viernes, 28 de noviembre de 2008

Nieve


Corrimos, saltamos y no recuerdo haber pasado tanto frío en toda mi vida. Pero era precioso. Esta tierra nuestra es mágica. Resulta imposible no amarla. Sobrevivimos a la ventisca y a las placas de hielo en la carretera del puerto. Nos quemamos la lengua con el caldo hirviendo. Y ahora tengo los gemelos hechos polvo y un brazo lesionado. Tanto que hasta he tenido que ponerme la mantita eléctrica. Soy un saco de punzadas, un montón de harina, un despojo humano, con los labios agrietados y el cuerpo hecho puré. Pero ha merecido la pena. Las fotos son fantásticas. La ducha ha sido el cielo. Acurrucarse entre las sábanas hasta entrar en calor, gloria bendita. Hasta supieron mejor las mandarinas para cenar. Impagable ver a nuestra bicheja con carámbanos en las barbas. Impagables tus ojos brillando como los de un niño. Ya sabes que por esa mirada iría hasta el fin de las nieves. Incluso con las manos heladas y los pantalones llenos de escarcha. Feliz temporal a todos!

martes, 25 de noviembre de 2008

Ruina en reconstrucción


Cuando eres pequeño pensar en los treinta años es, poco menos, asomarte al asilo. Te parece una edad inconmensurable y lejanísima. De hecho, crees que a los veinte ya serás mayor, que te casarás y tendrás hijos, que trabajarás en sabe dios qué. Ergo, a los treinta, serás un anciano. Según vas pasando por las diferentes líneas de meta, descubres que nanay. A los veinte te quedan mil estupideces por hacer. A los treinta, las sigues haciendo. Has aprendido mucho, cierto, y hasta puedes permitirte ese lujo maravilloso de viajar en el tiempo. Eres adulto, eres maduro, te sientes capaz de encarar el futuro y verte con hijos, asentado, con una vida tranquila. Al minuto siguiente suena aquella de Madonna y te descubres pegando brincos por el salón, de vuelta a los trece años. Es una edad increíble, llena de posibilidades.

Te impone un poco de respeto eso de "ser mayor", pero no duele tanto como imaginabas. Te consuela eso de poder brincar a la infancia cuando lo desees. En realidad, te sientes un niño más grande, un poco más sabio, también más cínico, pero un niño todavía. No has olvidado cómo se juega en "infantil", pero también te manejas en la liga de los profesionales. Son un montón de ventajas. Y, de repente, cuando lo creías todo controlado, empiezan los cambios. Las canas no me asustan, empezaron a salirme a los 23. Estoy más gorda, pero sigo siendo capaz de hacer el puente y levantarme. Hasta hago el spagart o como demonios se llame eso (jamás lo he visto escrito igual en dos sitios distintos). Pero resulta que la artrosis, tan típica en el norte, avanza por mis vértebras, mis manos, mis rodillas. Recordáis cuando podíamos estar un día entero tirados por el suelo? Recordáis cómo nos reíamos de nuestros padres ante sus esfuerzos por levantarse, ay, el reúma, ay, un tirón, ay, el lumbago? Todo llega! Y, en mi caso, llega por adelantado.

Y de pronto, no estás conforme con tu cuerpo. Y no se trata de una cuestión estética, no. Se trata de no sufrir un calambre corriendo tras el autobús, de no perder el resuello, de la punzada en las costillas cuando llevo apenas una hora en la cama, de la rigidez en el cuello, los mareos, el vértigo, de los dedos inflamados que me duelen al teclear. Y eso a los treinta! Obviamente, había que poner remedio. Siempre fui una niña muy veleta, de la natación a la rítmica, de la rítmica al aerobic, del aerobic al patinaje. Nunca sentí la pulsión de competir ni de ganar. Lo abandonaba todo en cuanto empezaba a ponerse serio. En realidad sólo quería divertirme. Tampoco es que me entusiasmara el deporte. Soy de natural perezosa. Donde esté una tarde de sofá, libro o pelis, que se quite eso tan inhumano de salir a correr. Hay que ser masoca, con la que está cayendo. También era una niña ágil, muy delgada, sana, fuerte. Comía como una bestia parda, nunca estaba enferma. Pero pasan los años, te miras, te padeces y no te gusta demasiado lo que hay. Lo bueno es, albricias, que se puede cambiar.

Conste que no tengo nada en contra de la gente que se esfuerza por pura estética. Lo malo es que he visto ya tales conductas negativas que asusta. Gente que, literalmente, se tortura. Gente que se maltrata, que se odia, que desprecia a todo aquel que no sea como ellos (quizá lo que detestan es que haya personas que se quieren y se gustan mientras ellos no pueden hacerlo). Gente embarcada en una lucha estéril contra el tiempo. Y es inevitable. A los cuarenta podrás aparentar treinta. Pero los setenta llegarán. Al final, mejor o peor, envejecerás. Mejor asumirlo. Obvio, es ideal envejecer con salud y energía. Pero, insisto, cuando la única motivación es estética, la lucha se vuelve desesperada. Y frustrante, supongo. Puede que llegues a los ochenta estupendo. Pero nunca más tendrás cuarenta, ni los aparentarás. No hay gimnasio, dieta, píldora o cirugía que pueda con eso. Cuando la gente se machaca tanto, tiendo a pensar que su problema no es físico. No son las cartucheras, ni la barriga, ni el pecho, ni las arrugas. Creo, sinceramente, que el problema está en la cabeza, en la autoestima, en la percepción. Quizá por eso nunca están satisfechos, por mucho que se lo curren.

He decidido no tener problemas en la cabeza. Bastantes tengo en el cuerpo, que se me desmorona como el de una abuela!! Contra eso es contra lo que estoy luchando. Las agujetas de los primeros días han sido terribles. Los resultados, inmediatos. No más punzadas. No más mareos. Mantengo el resuello con más facilidad. Los músculos se endurecen y tiran mejor de unos huesos que vienen un poco defectuosos. Posiblemente, de rebote, consiga un cuerpo más estético. Pero lo que me hace feliz, lo que me motiva, es que estará más sano, más fuerte. Menos dolores. Más actividad. Mejor humor. Más energía. Y, en esas condiciones, qué duda cabe, es mucho más fácil saltar en el tiempo y jugar a tener quince. Y afrontar lo que venga con más ganas. Sí, Costillo, lo confieso. Me ha atacado el virus del gimnasio! Sólo puedo decir en mi defensa que tenía, valga el chiste, una razón de peso. Yo.

domingo, 23 de noviembre de 2008

El hijo de la novia


Me hablan del instinto maternal y veo que hay, al mismo tiempo, unanimidad y disparidad de criterios. Siempre sostuve que, algunas veces, los motivos para tener hijos se me antojan de lo más peregrinos. Respetables, sí, pero... Juan nos cita unos cuantos y reconozco aquellos que más duramente he criticado. Hijos salva parejas. Hijos perpetua apellidos. Hijos junior, que serán nuestra continuación, mantendrán linajes, nobles oficios, vidas idénticas. Hijos expectativa. Hijos proyecto. Hijos que deberán ser lo que nosotros fuimos, o lo que no pudimos ser. Hijos que nos realizarán. Hijos que deberán agradecernos tanto sacrificio. Hijos oníricos. Hijos esclavos, o tiranos.

Juan cuestiona lo del instinto maternal, y Kaken promete réplica (sois conscientes de que hemos creado una red de blogs que parece la mesa redonda?) Io y Rose hablan de sus experiencias. También el Gemelo y la feliz pareja. El Hereje se repanchinga en su butaca de solterón encantado. Yo defiendo mi árbol navideño de las garras de mis gatos, y pienso. Juan apunta que eso del instinto quizá no sea para tanto. Que tal vez obedezca a las circunstancias del entorno. Da que pensar.

Decidí que sería madre a los diecisiete años. Fue como una revelación para el futuro que asumí sin más. Mis razones, no sé si acertadas o no, son de lo más primitivas. Sería madre por el clan. Sería madre para continuar con otro eslabón más. Para averiguar si mis hijos tenían el genio de Ángel, los ojos de Rafa, la fuerza de Mila, la honestidad de Víctor, la tenacidad de Samuel, la inocencia de Lola, la capacidad de superación de mi madre, la inteligencia de mi padre, la voluntad de Raquel, la bondad de Julián, la dulzura de Merce, la genialidad de mi hermano, la belleza de Laura, la alegría de Marcos, la nobleza de Irene. Y no se trata de una expectativa, sino de una curiosidad. Tal vez de un homenaje.

Con los años, crecieron los motivos. El milagro de una vida, de participar en su creación, de acompañarla desde su inicio. El deseo de contarle todo eso que la acompaña, toda la maravilla que conforma su sangre, las grandezas y miserias de sus ancestros. El afán de aprender todo de nuevo, desde unos ojos recién estrenados que contemplan el mundo. Ser raíz, y tener una raíz. Dar un lugar, y que me den un lugar. Devolver todo aquello que me entregaron. No sé si tiene que ver con la realización. Miles de personas están perfectamente realizadas sin haber sido padres. Se pueden ser tantas cosas... Seguramente mis razones son tan estúpidas como las que siempre he cuestionado. Quizá más. Pero es un deseo que he madurado durante trece años (vaya, de nuevo el trece) y que tuve siempre tan claro como mi nombre.

Ese anhelo permaneció muy presente desde entonces, pero siempre adormecido. Sabía que sería madre cuando llegara el momento. Sabía que no dependería necesariamente de una pareja (como le dije a mi atribulada abuela: "no es un adelanto que hoy día una mujer sin pareja no tenga que renunciar a ser madre? Lo mismo si estás sola porque quieres o porque no encuentras a quien querer, por qué renunciar también a ser madre?" Lo bueno es que la convencí absolutamente). Estaba segura de que, llegado el momento, ocurriría. Lo cierto es que dependía más de la estabilidad económica. No había pareja cuando lo decidí, y tenía muy claro que habría muchas o ninguna en los años siguientes, y que eso no debía ser un obstáculo.

Y hubo muchas, y ninguna fue un obstáculo, pero tampoco un incentivo. El anhelo seguía a buen recaudo. Hasta que llegaste tú y me dijiste que te lo planteabas por primera vez como algo posible. Y yo misma empecé a plantearlo como algo real, mucho más allá de instintos, eslabones y homenajes. Y justo ayer, cuando andaba la mesa redonda a vueltas con el tema, por uno y otro lado, vimos El hijo de la novia. Y los dos llorábamos como descosidos. Y todo era puro almíbar y cursilería. Pero, mirando a aquella pareja de ancianos enamorados, sentí que era eso lo que quería, justo en este momento de mi vida. Y que, además, lo tenía por primera vez. Lo tengo, justo en este momento. Por primera vez es real y me parece posible. Así es que quizá deba darle la razón a Juan. Puedes tener las cosas muy claras y mantenerlas en reposo hasta que llegue el momento. No sabes cuándo será, ni por qué. Qué condiciones se darán para que pienses: "es ahora. Es a partir de ahora". Siento que ha llegado el momento, que ya puede ser cuando sea. Y la mayor de mis circunstancias eres tú.

viernes, 21 de noviembre de 2008

Sin palabras


Llueve sobre mi tierra y todo es bonito, pausado. A estas horas, mi tía debe haber llegado a Australia (si no se nos ha perdido en algún aeropuerto). Los bichos juegan y montan jaleo. El Trasto cabecea en el sofá, disfrutando de sus últimas horas de libertad antes de que comience el terrible turno de mañana (con su madrugón a las 4,30). Tengo unas agujetas mortales, pero eso lo explicaré con más tiempo.

No sé si ha sido por el cabreo de la última entrada, el despliegue de energía y mala leche. Quizá eso me ha dejado hueca por un rato. A lo mejor tiene que ver con lo afortunada que me siento, más feliz de lo que jamás había sido. Normalmente, eso me haría sentir culpable. Nunca había sabido cómo ser feliz sin lamentarme por quienes no lo eran. Ahora me siento muy extraña, pero sin culpas. No consigo tenerlas. El caso es que estoy en paz por primera vez en muchos años. Quizá por primera vez, sin más. Me siento tan entusiasmada con nuestras primeras fiestas juntos, que ya he montado el árbol. Nunca había tenido uno de verdad, tan grande! Los gatos están entusiasmados con las bolas y las lucecitas. No sé lo que nos durará el pobre abeto.

Estoy feliz, y tranquila, relajada. Agradecida también. Ni siquiera podría explicarlo, me encuentro en un estado curioso de flotabilidad. Perezosa y satisfecha como un cachorro. Lo cierto es que no sabía lo que era vivir sin tensión, sin ira o tristeza. Ahora sí, todo por tu culpa. No tengo muchas ganas de escribir esta noche. Sólo de arrebujarme contigo mientras sigue lloviendo. Ni siquiera tengo ganas de pensar. Así que, sencillamente, entro a saludar. Y a preguntaros a todos: "cómo estáis?" Y no es una pregunta de esas que se hacen sin importar la respuesta. Cómo estáis? Tendréis que perdonar que no esté muy habladora. Supongo que me apetece más escuchar. Me encanta teneros por La Torre. Tomaos un café. Y contadme. Si queréis.

martes, 18 de noviembre de 2008

La mayor de las vergüenzas


No hay muchas fotos suyas y, las pocas que se han difundido, nos muestran a un angelote de rizos rubios y ojos azules. Tampoco sabemos su nombre, pues no ha trascendido por cuestiones legales. No entiendo mucho de eso, quizá es tremendamente importante proteger la intimidad de un niño cuya vida nadie fue capaz de proteger. Se le conoce simplemente como Baby P y su historia es una de esas que estremecen hasta las vísceras.

Por lo visto, tuvo la desgracia de nacer en una familia desestructurada (y lo que viene a continuación ES una familia desestructurada. Esta sí, no las que pretenden vendernos como tales sólo porque no encajan en nuestros cómodos y carcas patrones). Pareja joven británica que tuvo tiempo para fabricar cuatro criaturas (él era el menor), padre que abandona el hogar, custodia para la madre, madre que rehace su vida e inicio del infierno. Niño convertido en saco de boxeo. Continuas visitas al hospital, medio centenar de lesiones, sesenta visitas de asistentes sociales, calculo que una ingente cantidad de informes detalladísimos que a nadie importaron una mierda, dos detenciones de la madre que fue inmediatamente puesta en libertad y, por supuesto con la custodia intacta de sus hijos. Y, finalmente, un niño muerto.

Y entonces uno se pregunta qué coño nos pasa? Qué puñetas está pasando en esta bazofia de sociedad en la que médicos, policías, abogados, jueces, trabajadores sociales, vecinos, familiares y todo el mundo en general es incapaz de hacer algo? A dónde cojones estamos mirando? Por qué siempre estamos esperando a que sean otros los que actúen incluso cuando hay en juego la vida de un ser tan indefenso? Cómo podemos dormir por las noches sabiendo que algo así ha estado ante nuestras narices mientras fingíamos no verlo? Cómo podíamos ver el puto Gran Hermano o el fútbol de la madre que lo parió, marujear en la peluquería y seguir con nuestras cochinas vidas sabiendo que pasaba esto? Cómo es posible que pueblos y países enteros se movilicen por una final de eurocopa o un concurso asqueroso de cancioncitas de porquería y NADIE se eche a la calle por esto, monte un cristo, tiren abajo un juzgado, se encadenen a la puerta de un ayuntamiento o se cuelen a hostia limpia en una casa y saquen a un crío para plantárselo en los brazos al responsable de turno y que se le caiga la cara de vergüenza?

No, supongo que es mejor hacerse el loco, esperar a que otro lo arregle, porque, total, yo no puedo hacer más, no es mi trabajo ni es mi problema. Eso sí, cuando ya no tiene remedio, todos lloramos mucho, y lo comentamos, y decimos "pero qué horror" mientras nos dan náuseas frente al telediario, y exigimos responsabilidades, nos echamos las manos a la cabeza, clamamos venganza y nos escandalizamos, "cómo puede haber gentuza así?" Hablo en plural y me incluyo, y me da igual que esto estuviera pasando en otro país, me da igual que, honestamente, yo no pudiera hacer nada por un chiquillo cuya existencia desconocía. Siento que es culpa de todos y es la vergüenza de todos, de una sociedad repugnante y estúpida que vive mirándose el ombligo, que cuando se encuentra con estas cosas finge no verlas y, al final, se va a la cama reconfortada al pensar "yo no soy así".

No alcanzo a imaginar el infierno que vivió este niño. Apenas 18 meses de existencia rodeado de golpes, abusos y brutalidad por parte de quienes debieron quererlo y protegerlo, llenarlo de amor y de cuidados. No alcanzo a imaginar el dolor, el miedo, la incomprensión más absoluta de una criatura tan pequeña. Como ser humano, como mujer, como educadora social, me siento asqueada por completo por la vida de miseria y la muerte de este bebé. Y, lo lamento, porque seguramente sea demagogia, pero no puedo evitar el reafirmarme en mis teorías más radicales. Condenamos el aborto, en serio?? Alguien puede discutir que, para este niño, habría sido mejor no nacer? Voy más lejos aún, a ciertos individuos habría que esterilizarlos. Pero como todo esto es demasiado nazi, y la gente tiene derechos, lo que me pregunto es por qué a esta basura con forma humana no les quitaron a sus hijos. Imagino que, como siempre, pesaría el puto derecho uterino. Si puedes parirlo, entonces te lo mereces, guapa. Pa ti pa siempre. Y haz con él lo que te plazca. Menos no tenerlo, por dios, eso es una aberración. Tú párelo y desgrácialo, que no pasa nada. Te detendremos las veces que haga falta, podrás demostrar ser peor madre que la más desnaturalizada de las alimañas, pero te lo devolveremos, porque es tuyo, porque nos conmueven tus lagrimitas. Podrás reincidir en lo que sea las veces que haga falta, que nadie te quitará ese derecho tuyo tan sagrado que adquiriste por abrirte de piernas dos veces, una para que te lo hicieran y otra para escupirlo al mundo.

Me vais a perdonar, pero hoy no me apetece jugar a la empatía. No tengo ganas de ser comprensiva ni de imaginar qué pudo llevar a esta gente a hacer lo que hizo. Me niego. Porque el tipo que usa a un niño de sparring es un hijo de la gran puta, sin excusas. Pero la tipa que lo permite, la tipeja que consiente que le hagan eso a la carne de su carne, es una zorra desgraciada. Y me da igual qué justificación quiera ponerle a su patética existencia, me da igual si quería mucho al cabrón con el que dormía, si estaba deprimida y en paro, si se sentía solísima ante el peligro o tenía un cáncer terminal. Hasta una perra callejera se deja matar por sus cachorros y se enfrenta a lo que sea. Una tipa que permite que alguien le haga eso a su hijo, no tiene nombre. Se llega a esos extremos por amor? Eso no es amor, desde luego. Una mujer así no es ni siquiera una esclava, no parece que le llegue ni a eso la dignidad. Es inaudito a qué extremos se puede llegar por conservar al lado a un trozo de carne, una bestia, un asesino, un rabo. Cada vez queda más patente que somos peores que los animales.

lunes, 17 de noviembre de 2008

El Diablo Negro


Cuando la primera niña desapareció, todos en el pueblo pensaron que, seguramente, se habría ahogado en el pantano. Los críos nunca hacían caso de las advertencias de sus padres.
- El pantano es peligroso – les decían una y otra vez -. Parece agua mansa, pero no es así. Está lleno de alimañas, de serpientes, de juncos que se enredan en los pies. Y hasta en pleno verano es frío como una tumba. No juguéis junto al pantano. No os acerquéis a él.
Nunca funcionaba. Los niños rara vez obedecen.
A finales de verano, otra chiquilla se esfumó como por encanto. Sólo tenía cuatro años. Los hombres iniciaron la búsqueda, recorrieron el bosque palmo a palmo, con las escopetas al hombro y los puños apretados. Los más valientes nadaron en el pantano, pero nada encontraron en sus aguas cenagosas. Las mujeres lloraban a gritos. El párroco interrogó a los niños. Ninguno sabía nada.
Durante aquel invierno, el más crudo que se podía recordar en la región, desaparecieron tres niñas más. Y sus cuerpos, como los de las anteriores, tampoco fueron encontrados.
- ¡La desgracia ha caído sobre nosotros! – bramaban con pavor los más ancianos -. ¡Hemos debido ofender a Dios!

En primavera, la hija del alcalde salió con una criada a recoger moras. Cuatro horas después, cuando ya oscurecía, la joven apareció, desmelenada, histérica, jurando que un demonio negro se había llevado a la niña. El pueblo entero, bajo las órdenes del sacerdote, emprendió la batida. Al final del bosque, junto al pantano, dieron con un campamento de gitanos, que les acogieron con hospitalidad. Los aldeanos recelaban. Los gitanos, todo el mundo lo sabía, eran maleantes y ladrones, adoradores de falsos dioses, pendencieros y borrachos. Se burlaban de las buenas costumbres con sus ritos paganos, sus estrafalarias ropas de colores, sus canciones obscenas y su lengua siniestra. Y, sin embargo, aquellos desharrapados les habían ofrecido su pan y su vino, el calor de sus hogueras e incluso su ayuda para buscar a la pequeña. Todo fue en vano.
- Ha sido el diablo – repetía sin cesar la criada del alcalde -. Yo lo vi. Alto y oscuro como un tizón, vestido con ropajes negros. Corría entre los árboles con la niña en brazos.
- ¡Tonterías! – gritaba el alcalde -. Descubriré quién se ha llevado a mi hija y le mataré con mis propias manos.
Un clamor de voces se elevó por toda la iglesia. El sacerdote pidió calma.
- ¿No habéis pensado que quizá tengamos al culpable ante nuestros ojos? ¿Acaso no invaden nuestras tierras esos bárbaros herejes, capaces de las peores aberraciones?
- Pero, Padre – intervino alguien -. Los gitanos acaban de llegar, hace apenas unos días. Y nuestras hijas desaparecen desde el pasado verano.
- ¿Es que no hacen los gitanos tratos con Satanás? – rebatió el párroco implacable -. ¿Y no puede él otorgarles oscuros poderes? ¿No sabemos que el mal tiene los dedos muy largos? ¿No consigue una mujer vulgar volar por los aires y chupar la sangre a las criaturas cuando se convierte en concubina de Lucifer?

El clamor se repitió, más ensordecedor aún. Y todo el pueblo, como un enjambre enloquecido, se dirigió dando alaridos al campamento de los gitanos. El líder de aquella gente salió a su encuentro alzando las manos con humildad. El alcalde, sin mediar palabra, le disparó en el pecho. A partir de ese momento, la brutalidad se apoderó de los aldeanos que, como bestias, apalearon, ahorcaron, quemaron y apuñalaron a todo lo que se movía, mujeres, hombres, ancianos, niños y animales. Con los primeros rayos de sol, reinó el silencio. Todos se miraron, agotados por el esfuerzo, cubiertos de sangre, aturdidos y satisfechos, y cayeron de rodillas rezando con fervor. Se había hecho justicia. Los enemigos de Dios habían sido aniquilados. El pueblo estaba a salvo y sus habitantes podían sentirse orgullosos.
La criada del alcalde perdió la razón. Fue necesario encerrarla, porque aullaba como un animal, se arrancaba la ropa y atacaba como una fiera a cualquiera que se le acercara. El sacerdote, demostrando su caridad, se hizo cargo de la infeliz hasta que el Señor, en su infinita misericordia, decidió llevársela pocos días después.

Habían pasado dos siglos cuando la tierra tembló en todo el país, dejando un rastro de muerte y de miseria. La tragedia pareció cebarse inexplicablemente en un pequeño pueblo, a la orilla de un pantano. Sólo los más jóvenes sobrevivieron al desastre. Cuando intentaban reconstruir la aldea, descubrieron, consternados, que una enorme grieta había partido en dos el jardín de la casa parroquial, dejando al descubierto un montón de pequeños huesos.

jueves, 13 de noviembre de 2008

Partidas absurdas

Vamos a celebrar los siete meses con vermutito, saliendo a comer, a tomar un café, quizá a dar una vuelta si el sol resiste. Al menos hasta las 19,30. Porque a esa hora, de este jueves (qué manía le ha dado con los jueves!) vuelve a ser, otra vez, el día de la ex. Hoy, por qué no, aunque estemos celebrando. De nuevo, y para variar, el día de la ex. No sé de qué me extraño, si se repite cada dos o tres semanas. Cuando ella quiere. Ella es la que llama, la que decide, la que pone el sitio, la hora, el momento y las condiciones. En cada ocasión la excusa es la misma: arreglarlo, acabarlo, solucionarlo. Y, en cada ocasión, el resultado es el mismo: ninguno. Porque ella, siempre ella, decide otra vez. Decide que no, que no quiere así las cosas, que no, que esta manera no la convence, que no, que tiene que consultarlo con el abogado, el novio, la almohada o los astros. Y aquí seguimos. Sin avanzar y a la espera del nuevo siroco.
Me asaltan varias dudas. La primera es acerca de las suyas. Si sabe lo que quiere, si lo exige con tanto ahínco, y, lo que es más, si nadie se lo niega, dónde estará el problema? Otra duda: cómo llevará tanta indecisión su nueva pareja? Qué le parecerá el hecho de que ella, para cada problema, duda, dificultad o antojo, acuda al ex? Y la tercera duda: por qué no nos ponemos a las malas de una vez? Por qué seguimos consintiendo? Al principio nuestra excusa era aguantar en beneficio propio, para que nada se torciera. Usar la miel y no el vinagre para zanjarlo lo antes posible. Dado que la miel no funciona, dado que ni dándole lo que quiere está conforme, repito, a qué esperamos? Tenemos ya algo que perder? Ahora que está claro que ella no se conforma, que quiere más de lo que le corresponde, que, incluso por las buenas lo va a conseguir, y ni así nos deja en paz, por qué no ponerse estupendos? Si ella sabe, y lo sabe, que por las malas perdemos todos (y ella no quiere perder, está claro) por qué no amenazarla con la guerra? Qué sé yo, un simple empujoncito para que deje de tocar las pelotas. Coge el puto dinero y desaparece. No es eso lo que quieres? Entonces, por qué no lo haces de una vez? No eres la primera interesada en hacer así las cosas, porque sabes que a las malas recibirás menos? A qué vienen estos jueguecitos y este cuento de nunca acabar?
No tiene el menor sentido. Al final una se pregunta si es que la tipa es mala o es tonta, sin más. Porque si yo sé que me corresponde algo, me arriesgo a pedir más y me lo conceden por no discutir, os aseguro que no perdería el tiempo jugándome la ventaja. No sea que el buenazo se eche atrás y al final me quede sin lo que quiero. Alguien me lo explica? Mi única conclusión es que hasta para ser cabrona hay que valer. Y esta no sabe. Salvo que, en realidad, no sea el dinero lo que quiere, sino, simplemente, tocar las narices. Entonces sí, se le da de lujo. Y a qué demonios esperamos nosotros para soltar el órdago? Porque yo, francamente, estoy harta.
Con todo y con eso, feliz día trece. Felices siete meses y felices pese a todo.

martes, 11 de noviembre de 2008

Diccionario de nombres propios


Como os contaba una vez, empezaron a llamarme Lenka en el instituto. La culpa la tuvo una chica de la antigua Checoslovaquia, concretamente de Bohemia, con la que me escribía desde el colegio. Había todo un club de amigos por correspondencia para practicar idiomas y, durante algunos años de mi vida, me carteé con la susodicha Georgina, con la húngara Ildiko, la francesa Valerie, la finesa Annika y, sobre todo, con la china Jenny Li, que mantuvo la tradición durante años, a razón de una carta por mes, siempre con papel diferente. La colección de cuartillas y sobrecitos de aquella chica era increíble. Jamás repitió un sólo diseño, lo que me obligó a recorrer todas las librerías de mi ciudad, buscando a mi vez cómo sorprenderla. Papeles con dibujitos, perfumados, con dedicatorias, con pegatinas, con purpurina... lo peor es que ella también hacía papiroflexia, así que era muy capaz de doblar sus cartas en forma de garza. Eso sí que jamás lo pude superar.

Pero a lo que iba: Georgina siempre me decía que le encantaba mi nombre y que estaba averiguando cuál era su traducción. Al parecer consultó a una profesora que le aseguró que mi principesco patronímico se decía por allá "Lenka". Me gustó mucho cómo sonaba. En el instituto me aficioné a los juegos de rol, y, por no pensar demasiado, usaba siempre dicho nombre para mis personajes. No me negaréis que, como nombre vampírico, queda de lo más propio. La cosa cayó en gracia entre mis amigos, que empezaron a llamarme así. Incluso hubo uno que me regaló un colgante con el apodo grabado (colgante que vaya usted a saber por dónde andará). Lenka se convirtió en algo más que un mote. Se convirtió casi en mi verdadero nombre para mucha gente, y, a veces, incluso para mí.

Y hete aquí que con el discurrir de los años, descubro que de tal guisa se hacen llamar, a modo de diminutivo, las Elenas de varios países del este. Y, demonios, aunque también sea de lo más principesco, no es ese mi nombre! Ya me creía yo vulgarmente estafada por la de Bohemia, cuando hice una serie de divertidos descubrimientos. Empecemos a liar la surrealista madeja. Bohemia, famosa por su cristal. De alguna manera insólita, Gigia (ciudad modesta y provinciana) acogió durante muchos años una fábrica de soplado de cristalería, que se llamó precisamente Bohemia. Aún existían sus ruinas cuando yo era niña. No eran de Checoslovaquia los antepasados de Marechek? Lo soñé, o se vinieron a esta tierra por algo relacionado con dicha fábrica? El hecho de que, incluso de niña, soñara constantemente con una ciudad desconocida que, años más tarde, reconocí en un cuadro ante el que casi me echo a llorar, y que resultó ser Praga, vamos a admitirlo como mera casualidad o cosas del subconsciente. Os he dicho ya que la que me rebautizó con el nombrecito era de Bohemia, no? Acabo de enterarme de que, si bien se utiliza "Lenka" como diminutivo de "Elena" en ciertas zonas, no es menos cierto que su uso más extendido es como diminutivo de "Magdalena" (al primero que haga un chiste fácil, le atizo una coz. Y quiero dejar claro que esto va por Rogorn).
Por dónde iba yo? Ah, sí, por la patrona de las mujeres de vida alegre. Dejemos a un lado las connotaciones de la Santa, que, como sabemos, en realidad se llamaba María y era natural de Magdala, un pueblo de Galilea. De ahí el apodo. Y, albricias, qué significa "Magdala" en hebreo? Torre. Así como se lo cuento. Lenka, de Magdalena, Magdalena de Magdala, y Magdala de Torre. La Torre de Lenka (lo de Bohemia, Georgina, la fábrica, los antepasados de Marechek, el cuadro y los sueños de Praga, no tienen nada que ver, pero quedaba bonito). Qué les parece, señoras y señores? A mí, personalmente, una tontería, pero me ha encantado. Y, además, para poner a esta entrada tan ridícula un final cursi, también he caído en la cuenta de que "Len" (que es como me llaman muchos haciendo diminutivo del diminutivo) es un acrónimo de "Nel", que, para más datos, es el nombre de mi Trasto en la bella parla astur. Y, hasta aquí, el desvarío de hoy. Esta vez sí que os habéis ganado un café. Yo invito.

sábado, 8 de noviembre de 2008

Picatostes


No recuerdo la última vez que nos juntamos las niñas. Lástima que tocó irse de tiendas (por los dioses, quién dijo crisis?? De dónde sale toda esa gente??) y pena por las ausentes (las madres y esposas). Y por las prisas. Pero bueno, una tarde divertida chupando lámparas, peinándonos con el móvil, escupiendo caramelos, atacándonos con los probadores de colonias y todas esas cosas absurdas que hacemos juntas. (Qué gusto tenerte en casa, Dalai de mis amores!!!) Café con debate y planes que abandoné por el frío y la pereza.

Mi Trasto se gana el jornal en las horas más intempestivas y yo zanganeo malamente, feliz y calentita en nuestro nido, esperando su vuelta, echándole de menos. Entre las niñas y el nido, saqué tiempo para visitar a la Mamma. Es curioso, pero cuanto más vieja me hago y más me alejo de ella, más la echo de menos. Supongo que es la primera sorprendida, tras toda una vida lamentándose de mi frialdad, de mi forma de ser, tan huraña y distante. Ahora me escapo a verla y raro es el día que no la llamo, por el mero placer de oírla. No niego que, en parte, me siento un tanto culpable por mis años pasotas de autismo, por mi empecinado aislamiento y mi despreocupación, por mi libertad tan peleada y tan defendida. Supongo que intento compensarla. Y, además, me entristece saber que está sola. Porque es tan fuerte, tan capaz, pero tan cariñosa...

Lo bueno de todo esto es que me siento feliz al acudir a ella. Ya no lo entiendo como una carga, como una inevitable obligación familiar. Es curioso. Ahora que sí me siento libre no me importa acercarme más a ella. Quizá soy menos egoísta que a mis veinte años. Quizá he logrado entenderla mejor, aunque no tengo idea de cómo fue, ni cuándo. Ya no me agobian sus intentos por acercarse. Ya no me parece una invasión. Se le ocurre la peregrina idea de ofrecerse a venir un día a mi casa para lavar mis trapos de cocina. Porque, obviamente, no están lo suficientemente níveos. Me echo a reír y le aclaro que yo solita puedo meterlos en lejía perfectamente, y que, si no lo he hecho ya, es porque no me importa demasiado. Pero ya no resoplo, ni me cabreo. Le ahorro la molestia, porque me parece vergonzoso que a mi edad alguien pretenda lavar mis trapos sucios (jejejeje), pero la invito a venir cuando quiera, sencillamente para charlar y tomar café.

Alguien dijo (y en alguna parte lo leí) que toda hija pasa por una fase en la que "asesina" a su madre. Porque su madre representa todo aquello que ella se niega a ser. No seré como mi madre. Seré mejor, más lista, más independiente, por dios, no quiero ser como ella. Nunca seré como ella. Recuerdo esa fase en la que se mezclaba el cariño con una especie de soberbia, la empatía con la incomprensión más absoluta. Cortar el cordón. Déjame en paz, déjame ser, déjame vivir. Supongo que toda hija pasa por ello. Incluso reconozco esa etapa en mi propia madre, cuando se compara con la suya. Amor y culpa. Quererla y no soportarla. Y de pronto, un día te descubres mirándola y admirándola. Y te reafirmas. No quiero ser como ella en esto, pero ojalá pudiera ser como ella en esto otro. Exijo que me respetes, pero he aprendido a respetarte. Qué tremendo es oírte hablar de mí con tanto orgullo, maravillarte de cuánto te he enseñado, yo, que jamás te di las gracias por tanto como me enseñaste. Años intentando matar a la madre para descubrir que no hay nada que matar y todo que mantener vivo.

En poco más de diez minutos, me ha preparado picatostes. Le recuerdo que nunca me han gustado. "A lo mejor le gustan a él". Claro, seguramente. Dale, mami, me las llevo. Pero media docenita, que ya sabes que yo no las voy a comer. A ver si se van a estropear. Me traigo mis picatostes y al mirarlas me asalta un antojo repentino. Es curioso, porque siempre las he detestado. Me zampo dos para cenar. Están deliciosas. No puedo creerlo, porque son las mismas que mi madre lleva haciendo toda la vida. Si ellas no han cambiado, quizá lo haya hecho yo. Es bueno sentirse así, libre y en paz, con las heridas cerradas. Es hermoso no estar cabreada, no tener que forzar los afectos, querer, y poder, y disfrutarlo, sin miedos, sin rencores, sin aquella terrible sensación de estar siendo atacada. Es increíble dinamitar las murallas y las armaduras. Y quererte, Madre, y paladearlo. Es indescriptible que ahora todo sea dulce entre nosotras.

jueves, 6 de noviembre de 2008

Vidas que empiezan, vidas que siguen

Ayer conocí por fin a Noelia, nuestra Princesa, hija de la Reina-Xana y el Rey Pescador. Siempre es hermoso contemplar una vida que empieza, que lo tiene todo por delante. Los artícifes del milagro están radiantes, nuestra madre favorita más guapa que nunca, con esa belleza del prodigio de haber creado una vida, y esa es insuperable. Me pareció una buena señal, aún con la preocupación por el viejo en la cabeza, ser presentada por fin a su pequeña tocaya de fecha. Porque Noe, con gran iniciativa y pasando olímpicamente de nuestras porras, decidió nacer el mismo día que el Pater, aunque varios eones después. El caso es que me pareció una buena señal, uno de esos guiñitos mágicos del cosmos.
La cosa pintaba mal, pero la sorpresa ha sido mayúscula. Los médicos, que tenían preparados sus mejores sermones, no daban crédito. Alzando una ceja y tras revisar las pruebas, miraron a mi Pater y concluyeron: "señor, le parecerá increíble, pero está usted como un mulo". Debí confiar en eso que se dice de los de Carreño, que tienen una mala salud de hierro. El susodicho tiene los pulmones como el pozo María Luisa, pero funcionando. Su único mal es el colesterol y el azúcar por las nubes. Le han regañado por fumar, por los bocatas de chorizo y por los pasteles de crema. Hay que reconocer que su curva de la felicidad está adquiriendo dimensiones planetarias y eso no debe ser bueno a su edad y fumando como una bestia. Naturalmente, hará caso omiso de todo. Seguirá echando humo y comiendo como un ogro.
Es el primer sorprendido por los resultados. Estaba ya totalmente convencido de su enfisema. Se lo ha tomado a risa, y ha decidido que, perdidas sus tres apuestas (estampado en moto contra un Alsa, tragado por una ola gigante en alta mar o devorado por un cáncer de pulmón) se va a morir de un infarto fulminante como todos los de su clan. Aunque sólo sea para no llevarles la contraria en todo. Le parece una bonita tradición, rápida y segura. Y entre risas y humor negro, me ha mandado besos, ha encendido otro cigarro y ha planeado su cena. Y, como siempre, se ha despedido con un "ya nos vemos por ahí". No ha sido de esta. Con suerte, tenemos Pater para rato.

martes, 4 de noviembre de 2008

Tortillas girando

Cuando eres niño, tus padres se desviven para que estés bien, para que nada te falte, para que no te hagas daño, siempre pendientes de tus pasos. Creces y descubres que ninguno de esos cuidados se retira de forma natural, que, sorprendentemente, para los viejos no es un alivio el que te valgas por ti mismo. Es más, te ves obligado a pelear tu independencia, a demostrar cada día que puedes. Y da igual que ya tengas treinta años. Tu madre te llama para preguntarte si necesitas comida, te llena la nevera de tuppers, se ofrece a arreglarte los bajos del pantalón o a plancharte las cortinas, y si descubre que estás resfriada organiza un comando de ayuda humanitaria. Es una contante batalla por mantener a los padres fuera de tu territorio, por ahorrarles tanto sofoco y molestia, por caminar solo. Quieres que tus padres se despreocupen, quieres que entiendan que ya no es su problema si tú tienes las cortinas mal planchadas y que, al fin y al cabo, son unas cortinas, no pasa nada. Pero no lo entienden, no pueden pasar del tema. La paternidad es una vocación que no termina jamás.
Quiero dejar claro que, aunque hablo en plural, me refiero a la Mater. Al viejo jamás nada le quitó el sueño. Siempre dijo que los cachorros humanos eran un engorro, lo más torpe y débil de la creación. Devoraba los documentales sobre animales y nos gritaba desde el sofá: "mirad eso. Un pobre ñu. Acaba de nacer hace diez minutos y ya sabe que, o se pone en pie y corre, o la manada se las pira sin él. Míralo como patea ya. Y vosotros aquí, con veinte tacos y dando la coña, hombre, por dios". Al Pater le importa un comino si nos alimentamos a base de pizza o llevamos los pantalones rotos, porque él mismo es un ejemplo de desidia total. Pero la Mater, no. La Mater es ordenada, detallista y, aunque tiene medio asumido que a mí me resbalan las cortinas, aunque ella intenta vencer sus pulsiones, aún se cree en la obligación de suplir mis carencias, de hacer las cosas que yo no sé o no quiero hacer. Así que ahí sigue nuestra hermosa y filial lucha, con todo el cariño del mundo.
Pero hay más. Tengo treinta años y he dado un nuevo paso hacia eso que llaman madurez. O, al menos, la vida ha decidido que era hora de darlo. De repente, la tortilla pega un salto y da la vuelta, y descubro que he entrado en la fase inversa, esa en la que los hijos empezamos a preocuparnos por los padres. Porque antes, sí, te preocupas, pero lo justo. Te acomodas en la situación inversa. Y te quedan restos de esa ingenuidad tan facilona de creer que son eternos, indestructibles, que siempre estarán ahí para cuidarte aunque no quieras.
El Pater está enfermo de nuevo. Aún no sabemos de qué. Un bulto extraño que aparece y desaparece, accesos de tos que le hacen perder el conocimiento. Anda por ahí muerto de risa, con el cigarro en la boca y un costurón sobre la ceja, por su último síncope. Ya tuvo un cáncer no hace mucho. Y lleva fumando cuarenta años. Es un enfermo divertido, se pone en lo peor, se ríe de sí mismo, monta el pollo en el hospital, al grito de "me aburroooooooooooo" o "dios mío, que me quieren matar de hambre, quiero una galletaaaaaaaaaaaa, que desfallezco, que estoy malito!!!" Me río con él, pero no consigo dormir bien por las noches. Y, si lo hago, tengo pesadillas. Es lo que tiene la vida. Te hace madurar a base de sustos. Ahora toca preocuparse por el viejo. Ay.

sábado, 1 de noviembre de 2008

La Noche de los Muertos


Cuando yo era niña, esta noche la pasábamos en familia, en el pueblo. Mi madre vaciaba las calabazas que plantaba mi abuela (y que, por su tamaño, bien podrían haber servido como carruajes para Cenicienta y toda la corte del Príncipe Azul), se hacían tartas y mermeladas con el relleno, se ponían velas dentro, se comían castañas y manzanas asadas y todos contaban cuentos de ánimas y aparecidos. Lo más emocionante, sin duda, era disfrazarse de esperpento, de alma en pena, y dedicarse a pegar sustos a diestro y siniestro. Y, naturalmente, al caer la noche se jugaba al escondite en la oscuridad, y había que demostrar valor para, con las historias de fantasmas aún en mente, corretear a la luz de la luna, ocultarse junto al pozo, o en el hueco de un árbol, en el corredor del hórreo o en la humedad del llagar, y esperar, con el corazón martilleándote el pecho que alguien te encontrara. Hasta mi abuelo, siempre tan huraño, se pegaba sus buenas carreras prao arriba y prao abajo, como un niño de metro ochenta y pelo blanco. Terminados los juegos, los niños suplicábamos más fiesta, y entonces llegaba la hora de sentarse en los bancos, en el patio, y estarse muy callados para ver si descubríamos algún esperteyu aleteando sobre nuestras cabezas. Si el cielo estaba despejado, mi padre nos enseñaba las estrellas, las llamaba por sus nombres y narraba cosas del mar.

Al día siguiente se iba a ver a los muertos, se les ponían flores, se les recordaba con anécdotas graciosas y cotilleos secretos. Y, como se hace siempre en el norte, se comía y se bebía, celebrando la vida. Eran fechas de velones encendidos, de dulces, de cuentos espantosos que daban miedo y provocaban risas nerviosas, de ritos iniciáticos, de aventuras para niños valientes, de vida y de muerte, de leyendas, de escuchar a los viejos, de prender hogueras para ahuyentar a los espíritus, de reírse del frío del invierno y de la oscuridad de las noches tempranas. Eran fechas de vencer a los trasgus, de pasear a oscuras por el bosque retando a la Güestia, del "a ver si te atreves a ir solo al monte y chillar tu nombre tres veces", conjuros y travesuras. Buenos tiempos.

Luego llegaron las pelis americanas, los niños pidiendo truco o trato, los disfraces comprados, las matanzas de adolescentes. Se llamaba Halloween y mi padre renegó de nuestra fiesta pagana y de las calabazas que hacían muecas. "Estos jodíos yankees todo nos lo tienen que estropear", protestaba. Odia Halloween, como odia al Santa Klaus de color rojo, y las hamburguesas, como odia todo lo yankee. A mí, sinceramente, me da igual. Pero reconozco que prefería nuestra noche de difuntos, como prefiero nuestro San Juan pagano, y nuestras Navidades con el acebo, con las manzanas y el caldero de cobre. Echo de menos todo aquello y cada día estoy más empeñada en recuperarlo, en contárselo a los hijos que espero tener, en compartirlo y jugarlo con ellos, para que no se pierda, para que no se diluya con parafernalias ajenas. No quiero rendirme. Supongo que se debe a esta tierra de Xanas, Nuberus, Diañus y Cuélebres, de bosques, montañas y mar embravecido, a este rincón que no se resiste a la invasión de otros mitos, pero nunca olvida del todo a los suyos. Supongo que será porque ninguna bruja verde con nariz postiza podrá asustar jamás tanto como la Guaxa, el Papón o la María Cuchilla.

Feliz Noche de Difuntos.