A veces la vida es muy cruel y tú eres demasiado joven para según qué lecciones. Sólo tienes tres años, muy pocos para haber recibido ya una lección tan dolorosa. Es muy injusto, lo más injusto de esta historia. El domingo vertí muchas lágrimas y, aunque no te conozco, casi todas ellas eran por ti. Por la inmensa tristeza que me provoca pensar en lo que has perdido.
Tu padre era un hombre excepcional, inmenso, indescriptible. Era sabio y era bueno. Parecen sólo palabras bonitas, pero no las he escrito a la ligera. Están bien escogidas, puedes creerme. Son muchos los que poseen conocimientos, pero no todos son sabios. Tu padre lo era. Compartía todo aquello que sabía, y lo hacía bien, lo hacía por vocación. Nunca fue egoísta con sus saber. Por eso se le podía llamar "maestro". También son muchos los que obran correctamente, y no por eso merecen el calificativo de "buenos". Algunos se conducen de manera correcta porque no saben hacerlo de otro modo, otros por cobardía. Los primeros suelen ser considerados inocentes, ingenuos. No tienen malicia, no dan para más. O saben poco de la vida. No es que eso importe demasiado. Se puede ser bueno de corazón y tiene mérito en un mundo así. Pero tiene más mérito conocer la maldad del mundo y elegir el otro camino. Los otros, los cobardes, no son trigo limpio. Hacen lo que deben porque no osan ser de otro modo. Por dentro se reconcomen de envidia, de ira, de odio o de frustración. Casi todos somos así algunas veces. Pero si nadie mirara, ¿de qué seríamos capaces? Si no hubiera consecuencias, si valiera todo. Muchos nos asombraríamos de nuestra vileza. Siempre digo que el ser humano, según las situaciones, es capaz de las mayores grandezas y de las mayores miserias. Tu padre, no. Tu padre era sabio y era bueno, y valiente. Te preguntarás por qué lo sé. No sabría responderte. Quizá porque sólo le vi dos o tres veces en mi vida y aún así estoy segura de lo que digo. Quizá porque pocas veces he asistido a tales muestras de cariño, de admiración, de pesar por una pérdida. Sus amigos, su gente, están genuinamente tristes por su marcha. Y los demás, los que no le conocieron, esos para los que tu padre era sólo una voz en la noche, también. Tanto amor, tanto dolor, tiene que significar algo. Tu padre era un ser excepcional porque eso lograba transmitir. Nadie puede engañar tanto. Nadie. Quizá por eso estoy tan segura.
Venció pruebas muy duras. Era un ejemplo de coraje, de superación, de buen humor, de esa bravura inteligente que dista mucho de la resignación del débil. Siempre reía. Se reía de sí mismo, de los demás, de todo. Podía hacerlo porque sabía. Creaba personajes a partir de las personas, y siempre resultaba certero. No sé de nadie que se molestara con sus burlas. No te molestas cuando sabes que el burlón es sincero, cuando sabes que le mueve el afecto, que no existe ni un ápice de maldad. Todo el mundo quería a tu padre y eso no cambiará nunca. Tienes sobrados motivos para sentirte orgulloso de él, como padre, como profesional, como hombre, como amigo. Es fácil que un hijo sienta afecto y orgullo por su padre. Más aún cuando se trata de un mito, cuando el destino se atreve a arrebatártelo. Es humano idealizar a los que nos dejan. Pero tú no tendrás que hacerlo, Alejandro. No tendrás que otorgarle más luz de la que él tenía. Cuando crezcas y le sigas conociendo, cuando te sumerjas en sus libros, sus programas, su vida y sus ideas, te deslumbrará.
Tu padre te adoraba. Y esto tampoco es una frase hecha. Estoy convencida de que eras su motor, su energía, su bien más preciado, su mejor razón para vivir. No podía evitar hablar de ti, perderse en ensoñaciones sobre lo grande que serías. Jamás tuvo la más mínima duda de que serías inmenso. Que esto no te asuste. No te sientas a la sombra de lo que fue, no pienses ni por un momento que tienes algo que demostrar, un mito que superar. Todos los que le quisimos sabemos, igual que él lo sabía, que serás grande. Elijas el camino que elijas. Serás una persona excepcional porque eres hijo de Juan Antonio y de Silvia. Y necesito que me entiendas: serás grande tú, el propio Alejandro, por ti mismo. Pero también por ellos. Porque, lo quieras o no, y seguro que lo quieres, ellos son parte de ti. Llevas su sangre en las venas y sé que llevarás las semillas de ambos, su fuerza, su empeño, su valor, su bondad, su curiosidad, su sabiduría, su grandeza. Tu madre se encargará de que así sea y tu padre lo hará a su modo, desde donde quiera que esté, con los hermosos recuerdos que te haya dejado y con todos esos tesoros que nos dejó a todos, sobre todo a ti, y que siempre estarán con nosotros. Eso es, quizá, lo único que me consuela. Que tienes a Silvia, que tienes esos libros, esas grabaciones, esa memoria (corta aún, pero más fiel de lo que imaginas, seguro que lo descubres con los años) y, sobre todo, el inmenso amor que por él sintió tanta gente. Hay un montón de personas maravillosas a las que podrás llamar cuando sientas el deseo de hacerlo y que te contarán mil historias del que fue tu padre. De cómo fue. Sé que te encantará escucharles y sé que les encantará mostrarte cómo era el hombre que te engendró, cuánto nos enseñó, cómo nos cambió, cuántas veces nos emocionó, nos hizo reír, cuánto de sí mismo dejó en nosotros y en ti. Somos muchos los que nos sentimos inmensamente afortunados por haberle conocido, por haberle hecho parte importante de nuestras vidas. Cualquiera de nosotros, créeme, renunciaría a eso para regalarte a ti todo ese tiempo. Porque te lo mereces y porque él lo merecía. Merecía verte crecer, emocionarse con cada paso que dieras, encenderse de puro orgullo al ver la clase de hombre que vas a ser, sabiendo que ese hombre es su hijo.
Nos ha dejado huérfanos a todos, si me permites tal osadía. Debes disculparme, pero es así como nos sentimos. Quizá por eso sentimos que tú, Alejandro, eres también parte de nosotros, como lo fue él. De alguna manera, eres hijo de todos nosotros. La vida ha sido imperdonablemente cruel contigo al privarte de su compañía, de tantos momentos, de su apoyo. Pero tienes su amor para siempre, nadie puede quitarte eso. Lo llevas dentro. Y, aunque no sirva de nada, aunque no sea nada, nos tienes a todos nosotros. Crece, vive y sé tan feliz como puedas. Aprende, y ama, lucha y sé fuerte, y ríete todo el tiempo. Eso habría entusiasmado a tu padre. Pero, por encima de todo, sé como desees ser. No importa lo que te digamos. Sé Alejandro. Es lo único que él quería.
Fuerza y honor.