jueves, 31 de diciembre de 2009

Brindando por Yule


Termina otro año y, presiento, empieza otro ciclo. Los últimos años han sido verdaderamente intensos. Jamás había tenido la impresión de estar tan rodeada de cambios, la mayoría de ellos gestados en mi interior. Por primera vez tengo la impresión de conducir mi vida. Una estupidez y una osadía, posiblemente. Pero así lo siento. Como espejismo no está mal. Cierto que fuera siguen quedando montones de asuntos pendientes, pero dentro todo está bien en el mejor de los mundos. Es una grata novedad. Quizá por eso no puedo evitar ver el futuro como una promesa. Traiga lo que traiga creo tener fuerzas para encajarlo. Y para disfrutarlo. Disfrutar parece algo muy obvio y simple, pero no lo es. No cuando no sabes hacerlo. Creo haber aprendido por fin.

Listo el muérdago, el caldero, las manzanas, el acebo, las piñas, las velas y la sidra. Listas mis gracias a la vida por sus dones y sus palos (de todo se aprende). Listos mis buenos deseos. Y hasta los dulces. Disfruta de esta noche mágica del modo que más te guste. La superstición dice que tu año transcurrirá como lo termines. Así que, ya sabes. Procura no acabar enfadado, triste, preocupado, con indigestión o borracho. Sería una pena perderse los detalles.

Feliz Yule. También para los Búhos.

viernes, 25 de diciembre de 2009

De Xaninas y Güelos

Hace muy pocos días llegó con paso firme y sin avisar una nueva brujita al aquelarre. Se ve que no tenía pensado perderse el jolgorio, así que decidió adelantarse lo justo para ver las primeras lucecitas brillantes de su vida. Y, quizá, encantada ante la idea de ser la reina de Las Fiestas. No dudo que lo habrá conseguido.

Hace un poquito más nació la primera bisnieta de Víctor y Mila, mis abuelos paternos. Por fin he podido conocerla, una india morenaza como su madre, apuntando maneras, de esas que duermen con los puños bien apretados. El clan crece y crece, y se nos vuelve cada vez más multiracial. Tenemos México, Manchester, un poco de Jamaica, una pizca de Senegal y no sé si se me dejo algo. A este paso no ganaremos para cursos de inglés, pero todo sea por el gustazo de oír a los abuelos (ahora ya a los cuatro, cada cual por su lado) soltando cenquius a diestro y siniestro encantados con eso de hablar idiomas.
 
Minichu se ha decidido a hablar y ahora no para. Tiene su propio idioma, algo así como español-asturiano-lenguatrapo-clave, todo ello con acento madrileño. La escojonación total. Así que nada. Niñas y más niñas. Unas cuantas valientes osando plantarse en el globo. A ver si nos lo enderezan entre tanta brujilda. Disfrutad de la verbena, Lara, Noelia, Ruth y Carla. Y tú, arrobita, cuando llegues (y seas lo que seas, aunque no sé por qué todos damos por sentado que serás otra xanina).

Pocas imágenes tan bellas como Mila (la once veces madre, trece veces abuela e infinitas veces brava) sosteniendo en sus brazos a la siguiente generación, bisa recién estrenada. Pena que tú, canija, ni te enteres de la sabiduría de ese regazo que te mece. Pocas imágenes tan desternillantes como el Obo Víctor posando ante nuestras cámaras con un gorro lanudo ruso adornado con la hoz y el martillo. "Ay, Diooooooos (se me escapó). A los noventa años se nos hace Trotskista!!!" Y él, con su sonrisa beatífica, me responde: "Los Trotskistas también son hijos del Señor". Cómo te adoro, abuelo. Cómo no adorarte???

En fin, que esto se acaba, pero parece que viene más. Felices días, disfrutad del viaje... y que le den a la gripe!!!!

miércoles, 16 de diciembre de 2009

Mundo insólito

Si alguien más estaba hasta las orejas de encontrarse en los informativos noticias de calado mundial tipo "la pasarela Cibeles" o "los nuevos tatuajes de Guti", que se agarre al asiento. Que vienen curvas. Ayer mismo me quedé patidifusa cuando el señor Pedro Piqueras anunció que nos iban a mostrar lo que ya era toda una tradición por estas fechas. Adivinad. Alumbrado navideño? Mercadillos de figuritas para el Belén? Santa Clauses tocando la campana delante de los centros comerciales al grito de "ho, ho, ho"? Padres catálogo en mano recorriendo jugueterías? Nacimientos Vivientes en las plazas de los pueblos? Peña esquiando? Tortazos en la pescadería para llevarse el último kilo de angulas? Colas en las administraciones de lotería? Error!! No dais una, queridos. Parecéis tontos. No, el susodicho periodista se refería a esa otra tradición de estas fechas. Sí, hombre. La otra. Esa otra. Tan conocida ella y tan tradición. Nadie cae? Pues no lo entiendo, con lo famosa que es. Me refiero, naturalmente, a la elección del culo del año. Atontaos.

No, no es coña. Lo juro. Tras semejante anuncio, la caja tonta nos enchufa el documento. Veo a un grupo de bellas y bellos bailando alegremente en una sala. Primeros planos a las curvas en cuestión. Boxer ajustadito para ellos, culotte medio nalguero para ellas. Me pregunto si en el pasmo del rigor informativo van a arrimar los micros ahí mismo, para que escuchemos las declaraciones de las posaderas en cuestión, verdaderas protagonistas de la noticia. Pero no. Los reporteros sitúan sus alcachofas más arriba, para que nos deleitemos con las palabras de los dueños de los culos. Palabras más o menos igual de interesantes que las que habrían soltado por abajo.

- Uy, sí, la gente nos dice cosas por la calle. Que menudo culo y eso. (No te jode. Me lo dicen a mí, que tengo un trastero tamaño circo del sol, no os lo van a decir a vosotros, con esos pompis divinos de fitness).

- Nada, esto es comer sano y gimnasio. (Ya me imagino que de atragantarte a fabadas y dormir la siesta no es, no. Porque si la cosa funcionara así, tendríamos todos unas nalgas esculpidas en puro acero).

- Estamos súper orgullosos por este triunfo, o sea. (Claro. Y no es para menos. Para qué molestarse en ganar un Nobel de Física, si un culo respingón te garantiza más minutos de telediario?)

Ya sé que ahora vendrá el Rogorn y me dirá que esto es porque estamos copiando (pa no variar) los usos televisivos de los yankees, a los que les gusta mucho eso de "informar y entretener" todo junto. No lo dudo, claro. Aunque a mí me parece más bien "idiotizar". Que sea noticia digna de telediario el desfile anual en bragas de la Victoria´s Secret esa, o las mamarrachadas de un futbolista cantando (berreando, más bien) para un anuncio, o si han nombrado a Rihanna mujer del año en no sé qué revista chuminera, me alucina y me asusta a partes iguales. Yo, personalmente, me cago en la crónica social y en el tonto la higa que la inventó. Mayormente.

lunes, 14 de diciembre de 2009

La edad del pavo


Excursión al este y comida con familiares de mi Trasto, gente amable y de risa fácil. Un matrimonio bordeando la cuarentena, dos niños pequeños y una chica adolescente. Una casa enorme y cálida, buena comida, buen vino y conversación. La sobremesa se promete interminable pero grata, como lo son casi siempre por aquí. Salen las viejas historias, las recetas milagrosas para cambiar el mundo, las típicas críticas a los políticos, los banqueros, la maldita crisis. Hay risas, buen ambiente y un bebé haciendo gorgoritos, cómo no, en brazos de mi hombre, que ejerce un influjo hechicero e inexplicable en toda hembra menor de diez años que se encuentre a menos de dos kilómetros de él. Lo de menor de diez años es una suerte. Sin duda.

Pero no sólo hay un bebé, claro. Hay otra hembra de catorce, y es como son todas las de catorce, supongo. Deambula por la casa hosca y silenciosa, con cara de odiar la vida, dedicándonos distantes miradas de infinito desprecio. No nos rehuye del todo ni se refugia en sus aposentos, por lo que me barrunto que en el fondo le despierta curiosidad el ambiente, aunque jamás lo admitiría. Se mueve altiva y con gesto de hastiada sofisticación. De vez en cuando se le escapa una mueca o una risotada dedicada a los hermanos menores, pero al instante recompone el semblante, avergonzada, como pillada en falta, y vuelve a posar con aires de adulta. Al cabo de un rato no lo soporta más y se une al grupo, con la decidida intención de montar gresca.

La susodicha está rabiosa porque sus pérfidos progenitores no le permiten salir de noche. Y semejante injusticia no tiene pinta de ir a cambiar antes de la ya cercana Nochevieja. El debate está servido y me veo teletransportada varios años atrás. Y sonrío pensando en lo distinto que se ve todo. No tarda en aparecer el argumento de argumentos: "todas las demás salen". A mí las demás me tiran de un pie y patatín y patatán. Me pasma la chavala. Lo mismo se encoleriza como una burra que se pone roja y se le escapa la risa cuando se queda sin objeciones. Pero es terca como sólo una cabestra de sus años puede serlo. Le echa en cara a su padre que él ya salía a los quince. Replica él, sereno, que si salía a los quince era porque ya trabajaba, y se pagaba las cervezas de su bolsillo, no del de su padre. Touché. Y que, además, salía teniendo muy presente la idea de que al día siguiente había tajo, hubiera dormido ocho horas o dos. Y nunca faltó. Ataca la nena por el frente materno. La madre responde que ella, a los catorce, iba al parque a comer pipas. Decide entonces la pimpolla tirar por el lado inocente. "Si no hacemos nada". Pa no hacer nada estás mejor en casa. Y entonces cae como una liebre en la trampa. "Qué sabréis vosotros!" Y su cara desvela oscuros secretos que, naturalmente, nadie mayor de dieciséis es capaz de imaginar. Al momento se da cuenta de que ha hablado demasiado. "Por eso, por eso, porque lo sabemos no te dejamos salir".

A estas alturas la chiquilla echa humo por las orejas pero ya sólo le queda mantener el órdago. Se le ve en la cara. Qué sabréis vosotros, carcamales, que ya nacistéis viejos y padres. Incapaz de morderme más la lengua, suelto un suspiro nostálgico. Ah, los viejos tiempos. Ah, las broncas con los padres. Ah, la Nochevieja. Cielos, qué vieja debo ser. Hoy día sería la última noche del año en que me apetecería salir. Calculad. Cientos de borregos como si les hubieran soltado del redil y nunca hubieran pisado la calle. Broncas, borrachos, garrafón, humo, codazos, chunda chunda, gritos, babosos tocándote el culo, matasuegras y peña enfarlopada hasta las cejas. La niña me mira con los ojos desorbitaos. Ha-di-cho-far-lo-pa. La vejestoria esta. Mira a sus padres con cara de pavor. Y aún parece más aterrada cuando ve que los padres no sólo no caen patas arriba, sino que no se sorprenden. Saben lo que es la noche. Y la farlopa. Lo saben.

De repente estamos hablando de enrollarse con tíos buenos, de vomitar abrazado a una farola, de las maravillas y sinsabores del mundillo discoteca. De los años de pelea que nos costó conseguirlo, de lo poco que nos duraron las ganas, y de cuando descubrimos que nuestros padres no nos dejaban salir porque disfrutaran tocándonos los cojones, sino por otras muchas razones. Bromeamos con que, seguramente, y al ritmo que va todo, la tierna bebita que achucha al Trasto montará un pollo cuando sus viejos no le dejen celebrar la Comunión en una rave. La madre deja caer un comentario de madre, de esos que a los catorce te enferman la vida y entiendes después. Menciona a todas esas niñas del telediario, esas que se esfuman un buen día y cuyas caras y nombres se convierten en carteles. Esas de las que te preguntas luego: "pero qué hacía esta chiquilla por ahí a las cuatro de la mañana???" Esas que, impepinablemente, suelen aparecer en cunetas y descampaos. Y añade: "antes siempre era un desconocido, o un tarao, o alguien que pasaba por aquí. Ahora resulta que sabes que ha sido su novio, o los compañeros de clase, los que la iban a acompañar al bus o hasta la puerta de casa". La teen suelta un chasquido con la lengua, pero después se queda pensativa, apiñando migas sobre el mantel, mirando a su madre de reojo.

Al rato me está confiando sus problemas de acné en un rincón de la cocina. Le digo que tenga paciencia con sus viejos. Que no te quieren más por dejarte hacer todo lo que quieras. Ella suspira. Es una niña grande y lo sabe. Casi la ves caminando por una línea, a ratos adulta, a ratos una enana. Casi la ves debatirse entre lo muchísimo que sabe y la certeza de que no sabe nada. Y, sobre todo, le ves las ganas de saber. Lógico. "Es que salen todas. Ya tienen hora en la pelu para hacerse los recogidos y maquillarse, y se están comprando unos vestidos de noche guapísimos". Charlo un rato más con ella, entendiendo las ganas de sus padres de arrancarle la cabeza y las ganas que ellas tiene de mandarlos a hacer puñetas. Y mientras, pienso en lo jodidamente difícil que se lo ponen algunos padres imbéciles a los padres sensatos. Niñas de catorce años en la pelu y comprándose vestidos de noche. Qué guay. Niñas de catorce años disfrazadas de las pencas de Kiki en Nueva York. Mamás y papás jugando con Barbies a tamaño natural. De qué coño nos extrañamos luego??? En fin. Aviso para mis amigas, la que ya es mamá y las que van de camino: No os queda nada. Chatas.

martes, 1 de diciembre de 2009

Luisa


Se llamaba Luisa y dejó el pueblo a los catorce o quince años para "ir a servir" a la capital. Una salida bastante habitual en sus tiempos. Era la mayor de nueve hermanos, gemela de otra que moriría joven, maltratada por un marido no mucho peor que otros de entonces y enferma de los pulmones, dejando atrás un hijo que apenas la sobrevivió. Pero esa es otra historia. Luisa llegó a la capital, decía, y entró a trabajar en casa de unos señores ricos, dueños de un piso espectacular frente al Teatro. Planchaba y fregaba de rodillas, a la antigua usanza. Acababa de empezar su nueva vida cuando empezó la guerra. Estaba sola, incomunicada, inquieta por la incertidumbre que espolearía a los suyos allá lejos, en el pueblo, en el fin de su mundo. Pero así era la vida. Una explosión le llenó la cara de metralla, aunque tuvo la suerte de que la cosa no fuera más grave. No le quedaron marcas. Dicen que trabajaba con una eficacia asombrosa para su corta edad. Se ganó la confianza de los señores y logró ascender en la jerarquía doméstica. Empezó a mandar, a organizar, a supervisar y a criar a los niños de otra.

Se le pegaron los aires de la ciudad como a ninguna de las hermanas que la siguieron. Algunas de ellas, cuarenta años después de instalarse en la urbe, seguían siendo tan de aldea como el día que nacieron, incluso cubiertas de joyas en sus días más prósperos. Luisa, no. Luisa tenía maneras suaves, la voz tranquila y una elegancia que supongo sería innata. Había salido a la rama pálida y celta de la familia. Rubia, blanca, de ojos azules, menuda. Imagino que tuvo sueños, miedos, planes. No se los conocí. La gente de antes, por lo visto, se limitaba a vivir y a trabajar. Se casó, imagino, con el novio que le tocó en suerte y que se decidió a cortejarla. Resultó también un marido no mucho peor que tantos otros. Bebedor, dueño de su casa y de todo lo que en ella había, esposa incluida. Con fama de violento, aunque nunca se supo si lo era con ella. Un policía nacional que, desde niña, me resultaba siniestro y peligroso. Le recuerdo gordo, con el pelo cano, la voz rota y unos ojos claros que me asustaban. Recuerdo una sonrisa que nunca me convenció. Le recuerdo arrogante, zafio, palurdo y vocinglero, completamente opuesto a ella. Recuerdo también sus últimos días, menguado y hosco, tomándose la medicación con coñac, rudo y protestón, esclavizando a la hija y gruñendo a las enfermeras. Correoso hasta los noventa y uno.

Luisa no vivió para enterrar a su marido. Años antes fue perdiendo lentamente la cabeza e incluso en ese trance resultó dulce y sonriente. Sólo durante un breve lapso de tiempo se volvió rebelde, usando un lenguaje que jamás se le había conocido y dirigiendo furiosas miradas al esposo, para, a renglón seguido, lamentarse en voz alta de que no se muriera de una maldita vez. Al final, empezó a confundirle con su padre, así que le dedicaba sonrisas llenas de afecto y palabras tiernas que él esquivaba con su habitual brusquedad. No recordaba a sus propios hijos, pero se le iluminaba el rostro al verles. "Ha venido ese" exclamaba contenta. "Esa me quiere mucho", añadía. No sé si recordaba al otro, al primero, al que perdió y lloró con tanta amargura, aquel bebé que dejó enterrado en una ciudad lejana, el primer destino de su marido. Aquel al que siempre llevó en el alma y cuyo nombre otorgó a su otro hijo varón.

Hace poco me enteré de uno de esos secretos oscuros que toda familia tiene. Luisa, la infatigable trabajadora, la perfecta madre y esposa, la amiga ejemplar, la siempre suave, elegante y discreta, confesó a sus hermanas que, hace más de medio siglo, se supo de nuevo embarazada de aquel marido al que jamás abandonaría, pues era suyo hasta que la muerte los separase, como se esperaba de toda mujer decente, y optó por un aborto clandestino. Tan clandestino y tan pecado era que las mujeres jamás lo nombraban, como si la mera palabra invocara fuerzas funestas. Las mujeres de mi tierra usaban otra palabra, una que me resulta escalofriante e infinitamente más dura. Luisa se supo embarazada y lo "estrozó". Suena macabro. Sólo llego a imaginar (y seguramente de lejos) las razones que llevaron a Luisa a tomar esa decisión. Imagino su dolor y su miedo. A lo que iba a hacer, a los peligros que entrañaba hacerlo, a que se le descubriera, a las consecuencias para su salud y para su buen nombre. Intento imaginar también cómo las mujeres se aconsejaban, de qué manera se susurraban las oportunas direcciones, qué excusas contaban a sus esposos, con qué pavor se presentarían en a saber qué sitios, en manos de quién se pondrían, el techo de qué sala de tortura mirarían mordiéndose los labios aterradas, quizá llorando, avergonzadas, culpables, quizá rezando para no morir desangradas o rogando al temible Dios de entonces que las perdonara. Intento imaginarlo, pero no sé si alcanzo siquiera.

Se llamaba Luisa, era una mujer de pueblo que se fue a la capital a trabajar. Era madre, y esposa, y seguramente iba a misa cada domingo. Aguantó la vida que le tocó, tomó decisiones y con toda probabilidad pagó por ellas. Supongo que fue razonablemente feliz y no pocas veces desgraciada. Supongo también que tuvo sueños, deseos, miedos y planes. Pero no lo sé. Era menuda, blanca, rubia y con los ojos hermosos y azules. Hace años que nos dejó, pero la recuerdo sonriente, impecable y octogenaria, con su traje chaqueta verde pálido y sus perlas chiquitinas, rodeada de gente a la que ya no conocía. La recuerdo merendando frente a mí con apetito de quinceañera, acariciando los manteles con sus manos de nácar y diciéndome: "eres muy guapa. Qué guapo que es todo". Se llamaba Luisa y era mi tía abuela. Tenía secretos, como seguramente tenemos todas las mujeres.