, es mentira. Circo. Y si se tira, que se tire. Peor para él, por gilipollas. Rastas no lo entiende. "Tía, qué duros son, no se quieren un pijo". "Para qué se iban a querer?" le pregunto. "Hoy están aquí, mañana no saben. Quererse no es útil, es un lastre". Bobo nos suplica que le devolvamos el disolvente. No podrá dormir si no se coloca un poco más. Ni siquiera Boabdil consigue calmarle. El Ermitaño se encara con él y le pega la bronca bereber. Al minuto siguiente, Bobo está viendo la tele, con los otros, y cualquiera diría que no ha pasado nada. "Estoy bien. Ya estoy bien. Estoy tranquilo". Se van a la cama sin mayores problemas. El Ermitaño me pide comida, aunque sabe que no es posible a esas horas. Pero él no es como el Cherokee. Él no exige, ni te mira con desprecio, ni te acusa de racista. Él jamás ha dicho un taco, ni ha levantado la voz. Él suplica, lastimero, "por favooooooooor", desde sus diecisiete tacos y su metro ochenta, siguiéndote como un perrito, dándote besos en el pelo "por favoooooor, Morena, me muero, me muero de hambre, dame una naranja y no se lo cuento a nadie". En un arranque de inspiración le digo que se la pida a Burgos, al varón, al macho. Para la mayoría de ellos es lo normal. Los hombres mandan. Así lo entienden y con ellos negocian. Nosotras no pintamos nada. El experimento tiene un resultado inesperado. El Ermitaño me mira sorprendido. "Por qué? Yo te pido a ti, tú también educador. Además, Burgos no me da comida, es un cabrón". Lo dice muerto de risa y yo también me río, y me finjo escandalizada porque es la primera vez que le oigo un insulto. "Y si yo tampoco te doy comida?". "Entonces tú cabrona también". Yo soy igual que Burgos. Igual de "educador", e igual de cabrona. Igual. Por ese "igual", el Ermitaño consigue su cena de contrabando. Acabo de cometer mi primera injusticia en El Ñeru. Acabo de mimar a uno por encima de los demás. Pero ahora sé que tenemos un aliado, uno que nunca da problemas, que ayuda a controlar a los pequeños y que ni siquiera va de líder, ni siquiera va a abusar de privilegios (porque se los gana él) ni de una autoridad que sólo usa cuando hay peligro. Y me ha costado una naranja y unas galletas.
La nota cómica de la noche la pone Mudito, que llega tarde, ajeno a todas las movidas, cuando El Ñeru duerme a pierna suelta. Y entra, en el colmo de la desfachatez, por mi balcón. Me tiro por el suelo de risa. Le aseguro que la próxima vez tendrá que traerme flores o le dejaré al fresco. "Me equivoqué de ventana!!!" me confiesa. No puedo con él, me parto el eje. "Tío, ya te vale, que es la una y media!". Clama a los cielos con cara indignada: "El tobús, el tobús!!!" Se me saltan las lágrimas, me troncho, no hay quien les riña en estas condiciones. Siempre hay alguno que te dispersa las nubes negras y consigue que la noche termine bien. Alabado sea Alá.

Sigo cansada, pero la angustia ha pasado ya. Aunque, esta noche, tuve uno de esos sueños que te hacen amanecer triste. La voz de mi abuela Lola, que me llamaba por teléfono para despedirse. No quiero pensar en ello. Hace tiempo soñé lo mismo con Víctor, aunque en aquella ocasión le veía caminar por el rompeolas, me abrazaba y se iba. Y aquí sigue. Es una bendición estar a punto de cumplir los treinta y tener cuatro abuelos. Lo malo es que sabes que, probablemente, se despedirán todos casi a la vez.

Desayuno con el Emperador, la promesa del Peque de conseguir helado de chocolate en domingo ("no te conseguí fresas en febrero hace doce años??") y de vuelta en casa, a mi cama, a descansar. El Emperador se va, sí, y ha sido demasiado corto, pero ha sido bueno y sé que siempre está conmigo. Lástima necesitarle tanto y no poder darle nada a cambio.

sábado, 23 de febrero de 2008

Mi búho


Ayer, indudablemente, batimos el record. La casa entera emanaba vapores y no me sorprendería que todo el barrio terminara viendo elefantes rosas. El colocón fue monumental. Participaron los habituales, es decir, Novato, el Chiqui, Canijo y Bobo (creo que no os había hablado de Bobo todavía. Me temo que aún le estamos ubicando). El Ermitaño llevaba siglos durmiendo, igual que Mudito y Senegal. Cherokee veía la tele. Al menos tuvo la decencia de colocarse fuera de casa y llegar lo bastante sereno como para tener una interesante conversación con el Rubio. Ahora se lamenta, la criatura, de que las educadoras pasamos de él y le acusamos de ser un chulo. Es que lo eres, corazón mío. Chulo, misógino y racista. Una joya. Hablas a las mujeres como si fuéramos basura, nos escupes órdenes creyéndote el rey de la casa, no pides: exiges, nos miras de arriba abajo con cara de desprecio absoluto y la mayoría de las veces ni siquiera nos hablas directamente, sino que buscas a los educadores varones para espetarles: "tú, dile a esa que me obedezca". Como bien te indica el Rubio, colega, no sé cómo funcionará en tu pueblo, pero aquí las tías no están por debajo. Puede que te parezca insólito que seamos iguales, y mucho más aún que una mujer sea la jefa (por encima incluso de los educadores marroquíes), pero sí, campeón, las cosas en tu nueva tierra son así. Como dice Boabdil: "si no te gusta, vuelve a Tánger". Lo que consigues con esa actitud, obvio, es que ninguna educadora quiera pararse ni dos minutos en la misma habitación en la que estés. Ofendes hasta cuando no hablas. Pero está en tu mano cambiar eso, si te da la gana. Ahora bien, lo que no me cabe en la cabeza es que hayas tenido las benditas narices de insultar a Senegal. Qué suerte tienes de que el chaval sea imperturbable, porque como un día se cruce y te sople habrá que barrer mucho para juntar todos tus dientes. Yo me lo pensaría dos veces, la verdad.

Pero a lo que vamos. Ninguna sopresa por la participación de los gurús del disolvente. Incluso parece normal que Fritz estuviera presente como mero testigo. Acaba de llegar y necesita ganar puntos. Pero, Fantasma?? Una de nuestras grandes esperanzas, el primero en levantarse, el más trabajador, el que jamás tuvo una palabra más alta que otra para nadie... el que nos va a meter en una guerra de custodia con Cádiz, porque nos negamos a que nos lo quiten... Quién entiende a estos críos? Podrías dar la cara por el mejor de ellos y al final siempre te la meten doblada. Nunca dejan de sorprenderte, para bien o para mal. Obviamente recordé aquel episodio jugando a la lucha libre, cuando Fantasma me agarró y me dobló un brazo a la espalda. Recuerdo haberlo contado en la reunión de equipo, añadiendo: "estaba colocado. Por la cara que puso cuando le paré los pies". Y todos saltaron a una: "Nooooo, imposible. Fantasma?? Fantasma no consume, es encantador, no se mete en líos". Claro. Qué sabrá la penca del turno de noche? Fantasma es su gran logro. No nos damos cuenta y caemos en los mismos fallos que muchos padres. Cuando los monstruitos se portan bien, es por lo estupendos que somos. Cuando se portan mal, es que son unos cabritos. Y que se juntan con gente chunga. Pues bien, lamento que así sea, compañeros de fatigas, pero el colocón que tenía Fantasma ayer es de los más brutales que he visto en mi vida.

Fritz, Chiqui y Bobo se fueron a la cama muy formales. Los dos últimos colocados como piojos, pero formales. A los tres minutos roncaban. Canijo no sabía ni dónde estaba. Salía de la habitación, se paseaba, nos miraba con los ojos como platos y no entendía ni una palabra de lo que le decíamos. Penoso. Hasta intentó meterse en mi cama en un alarde de... no sé muy bien qué. Os juro que me moriría de risa si no fuera todo tan triste. Conseguimos que se durmiera a las dos de la mañana, y entonces empezó el festival alternativo. Por resumir, os diré que a las cuatro pasadas, y tras innumerables excursiones a la número seis e infinidad de broncas, me vi a mí misma plantada ante Novato y Fantasma (que me miraban desde una galaxia muy lejana) asegurándoles que si volvía a oír un puto ruido más iban a dormir en la calle, que si me despertaban a otro guaje les quitaba la gilipollez de encima con una ducha fría y que era exactamente la última vez que me tocaban los cojones. La verdad es que se les olvidó hasta reírse. Empezaron a balbucear incoherencias, asegurando que allí no olía a disolvente. No, claro. Por eso tenéis todas las ventanas abiertas, vosotros, que sois noruegos y estáis acostumbrados al frío. Toda la casa apesta, nos pican los ojos, nos duele la cabeza y, francamente, resulta un misterio que sean capaces de dormir en semejantes condiciones. Por lo menos consigo que no se vuelvan a mover en lo que queda de noche.

No es justo para los otros. No tienen por qué vivir así ni por qué soportar a esta banda de imbéciles. No tienen por qué respirar esa basura ni pasarse noches en vela oyendo aullidos y portazos. No funciona lo del buen rollito. Abderramán y Boabdil tenían razón. Al final no quedará otra que imponer toque de queda, cacheos e inspección de habitaciones. Triste pero cierto. La gente del barrio empieza a inquietarse, ya hay rumores y quejas circulando por ahí. Y, mientras, estos capullos lamentándose de que en España somos racistas y dándole argumentos al enemigo. Robando a los chavales, molestando a las chicas y esnifando pegamento a la vista de todos. Si es que son lerdos. Por tener no tienen ni mente criminal. Se dejan marcar, los muy zotes. De verdad pensáis que podéis pasar desapercibidos? Lamento tener que recordároslo, pero sois moros. A nadie se le escapa eso y os miran con lupa. Sed un poco más listos.

Por la mañana Novato se cree muy gracioso y Fantasma berrea como una cabra negando haber consumido. "Soy un chico decente, en mi casa me educaron bien. Yo no me meto esa mierda, lo juro", le asegura a Boabdil. Chiqui le mira con esos ojos de zorro listo. "Quién vino a despertarme anoche, hijoputa? Ellos lo saben, Rubio y Morena lo saben" (mi compi y yo parecemos una zarzuela). Quejas, llantos y aspavientos. Se ve que Fantasma no estaba en una galaxia tan lejana mientras ayer le preguntaba si no le daba pena joderlo todo en una noche, mientras me suplicaba que le perdonara y le diera un beso y yo le respondía que no me daba la gana de darle besos, que estaba cabreada con él. Pero hoy lo niega todo y si no hubiera presenciado la nochecita vaporosa yo le creería. Pero Chiqui está feliz. Por una vez su falta parece menor. Como él mismo explica sin cortarse un duro: "yo me coloco hasta las doce, luego yo controlo, me voy a dormir y soy bueno". Se hunde el barco y las ratas huyen. La lealtad funciona, chicos, pero hasta cierto punto. Chiqui no va a perder la ocasión de recordarnos que, incluso hasta las cejas de disolvente, se portó mejor que el ojito derecho de la casa. Chúpate esa, Fantasma. Y los educadores, a envainársela. Es lo que hay. Y todavía me queda una noche...

Gracias por dejarme conocerte ayer. Espero que no te sintieras demasiado solo ante el peligro. Somos siempre así, no puedo negarlo. Confío en que te atrevas a volver otro día.

Hoy se cumplen doce años del champán y las fresas. Y el Peque lo recordó hasta el punto de enviarme un mensaje. Es increíble, pero algunas historias de amor son más bonitas cuando han terminado.

El Emperador está en casa. Me han jodido el finde con el curro, pero al menos podré verle y achucharle un rato.
Veis la foto? Es muy mala, desde luego. Demasiado oscura, pero es que sólo es posible hacerla de noche. Eso que veis es lo que yo veo desde el porche de El Ñeru cuando salgo a fumar un cigarro. Veo mucho más, claro, veo los jardines, el muro, los árboles, el barrio, todo Vetusta. Y veo ese edificio, el de los talleres. Bajo el farol hay unas rejillas y unos cables. Qué diríais que parece? Quizá esté loca, pero yo veo un Búho posado en esos cables. Pinchad en la imagen si no me creéis. Lo veo cada noche. Por eso tenía que hacerle una foto, aunque todas hayan salido tan oscuras como esta. Es mi Búho, y nunca olvido darle las buenas noches.

jueves, 21 de febrero de 2008

Senegal y algunas fotos

Otra vez es jueves, el peor día de la semana y en la peor de sus variantes. Los jueves pueden ocurrir dos cosas. Si no trabajo, me joden el día libre con la reunión de equipo. Es decir, que tengo que dejar lo que esté haciendo, subirme a un autobús, ir a Vetusta y pasarme tres horas bostezando mientras los del turno de día deciden cuánta paga se le da a cada monstruito y quiénes están castigados sin salir. Fascinante. Si trabajo es aún peor. Significa que salgo de Vetusta hacia Gigia a las nueve y cuarto de la mañana, que hago el camino inverso a las dos de la tarde, que vuelvo a las seis y que, a las diez de la noche, salgo otra vez camino de Vetusta. Hoy es uno de esos días en los que no hago nada, salvo caminar y pasearme en bus.
Tenemos dos nuevos: Fritz y Senegal. Este último es increíble. Mide al menos un metro noventa y juega en un equipo de fútbol. Se queda en su cuarto leyendo, repasa las lecciones de castellano y nos tiene a todos con la boca abierta. Mudito está entusiasmado con su nuevo compañero. Nos asegura, muy serio: "los chicos negros son tranquilos, son buenos". Parece que no era una leyenda urbana. Se confirma lo que todo educador sabe sin que pueda explicar la razón. Es una de esas verdades universales.
Más fotos y más morriña. No pensé que vendrían a buscarme después de tanto tiempo. Pero así son las cosas. Otra broma del cosmos, supongo.

martes, 19 de febrero de 2008

Cuando todo es tan evidente


Hay un montón de gente que me dice qué debo hacer con mi vida. Hay un montón de gente que diagnostica y saca conclusiones, sobre mí, sobre otros, sobre personas, historias y situaciones que ni conocen ni han vivido. Obviamente, todo lo hacen con su mejor intención y esa intención es la de ayudarme. Así es que, desinteresadamente, hay un montón de gente diciéndome que soy estúpida, recordándome lo mal que lo hice todo, asegurándome que volveré a hacerlo mal en el futuro, porque, en efecto, soy estúpida. Hay un montón de gente muy inteligente, sabia, prudente, con las ideas claras, cargada del inmenso bagaje que la vida le ha dado, gente razonable y con la mera merita verdad en la mano que me dice que me lo merezco, que me lo gano a pulso, que lo voy buscando, por insensata, por imbécil y por confiada. Hay un montón de gente cuya preclara visión se reduce al bien y al mal. Yo, obvio, soy la damisela idiota. Y él, claro, es hombre, y por tanto es malvado. Por eso se aprovechó de mi candidez, se rió de mí y salió... corriendo?? (Bueno, más o menos) Hay un verdadero montón de gente que lo encuentra todo así de simple. Su perfidia contra mi irremediable imbecilidad. Hay un montón de gente que me está contando que ellos jamás lo consentirían, que a ellos nunca les pasaría, que conocen todas las respuestas, todas las preguntas y mis tremebundos errores. Ellos los ven, claro, lo ven todo cristalino. Saben dónde me equivoqué, dónde volveré a hacerlo y saben perfectamente que ellos no cometerían dichos errores. Porque ellos, esa gente, son listos. Y yo, en cambio, soy estúpida.

Cielos, gracias, muchas gracias por tanto apoyo y consuelo. Vuestras palabras resultan de lo más reconfortantes. Es un alivio haber encontrado por fin la causa de todo. Saber que nada tiene que ver conmigo, con él, con el momento, la situación, la vida. Saber que, simplemente, soy imbécil. Y que, además, seguiré siéndolo. Así es que, aunque estoy condenada al fracaso por el resto de mi vida, al menos no es culpa mía ni puedo hacer nada por cambiarlo. Es sólo que soy estúpida, no tengo de qué preocuparme ni molestarme en buscar más soluciones. Porque no las hay. Todo resulta mucho más cómodo así, qué duda cabe. Seguiré siendo idiota para no desmontarles la teoría. Y si, al final algo me sale bien, habrá que culpar a la otra parte, al cosmos, o a una mera casualidad. Hasta los tontos tienen suerte! Pero si vuelve a salir mal, entonces no tardaré en escuchar eso de "te lo dije". Me lo dijeron, es cierto. Porque lo saben. Por eso son listos, mientras que yo soy estúpida.

Hay un montón de gente que se olvida muy deprisa de su propia imbecilidad. Y de su propio dolor. Se olvida de que, cuando se trata de sus vidas y sus miedos, las cosas nunca son tan obvias. Se olvida de lo fácil que es sentirse inteligente y sabio cuando todo va bien. Y se olvida de que, cuando son ellos los que se sienten imbéciles, suelen encontrarnos muy sabios a los demás. Y por eso nos buscan. Por eso nos buscarán de nuevo si las cosas se les tuercen. Y aquí estaremos, para intentar ayudar. Porque, afortunadamente para ellos, sí, somos imbéciles.

lunes, 18 de febrero de 2008

Sin gas y nostálgica

Lo malo es que me siento parada. Supongo que es una consecuencia del "estado de nada", de la indiferencia (oportunamente interrumpida por el reencuentro, la subida, la bajada y las nostalgias pertinentes, pero, como digo siempre, ya contábamos con ello). Sí, me siento parada. Estoy detenida, en "Pause". Es uno de esos curiosos momentos en los que no vas a ninguna parte. Y no es por falta de ganas, es por falta de metas. Me quejaba yo amargamente de caminar a oscuras, de andar perdida en laberintos, de encontrarme siempre en encrucijadas misteriosas. Pero al menos sabía a dónde quería llegar. Ahora no hay destino, y, por tanto, no hay camino. O lo hay, pero no soy consciente de él. Quizá por eso me siento parada. Lo cual no sería del todo malo si no tuviera estas ganas inmensas de correr. No de viajes, no de aventuras, no de sitios. De correr, sin más. Correr, cerrar los ojos y no pensar. No estar aquí ni en ninguna parte. Ay, Bicho, menuda faena. Tenía poco con echarte de menos a ti, y encima echo de menos la velocidad!!!
El Ñeru está tranquilo, si entendemos el concepto aplicado a El Ñeru. Lo bastante tranquilo como para que no haya huesos rotos ni navajazos. Eso sí, con una fuga, Galicia hablando de dimitir y dos de los cabroncetes admitiendo que "nos estamos pasando tres pueblos". Calculad cómo será la cosa para que lo reconozcan ellos con cara de pasmo. El finde llamó la policía. Que nos traían a un niño de 10 años. Jejejeje. De 4, si te parece. Que no, colega, que se lo comen. Menos mal que coló, porque ya me veía durmiendo con el pobre chiquillo. Eso sí, esta tarde nos traen a un senegalés. Pobrecito mío. Que no le pase nada entre semejante jauría... Al menos conseguí que se levantaran de la cama. Y hasta hicieron limpieza. Y huevos para el desayuno. Ojo, sin recurrir a Tino Casal, que conste. Todo gracias a una perfecta combinación de "enciendo la luz - abro las ventanas para que os muráis de frío - cosquillas - chantaje emocional". Aquí el más tonto hace relojes. Y ellos nos los roban. Es el ciclo de la vida!
Echo de menos al Emperador... lo echo tanto, tanto de menos!!! (Ya que hablamos de chantajes emocionales...) Menos mal que, diga lo que diga y se ponga como se ponga, la magia con él siempre funciona.

jueves, 14 de febrero de 2008

Extraño San Valentín


Ya sabéis lo que opino de esta ridícula fecha. Tiene su gracia porque es el santo de mi ex, así que hicimos lo que hacíamos siempre (cuando éramos pareja, me refiero): irnos de cena. Para qué gastarse el dinero en gilipolleces horteras, cuando se podía ir de papeo?

Hay costumbres que son buenas y no deberían perderse (muchas de las malas, tampoco) y esta de la cena es una de ellas. Así que, como mi ex y yo seguimos en desamor, nos fuimos a cenar. Y después nos pusimos ciegos a helado de chocolate mientras veíamos fotos de mujeres desnudas.

Por si todo esto no fuera lo bastante raro, alguien me regaló 560 rosas. Creo que es mi primer regalo de San Valentín. Gracias. Eres un encanto. Y sí, se me escapó una sonrisa.

miércoles, 13 de febrero de 2008

42 días



Y bueno, algún día tenía que ser el primero. Después de mes y medio (joder, sólo ha pasado mes y medio?) no está mal. La parte bonita es que parece que todo es normal, aunque quizá se haya notado un poco el esfuerzo para que lo pareciera. La parte fea es que ahora voy a echarte un poco más de menos. Pero no importa, ya lo sabía. Ya contaba con ello.


Ya contaba con que tendrías la misma voz, las mismas manos, los mismos ojos, el mismo olor y la misma piel. Y que las bromas serían las mismas.

Lo cierto es que estás bien y eso basta. Y yo... siempre puedo ignorar esa maldita puerta.

martes, 12 de febrero de 2008

Saliendo del armario


No hay manera de que las niñas del aquelarre me pasen las fotos del negro carnaval. Qué pensarán que voy a hacer con ellas?? (Con las fotos, no con las niñas, se entiende)

Los que me conocéis sabéis de mi afición (vicio, más bien) por el rollo gótico. Rollo, por cierto, que no explotaba desde mis locos años mozos de gogó (vale, venga, basta de risas, todos tenemos pasado. Un respetito) Rollo, además, que nunca me atreví a explotar demasiado, porque bueno, ya sabéis, esto es un pueblo, nos conocemos todos... y a mi madre le daban sirocos cada vez que me veía con las uñas pintadas de negro, los vestidos de terciopelo y las botas milicas. Con lo mona que eres, me decía. Y pareces la de la familia Monster. Y encima con esas ojeras!! Total, que fui una niña buena y reservé mis galas de Mortizia para ir a la discoteca. Por semana, era una criatura ejemplar. Hasta que me dio por el grunge. Ahí sí que le dio un yuyu a mi pobre mami. Iba al instituto vestida de payasa andrajosa y los fines de semana parecía una vampira trasnochada. El acabóse. Total, que empezó la guerra soterrada y al final, misteriosamente, desapareció la mitad de mi fondo de armario. Nunca más se supo de las camisas de leñador, los petos de jardinero, los jerseys mugrientos estilo Cobain, las botas de cuero, los corsés... nada. Cero. Ni de uno ni de otro. Aquí mi progenitora, cargándose mi personalidad. Habráse visto.

Pero como una es terca (y al mismo tiempo es buena hija) decidió explotar las noches carnavaleras para sacar a la gótica a paseo. Tímidamente, no os creáis. Todos los años iba de fantasma, de La Niña de la Curva, de Nazgul, de Condesa Sangrienta... cualquier cosa que me permitiera ir de negro. Hasta conseguí que mi santa mater me hiciera una capa que provoca pasmo a propios y extraños. Este último carnaval, la gótica se revolvió como nunca. Así que eché el resto. Y dado el inesperado éxito, decidí que ya estaba bien. Había llegado el momento de salir del armario.

Sé que prometí fotos del carnaval, pero mientras llegan... sirva este pequeño adelanto. Estas son mis pintas actuales. La gótica ha vuelto!!!!
(Por cierto... un saludito a mi espía motero. Gracias por leerme y por el mail. Anda, no te cortes y déjame una firmita!!)

lunes, 11 de febrero de 2008

El de Puerto Rico

Mi abuelo Víctor (padre de mi padre) tiene 88 años y una memoria que es un prodigio. Una memoria que le permite soltarnos catilinarias constantemente, recitar en griego y latín y contarnos historias. Una de mis preferidas es la del tío de Puerto Rico.
Era hermano de Ramón, el abuelo de Víctor. No ha trascendido cómo se llamaba, o yo no lo recuerdo. Víctor no llegó a conocerle, pero su historia fue contada una y mil veces por todo Carreño, de puro jugosa, dramática y llena de misterio. El hermano de Ramón fue uno de tantos que se embarcó hacia las américas, uno de esos que vemos en las fotos ajadas de los archivos de indianos, flaco, sucio, gris, con los pantalones atados con un cordel, la boina y las alpargatas raídas, uno de esos que a los 19 años parecen tener 50. Uno más de los que huían del hambre. Después de un viaje que, seguramente, resultó una odisea, el hermano de Ramón puso los pies en Puerto Rico. Y nada más se supo de él en muchos años. Hasta que regresó a Carreño.

Me imagino que la gente no le reconocería. Se cuenta que estaba gordo, reventón, sano, vestido de señorito y enjoyado. Que repartió dinero a los chiquillos, que invitó a rondas en los bares y que habló de las maravillas del otro lado del charco. Se vanagloriaba el nuevo rico (con su disfraz de rico, pero tan ignorante, seguro, como cuando salió de los praos de Logrezana con el petate, camín de Xixón a patuca, pa embarcar y marchar p´allá alantre) de tener tantos terrenos que no se abarcaban en todo un día a caballo. Presumía, incluso, de llevar cada semana al banco la calderilla, lo suelto, lo menudo, lo que sobraba (lo gordo lo escondía en casa, bajo una baldosa, como buen aldeano) y de llevarlo, atención, en un carretillo. A sus paisanos, seguramente, se les ponían los ojos redondos del pasmo. Un carretillo lleno de dinero. Y eso era sólo lo menudo! Cuando mi abuelo me lo cuenta, se ríe a carcajadas y menea la cabeza. "Ay, Dios mío... Quién vería a ese infeliz, peleándose con el carretillo, vestido de ricachón y sudando a la solana... Y tan convencido estaría de ser la envidia de todos. Las familias ricas de allí se debían morir de la risa, ay, Señor..."

No había vuelto para quedarse, desde luego. Había vuelto para demostrar su triunfo y para reclamar a la novia de toda la vida. La novia, una aldeanita campesina, como había sido él, debió quedarse de piedra. Imagino que ella (y la familia en pleno) dieron gracias al cielo por semejante golpe de suerte. Aquello ya no era casarse con un chico honrado y trabajador, de buena familia, de los de aquí de toda la vida, y compartir una existencia de espinazos doblados, lutos, hambre, resignación e hijos llenos de mugre. Qué va. Era el chico honrado y trabajador, y podrido de dinero, y un palacio, y tierras, y criados, y vestidos, y sombreros, y encajes de Holanda. Era lo que ninguna madre de Logrezana, ni de Carreño entero se había atrevido a soñar para cualquiera de sus hijas.

Hubo boda, naturalmente. Buena boda y con mucho gasto, mucho traperío y buenas tripadas. Y allá que se embarcaron los recién casados, camino al paraíso. Durante el viaje, el hermano de Ramón le hizo a su mujer una curiosa advertencia: "No comas ni bebas nada que te den allí si no estoy yo delante". Seguramente, la pobre chica no entendía nada. Pero, en realidad, qué importaba? Cosas de hombres. Se obedece sin hacer preguntas. Quizá la pobre criatura no era tan obediente al fin y al cabo. O puede que pesara más la gula, la curiosidad, o tal vez un mero descuido. El caso es que murió a los pocos días de pisar Puerto Rico, apenas estrenada su nueva vida, su palacio, sus vestidos de rica y sus encajes.

La versión oficial hablaba de unas fiebres. Pero en Logrezana y en todo Carreño se murmuró durante años. Y la historia que llegó hasta mí fue otra muy distinta. Lo que las mujeres contaban en la cocina, en voz baja y desgranando arvejos, y los hombres comentaban en los bares, era que el hermano de Ramón "tenía una negra". Y que la negra, soliviantada con la llegada de la usurpadora, de la esposa blanca, celosa y mala como son las negras, alguna magia del diablo le haría, o vete a saber si la envenenó con algún bebedizo. Brujerías africanas. Seguro. Pues menudas son, las negras.

Pobre chiquilla. Ni siquiera tuvo tiempo a disfrutar de su vida de lujos, de su inesperada fortuna. Su marido, el hermano de Ramón, ya no volvió a Asturias. Vivió unos cuantos años más y fue de vital importancia para Logrezana. En primer lugar porque dio a sus paisanos tema de conversación y entretenimiento para varias generaciones. Y en segundo lugar, porque tuvo la delicadeza de morirse pronto y sin hijos (al menos legítimos) dejando a sus hermanos una herencia apabullante. Ramón, el abuelo de mi abuelo, se vio por aquel entonces con 350.000 pesetas, una cifra que, me imagino, debió darle mareos. Se compró una hacienda de 100 días de bueyes que repartió entre sus hijos, y construyó una casa para cada uno de ellos (con sus cuadras, sus hórreos y paneras, su ganado y demás) Ahí siguen esas casas y esas tierras, habitadas ahora por la cuarta y la quinta generación. Y el panteón de mi familia, en el cementerio en el que yo jugaba de niña. Y todo gracias a un pobre campesino que se embarcó con las manos en los bolsillos y tuvo la suerte de hacer dinero. Y a la memoria de mi abuelo Víctor, que me lo cuenta muchas veces para que la historia, tantas historias, no se perdiera.

domingo, 10 de febrero de 2008

Secuelas

Son curiosos los efectos secundarios del desamor. Cada cual, como es obvio, lo vive a su manera. Mis lutos siguen unas pautas absolutamente reconocibles.

Primero un dolor sordo que llega a ser físico. Durante esta fase no logro pensar, la mente se nubla y no hay nada más allá de ese dolor.

Luego llega el momento de esconderse. La vulnerabilidad es algo que me hace sentir vergüenza. No soporto que la gente me vea débil, incompleta o necesitada. No quiero hablar de ello, no quiero muestras de afecto, no quiero palabras de consuelo. Nada de eso sirve durante el luto, todos sabemos que pasará, que nadie se muere de esto, así que, para que repetirlo? No quiero compañía ni que nadie se esfuerce en hacerme reír. Es mi luto y mi pena, y prefiero pasarlo sola. Llorar si me apetece sin incomodar a nadie o ponerme a canturrear mientras me pinto los ojos porque me dio la gana sin que nadie se atornille la sien. En estado normal ya resulto bastante ciclotímica, así que no os podéis ni imaginar a qué extremos llego cuando el dolor golpea. Me dejo llevar por las fases porque son las mías y las entiendo, pero mientras van pasando no me apetece explicarlas.
Poco después necesito a alguien. Una persona, sólo una. Si son más de una, nunca al mismo tiempo. Alguien con la suficiente paciencia, porque es la fase de revivir toda la historia, de hacerse preguntas, de pensar qué pudo salir mal. La fase de los por qués. La fase en la que se alternan los ataques de risa con los de llanto, la ira con la justificación del otro. Y contarlo en voz alta una y otra vez, recordando todo lo que fue hermoso, todo lo que perdí. La fase de la nostalgia. De echar de menos tantas y tantas cosas, algunas tan nimias... pero te faltan y es como si te hubieran arrancado la mitad de tu ser.

De la mano de esa bendita persona llego a la fase positiva. Ahí tomo las decisiones, me hago los buenos propósitos y hasta logro ver cuánto aprendí y en qué salí ganando (si es que hubo algo). Si no gané nada, al menos consigo en este momento empezar a lamerme las heridas y convencerme de que no, esta vez tampoco será el fin de todo. Y ya hay más risas que llantos, más ironía, más fuerza.

Es entonces cuando llega la calma, la indiferencia. Una fase en la que todo empieza a dar igual. El cerebro está cansado de revivir la historia y, simplemente, apaga la luz. Lo quiera yo o no. Es una fase tranquila y sana. Pero también es el momento de la misantropía. Ya no me escondo por miedo a mostrar mis heridas, sino porque no soporto a nadie. Necesito silencio, no pensar, no sentir, no ser. Quizá sea una fase de absoluto egoísmo, quién sabe. No me interesa lo que pasa, lo que cuentan los demás, no hay nada que me motive lo suficiente, que me ilusione, que me impresione. Nada. Se trata de una soledad buscada y necesaria. No quiero responder al "cómo estás?" No quiero charlar. No quiero divertirme, ni bailar, ni conocer gente. Todo me parece superficial, estúpido, aburrido y sin sentido alguno. No quiero nada y me molesta sobremanera que me ofrezcan cosas, que intenten entretenerme. No lo necesito, porque ni siento ni padezco. Es una fase autista. Y como todo autista, reacciono ante el contacto. Me pone de mal humor si me hablan, si me llaman, si me preguntan, si me proponen planes. No es culpa suya, lógicamente. Es un estado parecido al de "recién levantada". Mi mente no funciona, está apagada. Y, además, es la mente de un autista. Cualquier sonido, cualquier acercamiento, todo lo percibo como una agresión. De nuevo es algo casi físico. Son muy pocas las personas a las que tolero en esta fase tan llena de púas y burbujas de cristal. Muy pocas.

Luego vendrá la fase de la actividad. Sentiré la necesidad irrefrenable de hablar, salir, ver a todo el mundo, pasarlo bien, hacer mil cosas. Y después, por fin, la normalidad, el equilibrio. Pero creo que aún falta un poco para esa última fase del luto. No importa, no tengo prisa. Cada cual conoce sus ritmos y sólo yo sé cómo van cambiando mis estaciones.

viernes, 8 de febrero de 2008

Lo intolerable

El Ñeru parece tranquilo, pero la tormenta se huele bajo la superficie. Asisto, desolada, a la triste realidad. Ya hay compañeros quemados, al límite de sus nervios. Y ni siquiera llevamos un mes. Madrid me da las gracias porque le muestro mi apoyo en la reunión. Que a alguien con esa fuerza le tiemble la voz al contarnos el abuso que está soportando, me desmonta por completo. Madrid no es mi preferida, ni mucho menos. Es un carácter fuerte y seco, quizá parecido al mío. Tal vez por eso aún la miro con ojos cuadrados. O la miraba. No se me ha olvidado la tarde que pasamos juntas entre edredones, la tarde en la que (como hiciera Rastas aquella vez, con su dulzura y su caricia, dejándome sin palabras por lo inesperado), ella me espetó sin rodeos: "Tienes la mirada triste. Qué ha pasado con el del accidente?". Al ver el esfuerzo que yo hacía por sonreír, no dudó en añadir: "mándame al carajo, no te cortes". Me ganó con eso. Sigue sorprendiéndome la gente tan directa, tan invasiva. La gente que se salta las fronteras con tanta naturalidad. No es bueno ni malo, es nuevo para mí. Pero esa gente, esa que, de entrada, me pone en guardia, termina por ganarme incondicionalmente cuando demuestran que es sincero interés. Son de esos que preguntan cómo estás y escuchan la respuesta. Y la escuchan con los ojos.
Madrid me conquistó esa tarde porque preguntó sin disimulos y se quedó para escuchar la respuesta. Aunque resultara larga y tediosa, aunque, en realidad, quizá se preguntaba "a mí qué demonios me importa todo esto?" Pero escuchó. Y, cuando terminé de contarle la historia, se limitó a decir: "Eres una tía de puta madre. No sufras". Y lo dijo con esa franqueza absoluta, con ese amor casi bestia, mitad madrileño mitad astur. Por eso me ganó y por eso me obligué a no ser excesivamente tiquismiquis son su crudeza, con esa manera serrana de largarte las cosas, te guste o no te guste, con ese modo de hablar tan de la capi. Me conozco bien y sé lo que pasa cuando le pongo la cruz a alguien. Por desgracia, casi nunca me equivoco. Pero me encanta equivocarme. Me encanta poder decirme a mí misma con vocecita sarcástica: "si te empeñas en que te caiga mal, te caerá mal. No juzgues. No seas osada. Cállate y espera".
Tuvimos la reunión y vi temblar a Madrid, vi sus ojos llenos de agua, de rabia y de cansancio, y la impotencia de que nadie se tomara su dolor muy en serio. Es lo normal, así es nuestro trabajo. Pues no, joder. No. Una cosa es que tengamos muy claro que Consejería nos va a joder, que siempre habrá recortes y pegas, que seremos el recurso para acoger a los casos perdidos que nadie quiere, que nos darán largas, que harán de nuestra unidad de paso un baúl sin fondo lleno de expedientes paralizados que nadie tendrá prisa en remover. Una cosa es que sepamos que tendremos que soportar los errores del sistema, el sistemático lavado de manos, los comentarios racistas de la policía y la gente del barrio, las arbitrariedades de Fiscalía de Menores, de los jueces, el politiqueo asqueroso de los que vienen a hacerse la foto con el morito caritativamente enmendado. Y que, además (y eso es lo único que importa) sabemos que tendremos que lidiar con ese morito y con todos los demás, con sus miedos, sus historias, su pasado, su frustración, su mala leche, su adicción al disolvente, con sus delitos y sus mentiras, sus motines, sus cabreos antológicos, sus fugas, con esa frase mil veces repetida que suena a algo así como "tapum dima" y que sabemos perfectamente lo que significa (nada que suelten con tal frecuencia puede ser bueno) Sabemos que ese es el pan nuestro de cada día. Pero no, nadie tiene por qué soportar que le levanten la mano, que se le encaren y le mascullen groserías (lo mismo me da que no se entiendan, las frases amables no se escupen así), que, fingiendo "un juego inocente" le apoyen unas tijeras en la sien mientras le susurran "qué te pasa? Estás nerviosa?" Nadie tiene por qué tolerar esas miradas de desprecio y autosuficiencia, esas risitas de superioridad. Ningún niñato (español, marroquí o filipino) le va a faltar al respeto a un compañero mío y no voy a consentir que se vuelva "normal" por pura repetición.
Sí, es nuestro trabajo, y la gente se traga esas cosas porque teme parecer un fracaso. Y no es justo. Sabemos que lo que estamos dando a estos chavales no es más que lo que merecen, es su derecho, necesitan una vida mejor y se limitan a buscarla. Sólo estamos para ayudarles en lo que sea, para asegurarnos de que tienen un techo, comida, asistencia médica, que se les brindan herramientas para aprender, para ser independientes. Es una cuestión de mera justicia. Pero el hecho de que así sea no implica que puedan exigir las cosas con tal desfachatez, ni que tengan el menor motivo para quejarse de su suerte actual (dudo que estuvieran mejor en la calle, o en los muelles de Tánger esnifando pegamento para matar el hambre), y mucho menos les da derecho a pagar sus frustraciones, las mentiras de las mafias, las falsas promesas de una Europa que los recibirá dando palmas, el sueño de las series españolas en las que cualquier camarero vive en un chalet, apuntándonos con un cuchillo o con sus miraditas torcidas. Porque saben dónde está la puerta y cómo es el mundo detrás de ella, con cuánta generosidad y buen rollo les trata, cómo les mastica despacito antes de tragárselos. Y cuando te encaras con ellos y los pones delante del espejo, aflora el miedo y la nostalgia de su mundo y de su gente, y la rabia de no estar siendo tan adultos como esperaban, de no saber cómo conseguir lo que anhelaban desde la otra orilla, eso que, de tan grande que era, les impulsó a jugarse la vida con menos de 15 años.
Sabemos todo eso, y es una pena, es una putada enorme. Y entendemos que estén enfadados, que no entiendan nada, que desconfíen de todo el mundo. Pero es la vida, campeones. No era demasiado justa en Tánger, en la tierra que te vio nacer y que se supone que es la tuya, así que no esperes que aquí sea más fácil. Porque mi tierra no siempre es justa conmigo, y no lo va a ser contigo. Pero no soy yo quien decide eso, créeme. Y ni yo, ni el Rubio, ni Rastas, ni Madrid tenemos la culpa de que todo sea una mierda. Pero caemos en la condescendencia. Los disculpamos por su dolor. Y son nuestros compañeros marroquíes los que nos sacan del error. Comprededlo, sí, nos piden. Pero no lo justifiquéis. Porque no lo haríais con adolescentes españoles, por duras que hubieran sido sus vidas. Es trágico lo que han sufrido estos chicos, cierto. Pero ellos saben que nada se va a solucionar insultando a un educador o amenazándole con unas tijeras. Y, además, así no es como les educan en su país. En su país, y nadie sabe eso mejor que ellos, es imperdonable faltarle al respeto a cualquiera que tenga más edad que uno mismo. Así que no lo toleréis. Porque ellos saben que hacen mal.
Estamos empezando y queremos que funcione. Los primeros fracasos son los más amargos. Tendemos a culparnos, a suavizarlo todo, a no querer ver. Tenemos claro que las cosas suelen funcionar con el sencillo método del premio y el castigo. Y quizá nos pasamos con los premios. No se puede castigar en exceso al Chiqui por sus desmanes con Madrid. Oh, no, no sería justo. Hay que premiarle, para que vea que valoramos su cambio. Recordad que la semana pasada provocó una bronca que terminó casi a cuchilladas. Vaya, perfecto. Así que no vamos a castigarle por acosar a una educadora. Vamos a darle un premio por no acuchillarla. Pues lo siento, pero Boabdil tiene razón. Saben muy bien cómo deben comportarse. Deberíamos premiarles por obrar bien y no por no obrar "demasiado mal". Lo digo en la reunión y sé que no gusta demasiado. No quieren castigar, no quieren ser los malos. Pero yo sé la rabia ciega y sorda que me salía por los poros cuando se me encaró Canijo (jodido malcriado, pero cómo te atreves? Cómo te atreves a sugerirme que limpie yo tu pocilga de habitación, una habitación que se te ha dado, junto con la ropa, la comida, las clases de español, los talleres, los juguetes, la puta play station, la seguridad, el apoyo, la tutela y los papeles, todo lo que viniste a buscar, pidiéndote únicamente a cambio que colabores un poco, y que colabores para construir tu vida aquí, pedazo de estúpido, tu vida, tus logros, tu propio futuro? Que todo esto no es para mí, ni para la jefa, ni para los cabrones de Consejería que vienen a posar. Es para ti!!) Me resulta muy fácil saber qué sentiría ante el machaque sistemático de uno de esos pequeños tapum dima (o como cuernos se diga).
Y es que hay más. Es que el Ermitaño nos cuenta en voz baja, temeroso y profundamente indignado, que Canijo se dedica a hacerle tocamientos a la profesora de castellano. Que los demás le ríen la gracia. Y que la chica está triste y acobardada. Y ya debe estarlo, porque no ha dicho nada. Si todo esto es menos importante que distribuir las pagas y decidir si pueden salir el sábado, entonces yo no entiendo mi trabajo. Pero sí entiendo los resoplidos de Alicante, las caras de extenuación de Galicia y Ricitos, las críticas tercas de Boabdil, las jaquecas de Abderramán, la palidez de Pelirroja (la profe de castellano) y el temblor en la voz de Madrid. Lo entiendo perfectamente.
Me sentí cohibida hasta el extremo cuando, ayer por la noche, Madrid vino a la sala de educadores y me dio las gracias por mi apoyo en la reunión y por ofrecerme a escribirle un taller sobre los carnavales. Para eso estamos, tía. Somos un equipo. Si te joden a ti, me joden a mí. Y no pienso callarme. Y por el taller no te agobies. Si fuera de mates, ya me podías ir olvidando. Pero teclear cuatro chorradas sobre el origen carnavalero me va a llevar media hora (tres cuatros sumando mi lucha con la impresora) y me ahorra el esfuerzo de jugar con estos cafres al parchís. Cómo tiene que estar una persona de cansada para mostrar tal gratitud por una tontería así. Por un "estoy de acuerdo con ella" y tres folios miserables. Descansa, tía. Achucha un rato a tu hombre y duerme. Olvídate de las fieras hasta mañana. Que no estás sola en esto, te lo digo yo. Te dejo la programación del taller en tu taquilla (y no perdí la ocasión de escribirle un mensaje cariñoso, de esos que a la cara no digo ni muerta) Y ya verás cómo no pueden con nosotros. Los putos enanos estos. Me deseó un turno tranquilo y se fue sonriendo.
Qué coño saben en Consejería lo que es pelear? Qué coño saben esa banda de enchufados, mercachifles y ladrones con cargo, con sus aficiliaciones políticas y sus guerras de poder, cuando se les llena la boca de progreso, justicia social, integración y mundos mejores? Qué coño saben ellos, que vienen cinco minutos para hacerse la foto y palmearles la cabecita a los moritos entrañables? Qué les importa nada mientras van a sus cenas de etiqueta y nos meten tijera jodiéndonos el sueldo tras mes y medio de contrato? Cómo se nota que esa panda de hijos de puta nunca ha tenido esas tijeras en la sien.

jueves, 7 de febrero de 2008

Cuando fui Penélope


Por el Ángel que soñé se giraron los planetas.
Cuando me miró pensé: “aquí me voy a morir, aquí empieza todo, ahora, y acaba donde esté ella”.

Me miró una sola vez y me trajo la tormenta.
Así me quemó la piel y me declaró la guerra. No hay nada, sólo su boca, y sus ojos, y su hoguera.

Mi Ángel es de cristal, de luna, sal y marea.
Es carne y luz, y es mi voz. Y el deseo de tenerla. Ceniza y fuego. Y saber la muerte que hay en la espera.

La magia que me atrapó tejió la misma cadena.
Me alejo, huyo, me voy, empeñado en no romperla. Mi Ángel, que me encontró, siempre es mía y siempre es ella.


Nadie lo había leído nunca. Me lo escribió mi Príncipe, Momo, antes de irse por el mundo. Son días de cierta nostalgia y me he atrevido a recordarlo, a compartirlo. Porque acabo de entender que fue mi segundo Ulises. Y, aunque nunca volvió, éste siempre está conmigo.

miércoles, 6 de febrero de 2008

Me invade la calma


Y ya tiene mérito la cosa en semajente momento. El curro es un no parar. Cada día es distinto y nunca tienes nada ganado. Además, el palo con Consejería, el convenio, el recorte de sueldos. Nada más empezar. Lo cierto es que somos unos jabatos. Con todo y con eso, ahí estamos. Dejándonos el cuero y con la ilusión intacta pese a la incertidumbre. Bravo por nosotros, qué demonios.

Para más inri, el culebrón. Parece que las cosas se calman, y doy gracias a los Valar. Pero ay, señores, una chiquillada tras otra. No decimos todos que a los rumores no hay que prestarles oídos? Que no llevan a ninguna parte? No sabemos todos que, al final, nadie ha visto nada, nadie ha dicho nada y la culpa se quedó para vestir santos? Entonces, a qué seguir? Me tapo los oídos y canto La Internacional. Pero siguen llegando. No quiero saberlo. Me da igual. Me tiene sin cuidado qué dicen, qué piensan, qué inventan. Me resbala a quién me tiro, cómo retuerzo, qué dije, con quién conspiré y qué aviesas intenciones les demuestro en sus pequeñas mentes. Me la suda, incluso, quién me criticó, quién me señaló, quién fue el malvado que dijo qué. Dejadlo ya, criaturas. Son otras cosas las que hay que arreglar. Trabajemos en eso. El resto es humo, es nada, son chiquilladas. Por qué tomarlo a pecho? Por qué, suponiendo que sea cierto que dicen, que cuentan, que inventan, hay que darle importancia? No lo merece. Ni ellos tampoco. Por qué demostrar que molestan? Es tan fácil ignorarles... yo, de hecho, les ignoro tanto que no sé quiénes son. No sé si quiera si son! Ni me importa. Por qué, encima, les damos el gusto de hacer un drama de todo esto? No es un drama, es una telenovela barata y cutre. Me considero demasiado inteligente como para perder el tiempo siguiéndola. Pero cuando se empeñan en contarme el último capítulo, qué hago? Me desternillo. Y aconsejo a quienes ven semejante esperpento que cambien de canal. Tan fácil como eso. (Por cierto, Hereje, te dije o no te dije que ciertos buitres aparecerían al olor de los cadáveres? No suelo equivocarme con la gente. Sobre todo con cierto tipo de gente. Es un hecho. Las mates se me dan de pena. Reconocer la mala baba, se me da de lujo. Tengo poderes. A que cada vez lo dudas menos?? Primorosa, menuda ayuda la tuya. Para echar más fango al fango... qué guapa que estabas callada. Pero se ve que tenías demasiadas ganas, esperando quietecita en tu cueva, a tener ocasión de saltar. Lo dicho, toda una contribución por tu parte. Enhorabuena!)

Malas fechas. Eso también hay que tenerlo en cuenta. Recuerdos. Heridas viejas que sangran un poquito y heridas nuevas que aún queman. Y las dudas sobre los resultados. Sobre si sonará el teléfono y me dirán: "ya no hay duda. Es algo malo". Y, con todo y con eso, nada. Cero. La calma total. Estoy bien. Es como si lo viera desde fuera. No me afecta. Podría sumar todo eso y agarrarme un berrinche. Qué racha, por favor. No es justo! Me enfado con el mundo! No me apetece. La verdad. Ni siquiera lo veo como un mérito mío. Oh, qué ejemplo de entereza. Venga ya. Me da hasta pereza estar triste. Me da pereza indignarme, tener miedo, desconfiar, sufrir, ponerme nostálgica. Hasta echarte de menos (sí, a ti, idiota) me da pereza. Me acuerdo de ti cada vez menos. Y, cuando lo hago, cuando te me cuelas dentro sin avisar, sonrío. De nuevo la calma.

Pasó lo peor y es una gozada sentirse así. Ya sé, no estoy curada. Si te viera, aún temblaría. Seguro. No se ha acabado, pero empieza a terminar. Y eso me tranquiliza. Sigo andando, pero ya queda menos. Quizá aun tropiece. Cuento con ello, por las dudas. Tampoco eso me inquieta. Pero ahora mismo, silencio, paz, casi indiferencia. Es sano, es bueno. Toca disfrutarlo. Si me paro a pensarlo, sé que aún me encantas. Por eso no me paro. Y, en esta bendita fase, puedo hacerlo. Ya puedo decidir no pensar. Adoro esta fase de "nada". Todo resulta mucho más fácil. Ya no me enciendes, Bichito. No como antes. Y eso es bueno. Así podré estar como los dos queremos estar. Al final era cierto. No se trata de mantener la puerta cerrada tirando con todas tus fuerzas. Se trata de convercerte de que no hay puerta. Y se está borrando. Cada vez más. No es genial? Brindemos.