lunes, 24 de junio de 2013

Ni se nota ni traspasa


 Hace algunos años, los anuncios de compresas y tampones eran ñoños y pudorosos. Tampoco es que haga falta ser explícito con ciertos temas. Todos sabemos lo que es la regla, punto, no es necesario entrar en detalles. Lo malo es que, de un tiempo a esta parte, los gurús (o guruses) del marketing han decidido que sí, que es mejor entrar en detalles. Y maldita la gracia.
 
Para empezar nos han dejado claro a todas que olemos mal. Olemos tan mal, de hecho, que precisamos de artículos higiénicos que eliminen esa peste nauseabunda. No vale con enmascararla, como, al parecer, hacían hasta ahora tales artículos. Hay que erradicarla! De esa manera, gracias a los brillantes ingenieros celulósicos, las mujeres podemos al fin hacer eso que todas llevábamos milenios deseando: ponernos una mini esos días del mes y sentarnos bien espatarradas, pa que se note que nos huele el toto a piña colada.

Véase. ¿¿?? En serio, era necesario?? A santo de qué? Por qué? Pa qué? No sé qué pensarán otros al ver esta imagen asociada a menstruación y compresas. Me abstengo de aclarar qué me sugiere a mí dicha imagen y asociación de ideas porque no quiero ser (más) vulgar (de lo necesario).
 
La Historia del mercadeo higiénico femenino es surrealista como pocos. De la pudibundez de las muchachas en bici al "a qué huelen las cosas que no huelen", y todo para terminar con el "sí que oléis, pero lo hemos arreglado". Lo peor es que han conseguido convencer a la mayoría. El miedo siempre ha sido una táctica de lo más efectiva. Asusta a la gente (oleré? Se me estará cayendo el pelo? Tendrá durezas en los pies, Dios mío? Serán evidentes los signos de fatiga en mi cutis?) y les hace creer que necesitan cosas. Y, claro, terminan comprándoselas. Nada como el miedo para hacernos gastar.
 
Total, que estos lumbreras publicistas que debieran vendernos con total naturalidad un producto normal y cotidiano (nada más normal y cotidiano que algo que usarás 40 años de tu vida), van y deciden que lo mejor para incitarnos a optar por su marca es cascarnos, sin mayores sutilezas, que hedemos. Al parecer hedemos hasta el punto de constituir poco menos que un problema social, vaya. Lo cual me resulta curiosísimo. No recuerdo ni una sola vez en toda mi vida en que haya adivinado que una mujer esté menstruando por su olor. Nunca, en serio. Ni cafeteando con amigas, ni compartiendo asiento de autobús con diversas señoras, ni en la cola del banco, ni siquiera en la forzosa intimidad de un ascensor he sido capaz de captar esa pestilencia femenina. Y mira que tengo olfato!
 
En realidad no sé qué me ofende más de todo esto. De la publi en general y de los asuntos menstruales en particular. No sé si me ofende más que nos tomen por cachos de carne, por defectuosas (atiendan a los anuncios: entre malos olores, estreñimiento, pérdidas de orina, canas, celulitis, arrugas, acné, manchas, migrañas, gases, insomnio, narices tapadas, callos, ampollas, verrugas, hongos en las uñas, caspa, grasa localizada, sequedad de la piel y estrías, podemos considerarnos poco menos que una puta ruina) o, directamente, subnormales. Posiblemente sea esto lo que más me cabrea. Que nos tomen por imbéciles.
 
Nada como Evax para deprimirnos, pero en eso de tomarnos por lerdas Tampax se lleva la palma (aunque seguramente sean lo mismo ambas dos). Primero llega la Patri y nos jura (por Snoopy) que ya nos podemos poner las braguimonis sin miedo incluso en esos días delicados. Que no pasa nada, tía. Que los nuevos Tampax tienen una trenza que redirige las fugas. Con-un-par. De ovarios. Es decir, que hasta podrías ponerte el mismo durante todo el período, porque en cuanto el flujo quiere salir... zas. La trenza mágica lo redirige parriba en un bucle infinito. Esto no debe ser muy higiénico, pero en tiempos de crisis... no es plan de andarse con remilgos. Bien, ya tenemos el tampón inteligente antifugas con GPS. Albricias. Bragas con volantes a mí.
 
Pero no, no crea que se queda ahí la cosa. Qué va. En el siguiente spot, la Patri se nos clonifica por tres. La acompañan sus hermanas las bobas (en plan Las Tres Mellizas y su primera regla. Por cierto, que alguien me explique por qué demonios "las Tres Mellizas" en lugar de "Las Trillizas"), inquietísimas ante la inminente llegada de la temporada estival y los engorrosos sinsabores de la ingrata menstruación. "Poneos Tampax, tías". "Jo, es que son incómodos! Los notas!" "Sí, tía. Y, además, son súper difíciles de poner!" ¿¿?? Cómo dices, reina? Incómodos y difíciles de poner?? El qué??
 
Seamos un poco serios, por favor. Una cosa es que el anuncio de marras nos lo protagonizaran dos chavalinas de 13 años novatas en el asunto de los tampones (y en todo asunto en general). Vale. Bien. De acuerdo. Que dos gandulas treintañeras tales que la Patricia Conde y la Amaia Salamanca pretendan hacernos creer que les cuesta introducirse en salva sea la parte un chisme de 3 cm de largo y un diámetro de milímetros resulta descacharrante. Por favor, no nos obliguéis a ser soeces.
 
No, si al final van a ser más inteligentes los aplicadores que nosotras. No te jode. "Así siempre lo introduces en el lugar correcto", suelta la pava. Pues menos mal que me lo aclaras. Todos estos años poniéndomelos en las orejas y resulta que el sitio correcto es... el puño de mi marido.
 
Señores publicistas (o, peor... señoras!):
 
1º Las mujeres no olemos mal. Ni siquiera cuando menstruamos.
2º Vamos a tener la regla, todas, queramos o no, unos 40 años. No nos queda otra que comprar sus puñeteros productos. No se molesten más. No nos frallen con sus "ingeniosísimos" anuncios de chicas monas moviendo el culo o abriéndose de piernas. De verdad, no hace falta. Ahórrense la pasta (y a nosotras el empute y el bochorno).
3º Las compresas y los tampones son pa lo que son. Déjense de tanta trenza direccional, tanto cotton fresh, tanta perla activa y tanta chuminada (nunca mejor dicho) y bajen los precios, so cabrones. Tanto no perderán. Recuerden el punto 2. Todas, unos 40 años. Hagan números. Al fin y al cabo es algodón, joder, no platino.
4º Por si nadie se lo había hecho notar: los tíos normalmente constituidos dejan de interesarse por los tampones a los 14 años, más o menos. Si un nota de 30 te echa la mano al bolso pa enredar con un Tampax, sales corriendo y te pones a salvo. Es un psicópata, seguro. Si tú intentas espetarle un tampón en el puño, el que sale corriendo es él.
 
De todos modos, creo que he tenido una idea genial. Tan magnífica es, oiga, que creo que incluso compensaría toda esta imbecilidad de la propaganda compresil. Ya que Evax ha conseguido eliminar el olor ("ni camuflarlo ni enmascararlo, E-LI-MI-NAR-LO"), no sé por qué puñetas seguimos usando ambientadores en casa o en el coche. Se pone una ultrafina encima del sinfonier, por ejemplo, o se hace un bonito centro de mesa para el salón y ya puede fumar puros el tío Fulgencio, que tu casa siempre fresca y limpia. Adiós a los colgadores de pino. Una de esas con alas y arreglado.
Y ya que estamos... para qué narices queremos desodorantes? La próxima vez que tenga usted que coger el metro en hora punta, péguele sendas compresas en los sobacos al sudoroso chorreante ese impepinable en todo vagón. Verá que gusto. Verá que alivio. Pero no se olvide de decirle que se abra bien de brazos, que si no el efecto no es tan molón.

sábado, 22 de junio de 2013

jueves, 13 de junio de 2013

Como los árboles

 Imagino que este será un día agridulce. Triste por ser el primero sin tu compañero de vida, después de tantísimos años. Feliz, espero, por sabernos a todos contigo. Y hoy, y todos los días, lo estamos. No importa dónde. Lo mismo da si es en tu propio salón, o cafeteando en tu cocina, o en otra calle, otro barrio, otra ciudad, otro país incluso. Lo de menos es dónde nos encontremos cada uno. Siempre, todos los días, estamos contigo.

Gracias por toda una vida de trabajo, de esfuerzo, de entrega y dedicación. Por tener siempre amor para dar, incluso en los peores momentos. Ni siquiera ahora que soy madre alcanzo a imaginar lo complicado y agotador que tuvo que ser en ocasiones tirarse de la cama un día más. Por eso, cuando suena el despertador esas mañanas en las que daría una lo que fuera por poder quedarse bajo las mantas, mi primer pensamiento es para ti. Cómo lo hacías? De dónde sacabas las fuerzas? Las heroínas no siempre salen en los cuentos, ni en el cine. La mayoría de ellas son como tú. Es posible que no pasen a la Historia (así, con mayúsculas), pero forjan la suya propia e inspiran las de los suyos. Tienes muchos testigos de tu heroísmo, Mila. Todos los que te conocemos, te queremos y estamos orgullosos de poder decir: "esta es nuestra Matriarca".
 
Uno de los escritores a los que más cariño tengo es Alejandro Casona, un paisano nuestro que escribía obras de teatro. No podría decir cuál de ellas es mi preferida. Pero hay una que me emociona especialmente, por la historia de amor de dos de sus personajes, ya ancianos, y por la fuerza y el valor de ella, la abuela, siempre decidida a seguir adelante sin desfallecer, pase lo que pase. Esa mujer maravillosa tiene un lema que es casi un grito de guerra: "los árboles mueren de pie". La primera vez que leí esa obra también me acordé de ti. Siempre firme, con las raíces bien agarradas a la tierra, cobijando y dando sombra a tantos brotes.
 
Felicidades, Mila. Sigues entera, sigues de pie. Como un árbol.

martes, 4 de junio de 2013

Los padres de mi barrio

 Y, que conste, que cuando digo padres hablo en genérico. Las madres también entran.
Los que me conocen bien saben que soy un poco erizo y un mucho ensimismada. Enmimismada. Eso. Que, aunque tecleo ferozmente y sufro episodios puntuales de verborrea absoluta, tampoco es raro verme en plan autista, flotando en mi mundo, alelada con mis cosas y hasta cabreándome con los impertinentes sonidos del universo, que es un grosero y nunca se calla para dejarme meditar. Qué le voy a hacer. Soy rarita. Por eso, aunque me considero medianamente sociable, tengo un punto absolutamente introvertido que me hace (no es que lo pretenda) un tanto inaccesible. No puedo explicar la razón. Debe ser pura pereza. Sí. A menudo me da pereza entablar conversaciones con gente que no conozco o conozco superficialmente. Supongo que depende de con qué pie me levante o de si tengo un día especialmente enmimismado. Total, que al contrario que la mayoría, me relaciono más bien nada con los padres del barrio. Puede que también sea porque empleo casi todo mi tiempo en correr detrás de mis hijos, que se empeñan en dispersarse en direcciones opuestas poniendo en riesgo mi vida más que la suya...
 
Con todo y con eso, no hablar tiene sus ventajas. Escuchas más. Y te fijas en montones de cosas curiosas. Me complace comprobar que la mayoría de la gente, al contrario de lo que llegué a sospechar, es normal. Incluso en el espinoso tema de los lebreles, asunto capaz de idiotizar(nos) con notable facilidad. La mayoría de los padres regañan a sus críos si no comparten los juguetes, dejan que otros manoseen a placer las cosas de los suyos, intervienen con firmeza en las broncas de los enanos, enseñan que toca bajarse ya del columpio porque hay nenes esperando... en fin, que sí, que son (somos) razonables. Y eso es un alivio. Naturalmente, siempre hay excepciones. Madres que ocupan un columpio para dejar su bolso y su cazadora. Padres que están viendo a sus nanos acaparar el tobogán mientras una docena de niños espera turno, y no se inmutan. Comandos de adultos comiendo pipas y lanzando las cáscaras al suelo de goma del parque... cuando no las colillas... bolsas de chuches, pañales usados, envoltorios de bocatas por doquier... críos espetándoles a los más pequeños que no pueden subirse al tren porque ahora es suyo y no se admiten bebés... (ese Atreyu mirándoles muy serio y pasando de ellos... no os entiende, bobinos. Ya le podéis decir misa cantada). Observando a los padres se puede calcular más o menos cómo serán los hijos. Observando a los niños te haces una mediana idea de cómo son los padres.
 
Ayer, una canija de poco más de un año, me dejó pasmada subiendo y bajando del dichoso tren por su cuenta y riesgo. Subía los escalones de rodillas, bajaba sentada, pese al incordio de la faldita vaquera y los leotardos (originariamente rosas, posteriormente negros). Paso ganas de aplaudir a la madre, que no sólo no sermonea a la chiquilla por mancharse (Señor, qué cruz con lo del no te manches... para qué inventó Dios la lavadora y los chándales de baratillo?) sino que la observa a distancia permitiéndole explorar a su antojo, sin recurrir a la otra cantinela del "Mari Jessi, que te caes!!!!" Me alucina la agilidad de la mocosa, la enorme seguridad que demuestra. Cielos, si los míos caminan hace cuatro días... "Cada uno va a su ritmo", resume con mucha lógica la otrimadre. Se la ve feliz, relajada. En el otro extremo del parque, un gandulón de lo menos seis años se cae del patinete y se queda tirado en el suelo mientras localiza con la mirada a su progenitora. Le lleva como tres minutos, durante los cuales ni se mueve ni abre la boca. Al localizar a la mamá, suelta un chillido apocalíptico y empieza a rebozarse al grito de: "me caíiiiii!!! Tengo pupaaaaaaa!!!" La mamá casi vuela a levantar al grandullón, que ronronea sus mimos con tonito de repelente. Contengo la risa. Bastian pega una culada en ese mismo momento. "Aúpa, aúpa", le digo. Se levanta, se frota las manos y sigue corriendo. La nena de los leotardos rosinegros alcanza ya la frontera de los soportales, mientras su madre la persigue entre carcajadas: "para, so loca, para!" Atreyu mantiene impasible la compostura mientras la mini choni rechoncha del trenecito le señala con un dedo acusador de uña morada y le repite que no se admiten pequeños. Luego sonríe, da media vuelta y se pone a jugar al "cucú" asomándose al ventanuco de la locomotora, para indignación de la marimandona, que le espeta a otro crío: "el bebé ese es tonto". Tú sí que eres tonta. Y más que vas a ser!!! Mis canijos llegarán lejos, monina. Y la de los leotardos ni te cuento!!!!

lunes, 3 de junio de 2013

Excusatio non petita, accusatio manifesta

 Hace tiempo comentaba yo en un rincón por el que suelo andar que me había casado. Alguien meditó en voz alta por qué o para qué se seguiría casando la peña. Entendiéndolo como una pregunta, respondí. No a por qué se casa la gente (porque no lo sé, cada cual tendrá sus personales motivos), sino a por qué lo hice yo. Y lo hice, básicamente, por temas papelísticos. Por burocracias diversas. Por quitarme de líos, como se suele decir. Mi intención jamás fue casarme. Hubiera preferido ser pareja de hecho. O nada. Lo malo es que la "nada" no puede reclamar derechos para sí ni para la persona a la que quiere. Y las parejas de hecho, como descubrí con pasmo e indignación, no gozan ni de lejos de los derechos de los casados. Por lo tanto, mi pareja y moi decidimos irnos un día en vaqueros al juzgado, con dos testigos (Las Mammas, nuestros hijos esperaban en el pasillo custodiados por su güelu) y sin anillos siquiera, y estampar un par de firmas en un papelajo. Ahí pone claramente que nos queremos mogollón (se ve que sin documento ante notario no vale quererse) y que conste en acta. Vale. Así está montado.
 
Tras esta explicación (que, repito, di porque entendí que la pregunta formulada se dirigía a mí), recibí una respuesta que, sinceramente, me sonó a bofetada. La frase, como podréis suponer, es la que da título a esta entrada. Me ofendió y me dolió tan lapidaria sentencia por salir de labios de alguien a quien aprecio sinceramente. Y a punto estuve de soltar unas cuantas perlas, de esas de las mías que se bajan al santoral entero. Qué excusa ni qué niño muerto? Y cómo que "no pedida"? Ah, que era una pregunta retórica, quizás... Sería eso. De qué te parece que me estoy acusando, exactamente? De haberme casado como SIEMPRE dije que haría, llegado el caso? Oh, guau. Tamaña desvergüenza.
 
Lo dejé correr. Primero, porque mis decisiones no son asunto ni siquiera de aquellos a los que aprecio. Segundo, porque a buena parte conmigo y con mi toto. No quieres explicaciones? Crema. No seré yo quien fatigue tus ojos. Tercero, porque malditas las ganas que tenía entonces de alimentar (más) mi fama de lagarta viperina. Y cuarto, porque, como ya dije, valoro a esa persona. Pese a los latines (y no, Boss, no fuiste tú. Contigo no me hubiera callado porque de sobra sé que no me tengo que callar contigo). Me es alguien querido, sí. Querido, ya sabéis, a este modo tan extraño y surrealista de ventanas, teclas y emoticones. Si algo no deseaba era decir algo que pudiera herir.
 
Lo que son las cosas. Hace nada, en charla que nada tenía que ver, afirmaba yo lo marciano e incomprensible que me parece que personas no creyentes, no casadas por la iglesia y no participativas en sacramentos, se empeñaran en bautizar a sus hijos. Lo afirmé y lo afirmo: me parece absurdo. A mí, ojo. Por supuesto, entiendo que a veces las cosas se hacen por satisfacer a otros, y que hay personas generosas a quienes no les importa ceder. A mí sí. Yo soy generosa en muchas cosas. En mis ideas no. Nunca lo he sido. En mis convicciones soy un talibán. Sin barba, pero talibán. Me enseñaron a ser así. Mi Pater me lo dijo desde que yo era una cría: "nunca permitas que nadie, ni siquiera yo, te diga lo que tienes que hacer con tu vida. Ni por la fuerza, ni con amenazas, ni con chantajes emocionales. Haz siempre lo que tú quieras hacer, y que le den al mundo. Si me tienes que mandar a mí a la mierda, me mandas". Tomé buena nota, y nunca he claudicado en aquello que he considerado innegociable. Entenderéis que, con este modo de pensar, ciertas conductas me choquen. No es que las juzgue (no soy quien), pero me chocan, sin más.
 
Casi de inmediato, alguien procedió a explicar que su caso era precisamente ese, el de una persona no creyente ni casada ante Dios, que había optado por bautizar a sus hijos para hacer felices a los abuelos. Me pareció absolutamente respetable. Más que nada porque se trata de su vida, no de la mía. Por lo que, teniendo en cuenta mi propio lema, no voy a ser yo quien le diga a nadie cómo manejar sus asuntos. Esa fue la razón principal, junto con mi ya mencionado afecto hacia esta persona, lo que me hizo aplaudir su gesto, aun teniendo claro que yo jamás haría lo mismo. Pero mentiría si dijera (y los que me conocéis bien estáis viéndolo venir) que no tuve que morderme la lengua muy mucho para no soltar lo que de inmediato me acudió a la mente. Excusatio non petita, accusatio manifesta. O sólo cuando se trata de los demás?