miércoles, 23 de noviembre de 2011

Si no me veo no me creo

 Dos días. Apenas llevo dos días con el tratamiento y sencillamente no doy crédito a mi nuevo ser. El médico me aseguró que, posiblemente, tardaría un par de semanas (quizá más) en notar mejoría. Me pareció lógico. Y heme aquí. El dolor se ha IDO. Casi por completo. Apenas me molesta ese talón machacado que no me dejaba caminar. No hay punzadas en el costado, ni migrañas, sólo una ligerísima molestia en las sienes, un mero amago. Por primera vez en años no me he pasado el día rotando la cabeza para intentar aliviar (en vano) el quejido de mis vértebras. Los hombros siguen rígidos, claro, pero ahora tengo que presionar sobre ellos para notarlo. Esa contractura que me ardía en el omóplato parece haberse esfumado sin más. Nada en el gemelo, nada en las rodillas, nada en los dedos de las manos. Es absolutamente increíble.
Quizá haya ocurrido todo tan rápido porque mi organismo debía estar muy desintoxicado de fármacos (hacía años que no tomaba nada para el dolor porque de todos modos no funcionaba, así que para qué molestarse). Estas maravillas han caído sobre mí como un mazazo de eficacia. Os parecerá una estupidez, pero he podido tender la ropa sin tener que descansar a media tarea. He podido repetir ese movimiento (brazos arriba, brazos abajo) sin pinchazos, ni ardor, ni agarrotamiento. Ayer necesité una infinitésima parte de vueltas en la cama para encontrar postura, y caí dormida como una piedra, con un sueño sin sueños. Y amanecí despejada, sin achaques ni resoplidos. Cierto que he necesitado una pequeña siesta porque de repente me pesaban los párpados como plomo (ya me habían avisado de los efectos secundarios) pero la diferencia es absolutamente abismal. Me pregunto si no será un efecto placebo todo esto... aunque, francamente, tras la odisea que llevo vivida casi que me da lo mismo.
Y es que había llegado a preocuparme seriamente. Porque incluso la memoria (ese don mío que siempre había funcionado de manera prodigiosa) me estaba fallando ya. Ahora sólo me inquieta una cosa. Confieso que no me gusta del todo la idea de depender de unas pastillas para funcionar. Pero por otro lado, a quién le gusta? Tampoco el diabético desea pincharse a diario. Tengo que asumirlo. Porque compensa. Realmente ya no sabía lo que era vivir sin dolor. Esto es pura magia. Un regalo.

martes, 22 de noviembre de 2011

Fibromialgia

 Quizá debiera estar preocupada, o incluso deprimida, pero lo cierto es que siento alivio. Alivio de que al fin un médico me haya escuchado mirándome a los ojos, se haya tomado la molestia de dejarme hablar más de cinco segundos, me haya examinado, haya mostrado interés, me haya hecho preguntas y le haya dado nombre a algo que arrastro hace años. Ha merecido la pena hacer caso a quienes me avisaron en su día (gracias, Costillo, Kaken, Alberich, Jack y perdón si olvido a alguien) y a todos aquellos (muchos) que aun no sabiendo (como yo misma) qué demonios me ocurría me animaron siempre.
Te pasas la vida oyendo que eres vaga, quejona y una borde con mal carácter. Que exageras. Que eres pasota. Que te rindes demasiado pronto, que sigues la ley del mínimo esfuerzo, que deberías esforzarte más, poner más energía en las cosas. Que te encanta ser el centro de atención y por eso te inventas cosas que no existen. Llega un momento en el que dudas. Será verdad todo eso? Se puede inventar el dolor? Y por qué me ocurre entonces que no temo ir al dentista, que reacciono tranquilamente cuando una batidora decide atacarme dejándome la mano hecha trizas, que puedo parir dos mellizos de más de tres kilos sonriendo y negándome a la epidural hasta que prácticamente me obligan a ponérmela? No significa que el dolor no exista, significa sólo que aprendes a vivir con él, a soportarlo, a relajarte cuando te asalta. Porque si no aprendes llevarías una vida miserable.
Te obligas a mantener el buen humor como sea (nadie tiene la culpa de lo que te pasa) y procuras no quejarte demasiado porque no sirve de nada. Además, llegas a aburrirte tú misma de tu cantinela eterna, así que calculas lo aburridos que están los demás de oírte. Es inútil que te empeñes en anunciar tus males porque están ahí cada día: ayer fue jaqueca, hoy las piernas, mañana será el cuello, a veces te zumban los oídos, o se te nubla la vista, tienes punzadas en las costillas o fuego en el estómago. Siempre hay algo. Nunca estás bien. Al final pasas de todo y te callas para no resultar cansina. Demasiadas veces has tenido que oír eso de: "joder, no hay día que no te quejes de algo, eres una floja". Te sientes culpable y hasta mentirosa. Dudas de ti misma.
El cansancio es casi peor. No te abandona nunca. Amaneces peor de lo que te acostaste: rígida, dolorida, embotada, incluso confusa. No funcionas. Te mueves a trompicones, pierdes el equilibrio, se te caen las cosas, te molestan la luz y el ruido. Tienes que esforzarte por sonreír y por no responder de malos modos cuando alguien te habla. Lo bueno es que la decisión de ser feliz te pertenece, se ponga tu cuerpo como se ponga. Dominas los deseos de gritar y te niegas a justificar tu mal genio con tus dolores. Lo malo es que algunos días no puedes, y luego te pesa cada bufido, cada mal gesto que el otro no merecía. Y te patea la culpa cuando no consigues levantarte, cuando te quedas en la cama hasta las diez mientras sientes que deberías estar poniendo la lavadora, estudiando un poco o haciendo cualquier otra cosa útil. Te sientes una zángana egoísta. Y una mala persona cuando te oyes resoplar sólo porque uno de tus hijos se ha echado a llorar obligándote a ponerte en pie. Es duro sentirse una mala madre y la sensación no desaparece por mucho que cubras de besos a tus críos.
Resulta asombroso cómo esto te condiciona por completo. Algo tan sencillo como tender la ropa te supone un esfuerzo tremendo, y tienes que hacer pausas porque no resistes el dolor de los brazos. Cómo puede resultarte insufrible levantar una camisa húmeda hasta la cuerda? Cuando sabes que al día siguiente tendrás que hacer tres recados diferentes ya te acuestas pensando en ello. Valoras cien veces a qué hora tendrás que poner el despertador para que te dé tiempo, decides que es mejor ducharse por la noche y ahorrarte luego ese paso, dejas la ropa preparada para ganar unos minutos de sueño y te fatiga pensar en caminar un puñetero kilómetro (de casa al súper, luego al banco y después a la tintorería). A veces decides que mejor hacer las cosas en dos tandas. Recuerdas cuánto faltaste a clase porque literalmente no podías levantarte de la cama o aquella vez en que osaste hacer tres bizcochos (uno para mamá, otro para el abuelo, otro para casa) y al día siguiente no podías moverte por las agujetas. La de cosas que has abandonado y la rabia que sentías al hacerlo.
No me gustan las etiquetas, pero esta no va a condicionarme. Llevo viviendo así más de lo que puedo recordar, un nombre no lo empeora. Al revés. Esto me ayuda a entenderlo, a saber que no soy una chiflada ni una vaga. Me ayuda a entender qué me pasa y por qué, a respetar mis límites, a cuidarme más, a priorizar, a no sentir culpa si hay polvo en un estante y necesito descansar dejando el plumero para otro día. Si debo elegir entre una casa impoluta o jugar con mis hijos, elegiré a mis hijos, ya que seguramente no daré para ambas cosas. Y que le den a la casa. Y que le den a la culpa. Este nombre ayuda a quienes viven conmigo a no enfadarse cuando toca un día difícil. Siempre me han apoyado, pero ahora me tranquiliza saber que no parezco una egoísta dejándome ayudar, porque me aterraba que pudieran creer eso. Esto me acompañará toda mi vida, como lleva años haciendo. Ahora al menos sé lo que es y cómo plantarle cara.

jueves, 10 de noviembre de 2011

92

10-IX-79
Alegre Estrella mía de los Mares:
Sé de sobra que en un cierto espacio de tiempo las circunstancias no van a permitirte leer esta simple tarjeta; pero es muy probable que dentro de unos cuantos años, si te ayudan a conservarla, te haga cierta ilusión constatar que te la escribí cuando tenías solamente quince meses y medio. Entonces puede tener para ti un cierto encanto, y por eso te la escribo.
El abuelo Víctor.

Efectivamente, Güelito, siempre me ha hecho mucha ilusión, como me la hacen todos y cada uno de los "papelinos" que recopilaste para mí (citas, versículos de San Mateo, poemas, chistes, artículos inflamados sobre la pobreza y la injusticia, odas disparatadas y fábulas con moraleja) y que guardaré como un tesoro. Porque gracias a esos papeles, a las fotos, los vídeos (pequeñas magias) y los recuerdos (los míos propios y los de esta tribu tuya que tanto te venera) será más sencillo explicar a mis hijos la extraordinaria persona que fue su bisabuelo.
Felices 92, Obo.



(Mi abuelo "haciendo el indio" con cuatro de sus bisnietos. Cosas de la vida, esta foto se tomó el 10 de Septiembre de 2.011. Treinta y dos años exactos después de que me escribieras aquella postal. Como digo siempre: qué lujo tenerte).