viernes, 29 de junio de 2007

Cuando empecé a ser Lenka


Había un chico guapo. Puntualizo, Momo, porque generalmente a mí no me gustan los guapos. Sí, me gusta mirarlos, pero no suelen ponerme la cabeza del revés. Pero éste, sí. Éste apareció un día en el patio del instituto (él ni siquiera estudiaba ya) con una guitarra. Y, apoyado contra un muro y en compañía de otro aún más guapo, empezó a cantar a Silvio. A muchos metros de distancia, yo intentaba meterme a Kant en la cabeza. Pero claro, no era fácil. Tenía la cabeza llena de Gotas de Rocío. Después llegó el tercero, que nunca me pareció guapo, pero que era la leyenda indiscutible de aquellos lares. Digamos que, a pleno sol, disfruté de la exclusiva del trío ganador. El chico guapo me hizo un gesto para que me acercara y yo, tan resuelta otras veces, sentí los nervios adolescentes de "aquella que ha sido mirada por las leyendas vivas". Mientras caminaba, fingiendo soltura, hacia mi fatal destino, procuré pensar en algo ingenioso que decir. Finalmente sólo ésto salió de mi boca:

- Cualquiera estudia filosofía con vosotros tres aquí...

En fin, Momo. Dieciséis años. ¿Qué esperabas?
El chico guapo sonrió (y todo era sol, y pajaritos, y mariposas de colores y toneladas de almíbar) y dijo:

- También puedes estudiar más cerca.

Sencillo y eficaz. No estudié, evidentemente. Ni fui a la primera clase. Me quedé con ellos, canté con ellos, reí con ellos y ya no hubo más chicos en el mundo que el chico guapo. Fui a la segunda clase, pero sólo por el maligno placer de contar a mis compañeras mi aventura. Les conocía. Oficialmente. A los tres. Había conocido a Alejandro (gritos de emoción, aunque a mí me daba lo mismo), a Dani (más gritos de emoción, y esto sí que lo entendí) y a Marcos (no recuerdo si hubo gritos, pero yo saltaba y era suficiente)

Y entonces, Momo, entré en la élite. Lo que significaba que, cuando me veían, me saludaban. A veces, incluso, me hacían un guiño. En el instituto había una pandilla absurda de nefastos estudiantes metidos en política. Algunos, de hecho, es que ya no eran ni estudiantes. No importaba. Cantaban a Silvio, discutían, iban a las manifestaciones y resultaban mucho más interesantes que los demás. Ahora miro atrás y distingo perfectamente el grano de la paja. Mucho listo que se aprendió de memoria cuatro frases rimbombantes. Mucho revolucionario con boina del Che frotándose las manos ante tanta florecita boquiabierta y suspirosa. Pero fue divertido. Prescindo de intentar explicarte la organización sentimental de aquel club. Sería imposible. Todos estaban con todas y viceversa. Reinaba la anarquía (bonita paradoja!) Nunca supe de celos ni de peleas. Bastante tenía ya con escucharles, aprender de ellos (porque incluso de los Panfletos Andantes aprendí algo, no digamos de los honestos) y pelear con mi madre, aterrada ante esas nuevas amistades mías, de aspecto zarrapastroso. Yo la comprendo, Momo. Había chicos de 22 años! Algunos vivían solos! Habían dejado de estudiar! Horror!

Como de costumbre, conté con mi padre para todo eso. Me alcahuetó docenas de veces para escaparme, para ir a las manifas, para quedarme a dormir con ellos en aquel piso de Cimata que parecía el camerino de los Hermanos Marx, donde la gente charlaba, fumaba, cantaba, bebía y se enrrollaba por doquier. Fueron tiempos divertidos. Y fui una Santa. Miraba, escuchaba, aprendía y me moría de risa. Y seguí estudiando, y fui a la universidad, y no me eché a perder, mamá. Y aún conservo a alguno de aquellos amigos. Y adoras a alguno de ellos (aunque quién osaría no adorar a Guaja?)

El caso es que, por entonces, el Príncipe me dejó viuda. Y, lo curioso del asunto, es que Marcos se le parecía más de lo que te puedas imaginar, querida Momo. Al menos físicamente. Y por Silvio. Así que hubo besos. Lo malo es que yo tenía un Escudero fiel, que resultó ser más fiel de lo esperado. El mejor amigo, el hermano. Ese chico del que jamás se sospecha que te quiere, mucho menos que es mentalmente inestable y un manipulador de primer orden! Y Marcos, para terminar de complicar las cosas, tenía a su propia Damisela. Y ella estaba aún peor de la azotea. Sería muy largo y aburrido relatar la serie de conspiraciones que urdieron aquellos dos, cada uno por su lado y, sospecho, uniendo sus maquiavélicas mentes. Y yo era una estúpida confiada. Y Marcos no era mucho más listo. Y, como suele ocurrir, todo acabó antes de haber empezado.

Años después, no sé cómo, volvimos a hablarnos, a sonreír e incluso a cantar a Silvio. Pero ya no era lo mismo. Y, de repente, se organizó una fiesta y él apareció. Y esa noche, se quedó. No sé si él también sentía que debía sacarse la espinita, como me pasaba a mí. A lo mejor fue el ron, sin más. El caso es que tuvimos nuestra noche y pude cerrar ese capítulo. Cuando supe que, de todas las adolescentes de mirada lánguida, había sido Guaja la única capaz de conquistarle, sólo pude reír y dedicarle un brindis mental. Guaja, claro, quién si no? Pero no me alegré por ella, sino por él. Porque se las había arreglado para pescar a la mejor de todas. Al final no era tan tonto como yo pensaba! Y bueno, como suele pasar en esas infumables comedias románticas, yo tuve mis diez años de vino, rosas y espinas con su amigo. Y Guaja y Marcos tuvieron lo propio. Y ahora que ni ellos están juntos, ni nosotros, ahora que ella y yo somos aún más amigas, y lo recordamos, y ellos entran y salen de nuestra vida (más el mío que el suyo, aunque el suyo tiene cada aparición estelar como para morirse de risa), ahora que cada uno de los cuatro sigue su propio camino, aunque nos tropecemos todos todavía, le recuerdo como mi gran amor del instituto. Que no fue tal, por supuesto, pero lo fue para mí. Hace demasiados años que no me brinca el corazón cuando le veo. Pero todavía sonrío, y me gusta ver que él sonríe también. Que aquellas tragedias se quedaron en nada. Nunca tuvimos una charla sobre lo que pasó, y durante mucho tiempo me lamenté de eso. Ahora no me importa, porque ya no hace falta. Es suficiente con entrar en el café, pedirle un mediano a Guaja y decirle:

- Acabo de ver a tu ex. Cada día está más bueno.

Y que ella ponga los ojos en blanco y me cuente la última batallita. Ahora nos reímos, Momo, y es suficiente. Mis amigos empezaron a llamarme Lenka en el instituto. Nunca sentí ese nombre como mío. Pero él lo dijo una vez. Y desde entonces, es mi nombre.

Cosas de Plutarco

"Hay maridos tan injustos que exigen de sus mujeres una fidelidad que ellos mismos violan, se parecen a los generales que huyen cobardemente del enemigo, quienes sin embargo, quieren que sus soldados sostengan el puesto con valor".
Lo dijo Plutarco, y yo ni me enteré. Obvio que cabría un "Hay mujeres tan injustas..." Es lo que tiene la igualdad. Que ahora hacemos lo mismo que ellos. Corrijo: que ahora podemos hacer lo mismo que ellos sin escondernos como antes. Aunque, realmente, en esto de la infidelidad da exactamente igual quien la practique y quien la sufra. Lo llamativo suele ser que rara vez la cosa se compensa. Un infiel no da con una infiel. El más veleta suele ser el más celoso e intransigente con los deslices de su contrario. Es curioso...

jueves, 28 de junio de 2007

Deseada



Dicen que tenía los ojos grises, como de tormenta, la piel de alabastro y cabello de fuego. Al padre, empeñado en tener un varón, se le enterneció el alma nada más verla. Decidió que se llamaría Deseada, a pesar de la oposición de su mujer. Creció como una niña solitaria, pues su asombrosa belleza asustaba a los otros chiquillos. No era del todo humana. Paseaba sin miedo por el bosque, y hasta cuentan que los lobos acudían dóciles a su llamada. Los ancianos se santiguaban a su paso, convencidos de que era una bruja.
- Ojalá Dios la hubiera hecho más fea – se lamentaba su madre -. Tanta belleza es un castigo. Será desgraciada, hechizará a los hombres y llenará de odio a las mujeres. Nos traerá la sangre y la desdicha...

Deseada tenía 14 años cuando llegó el forastero. Su nombre, fuera el que fuese, se perdió en el olvido con la promesa de no ser nunca más pronunciado. Era guapo y arrogante. Prometió a los aldeanos acabar con los lobos aquel invierno crudo que todos recordarían con pavor. Tras la masacre, los hombres bebieron, las mujeres bailaron y Deseada lloró amargamente el exterminio de las nobles bestias. El forastero, en plena borrachera, arregló con el cacique una futura boda, prometiéndole desposar a su única hija, Casta, una joven de pocos encantos, pero venerada por ser la más devota del lugar, y también el mejor partido. El noviazgo duró cuatro meses y no faltaron los rumores. Todos sabían que el forastero acudía cada noche a la ventana de Deseada, sin haber logrado nunca que ella aceptara sus favores. La joven le miraba con rencor desde la brutal cacería. Tres días antes de la boda, empezaron los festejos. En la confusión del baile, al que Deseada se negó a asistir, el novio desapareció varias horas, regresando al amanecer con un extraño brillo en los ojos. Se celebró el casamiento, y Deseada permaneció en la cama, víctima de la fiebre. La noche de bodas, Casta discutió con su marido. Los vecinos pegaron el oído a los muros pero no lograron adivinar la causa. Nadie vio salir al forastero. Por la mañana, descubrieron a la novia vagando por los patios, desmelenada, gritando, en camisa de dormir, perdido el juicio sin remedio. Deseada fue encontrada por sus padres degollada en su propio lecho. Nunca más se supo del forastero.

Cien años más tarde, las obras de remodelación del viejo cementerio desvelaron un secreto insólito. Un hombre yacía en la tumba de una adolescente. El cuerpo, incorrupto a pesar del tiempo, sujetaba sobre el pecho una escopeta de caza. Deseada era el nombre que rezaba la lápida. Los obreros juran haber visto pasear por los alrededores a una joven de pelo rojo. Iba escoltada por lobos y llevaba a un recién nacido entre sus brazos.

martes, 26 de junio de 2007

El Rey de Espadas


El otro día mi primera paciente me echó las cartas. Fue de lo más divertido. Me habló de dos hombres que conozco, los dos cercanos a mí, describiéndolos físicamente a la perfección y contándome con detalle cómo es mi relación con cada uno. Reconozco que me moría de risa ante su cara de pasmo mientras me narraba los avatares de aquel triángulo surrealista. La mujer sufría y se tiraba de los pelos. Yo la tranquilizaba, asegurándole que ya sabía todo aquello, que estaba todo más que asumido, que no se preocupara. De uno me dijo: "no es para ti". Del otro: "no eres para él". Nada nuevo. Pero luego me contó algo que me sorprendió. Un giro de tuerca con el más inverosímil de los dos. Le expliqué que no era posible. Me aseguró que ocurriría y me previno: "te hará daño. Saldrá mal" (Con eso ya contamos, verdad Rita?? Siempre nos sale mal!! Si nos saliera bien, no seríamos nosotras. Y no tendríamos nada que contarle a Momo...)


El caso es que yo no me creo nada de todo esto, y sin embargo me encanta. Siempre me ha gustado el lado misterioso de la vida, jugar a ver el futuro, perseguir fantasmas, imaginar vidas pasadas, confiar en que la luz de una vela puede alejar la tristeza. Es hermoso, es otro tipo de fe. Una más. Hay tantas... Desde niña he paseado con mi baraja encima, jugando a adivinar el futuro de los demás y el mío propio. Sólo es eso, un juego. Un entretenimiento divertido que en ningún caso debe tomarse en serio. A veces me sorprende la manera en que algunas personas (a veces incluso yo misma) son capaces de ver cosas en unos naipes. No sé si hay cerebros más observadores que otros o si existe en realidad una sensibilidad especial. Tampoco me importa. Cuando no ocurre nada de lo vaticinado, me río pensando que es un juego. Cuando ocurre, hago lo mismo. Pienso que ha sido el azar, la labia de la cartomante, pura casualidad.


Es cierto que conozco a algunas personas (quizá sólo dos) capaces de adelantarse a los sucesos de manera inexplicable. Sucesos que muchas veces no tienen nada que ver con ellas, absolutamente lejanos en la distancia, ajenos a sus vidas por completo. Asumo que poseen esa cualidad como asumo que otros saben pintar. No le doy más vueltas. En mi caso, todo son "pequeñas magias". Y qué si le digo a una amiga que ha vuelto a ver a un chico al que quiso? No es ninguna hazaña. Quizá me lo dice el brillo de sus ojos. Quizá es que mi cerebro es mucho menos miope que yo. Siempre me he considerado intuitiva, que es una forma poética de decir "observadora". Soy de esa clase de personas que dice: "algo malo va a pasar entre estos dos". Y ocurre. Qué clase de señales capta mi cabecita sin que yo sea consciente? Pequeños fragmentos que se quedan ahí, archivados sin orden ni concierto. No es que vea el futuro. Es que a veces veo más presente que otros. Y deduzco lo que vendrá a continuación. No tengo un don sobrenatural, sólo interpreto bien las señales.


Lo que me contó esta mujer me sorprendió, lo admito. Por lo bien que encajaba todo. Incluso los pequeños detalles. Pero sigo pensando que se equivocó en algo. El Rey de Espadas no puede hacerme daño. No es eso lo que busca. No busca nada. Y que los Dioses le bendigan por ello, porque eso significa que, al menos, esta vez no saldrá todo tan mal. Estamos a salvo!!

lunes, 25 de junio de 2007

El pérfido San Juan


Rubia, como ves, nadie se muere. Aunque parezca imposible de creer las primeras noches. Saldrás de esta y aprenderás. Ahora no sirve de nada oírlo, pero es cierto.


San Juan está resultando bastante desafortunado últimamente. Espero que a la tercera vaya la vencida y rompamos la maldición. Porque si no, tendremos que fundar un club de despechadas! Qué se habrá creído, el tío imbécil? Será por Santos!!! No desesperes, que él se lo pierde. A partir de ahora le rezaremos a San Judas (que siempre me cayó mejor) y a ELLA. Verás cómo son más de fiar.


Arriba, Rubia. Tenemos un verano por delante. Y, después, toda la vida. Deja que salga el genio de los ancestros: el soldado del ejército austrohúngaro, la mulata, el masón y, mal que te pese, incluso el Republicano! Eres una superviviente, lo llevas en la sangre. Seguirás sorprendiéndote a ti misma. Cada día un poco más.


Podemos con esto. Y con más. La vida es un juego. Allá vamos. Y que Santa Rita Hayworth nos ayude!!

jueves, 21 de junio de 2007

Una mala tarde la tiene cualquiera


Qué va. No era depre. Era la muela del juicio. La última que me quedaba. Ya está, ya me la han sacado. Ya estoy oficialmente tarada. (Que los dioses se apiaden de vosotros)

Ahora todo está bien en el mejor de los mundos (mentira, pero ¿y qué? ¿No os gusta mi nuevo optimismo? Denunciadme) Acabo de decidir que todo lo malo se ha ido con esa muela. Yo también tengo derecho a ser supersticiosa, caramba. Además, será mejor que lo disfrutéis, porque no creo que dure. Seguro que en un par de días volveré a ser la ciclotímica insufrible de siempre, es decir, regresaré a mi estado normal. Así que nada de preocuparse en exceso. Prometo solemnemente no ser feliz así, por las buenas. Sería demasiado fácil. Y claro, ya no me pegaría nada lo de los búhos y el torreón. Perdería mi glamour de ninfa lánguida, y de eso nada. Con lo que me ha costado encontrar un castillo en ruinas con sus fantasmas, sus mazmorras, su laberinto en el jardín, sus árboles retorcidos a lo Tim Burton y su lago sobre el que levitar...

Llevo varios días pensando y está claro que no me sienta bien. Se me ha ocurrido inaugurar nueva sección. ¿Sabéis que escribo? Sí, claro, es lo que estoy haciendo, es lo que leéis. No sé por qué, pero lo leéis (Gracias!) Lo que quiero decir es que también escribo cuentos, historias. Que yo recuerde es algo que hago desde hace veinte años. Pero sólo una persona los ha leído. Y no todos, desde luego. Una mínima parte. Me cuesta un triunfo, me aterra la sola idea de que alguien pueda asomar la cabeza y leer esas cosas. No tiene ningún sentido. Hablo con toda tranquilidad sobre mis penas, mis recuerdos, sobre mi realidad. Y, sin embargo, siento pavor de lo que mi fantasía pueda mostrar. Como si los personajes, los relatos, lo inventado, pudiera revelar más de mí que yo misma. Como si temiera que, envuelto en ficción, pudiera estar hablando de más, desvelando mis secretos, desnudando mi alma. Es una sensación curiosa, un miedo irracional, un pudor que no logro explicarme.

¿Qué haré? Si doy este paso, ¿descubriré que es un alivio, una victoria? ¿Habré matado al dragón? ¿Derrotaré al miedo? ¿O me arrepentiré toda mi vida?

Voy a seguir meditándolo mientras espero a los búhos...

miércoles, 20 de junio de 2007

Chaparrones

De vez en cuando toca un día en el que me siento tan pequeña, tan incapaz, tan insignificante, tan vacía, tan NADA... Resulta demoledor y se me pone un peso encima que apenas me deja respirar. Me agota físicamente, me llena la cabeza de algodón, me oprime el cuerpo entero. Me ahogo. Quisiera llorar en estos días, pero no puedo. Sólo me apetece dormir durante años. No pensar. No sentir. No ser.
Nada tiene sentido, uno se siente como si fuera invisible, como si el resto del mundo fuera una riada que pasa por su lado, ajena a él. Se acumulan los obstáculos, uno sobre otro y no se ve el camino. Es como andar a ciegas y no saber dónde está la salida. Sabes que la hay, tiene que haberla, pero no la encuentras.
Confío en que estas cosas no duran, en que se van igual que vienen. Pero ahora mismo es durísimo y no sé dónde esconderme mientras dura el chaparrón.

lunes, 18 de junio de 2007

Un largo fin de semana

Hay muy pocas cosas más gratificantes que la sonrisa de alguien a quien quieres, que la emoción sincera de una persona que ha logrado llegarte al corazón (incluso esquivando las espinas) Este fin de semana no hubo nada que brillara más que los ojos de nuestra Princesa y resultó un lujo poder verse reflejada en ellos. Me encanta que lo hayas disfrutado a nuestro lado. Y bueno, no ha sido para tanto. Ya he recuperado la audición, Guaja puede caminar de nuevo, la Chini no se desmayó, a Menchín no le explotó la cabeza y Marechek tuvo la delicadeza de no convertirse en paella hasta el último minuto. No puedes quejarte, Princesa. Somos unas jabatas. Ahora sólo nos falta la versión de los chicos y que nos hagan ellos el album (porque yo, me niego!)
Y tú, Marechek, no desesperes. Estaremos ahí para mimarte, cotillear, cubrirte con rodajas de manzana y tirarte de los pelos si te rascas. Ánimo, rubia. Échale cuento, que te cuidamos.

jueves, 14 de junio de 2007

Cuando fui Lolita


Y espero que me perdones el tópico, Momo. Supongo que es la etiqueta más aproximada.


Cenicienta iba todos los veranos de campamento, y en uno de ellos, a los doce años, les conoció. A Rubio, el ángel. A Toni, el dios, el primer desbarajuste de las hormonas, con el pelo negro, los ojos azules, el metro noventa a los dieciséis y los andares de gato, Born to be wild, Dallas Winston en Rebeldes, suspiros de adolescente. A Marisa, un hada cínica y divertida. A Susi, la dulce y eterna novia del Rubio. Y al hermano de Susi. A Dani. Al Príncipe. Era moreno, y flaco, tenía los ojos verdes y siempre sonreía. Los caballeros de la mesa redonda adoptaron a Cenicienta como mascota y le permitieron el honor de jugar con los mayores, de compartir sus secretos. Le parecían fascinantes, libres, adultos, listísimos. Entiéndelo, Momo, sólo tenía doce años. Sentirse parte de ellos era un privilegio.


Cenicienta lloró todo el viaje de vuelta, pero sus padres le concedieron el insólito capricho de veranear en el pueblo de aquellos chicos que le habían sorbido el seso. Conoció a Diego, el mayor, el que ya tenía dieciocho años. También a él hubo que enseñarle documento legal para probar la edad. Abrió mucho los ojos. “Hola, Lolita!”. Cenicienta, claro, no entendió nada. Diego la cuidó como a una hermana pequeña, aunque su programa educativo incluía contarle sus borracheras y hazañas de alcoba. Ella se moría de risa.
A veces salían al tejado, a través de la ventana del desván. Una de esas noches vieron un halo lunar, y a Cenicienta-Lolita le dieron el primer beso. De lo más casto e inocente, debo decir. Fue el Príncipe, y el resto de las vacaciones apenas se atrevió a mirarla. Ella no entendió por qué.


Hubo otro campamento, y los lazos se estrecharon. Y los besos también. Hubo hogueras, confidencias, estrellas y hasta un lobo. Y muchas más lágrimas en la despedida. Y se repitió destino en vacaciones. El Príncipe parecía evitar a Lolita. Toni y Diego se lo explicaron. “No ves que le gustas, pero eres una niña?” Fue un buen verano de todos modos. Pero la pobre Lolita estaba triste, porque en el fondo quería más besos para describirlos en su diario, para creerse Julieta. “Eres muy guapa, pero tienes que esperar a ser mayor” le decía Toni. Se lamentó de ser tan pequeña. Pero, al menos, se encontró con Matías al volver a casa. Era más o menos de su edad. Podía haber besos sin culpa.


Llegaron cartas del Príncipe. Se hicieron amigos. Cuando Lolita tenía catorce años y él diecinueve, se encontraron en una convivencia, en un internado. Las cosas se complicaron aquella vez. No irremediablemente, pero sí lo bastante. Sí demasiado. Entonces se fue. En plan mochilero.
Me alegra pensar que tuvo una vida intensa y que vivió muchas de las aventuras que soñaba. Que al menos le di la excusa para cumplir su sueño. Me dejó crecer. No volví a verle hasta casi mis dieciocho. Me contó sus andanzas. Me dijo que se iba a París a ver a unos amigos. Que luego regresaría y se quedaría. La tragedia había pasado, ya podíamos reírnos. “Voy a París, vuelvo y ya nos liamos y todo eso”. Acababa de cumplir los veintitrés. Ya no importaba mucho que fuera mayor que yo.


No volvió. Se le acabó el tiempo en una carretera. Ahora vive en el mar. Tuvo la osadía de dejarme viuda a los diecisiete. Pero a veces, cuando estoy desesperadamente triste por algo, tengo la sensación de que está aquí. A veces cambia la luz de repente, o siento un escalofrío. Hace un año lloraba una de las peores penas de mi vida y sentí perfectamente como las mantas de mi cama subían desde mi cintura hasta mis hombros. Lo soñé, estoy casi segura. Pero me importa poco. Era él. No me arrepiento de nada, ni de mi curiosidad, ni de su culpa, ni de la inconsciencia de mis catorce años y sus diecinueve. No tuvimos otra noche. Fue mi alma gemela y mi gran historia. Me hizo mitad Lolita mitad Julieta. Era un Príncipe.

miércoles, 13 de junio de 2007

Lenka y Mila


Me dicen por ahí abajo, en la entrada anterior, que mi vida amorosa es muy ajetreada. Os parece? Nunca me lo había planteado, pero estoy haciéndolo ahora. Yo creo que "ajetreada" no es la palabra. De hecho, no sé cuál podría ser la palabra. Creo que se define mucho mejor con títulos:

Las cosas que nunca te dije...
Lo que pudo haber sido...
Es más tarde de lo que crees...

No sé si existe el destino, o si cada cual va tejiendo el suyo como puede. No sé si las cosas ocurren como consecuencia de nuestras decisiones, de lo que decimos y callamos, o si todo se basa en momentos y nosotros no podemos influir. Lo que sé es que, en mi caso, nunca parece ser el momento. Las cosas ocurren demasiado pronto, o demasiado tarde. Amo a quienes no me aman, y me aman quienes me dejan indiferente. Cuando llego acaban de partir, o aún no han llegado. O bien el sentimiento es mutuo pero se interpone la edad, o la distancia, o los otros amores, o los caminos, las metas, o la muerte. Resulta curioso este desajuste en la cadencia. Supongo que por eso afirmo que mi vida amorosa es inoportuna. Porque vivo con la sensación, al rememorarla, de que cada historia quedó inconclusa, que siempre quedó algo por hacer, algo por decir, algo por callar. Quizá esa es la razón de que haya empezado a escribirle cartas a Momo. Para dejar de ser Momo yo misma, para pensar en mis propias historias y desgranarlas como cuentas de rosario. No es una queja, ni un lamento. Es la manía de recordar, de atesorar los momentos, los nombres, las miradas. Desandar lo andado y comprobar cómo la sucesión se repite una y otra vez. Es como caminar en círculos, o dentro de un laberinto. No importa, habrá más historias. Que acabarán igual... o tal vez no.


Pero en realidad, lo que quiero hoy es enviar un beso a otra Géminis. A una que, misteriosamente, encontró un amor único, una historia eterna. Para bien o para mal, así fue. Así es. Es una Géminis muy especial, con la fuerza de un gigante y esa ternura llena de detalles de las mujeres de antes. Una Géminis que dejó su huella en un hombre, en once hijos, en trece nietos, que desciende de gentes bravas, de amores ilegítimos, de brañas, del mar y de una ermita vikinga. Una superviviente. Tengo en herencia el color de sus ojos, sus ojeras, su curiosidad por todo y, según dicen, su mal genio. Hoy todos mis besos son para Mila, que puso tanto de ella en mí y que me recuerda cómo seré si tengo la suerte de llegar a los ochenta y dos.
Dicen que el inferno está empedrado de buenos propósitos. Pero a veces... qué bien sienta. A veces sólo hay una senda, una puerta, una posibilidad, una palabra. Eso lo hace todo un poco más fácil, incluso para los que nos empeñamos en llevar la contraria.
Arriba, Lenka. Camina.


martes, 12 de junio de 2007

Jezabel

Se habla muy poco de las mujeres en la Biblia. No tiene nada de extraño, ya que en aquel tiempo, y en tiempos muy posteriores, el lugar de la mujer en el mundo era claramente secundario. La Virgen, Magadalena, Isabel (la madre del Bautista), Marta y María (las hermanas de Lázaro), Ruth o Esther son algunas de las mujeres "buenas" en las Sagradas Escrituras, si bien no se omite el turbio pasado de algunas o las flaquezas de otras. También aparecen algunas buenas esposas, como Raquel, o mujeres mencionadas únicamente por algún breve gesto piadoso, como la samaritana o la verónica. Más adelante, el cristianismo nos dio una gran cantidad de Santas y Beatas, casi todas ellas subidas a los altares por su castidad y su bravura a la hora de defenderla (aunque yo, personalmente, usaría palabras muy distintas para describir tales actitudes). Luego están las mujeres malas, claro. Herodías, Salomé, Jezabel... no es que sean más que las buenas, lo llamativo es por qué se las considera malas.
Jezabel, por ejemplo, no creía en Dios. En el Dios de los judíos, se entiende. Creía en Baal. Cuestión de costumbres. Es lo que tiene ser fenicia. Por lo tanto, cuando se casó con Acab, rey de Israel, siguió practicando su culto y lo introdujo en Israel. La Biblia dice que convenció a su marido para que diera la espalda a su tradicional fe y abrazara la de ella (pusilánime, el muchacho) y también logró de él que construyera en Samaria un templo dedicado al dios Baal. Pretendía, la pérfida mujer, que en su tierra de adopción se equipararan ambos cultos, el del Dios judío y el del fenicio. Jezabel se enemistó por esa causa con el profeta Elías, masacró a muchos como él y los reemplazó por profetas de Baal. Entre sus hazañas figura la instigación a la muerte de Naboth, que se había negado a venderle unos viñedos a Acab. Tras la muerte de su esposo, Jezabel gobernó durante diez años. Ya conocemos su final. Fue lanzada desde la ventana de una torre, los caballos la pisotearon y unos perros devoraron su cadáver, tal y como profetizó el muy piadoso Elías.
Se la ha llamado asesina, lujuriosa, embaucadora y cosas peores. De hecho, se la identifica claramente como una de las mujeres más malvadas de las Escrituras. Si hubo logros durante su reinado es difícil saberlo. Existe muy poca información disponible al respecto. Parece ser que fue una reina autoritaria, y que durante su regencia y el posterior reinado de sus hijos, el pueblo no se mostró muy contento. La sublevación de Yehú acabó con toda la casta, pero eso no se considera perverso en la Biblia, porque matando a la estirpe de Jezabel se aniquilaba el culto a un dios pagano en favor del dios verdadero.
Los hombres de la Biblia son muy diferentes. Salomón, por ejemplo, es considerado por las Escrituras como el hombre más sabio de la Tierra. No importa que su padre, David, enviara a la muerte a Urías para casarse con su mujer, Betsabé, con la que engendró al susodicho Salomón. No importa que éste asesinara a su hermano Adonías para poder subir al trono, ni las purgas que llevó a cabo entre la clase regente una vez proclamado rey. Tampoco importa que viviera en medio de un lujo inimaginable, o que la propia Biblia nos cuente que tuvo setecientas esposas y un harén de trescientas concubinas, ni su aventura con la Reina de Saba, ni que al final de su vida cayera en la idolatría. La Biblia nos explica que no fue culpa suya, sino de la mala influencia de sus mujeres extranjeras (de nuevo son ellas las pérfidas. Y ellos más volubles de lo que cabría esperar de hombres tan notables). Nada de eso importa. Salomón fue un gran rey, un gran hombre, una mente preclara. Y todos recordamos que se ganó tales méritos sugiriendo que un bebé fuera partido en dos.
Es más lujurioso que Jezabel, derrama más sangre que ella y, como ella, rinde culto a dioses paganos, con el agravante de que él era judío, mientras que ella era fenicia, lo que explica que no creyera en un dios que le resultaba extraño. Y, sin embargo, él es el hombre más sabio de la Tierra, mientras que ella es la mujer más mala de las Escrituras.
Os propongo un juego. Pensad en diez hombres ilustres de la historia. Es posible que, con paciencia y sin demasiado esfuerzo, recordéis cincuenta nombres. Ahora, pensad en diez mujeres ilustres de la historia. Mujeres buenas, reconocidas por la humanidad (eso descarta automáticamente a la sibilina Cleopatra y a la lasciva Catalina la Grande, ya que en ambos casos se ignoran sus logros políticos para recordar mejor sus líos de alcoba) Resulta bastante más difícil, verdad? Incluso consultando el libro de Historia del instituto. Dejadme adivinar: Santa Teresa, su tocaya de Calcuta, Madame Curie, y tal vez La Católica. Alguna más? Hay muchas más, desde luego. Muchas de ellas criticadas ferozmente por "terribles defectos" que, si se trataba de hombres, jamás lograron empequeñecer su grandeza. Otras directamente relegadas al olvido más feroz. Y no hay nada más triste que el olvido. Por eso doy tanto la lata con estas Mujeres Malas que no lo fueron. O, al menos, no más que sus compañeros. Aunque es posible que también reserve un rincón para las que fueron verdaderamente monstruosas. Que, obviamente, también las hubo. Aunque, es curioso, también en la categoría del mal han sido ignoradas en favor de los hombres. A pesar de que, algunas veces, ellas demostraron tal perfidia que harían palidecer al más inhumano varón.
Para contribuir a colocarlas en el lugar que merecen, entre la admiración o el desprecio, pero siempre en la memoria, empecé esta sección de Mujeres Malas.

lunes, 11 de junio de 2007

Un cuento para Princesa

Llegó tu turno. Para la Princesa, la de la cara de novia, la que mira el mundo desde su cristal color de rosa y, aún así, suelta verdades como puños, la que no cuenta sus penas por miedo a molestar. Moléstanos siempre, Princesa. No creo que leas este cuento jamás, pero si alguna de las otras rubias se chiva, negaré rotundamente haberme puesto tan cursi. Todo sea por no tener que salir huyendo de la melé del besuqueo. Te quiero!

El país de las hadas
Rabindranath Tagore
Si alguien descubriera dónde está el palacio de mi rey, el palacio se desvanecería en el aire.
Sus muros son de plata y su techo de oro resplandeciente.
La reina vive en un edificio de siete patios y ostenta una joya que ha costado siete reinos.
Pero escúchame, madre, voy a decirte al oído dónde está el palacio de mi rey.
Está en un rincón de nuestra azotea, allí donde florece la albahaca.
La princesa duerme, tendida en la lejana orilla de los siete mares infranqueables.
Soy el único en el mundo que puede encontrarla.
Sus brazos están cubiertos de brazaletes y de sus orejas penden largas perlerías. Su cabellera ondula hasta el suelo.
Cuando la toque con mi varita mágica, despertará, y si sonríe las más bellas joyas caerán de sus labios.
¿Quieres, madrecita, que te lo diga al oído? La princesa está en un rincón de nuestra azotea, allí donde está la maceta de la albahaca.
Cuando llegue la hora de tu baño, antes de ir al río sube a la azotea.
Me encontrarás sentado en el rincón donde se juntan las sombras de las dos paredes.
Sólo la gatita tiene permiso para estar conmigo, pues ella sabe dónde vive el barbero del cuento.
Madrecita, ¿quieres que te diga al oído dónde vive el barbero? En el rincón de la azotea donde está la maceta de la albahaca.

domingo, 10 de junio de 2007

La edad de la inocencia

Existen diversas vías por las que perder la inocencia. Una de ellas es cuando descubres que tus padres son personas. Porque, de niño, no lo sabes. De niño crees que tus padres son un ente. No existían antes de ti, nunca fueron niños, ni adolescentes, no lloraron, ni sufrieron, no hicieron payasadas, no tuvieron sueños, ni planes, ni decepciones. Ni siquiera tuvieron padres o hermanos. Tú tienes abuelos y tíos, que es muy distinto. Tus padres están en el mundo porque estás tú. Así de sencillo. Y, por supuesto, no son una pareja. Son tus padres. Un solo ser que vive y respira con el único propósito de cuidarte, de darte lo que necesitas. De niños, todos somos vampiros.
A cierta edad descubres lo mucho que te equivocabas. Empiezas a hacer otro tipo de preguntas. Por qué te casaste con papá? Cuántos años tenías cuando le conociste? Qué decían los abuelos? Te dejaban salir hasta tarde? Qué hacías de joven? (Qué hacías con tu vida cuando yo no existía?) Dicutías con papá como yo discuto con mi novio? Hay muchas preguntas que no se hacen. Quizá por ese pudor que suele existir entre padres e hijos. Yo soy de las afortunadas. Mi madre venció ciertos pudores cuando me hice adulta. Mi padre jamás los tuvo. Aún así, hay parcelas en las que no te metes, porque de pronto te abruma la certeza de que existen esas parcelas. Tus padres son una pareja. Se conocieron, se enamoraron, se desearon. Tus padres son amantes. Discuten, sienten celos, frustraciones, tejieron su gran historia antes de que tú existieras si quiera. Mintieron a sus propios padres, se pelearon con ellos, sintieron la impotencia de no comprenderles y no ser comprendidos, lucharon por tener su lugar en el mundo, su independencia, por cumplir lo que soñaban. Quizá fueron infieles, o detestaron su trabajo, o sintieron odio por alguien, envidiaron a alguien, quizá descubrieron que se habían equivocado, que no era aquello lo que querían ser. Vivieron, en una palabra.
Los míos se divorciaron cuando yo tenía nueve años y os aseguro que fue un pasmo descubrir todo eso. Eran una pareja. No tenían que seguir juntos sólo porque yo existía. Y, por supuesto, no era culpa mía. Ellos se separaban como pareja, no como padres. Ellos luchaban de nuevo por vivir sus vidas de la mejor manera posible. Siguieron cometiendo errores, obviamente. Todo aquel que diga que "los hijos deben quedar al margen de esto" no se imaginan de qué manera mienten. Nunca nos quedamos al margen. Ni siquiera cuando ellos lo procuran con la mejor intención y el mayor empeño. Unas veces les sale mejor que otras. Unas veces es civilizado, otras es la guerra. Las trincheras. El primer dolor violento de la vida de un niño. Y entonces les detestas por lo que te han hecho. Han sido injustos contigo. Te han hecho sufrir, y eso no lo perdonas. Luego creces y observas. Descubres que son el día y la noche. Que duraron juntos demasiado, teniendo en cuenta sus diferencias. Que no se hacían felices. Que son tan imperfectos como tú (sí, descubres que tú también estás lleno de terribles defectos, así que ya no te atreves a juzgarlo todo con esa simpleza egoísta de los niños) Y entonces hablas con ellos, les enseñas todas tus heridas, y les dices que lo entiendes. Y que les perdonas. Siempre te queda dentro un poco de rencor. Eran adultos, debieron hacerlo mejor, debieron protegerme de esto. Y una vocecita te recuerda: "tú eres adulta ahora. Lo habrías hecho mejor?".
Quieres creer que lo harás mejor que ellos. No sabes si lo conseguirás. Tal vez lo consigas sólo porque tuviste la ocasión de padecer sus fallos. Lecciones de vida. Según se mire, es otra cosa que agradecerles. Asumes qué clase de personas son tus padres. Les aceptas. Y les perdonas. Has conseguido entenderles y ellos a ti. El rencor es un lastre. Querer es mucho más fácil que odiar, e infinitamente más sano. Les perdonas también por cierto egoísmo, por mantener la cordura. No te apetece odiarlos. Para qué? De qué sirve tanto dolor? Creces, asumes y sigues adelante. Y prefieres disfrutar de ellos, reír con ellos. Y seguir (es inevitable) en las trincheras. Mides muy bien el amor que les das. Tienes que hacerlo, porque un juez dictaminó que tienes la custodia compartida de tus padres. Así que es tu obligación cuidarlos a ambos, llamarlos a ambos, ser muy diplomática cuando le hablas a uno del otro. A quién quieres más, hija, a papá o a mamá? Ser padre es para siempre. Ser hijo también. Es una tarea que no acaba nunca. Pero se lleva bien. Cuando te libras del lastre, se lleva bien.
Claro, hay casos extremos. He visto muchas veces una película yankee (nunca recuerdo el título) en el que una gran familia pasa por naufragios y alegrías. Situaciones dramáticas y cómicas. Siempre recuerdo cuando el novio simplón de la hija adolescente mira a su suegra y le dice: "Te obligan a tener licencia para tener perro, para tener un arma, incluso para pescar. Pero dejan que cualquier hijo de puta sea tu padre". A veces no hay forma humana de arreglarlo, de librarse del lastre. Entonces, creo, lo mejor es, como siempre, asumir. Estos son los padres que tengo. Bien. Son así. Lo sé, lo acepto y sigo con mi vida. Nos cuentan que el amor de los padres es incondicional, pero muchas veces es una mentira absoluta. Algunos padres te repudian porque no vives como ellos esperan. Porque no duermes con quien ellos consideran que debes dormir. Porque no respetan la profesión que has elegido. El amor de algunos padres es ruin y tiene demasiadas condiciones. Algunos padres no quieren a sus hijos por encima de todo. Son egoístas. Que no nos vendan la idea del amor universal e invencible de los padres hacia sus hijos. Porque, al contrario de lo que se dice, suele ser al revés. Creo que, la mayoría de las veces, son los hijos los que saben amar sin condiciones, los que no pierden jamás la capacidad de perdonar. Es algo que descubres cuando un niño infeliz te dice: "es un cabrón, pero es mi padre".
Adelante. Esto pasará. Ya sabes dónde estoy y que te quiero.

sábado, 9 de junio de 2007

Cuando fui Cenicienta.


Lo fui, desde luego. Fui Cenicienta muchos años, hasta que unos ojos me convirtieron en otra cosa. Fui la niña rara del colegio, la que leía en los recreos, la que no gritaba cuando venían chicos a buscarnos a la salida. Los chicos no tenían nada de raro. Al contrario, resultaban mucho más interesantes que las chicas. Sus juegos, sus charlas, sus aventuras, su lealtad... siempre me gustó eso de ellos. De hecho, descubrí muy tarde la belleza de la amistad entre mujeres.

Pero te estaba contando, querida Momo, que era Cenicienta, y que tenía un sinfin de hermanastras malas. Hermanastras que chillaban y se ponían en ridículo al paso de cualquier surferito con melena (colegio de monjas y a pie de playa, una combinación terrible) pero que nunca disfrutaron del placer de conocerles. Nunca tuvieron la suerte de ser amiga de Diego, de Miguel, de Matías, incluso de Keko. Una chica debía gritar cuando ellos pasaban. No podía acercarse a hablar con ellos. Mucho menos subirse a sus motos mugrientas. Hacer eso era ser una buscona. Perseguirles por la calle dando alaridos, no. Nunca lo entendí.


Todas querían a Miguel porque era el gemelo bueno. Matías era el malo. Adivinas a quién quería yo? Miguel era dulce, simpático, buen estudiante. Matías era huraño, esquivo, fumaba y ni se acercaba al instituto. A Matías le pegaban en casa porque no era como Miguel. Yo decidí que sería educadora a los diez años. La culpa la tuvo mi tío Javier y el verano que pasé de acampada con los chicos del reformatorio que él dirigía. Matías fue mi primer experimento. No fue mi primer amor, pero sí fue mi primer canallita. No iba a ser el último.


Yo tenía trece años y él quince. Una tarde le vi al salir del colegio. Las niñas chillaban porque pensaban que era Miguel. Me rompían los tímpanos (a día de hoy sigue siendo el sonido que más me saca de quicio: los chillidos de las adolescentes) Les grité que se callaran, que era Matías. No me contestaron nada bonito, pero él se echó a reír. Fuimos a sentarnos a la playa. Creo que fue la primera vez que oí a alguien contarme su vida. No era idílica y eso me dejó asombrada. Era tan tonta, supongo, que pensaba que debía serlo. La mía no lo era, pero a esa edad imagino que pensamos que todos los demás, cualquiera, es más feliz. Matías me sacó de mi ingenuidad. Vino muchas veces a buscarme al colegio. Y me las arreglé para verle casi a diario aquel verano. Paseábamos en su moto, aunque sería más exacto decir que fingíamos huír en ella. Él ya pensaba en escapar de su vida por entonces. Pero no era tan huraño. Sonreía mucho, aunque con bastante cinismo. Era un niño. Me enseñó los moratones. Sólo lloró una vez, a esa edad les da mucha vergüenza. A cualquier edad, me temo.


Fue un buen verano. La moto, los futbolines, las primeras caladas a sus cigarros, las charlas en la playa. No sabíamos nada. Me habría encantado saber lo que sé ahora. Le habría sido más útil. Pero entonces no habríamos sido nosotros. Yo estaba enamorada de otro chico. Desde hacía un año. Siempre he sido precoz en esto de las maripositas. Pero el otro chico vivía lejos. Entonces no había móviles, ni internet. A mi príncipe sólo le veía 12 días al año. Pero esa es otra historia. El caso es que Matías estaba cerca. Pero iba a dejar de estarlo. Cuando terminase el verano, se lo llevarían a un internado. Que era como decir que se lo llevaban al fin del mundo y con una perpetua sobre los hombros. A los trece años todo es trágico. Todo es para siempre. No fue el primer beso, pero fue la primera tarde de besos. Era la última para nosotros, había que aprovecharla. No le vi nunca más.


Imagino que ya no vive aquí, porque nos habríamos tropezado alguna vez. Me alegro de que, al menos, no estuviera cuando murió Keko. Eran muy amigos. No tengo ni idea de qué habrá sido de él. Era un buen chico que fingía ser malo. Puede haber terminado muy bien, o muy mal. Espero que haya sido lo primero. El caso es que el Príncipe no estaba, así que Cenicienta se enamoró un ratito del cazador. Sólo un ratito. A todas las chicas les gustaba Leonardo Dicaprio. A mí no, pero siempre fui rarita. Tenemos 29 años (ya son 29, querida Momo, parece increíble!) y cuando recordamos las películas de aquel tiempo, mis amigas se ríen. "Cómo podía gustarnos?? Era como una niña!!!" Es cierto. No me gusta cómo es ahora. No me gustaba entonces cómo era. Me gusta ahora cómo era antes. Cómo era en las primeras películas, con su carita angelical de adolescente. No porque me atraiga, era demasiado soso, demasiado bello, muy poco masculino. Un niño. Me gusta cómo era porque se parecía a Matías. Sólo por eso. Porque me recuerda a un niño al que quise. Y que era más guapo que él. Y que su encantador hermano gemelo.

viernes, 8 de junio de 2007

Es mi isla!!


"Pero al niño no le interesaba el perdón. Su único temor era que si iba al infierno... el perro estuviera esperándolo".
Vale, lo confieso, mi frikismo empeora. Había renunciado y me he vuelto a enganchar!! Pero claro, tenía que pasar.


Este año empecé con Josh. Por su culpa me metí en política. Y ojo, no en cualquier política. En la Casa Blanca. A lo grande. Rodeada de yankees! YO!! Con lo que he sido!! Pero le amaba, claro. Y le volveré a querer en cuanto los dioses me premien con otra campaña electoral. Porque se fue, por supuesto. Los hombres son así. Unos ingratos! Les amas, les adoras, les sigues con devoción durante cinco temporadas... y se van. Me quedé deshecha, claro. Y, qué podía hacer? Una verdadera bruja siempre anda a la caza de íncubos. Y, por desgracia, siempre encuentra alguno.

Desde Malaussène no he sido la misma. Me dejó, el muy desgraciado. Le fui fiel durante cinco libros, pero me dejó igualmente. Y, como en el fondo soy una viciosa, me eché en los brazos de un adolescente. No lo puedo evitar, es tan mono... con sus gafitas y su cicatriz... Evidentemente no podía durar mucho. Y en cambio ya ven, seis libros. Uno más que con mi Benjamin. Seis, nada menos. Lo dicho, vicio y nada más que vicio. Lo nuestro era imposible, obviamente. El chiquitín es divino, pero tiene que jugar con los de su edad... y yo con los de la mía. Así que abandoné a Potter (no descarto que caiga el séptimo cuando llegue el momento... por los viejos tiempos) y me enredé con el rubio.

Ustedes me comprenderán. El tío es un escándalo. El pelo, los ojos, esa mandíbula, esa boca, ese cuerpazo... la viva estampa de un vikingo. Y cada cual con sus filias, señores. Que servidora, en esencia, es Viggoréxica desde la más tierna pubertad. Pero, por encima de todo, es veleta.

Y aquí estamos, perdidos en una isla desierta llena de gente. Y osos. Y caballos. Y un búnker. O dos, o tres, total, ya metidos en harina... y avionetas. Y vírgenes rellenas de heroína. Números chungos, un ordenador antediluviano, una tecla, sueños paranoicos, signos de interrogación y un humo negro rarísimo que debe ser la venganza del ozono cabreado con los aerosoles. El ambiente no es que sea el colmo del romanticismo, no. Y encima está la pecosa, que lo tiene loco. Pero no importa. También hay acantilados...

Del genio embaucador y cínico al chivo expiatorio corrosivo, pasando por el mago imberbe, y de ahí, haciendo un mortal hacia atrás con doble tirabuzón, a los brazos del canalla más macizo a este lado del Pacífico Sur. Amo a Josh. Y a Ben. Y a Harry. Y a Viggo, por encima de todo. Y amaré a muchos otros porque hay bruja para todos. Pero, de momento... me quedo con Sawyer... hasta nueva orden. Por cierto: que a nadie se le ocurra rescatarme. En esta isla estoy bien. En esta sí.

miércoles, 6 de junio de 2007

Labores de extinción


Odio echarte de menos así. No es justo, no es sano, no es lógico (maldita sea la lógica) y no tengo ningún derecho. Pero no puedo evitarlo. Denúnciame.

Nunca pensé que mi vida acabaría pareciéndose tanto a un relato de Bolaño. A uno de sus títulos, más bien. Es surrealista, pero así suelen ser las cosas que me pasan. Lo sé de sobra, claro. Lo que no impide que me lance de cabeza. Es lo que tiene ser estúpida. Menos mal que mañana se me habrá pasado un poco. Ventajas de estar tan loca.

Pero tú no te preocupes. La culpa es de la maldita chapa. Desapareció en la mudanza (dos veces) y hoy ha vuelto a aparecer. La tengo castigada en un cajón con una foto que me dieron hace unos días.

A veces juego a que te odio con todas mis ganas. A quién quiero engañar? Que alguien se apiade de mi y me regale un extintor. Sí, ya sé que no es nada romántico. Pero tengo una maldita hoguera que apagar.

martes, 5 de junio de 2007

Visitando a Las Brujas


Veo que, como siempre, habéis cuidado del torreón. Gracias a todos. Estamos de vuelta, cansados pero contentos. Todo viaje es una aventura, sobre todo cuando, como suele ser nuestro caso, nunca hacemos demasiados planes.

Quién me iba a decir que acabaría paseando por la judería de Segovia, con el estremecimiento misterioso que siempre me provocan esos barrios, y visitando el Museo de la Brujería? Trucos de feriante, engañifas, venenos, filtros, fetiches, superstición, la gran diosa mordida por el cristianismo y sus terrores... las Brujas. Siempre me han encantado. Durante mucho tiempo fueron los rescoldos del poder de ELLA, de lo femenino, de aquella otra sabiduría que pasaba de labios de madre a oídos de hija, las guardianas de tantos secretos, de las cosechas, las estrellas, la sanación, la vida. Imagino que el hombre debió desconfiar de lo que no comprendía, sentir el miedo de aquello que escapaba a su control, condenar un poder del que carecía frente al sexo más débil. Pan y Cernunnos convertidos en Satanás, la sanadora señalada como bruja, el deseo transformado en pecado, la belleza maldita... La mujer pasó a ser santa o ramera con un estrecho margen entre ambos extremos. Espeluzna ver tanta inquina. Los instrumentos de tortura estremecen por su crueldad, y nos espanta comprobar cuánto dolor se provocó en nombre de un Dios que era bondad y perdón. Cuánta saña, cuánto sadismo... y lo que sin duda escondía.

Afortunadamente, las brujas sobrevivieron. Siempre lo hacemos, verdad?