martes, 30 de septiembre de 2008

La puta Termomix

Ya puedo proclamar (esta vez en serio) que tengo poderes. Y con la Guaja de testigo, que es persona sensata y fiable. Ayer andaba yo con la mosca particularmente zumbona, así que, ante la posibilidad de que se me cayera la casa encima, me fui a ver a la bostera, que, además, se nos va en cuestión de horas y había que despedirse. Siendo interpelada sobre la situación geográfica de mi contrario, teniendo yo los pendientes de corbata y la bilis atragantá, y no queriendo aburrir ni perturbar a la inminente viajera con mis mondongas, procedí a un despliegue de sandeces varias tratando de quitar hierro al asunto. "Ya verás, tía. Ostias habrá por la Termomix". Y lo guapa que estoy callada?? Ein??
La verdad es que esto ya aburre. No es un don, no, es un coñazo. Porque esta clarividencia mía tan cool no me sirve para acertar una quiniela, no, chuminadas las justas. Sólo me vale para acertar los argumentos de las series, las pelis, los libros y alguna gente. Por eso me gusta "Perdidos". Porque no hay dios quien se aclare. Se podría pensar que eso de adivinar a la peña mola que te pasas. Pero no. Para empezar, con ellos no funciona. Eso explica la cantidad de tortazos que me he llevado hasta ahora. Porque con ellos no daba una, oye. O, lo que es peor, sí la daba, pero no quería verlo. Siempre me esforzaba al máximo en escoger mal, en cegarme como una tarada, en desoír las señales de alarma y tirarme de cabeza al vacío. Pero con ellas... ay, con ellas. Con ellas aún estoy esperando equivocarme.
Ya conocéis el mecanismo, porque os lo he contado. Tipa se cruza en mi vida. La miro. La escucho. Nada. Todo bien. A partir de ahí, me caerá peor, mejor, le caeré fenomenal o como una patada en los ovarios, pero nos dejaremos vivir. O incluso nos adoraremos. Segunda opción. Tipa se cruza en mi vida. La miro. Pelos como escarpias. Me regaño. Otra vez no, cohone. No empieces con tus neuras. La vuelvo a mirar. Piel de posho. Mierda, ya estamos. Me suelto el discurso de persona tolerante, abierta y sensata que soy. Si no la conoces. Si no tienes ni idea. Si no te ha hecho nada. Ya te vale. Serás mala gente y prejuiciosa. La escucho. Danger, danger, danger. Me repito el rollo como un mantra, pero no me lo creo. Espero, espero, observo. Más pistas. Por aquí vamos muy malamente. Y entonces, dependiendo de las posibilidades, o bien mantengo la distancia (siendo educada, que me enseñaron bien, o eso quiero creer), o bien salgo a escape. O bien la soporto, si no me queda otra, y me muerdo la lengua. Porque un simple: "es que a mí esta chica no me acaba de llegar..." suena pérfido, marujil, suena a envidiota mala, a celos chungos, a resabiada. Y me hace sentir culpable. Menos chachi, menos cool. Mala persona, vaya.
Así que toca tragar. Al menos hasta que no puedes con la vida. A veces hay suerte y algún alma piadosa te suelta en plan confidencia: "yo es que a la penca esta no la ubico..." Y entonces suelto tripa y me relajo. Menos mal. No soy la única. La otra pécora (suele ser otra mujer) y yo nos ponemos a analizar la situación. En plan guay, ojo. Sin despellejamientos. Es que cuando dijo... y recuerdas aquella vez? Tía, qué detalle más feo. Y esa forma que tiene de mirar a la gente. No sé, no sé. Y, para no reconocernos oficialmente malvadas, soltamos un: "pero oye, lo mismo estamos metiendo la pata del todo!" Claro. Ja. Pero nunca se escapa una mirada cómplice que significa: "ya verás, ya". Eso sí, puede constar en acta que no hemos sido malas. Pero ambas sabemos que tenemos razón, que es cuestión de tiempo. Y, en el colmo del buen rollo, añadimos: "bah, seguro que al final es majísima". Malas no somos, pero cínicas, un rato. Se nos perdona porque es cinismo del bueno. Del de: "pues voy a hacer el esfuerzo por que me caiga bien, puñetas. Y ojalá me equivoque con ella". Aunque haya una vocecita repipi dentro canturreando: "no te lo crees ni en sueñooooos..."
Me encanta tener razón, como a todo el mundo, supongo. Somos así. Pero algunas veces, en estos casos, me repatea. Porque no gano nada teniendo razón. Porque el tener razón implica un montón de problemas. Porque equivocarse sería lo contrario, la tranquilidad, el "aquí no pasa nada", el "mírala, qué maja es y yo pensando mal". Pero tengo razón. Vuelvo a tenerla. Y me jode, porque eso significa que alguien está herido, decepcionado. Y no lo merece. No, él no.
Así que, permitidme que me desahogue, pegando algunos gritos desde El Torreón. De entrada, me voy a ciscar en las liberadas, en las feministas, en las progres de boquilla y en la madre que las parió a todas ellas. Para seguir, en las lloricas, en las víctimas, en las superadas, en las consentidas, en las depres, las taradas y las mantenidas de treinta años. Me importa un pijo la pasta, el piso y la puta termomix. No es mi guerra. Pero lo del chantaje, reina... eso sí que no lo llevo. Déjate de tanto reiki, tanta neura y tanta pasti. Y madura.

sábado, 27 de septiembre de 2008

Ojos así



Llegó el día y ayer te despediste. Y, gracias a los dioses, están tus películas, para que pueda seguir disfrutándote de vez en cuando. Porque tu rostro insoportablemente hermoso y socarrón me ha acompañado toda la vida, hace tanto que ni puedo recordar. Porque en casa se te consideraba de la familia, hasta tal extremo llegaba nuestro delirio por ti. Porque se te quería como actor, como activista, como pasota anti glamour, como marido, como padre, como piloto, como cocinero, como ese señor tan normal al que no costaba imaginar comiendo pollo con los suyos un domingo, en camisa de cuadros y pantalón gastado. "Paul tiene película nueva". Y estaba claro. No había otro.

Gracias por Brick, por Eddie, Michael, Luke, Butch, Henry, Sidney, Harry y tantos otros. Por la mirada más bella del cine. Buen viaje.

jueves, 25 de septiembre de 2008

Cerrando puertas

Pues nada. Después de las últimas animaladas de mis monstruitos y del pasotismo absoluto de consejería y toda esa manada de politicuchos ociosos, mi gran jefe ha decidido que no puede más, que su fundación no está en condiciones de mantener un centro y catorce sueldos para nada, ni de vivir en un continuo baile de denuncias, agresiones, bajas y nulidad total de apoyos estatales. Así es que, se cierra El Ñeru. Los pequeños jabalíes se recolocan en centros públicos (y que con su pan se los coman), los dos críos que funcionaban se acogen en otros centros de la fundación (y que todo les vaya de lujo) y nosotros nos vamos a la reputísima calle. Con perdón.
Me gustaría ponerme a pegar voces, cagarme en todo y deprimirme por estos ocho meses en los que he tragado toda la mierda del mundo empeñada en hacer algo productivo por esta banda de borricos, llevándome las bofetadas y los insultos que ni la última mona de consejería se ha llevado jamás, aguantando a lo peor de cada casa que sus jodidos centros públicos nos iban encalomando envueltos en celofán, para quitarse el marrón moruno de en medio, pero pienso en la Rizos, que está embarazada, en Madrid, que se va a la cola del paro de la mano de su marido, en Rastas, con un neno de seis meses, o en la Sonsa, que hace un mes brincaba feliz porque de ser eventualilla pasaba a cubrir los 13 meses de baja de la Rizos, y al final resulta que no estoy tan jodida, que tengo un poco más de suerte que algunos, que siempre puedo volver a los masajes y los barros (peor pagados, pero mucho menos estresantes), que he aprendido lo que no está escrito en estos ocho meses, que en la fundación ya saben que somos puros espartanos y pueden contar con nosotros para lo que sea, si algo nuevo sale en un futuro, y que ya saldré de esta, como siempre. Como siempre pero mejor, porque antes estaba mucho más sola y todo se hacía mucho más cuesta arriba, y ahora tengo un Trasto al lado que ríete del Leónidas y con el que es mucho más agradable pelear.
Gracias a todos por estar ahí escuchando las batallas de El Ñeru. Ha sido mucho más fácil teniéndoos por aquí. De verdad. Lamentablemente, había corriente en El Torreón. Se abrió una ventana y he perdido a mi Primer Búho. Pero no importa. Sé que volverá, de un modo u otro. Al menos eso espero.

martes, 23 de septiembre de 2008

De Rocamadour a Cahors


Si de algo fuimos conscientes rápidamente en terreno francés, fue de la exquisita educación de sus oriundos. Y no lo digo con segundas, ojo. He estado dos veces en el país galo y aún estoy esperando encontrarme a alguien maleducado. Son amables, siempre intentan encontrar la forma de que les entiendas, te dan mil explicaciones, te lo facilitan todo. Si saben dos palabras de español, te las dicen con una sonrisa. La verdad es que no se nota un ápice la supuesta y típica rivalidad entre vecinos. Y todo este civismo, unido a su pasión por los caracoles, nos dio la clave para comprender La Cuarta Plaga: los camiones. Por todas partes. A cuarenta por hora. Y provocando unas caravanas interminables, porque, al parecer, en Francia adelantar está feo. No es que sean lentos, no, es que son cansinos, los pobres. Si les toca un tractor delante, son capaces de recorrer medio país detrás de él, con toda su santa paciencia. Paciencia que, claramente, no tenemos los españoles.

Jamás en la vida había oído hablar de Rocamadour, y resulta que es una auténtica belleza de sitio. Te quedas mirando, con cara de imbécil, y preguntándote quién y cómo convencería a quienes construyeron tal ciudad de que aquello era una buena idea. Así, François, pegá al acantilao ese. To parriba. Aprovechamos la roca misma, mismamente. Y todo, claro, porque aparecieron los restos incorruptos del santo de turno. Y porque allá peregrinó San Luis, y su madre, Blanca de Castilla, y sus hermanos, y quedaron postrados de gozo y fervor. Todo esto se lo traducía yo al Trasto de una bonita placa sita sobre un antiquísimo arcón, cuando de repente me veo hablando sola, con el susodicho en medio de la plaza tras un salto de dos metros, haciendo aspavientos y aventurando: "el Luis ese no estará metido ahí, no??" Juas. En un arcón apolillao. Ahí, a la intemperie. Casi me parto de risa. Ideal para las hordas de españoles. Me los imagino abriendo la tapa, sacando la calavera del pobre hombre y contándole chistes de Lepe.
En el arcón no estaba, no, pero estaba en la ciudad, con su madre y sus hermanos, en una bonita y apropiada capilla cerrada a cal y canto. Que nos conocemos. Total, que el sitio es lugar de peregrinación, y parte del Camino de Santiago. Y es que, si otra cosa descubrimos, es que los franceses serán todo lo oh-la-là que quieran, pero son católicos a muerte. Nunca había visto tal profusión de cristos, vírgenes, calvarios, iglesias, ermitas, tal cantidad de gente saliendo de misa, cualquier día a cualquier hora (muchísimos jóvenes, por cierto), tanta devoción. Perdura la ancestral tradición de levantar cruces en los cruces de caminos, especialmente en las zonas rurales. Por supuesto, todo lugar de culto precristiano fue "exorcizado" en su día con una ermita o similar, y hasta rinden culto a santos que transformaron a los paganos primitivos en menhires. La parte positiva de esta gente es que lo conserva todo, incluído el menhir, las aldeas medievales, los castillos, las supuestas tumbas de Merlín (ejem, de esto ya hablaremos) y, por supuesto, sus monumentos a los caídos en las dos guerras. Por pequeño que sea un pueblo, aunque hayan perdido "sólo" a dos paisanos suyos, siempre tienen un monumento que les recuerda y les da las gracias. Siempre. Con sus flores y sus banderas de Francia. La verdad es que da cierta envidia.

A Saint Cirq Lapopie le definen en algunas guías como "el pueblo más bonito de Francia", y, la verdad, no se puede decir lo contrario. Seguramente es el sitio en el que más fotos hice. Cada calleja, cada rincón, es una postal viva de la Edad Media. Poco más se puede decir. Es hermoso y tranquilo, y se respira un silencio especial, incluso con la invasión de turistas siempre presente. Eso sí, para silencio el que vivimos en el Chateau Le Rosseillon, una ruina templaria que, digo yo, no será tal ruina (al menos por dentro) cuando la alquilan por cuatrocientos euros la semana. Nada. Nadie. Las torres medio derruídas, el foso, senderos, bosque y ruiditos de jabalíes, o ciervos, que se escondían de nuestros ojos. Y mariposas color turquesa.

Nos acercamos a Cahors, por aquello de variar de escenario y conocer una gran ciudad. Pérdida de tiempo. Es fea, sucia, anárquica a más no poder. Una mezcla absurda de arquitecturas en la que convive el palacete decimonónico con el bloque horrendo de catorce pisos. Barrios infames llenos de porquería y de repente una abadía en obras, un puente medieval que merece dos fotos y ponerse de nuevo en camino hacia nuevos y bellos destinos. Eso sí, a paso de escargot...

domingo, 21 de septiembre de 2008

De Bayona a Cordes sur Ciel

Así que nos fuimos. Cerramos el Torreón a cal y canto (dejándole copia de las llaves al Teniente Coronel, o sea, a La Mater, por aquello de la intendencia de la Tropa Peluda) y partimos raudos, y más o menos veloces, vía Tom Tom. Qué gozada la tecnología, oiga. No tener que mirar ni un mapa. Con los mareos que yo me agarraba. El cacharrito es estupendo (siempre que no se pierda él mismo, que a veces ocurre, claro). Total, que pusimos rumbo a Bayona. Un lugar hermoso y castizo (entendamos castizo a la manera de Bayona) con sus ikurriñas por todas partes, su casco antiguo y sus cartelones anunciando corridas de toros. Singular a más no poder. Tras buscar desesperadamente un camping, un amable dependiente de gasolinera nos indicó (en un español que ya quisiera yo en francés pa mí) dónde encontrar uno "cerca y muy bueno". Entonces comprendimos el significado del concepto "cerca" para nuestros vecinos (cosa que nos ayudó mucho en París), pero no nos quedó claro el concepto "muy bueno". Nuestra primera noche en territorio gabacho resultó empañada por La Primera Plaga, a saber, los surferos. Pandillas y pandillas de adolescentes oxigenados con sus furgonas, su música atronadora, sus cervezas y sus garbeos en moto a las cinco de la mañana. El pueblo era bonito, al menos. Se llamaba Anglet, olía a jazmines y a curry y tenía una hermosa playa y un precioso faro.
A la mañana siguiente sufrimos La Segunda Plaga: los pajaritos. Horas antes nos habían parecido una monada, piando y revoloteando por las copas de los árboles. Pero luego, comprobando el estado de la tienda, ya no nos parecieron tan simpáticos. Probad a limpiar metros y metros de lona con toallitas húmedas de esas de bebé. Un planazo. En fin, partimos de nuevo. Desayunamos en un lugar llamado Tarnos, en nuestro primer PMU, que viene siendo un chigre en el que los parroquianos toman café y copazos mientras apuestan a los caballos, a la lotería y a todo tipo de variedades ludópatas. Salimos a la carretera y, equis kilómetros después, tuve mi primer ataque de piel de posho cuando leí "Bienvenido al País Cátaro". Un poco más tarde, otro cartel me confirmaba que estábamos en Languedoc. Tras localizar el camping, esta vez sin dificultades, emprendimos a pie la ruta hacia la ciudad. Y, de repente, me vi plantada ante las murallas y las torres de Carcassonne.
Carcassonne es uno de esos lugares que, sencillamente, hay que ver. Es hermoso, es fascinante, hay verdadera magia entre sus muros, en sus patios, en todos sus rincones. Y si logras olvidar por un momento la riada de turistas, los cartelones de restaurantes ofreciendo menús y las tiendas de recuerdos, es un auténtico viaje en el tiempo. Afortunadamente, siempre me ha resultado fácil aislarme del mundo, así que logré recorrer aquellas callejuelas retorcidas como si estuviera en las nubes. Lo malo fue que, en medio de nuestro entusiasmo, sufrimos La Primera Maldición: la jodía cámara. Demasiada luz, muy poca luz, ahora no enfoca, ahora no dispara, pon el flash, quita el flash, engáñala y dile que estamos en interiores... un infierno. De qué sirve tanto talento creativo con una patata semejante entre manos? El plan era volver al día siguiente y explorar a fondo, con tiempo y con más luz. Desgraciadamente, llegó La Tercera Plaga: la lluvia de barro. Lo juro. Barro puro. La tienda, el coche, todo rebozado en lodo. Así que, imaginad. Desmontando a toda prisa y poniendo pies en polvorosa. Me quedó una espinita con Carcassonne y con los secretos de su iglesia, pero ya volveremos a encontrarnos.
De momento, nos vimos emulando a Carlos Sáinz por una carretera que bien podría haber sido asturiana de pura cepa. El Tom Tom nos iba cantando las curvas y nosotros nos escojonábamos vivos siguiendo el trazado. El Trasto disfrutó como un enano. Nada de tráfico, la lluvia dando tregua, subidas, bajadas, colinas y un bosque espectacular. Y, en lo más alto, dimos con un mirador desde el que se nos abría todo el valle, sus cabañas medio escondidas, monasterios remotos, ruinas medievales y, abajo, Mazamet. Otro de esos pueblos, como todos los franceses, con sus casas de cuento de hadas, sus campanarios apuntando al cielo y sus laberintos de calles. Tras inmortalizar tan bello escenario, huímos despavoridos y tiritando de frío, dando con otro rincón indescriptible. Cordes sur Ciel, también medieval, también hermoso a más no poder, clavado en la colina, con sus calles y sus casas trepando cuesta arriba. Allí hicimos un descubrimiento asombroso: en Francia aún existen las botellas de coca cola de 33 cl!!!! Hay fotos que lo demuestran!!! Qué peazo botellas, oiga, y no esas de chichinabo de a 20. Ya ni me acordaba de que existían.
Una vez engullido el caldero de cafeína, viramos hacia nuestro siguiente destino. Magia y más magia en un lugar llamado Rocamadour. Pero eso será en el próximo episodio.

sábado, 6 de septiembre de 2008

Nadia


Mucho antes de que cualquier test me lo confirmara, antes incluso de tener el primer síntoma, supe que estaba embarazada. En ese mismo instante, supe que sería una niña. Supe, también, qué aspecto tendría: cómo sería su pelo, sus ojos, su sonrisa, la curva de su nariz, el arco de sus cejas. Y supe, por último, cómo se llamaría. Todo esto me lo contó ella misma, en un sueño.
Cuando por primera vez la tuve entre mis brazos, me asaltó la certeza de que sería especial. Este convencimiento, que cualquier madre experimenta con sus hijos, no se debía, en mi caso, al mero orgullo de toda aquella que engendra. Nada más lejos de la realidad. A mí, el saber que mi hija sería extraordinaria, me pesaba como una losa. Porque, de la misma manera que tuve conciencia de ella, vi, con meridiana claridad, cómo de asombrosa sería. Una parte de mi corazón albergó la secreta esperanza de equivocarse. Un anhelo, ciertamente, muy pequeño. No se cumplió.

Nadia hablaba y hablaba, sin necesidad de que nadie le respondiera. Pero, a diferencia de los otros niños, ella no parloteaba sola. Aquellos seres, que la acompañaban siempre, la escuchaban, contestaban a sus preguntas y ruegos, le contaban cosas. Yo, por supuesto, no les veía. Ella sí. Me los describía con todo lujo de detalles. Tenían sus nombres. Eran “las personas que están allí”. No había que tenerles miedo. Al menos, no a todos.
Nadia reía al comprobar, cada día, como la luz de la gente (de nosotros, los de aquí) cambiaba de color. “Hoy estás triste, mami”, decía, “Tu luz está oscura”. Nadia miraba las fotos viejas, de antepasados que jamás vio, de los que yo nunca le hablé, y les reconocía, sabía quiénes eran, quiénes habían sido sus padres, hijos y hermanos, cuándo habían venido “de allí” y cuándo habían vuelto a ese misterioso lugar. Al principio, lo admito, su mundo me aterraba. Después, comprendí que ella estaba llena de paz y de luz, y que, por eso mismo, los seres de otras épocas, de otros planos, se acercaban a mirarla, a protegerla. Por eso nunca tenía miedo.

Pero de pronto, al cumplir los ocho años, algo la asustó. Sucedió cuando nos trasladamos, aquel verano, a la vieja casa de campo, la que fuera de mis abuelos. Creí que mi hija se sentiría como pez en el agua. Campo, flores, pájaros, sol y mil rincones en los que esconderse. Y, sin embargo, se volvió melancólica, callada, silenciosa. Sentada en el jardín, observaba la vieja casa con recelo. Rara vez entraba. Al caer la noche, debía emplear toda clase de estratagemas para convencerla de que, inevitablemente, debía irse a dormir. Y en una ocasión, cuando la arropaba en su cama, me miró con sus insondables ojos de mar y me hizo una confesión.
- El señor alto, el que se llamaba Samuel, ese es bueno. A veces está de mal humor, pero es bueno. La señora bajita, la que reza tanto y se llamaba Adela, esa también es buena. Pero mami, la otra señora, la del pelo largo, esa no me gusta. Se sienta en mi cama y me mira.
Me estremecí de pies a cabeza. Samuel y Adela, mis abuelos. Nunca le harían daño a mi niña. Pero, ¿quién era la otra? Tragándome mi pavor, procurando parecer despreocupada, intenté sonsacar a Nadia.
- ¿La señora de pelo largo? ¿Cómo se llama?
- No lo sé, mami. Sólo me mira y me mira. Le pedí que se fuera de mi cuarto, pero no quiere. Sólo me mira y llora mucho, y chilla, me despierta y no me deja dormir.
Sentí pánico. Supliqué a mi marido que volviéramos a casa o que, al menos, sacáramos a Nadia de aquella habitación. No quiso ni oír hablar de ello. Siempre ha sido un hombre de naturaleza escéptica. Las rarezas de nuestra hija le dejan indiferente, las atribuye a un exceso de fantasía. Obstinada, me trasladé yo al cuarto de la niña. Roberto, mi marido, se burló de mis miedos.

Creí que no podría dormir, pero, en cuanto mi cabeza tocó la almohada, caí en un pesado sueño. En mitad de la noche, no sé a qué hora, un lamento agudo y sobrenatural me despertó. Dios, sonaba como el aullido de un animal. Creyendo que mi corazón se partiría, encendí la lámpara de la mesilla. Y entonces la vi. No etérea o fantasmal, sino sólida como yo misma. Llevaba un camisón largo y anticuado, tenía el pelo blanco, pero su figura era juvenil. Me di cuenta de que era albina. Enterraba la cara entre las manos y sollozaba, gemía, chillaba. Llegué a pensar que moriría de miedo. No pude moverme, ni articular palabra. Mi hija, en cambio, gateó hasta el borde de la cama y la tocó. La mujer (o lo que fuera) apartó violentamente las manos de su rostro y, entonces su grito se unió al mío. Aquella cara jamás se borrará de mi recuerdo: desfigurada, tumefacta, la carne muerta y retorcida, sin labios, con una boca que se abría como un tajo y bramaba su dolor, y, lo más aterrador, sin párpados. Sus ojos eran dos bolas negras que miraban sin ver y nunca se cerraban. Nadia retrocedió asustada y el ser manoteó al aire. Traté de recuperar las fuerzas, pero mi cuerpo no respondió. Quería agarrar a mi niña y huir. No pude. Ante mi espanto, Nadia volvió a acercarse a ella y la acarició de nuevo. Su manita se deslizó sobre el pelo blanco. La oí musitar con ternura:
- Ya está, ya está. No llores. Ya no te tengo miedo. Eres buena. Y eres guapa. Ya pasó, no sigas llorando.
Aquello, que a mis ojos sólo era un monstruo, dejó de gritar. Inclinó la cabeza, husmeó el aire, aspiró el olor de mi hija como si la vida le fuera en ello, suspiró dulcemente y desapareció.
- Ahora ya está tranquila – dijo Nadia satisfecha -. Estaba triste porque nadie la quería, todos le tenían miedo. Ahora ya se puede ir “allí”, con los demás.

Nadia olvidó su desconfianza. La casa de verano fue su lugar favorito desde entonces. Regresamos a ella cada verano.
Un día, haciendo limpieza, encontré una caja de cartón descolorido en el fondo de un armario. Estaba llena de fotos viejas, amarillentas. En todas ellas, una niña preciosa posaba sonriente. Mientras contemplaba los retratos, mi hija, que acababa de cumplir los quince años, se asomó sobre mi hombro.
- Esa es Delia. Antes de que a su hermana, Adela, se le olvidara apagar las velas. Antes de quemarse la cara. ¿Verdad que es muy guapa, mami?

Maletas, listas y carreras

No puedo con la vida. Como diría la genial Mafalda: "estas son las vacaciones que nos tomamos para descansar de los preparativos de las vacaciones que nos tomamos". O algo así. Creo que lo tenemos todo. Desde música para el coche hasta un abrelatas, pasando por el bañador. Todo. Casi parece que nos vayamos para siempre jamás. Y, después de todo, hemos conseguido que el equipaje no abulte demasiado. Tres maletas pequeñas, una mochila y una riñonera. Bueno, claro, y la tienda. Y los sacos.
Agradezco al cosmos la vida de viajero de mi Pater, que, de rebote, enseñó a mi Mater a ser la mejor montadora de equipajes del mundo. Siempre se le ocurre pensar en aquello que a mí se me olvida. Siempre da con el detalle. Como el mini costurero tamaño cajetilla de tabaco. Porque, como sabiamente dice ella: "y si se te rompen los pantalones en mitad de París?" Mi madre, como todas, supongo, es del club de los "y si". Lo bueno es que la experiencia le ha otorgado poderes mágicos, y es capaz de incluir en el petate todos los "y sis" posibles, pero en tamaño liliputiense. Parece que con la edad se me va pegando algo, y ya puedo organizar toda la maletada con bastante eficacia.
En fin, que nos vamos. Llegó el momento. Y pensar que el verano se me hizo interminable! No sé exactamente cuándo volveré. Antes de Octubre, eso seguro. Así es que, como siempre, os pido un favor. Cuidad de La Torre y vigiladme a Los Búhos. Esta noche os dejaré un cuento, para que podáis criticarlo a gusto hasta mi vuelta. Besos a todos. Nos leemos.

jueves, 4 de septiembre de 2008

El niño del pijama

Confieso que tengo una manía. Y es la de llevar la contraria. Me pasa con la moda, por ejemplo. Me cabrea vestirme como todo el mundo, sólo porque alguien (no sé bien quién, o quiénes) decide que "se lleva". Esto me trae no pocos quebraderos de cabeza, porque no siempre es fácil encontrar mis vaqueros anchos de siempre entre los pitillos, piratas y shorts del momento. Pero bueno, naderías.
Me pasa también con los libros, por ejemplo. De repente me harto de oír hablar del más vendido del momento. Me saturo. Y me pongo cerril y digo: pues ahora no lo leo. Y no lo hago. Sí, muchas veces termino cediendo, pero, si puede ser, un par de años después. Quizá para evitarme las expectativas, para desintoxicarme del exceso de opiniones y de información. Eso sí, lo que no hago jamás es llevar la contraria por snobismo. Si leo un éxito de ventas y me gusta, me gusta. Del mismo modo que reconozco no poder con El Ulises, y me importa un cuerno que se considere una obra maestra de la literatura universal. Pa quien lo entienda.
Digo esto porque pasa muy frecuentemente. En cuanto un libro es un éxito, en cuanto la gente empieza a recomendarlo y se reedita una y otra vez y copa los temas de conversación en los cafés, siempre aparecen los sabihondos. Esos que lo encuentran plano, aburrido, previsible, ñoño, cursi, sin estilo, sin mensaje, nulo. Obviamente, a veces se leen o se escuchan críticas constructivas, o bien demoledoras, pero sensatas. Y, claro, en cuestión de gustos no hay nada que discutir. Pero ya me estoy empezando a cansar de la crítica fácil y zafia. Del argumento ese de intelectualoide barato que consiste en afirmar: "es un libro tonto para leer sin pensar". Acabáramos.
Y es que son legión los que presumen de cerebro privilegiado. Y por eso no podrán jamás hacer un comentario favorable hacia una obra que haya gustado por igual a la adolescente, que al fontanero, que al ama de casa, o al jubilado o a la profesora de universidad. Por dios. Qué asco. Qué mezcolanza indigna. No, no, aún hay clases. Hay gente que lee a la Steel y gente que lee a Proust. Sólo faltaría. Cómo me va a gustar a mí, con lo listo que soy, un libro que ha leído hasta la maruja del quinto? Es mucho más cool despotricar de la obra y del autor, y considerar que un libro que todos entienden es malo per se. Lo chachi es que sea un tocho incomprensible. Y poder aplaudir su sintaxis exquisita, sus metáforas elaboradísimas, su mensaje críptico y, a la vez, revelador. Ya. Como con los cuadros. No se entiende nada, así que debe ser bueno.
Total, que tal y como esperaba, me he encontrado por la red con críticas sangrantes hacia El niño con el pijama de rayas. Y, obviamente, he respondido. (Así que, si alguien no ha leído el citado libro y desea hacerlo, mejor que lo deje aquí, porque le voy a destripar toda la historia. El que avisa no es traidor).

Antes de nada, aclaro que compré el libro ayer y lo leí del tirón. Ciertamente es de fácil lectura y apenas da para dos horas. Lo que no quiere decir que sea malo o insuficiente. Es un libro corto, sin más, como muchos otros. Me pareció uno de esos libros infantiles, o juveniles, que un adulto puede leer por curiosidad y sin que suponga una pérdida de tiempo. No comprendo muy bien las críticas tan feroces que se le hacen, aunque las respeto.
Para empezar, sí, un niño de 9 años, educado en los años cuarenta, de familia bien y con un padre militar podía perfectamente usar ese lenguaje. No me chirrió en absoluto, me limité a trasladarme mentalmente a la época y las circunstancias. No se trata de un niño de una barriada de Madrid en los ochenta, ni de un niño de hoy día, del que, en ningún caso me creería una forma de expresarse como la que aparece en el libro.

En segundo lugar, sí, se sabe perfectamente lo que ocurre (y lo que ocurrirá) desde el principio. Pero no creo que se deba a la mente privilegiada de ningún lector o a la escasez de recursos del escritor. Se debe a que es un campo de exterminio, se debe a que son nazis, Hitler, judíos. Hay alguien que no sepa cómo terminó esa historia en general y sus millones de pequeñas historias? No creo que tenga nada de "Disney". Al contrario. Un niño egoísta y egocéntrico (como casi todos) se lamenta de sus pequeños dramas insulsos y ni siquiera es consciente del drama con mayúsculas que se vive en sus narices. Y protagoniza episodios vergonzosos de cobardía, de egoísmo, llegando incluso a envidiar la suerte del niño del pijama. No le encuentro ninguna clase de moralina barata, el protagonista no es ningún héroe inmaculado. Sólo es un niño quejica y aburrido aprendiendo un par de cosas sobre la vida y casi sin darse cuenta.

En tercer lugar, creo que sobran las comparaciones. Evidentemente no es Treblinka. Ni creo que lo pretenda. Es un cuento, sin más, dicho sea sin el menor ápice de desprecio. Qué tiene de negativo escribir un cuento? Es una pequeña historia enmarcada dentro de una gran historia que todos conocemos. Una más de tantas que pudieron ser o pudieron imaginarse. No es como para rasgarse las vestiduras, ni mucho menos, porque considero que cualquiera que sepa un mínimo del tema ya está bastante curtido. No se trata de ninguna epopeya ni considero que fuera esa la intención del autor. Quizá sea que a mí siempre me han gustado por igual las grandes hazañas que las historias minúsculas. A veces son estas últimas las que más tocan.

Por otro lado, no comprendo la crítica por la ausencia de metáforas o de mensaje, sobre todo viniendo de quienes critican el lenguaje improbable del protagonista o la cursilería Disney. No sé si es que esperaban una super moraleja final. Yo creo que sobra por completo. Repito que un niño de la época sí que podía expresarse de un modo que hoy día nos resulta curioso, pero no por ello le consideraría capaz de sacar un análisis profundo de lo que está viviendo, ni creo que "encajara" con la historia y los personajes el lanzar un mensaje grandilocuente al mundo. Eso sí que sería Disney y moralina barata. La única función de ese niño es vivir su historia pequeña de niño, sin ser consciente de que hay mucho más detrás de ella, y, por supueto, debe interpretarla con sus ojos de niño. El resto es tarea del lector, si le apetece. No se necesitan recursos más rebuscados. Una alambrada que separa dos mundos supuestamente opuestos. Un niño a cada lado. La misma fecha de nacimiento. Y un pijama que hace que los dos mundos diferentes se confundan. Diferencias tan tremendas que resultaba una herejía, un delito, una asquerosidad mezclarlos. Y la evidencia de que no era cierto, de que no había forma de distinguir a un ser humano de otro. Una chaqueta blanca que lo mismo te hace camarero que médico. Uniformes que producen admiración en unos y terror en otros. A este lado se puede jugar, pero no hay niños. A este otro hay muchos niños, pero no se puede jugar. Es tan simple como sólo un crío de 9 años lo vería.
Previsible y simple. Bien. Y por qué no? Soy una gran admiradora de Márquez, que es un escritor capaz de escribir toda una historia al rededor de una carta que no llega o de un chico del que sabemos desde la primera frase que va a morir. No le veo el problema, la verdad. El niño con el pijama de rayas es un cuento sencillo y evidente que nos cuenta una historia pequeña dentro de una realidad de sobra conocida y tremenda. Puede gustar o no gustar, desde luego, pero es la historia que creo que el autor quería contar, sin más. Y considero que lo ha conseguido, que es de lo que se trata.

Merece la pena. No cuenta nada nuevo, por supuesto, ni falta que hace. Hay historias sobre las que no hay nada nuevo que contar. Es sólo una pequeña vivencia más dentro del horror. No enseña nada que no sepamos. De hecho, puede que una sola cosa. Se empeñan en decir que no tiene mensaje. Como si hiciera falta un mensaje para condenar la barbarie. Pero sí, sí que tiene un mensaje. En su párrafo final parece que nos consolara, asegurando que no temamos, que todo esto ocurrió hace mucho tiempo. Y que hoy no pasaría. Y es precisamente entonces cuando te entra el escalofrío (que es, precisamente, lo que en mi opinión pretende el autor con sus sarcásticas palmaditas en el hombro. Nada de reconfortar. Inquietar, más bien). Pensaban entonces que tal monstruosidad era posible? No era más fácil cerrar los ojos ante las alambradas? Estamos tan seguros de que hoy no ocurriría, de que no ocurre aún? A mí me parece todo un mensaje. El más brutal.

miércoles, 3 de septiembre de 2008

Una vida tranquila

No parece una aspiración sana, lógica y sensata? No es eso lo que pretende la mayoría de la gente? Quizá pueda parecer mortalmente aburrido para algunos, pero no es lo que queremos casi todos? Una vida normal, con pareja, trabajo, amigos, paz, buenos ratos y la energía suficiente como para arremeter contra los problemas que vayan surgiendo? Y aunque fuera el paradigma de la ñoñez y la mediocridad, no es tan respetable como cualquier otra opción? No puedo, sencillamente, aspirar a eso y ya está? No puedo estar cansada de tantos problemas y tanto batacazo emocional? No puede apetecerme, para variar, una vida plácida en la que poder aburrirme si es preciso? Aunque sea por pura oposición, por probar algo diferente a lo que he tenido hasta ahora? No es legítimo que desee algo así y lo defienda con uñas y dientes?
Por qué demonios me pasan estas cosas? Por qué una y otra vez me veo ante situaciones absurdas que me dejan boquiabierta y que nadie más se ve obligado a enfrentar? Por qué una y otra vez tengo que demostrar que soy la más abierta, la más tolerante, la más comprensiva? Por qué siento esta pelea dentro y me vuelvo a preguntar si soy rara? Por qué tengo que volver a plantearme si, muy al contrario de lo que pienso, soy una egoísta despreciable, una víbora, una mala persona? Por qué a mi alrededor la gente es capaz de ver lo mismo que yo, pero no lo ve quien más necesito que lo vea? Quién ha decidido que debo ser la reina de la empatía y el buen rollo, recibiendo con sonrisas y aplausos los caprichos de otros? Por qué tengo que transigir con lo que no me gusta, con algo que es perfectamente evitable? Cómo de mala, de zorra, de pérfida o de inmadura me volveré si no cedo, o si protesto? Por qué siempre tengo que ser yo la razonable mientras otros pueden embarcarse en los proyectos más surrealistas? Por qué hay que encogerse de hombros ante las inconveniencias de los demás mientras de mí se espera que lo soporte todo? Es este el precio que se paga? Si intentas ser equilibrada, cauta, amigable, reflexiva y objetiva, de repente tienes que tragar con todo sin rechistar? Tiene razón mi Dalai Lama, para variar? A los caprichosos e insensatos se lo consentimos todo porque "bueno, son así, no lo hacen con malicia"? Y, entre tanto, nos comemos los marrones a puñados? Por qué a algunos se les perdona su osadía con benevolencia, "pobrecitos, no saben lo que hacen", y a los sensatos, no sólo no se nos premia la sensatez, sino que la mínima protesta se nos echa en cara como si fuera un berrinche de niño mimado? Me compensaría más ser intransigente, arbitraria, caprichosa y manipuladora? Asumirían entonces que soy así y me lo permitirían todo?
Por qué, de nuevo, me siento culpable, si no he hecho nada malo? Por qué debería ser tratada de bruja, cuando sólo pretendo una vida tranquila y normal? Soy mala por defender lo que quiero, por intentar mantener a salvo aquello por lo que he luchado? Es tanto pedir que la gente sea capaz de vivir su propia vida y me dejen en paz con la mía? No es bastante con que cada cual arrastre sus propios lastres como para tener que cargar con los ajenos? Cómo puñetas puedo encarar el futuro con ilusión teniendo que enfrentarme al pasado constantemente? Qué pinto yo en todo esto, si no es mi problema, ni es parte de mi vida, ni quiero que lo sea? No había otros lugares, otras opciones? Por qué lo que te parecía "inconveniente" hace unos meses te parece ahora una idea tan estupenda? Qué debo pensar? Que es pura insensatez por tu parte, que no te da la cabeza para prever la montaña de inconvenientes que puedes generar? O que es pura malicia, puro afán de incordiar, o de estar en medio, o de quedarte para los restos en nuestra vida? Tan difícil te resulta dejarme al margen? Si nadie te impide mantener esos lazos, por qué incluírme a mí? Qué es lo que pretendes exactamente? Que no haya una sola parcela, suya o mía en la que no aparezcas tú? Qué quieres?
Lo único que sé es que llevaba apenas dos días de vacaciones y ya me están tocando las narices. Ya estoy jodida, ya no puedo relajarme, desconectar y olvidarme de todo. Ya tengo la cabeza otra vez puesta en lo mismo, calculando las dificultades que se me pueden venir encima y cómo sortearlas. Y no es justo, joder. Sólo quiero vivir en paz, nada más. Y otra vez a sentirme imbécil, porque paso la vida de puntillas, intentando no molestar a nadie, para que luego me tomen por gilipollas y no se corten a la hora de incordiarme a mí. Estoy cabreada y me siento invadida. Y siento peligrar mis dos Búhos, los únicos que tengo, mis grandes logros, mis mayores satisfacciones. Y eso me preocupa y me entristece. Porque estoy harta de que siempre tenga que haber cal y arena, harta de que cada maldito premio me lo quieran cobrar tan caro. Estoy harta de terceros, de interferencias, de ser un junco. Y, especialmente, estoy hasta los cojones de las seis fóbicas. Para una vez que entre los malditos sietes Peter Panes doy con un ocho sensanto, tiene que venir con regalito. Regalito para mí, que es lo que me toca la moral. Bastante tengo yo lidiando con lo mío. Una seis fóbica, que los Dioses me ayuden. Y, una y otra vez, vuelvo a la misma pregunta. Por qué hay tanta gente que no es capaz de seguir con su vida? Y ya que yo fui capaz de seguir con la mía... qué coño he hecho para tener que ir encontrándomelas a todas?

lunes, 1 de septiembre de 2008

Roheda


Es sólo una niña, pero su mirada es adulta. Y triste, y resignada, y temerosa. Es tan guapa que no puedes dejar de mirarla. Su cara es perfecta, angelical, hermosa. Me tropecé con ella entre las páginas de una revista. Con ella y con otras niñas como ella. Y al verlas se me encogió el alma. Porque sólo son niñas y abrasa la pena de sus miradas. El vacío vertiginoso que les espera, como una sombra dispuesta a devorarlas. A desaparecerlas.

Son niñas, y son afganas. El azar ha querido que nazcan en una tierra en la que no valen nada. En la que no son nada. En la que, con el tiempo, serán menos que nada. Apenas unos fantasmas sin rostro, sin voz, sin identidad, sin sonrisa. Todas iguales, condenadas a no ser. No habrá un sólo gesto, un modo de caminar o de apartarse el pelo de la cara que las distinga. Vivirán todas en la misma cárcel de tela y languidecerán en ella hasta el fin de sus días. Simplemente porque son niñas, porque serán mujeres, y en su país, eso es como no ser nada.

Y aquí, en occidente, donde lo tenemos todo, se nos saltan las lágrimas cuando vemos esos ojos inmensos, se nos subleva la sangre cuando pensamos en tal injusticia. Pero volvemos la página, emitimos un lamento y seguimos adelante. Nos autoconvencemos de que no podemos hacer nada. Así que encogemos los hombros y consultamos el horóscopo, el último cotilleo, miramos fotos de playas paradisíacas y soñamos con vacaciones de lujo. Y las olvidamos. Las olvidamos, y el mundo las olvida. Y quizá por eso siguen sin tener voz, ni rostro, ni vida. Las olvidamos, me temo, porque no podemos soportar la vergüenza.

Roheda cumplirá algún día los catorce años y el machismo fundamentalista, medieval, analfabeto, cruel, estúpido, absurdo y repugnante de su tierra cubrirá su mirada para siempre. Y nos habrán robado a otro ser humano. Nos habrán arrebatado la belleza irrepetible de otra niña. Esa vergüenza que es de todos, que es nuestra también, debería impedirnos mirarla a los ojos. Pero no será eso. Será un burka. Y ya no habrá ojos a los que mirar.

Y llegó Septiembre


Y hace sol, y todo es perfecto. Tiempo para nosotros, para los amigos, para los enanos, la casa, los largos paseos sin prisa, las películas, las cenas interminables y la cama, al fin, compartida.

Y aún nos espera Carcassonne, la Bretaña, el Mont Saint Michel, el viejo París. La carretera. Juntos.

Feliz Septiembre a todos.