jueves, 31 de diciembre de 2009

Brindando por Yule


Termina otro año y, presiento, empieza otro ciclo. Los últimos años han sido verdaderamente intensos. Jamás había tenido la impresión de estar tan rodeada de cambios, la mayoría de ellos gestados en mi interior. Por primera vez tengo la impresión de conducir mi vida. Una estupidez y una osadía, posiblemente. Pero así lo siento. Como espejismo no está mal. Cierto que fuera siguen quedando montones de asuntos pendientes, pero dentro todo está bien en el mejor de los mundos. Es una grata novedad. Quizá por eso no puedo evitar ver el futuro como una promesa. Traiga lo que traiga creo tener fuerzas para encajarlo. Y para disfrutarlo. Disfrutar parece algo muy obvio y simple, pero no lo es. No cuando no sabes hacerlo. Creo haber aprendido por fin.

Listo el muérdago, el caldero, las manzanas, el acebo, las piñas, las velas y la sidra. Listas mis gracias a la vida por sus dones y sus palos (de todo se aprende). Listos mis buenos deseos. Y hasta los dulces. Disfruta de esta noche mágica del modo que más te guste. La superstición dice que tu año transcurrirá como lo termines. Así que, ya sabes. Procura no acabar enfadado, triste, preocupado, con indigestión o borracho. Sería una pena perderse los detalles.

Feliz Yule. También para los Búhos.

viernes, 25 de diciembre de 2009

De Xaninas y Güelos

Hace muy pocos días llegó con paso firme y sin avisar una nueva brujita al aquelarre. Se ve que no tenía pensado perderse el jolgorio, así que decidió adelantarse lo justo para ver las primeras lucecitas brillantes de su vida. Y, quizá, encantada ante la idea de ser la reina de Las Fiestas. No dudo que lo habrá conseguido.

Hace un poquito más nació la primera bisnieta de Víctor y Mila, mis abuelos paternos. Por fin he podido conocerla, una india morenaza como su madre, apuntando maneras, de esas que duermen con los puños bien apretados. El clan crece y crece, y se nos vuelve cada vez más multiracial. Tenemos México, Manchester, un poco de Jamaica, una pizca de Senegal y no sé si se me dejo algo. A este paso no ganaremos para cursos de inglés, pero todo sea por el gustazo de oír a los abuelos (ahora ya a los cuatro, cada cual por su lado) soltando cenquius a diestro y siniestro encantados con eso de hablar idiomas.
 
Minichu se ha decidido a hablar y ahora no para. Tiene su propio idioma, algo así como español-asturiano-lenguatrapo-clave, todo ello con acento madrileño. La escojonación total. Así que nada. Niñas y más niñas. Unas cuantas valientes osando plantarse en el globo. A ver si nos lo enderezan entre tanta brujilda. Disfrutad de la verbena, Lara, Noelia, Ruth y Carla. Y tú, arrobita, cuando llegues (y seas lo que seas, aunque no sé por qué todos damos por sentado que serás otra xanina).

Pocas imágenes tan bellas como Mila (la once veces madre, trece veces abuela e infinitas veces brava) sosteniendo en sus brazos a la siguiente generación, bisa recién estrenada. Pena que tú, canija, ni te enteres de la sabiduría de ese regazo que te mece. Pocas imágenes tan desternillantes como el Obo Víctor posando ante nuestras cámaras con un gorro lanudo ruso adornado con la hoz y el martillo. "Ay, Diooooooos (se me escapó). A los noventa años se nos hace Trotskista!!!" Y él, con su sonrisa beatífica, me responde: "Los Trotskistas también son hijos del Señor". Cómo te adoro, abuelo. Cómo no adorarte???

En fin, que esto se acaba, pero parece que viene más. Felices días, disfrutad del viaje... y que le den a la gripe!!!!

miércoles, 16 de diciembre de 2009

Mundo insólito

Si alguien más estaba hasta las orejas de encontrarse en los informativos noticias de calado mundial tipo "la pasarela Cibeles" o "los nuevos tatuajes de Guti", que se agarre al asiento. Que vienen curvas. Ayer mismo me quedé patidifusa cuando el señor Pedro Piqueras anunció que nos iban a mostrar lo que ya era toda una tradición por estas fechas. Adivinad. Alumbrado navideño? Mercadillos de figuritas para el Belén? Santa Clauses tocando la campana delante de los centros comerciales al grito de "ho, ho, ho"? Padres catálogo en mano recorriendo jugueterías? Nacimientos Vivientes en las plazas de los pueblos? Peña esquiando? Tortazos en la pescadería para llevarse el último kilo de angulas? Colas en las administraciones de lotería? Error!! No dais una, queridos. Parecéis tontos. No, el susodicho periodista se refería a esa otra tradición de estas fechas. Sí, hombre. La otra. Esa otra. Tan conocida ella y tan tradición. Nadie cae? Pues no lo entiendo, con lo famosa que es. Me refiero, naturalmente, a la elección del culo del año. Atontaos.

No, no es coña. Lo juro. Tras semejante anuncio, la caja tonta nos enchufa el documento. Veo a un grupo de bellas y bellos bailando alegremente en una sala. Primeros planos a las curvas en cuestión. Boxer ajustadito para ellos, culotte medio nalguero para ellas. Me pregunto si en el pasmo del rigor informativo van a arrimar los micros ahí mismo, para que escuchemos las declaraciones de las posaderas en cuestión, verdaderas protagonistas de la noticia. Pero no. Los reporteros sitúan sus alcachofas más arriba, para que nos deleitemos con las palabras de los dueños de los culos. Palabras más o menos igual de interesantes que las que habrían soltado por abajo.

- Uy, sí, la gente nos dice cosas por la calle. Que menudo culo y eso. (No te jode. Me lo dicen a mí, que tengo un trastero tamaño circo del sol, no os lo van a decir a vosotros, con esos pompis divinos de fitness).

- Nada, esto es comer sano y gimnasio. (Ya me imagino que de atragantarte a fabadas y dormir la siesta no es, no. Porque si la cosa funcionara así, tendríamos todos unas nalgas esculpidas en puro acero).

- Estamos súper orgullosos por este triunfo, o sea. (Claro. Y no es para menos. Para qué molestarse en ganar un Nobel de Física, si un culo respingón te garantiza más minutos de telediario?)

Ya sé que ahora vendrá el Rogorn y me dirá que esto es porque estamos copiando (pa no variar) los usos televisivos de los yankees, a los que les gusta mucho eso de "informar y entretener" todo junto. No lo dudo, claro. Aunque a mí me parece más bien "idiotizar". Que sea noticia digna de telediario el desfile anual en bragas de la Victoria´s Secret esa, o las mamarrachadas de un futbolista cantando (berreando, más bien) para un anuncio, o si han nombrado a Rihanna mujer del año en no sé qué revista chuminera, me alucina y me asusta a partes iguales. Yo, personalmente, me cago en la crónica social y en el tonto la higa que la inventó. Mayormente.

lunes, 14 de diciembre de 2009

La edad del pavo


Excursión al este y comida con familiares de mi Trasto, gente amable y de risa fácil. Un matrimonio bordeando la cuarentena, dos niños pequeños y una chica adolescente. Una casa enorme y cálida, buena comida, buen vino y conversación. La sobremesa se promete interminable pero grata, como lo son casi siempre por aquí. Salen las viejas historias, las recetas milagrosas para cambiar el mundo, las típicas críticas a los políticos, los banqueros, la maldita crisis. Hay risas, buen ambiente y un bebé haciendo gorgoritos, cómo no, en brazos de mi hombre, que ejerce un influjo hechicero e inexplicable en toda hembra menor de diez años que se encuentre a menos de dos kilómetros de él. Lo de menor de diez años es una suerte. Sin duda.

Pero no sólo hay un bebé, claro. Hay otra hembra de catorce, y es como son todas las de catorce, supongo. Deambula por la casa hosca y silenciosa, con cara de odiar la vida, dedicándonos distantes miradas de infinito desprecio. No nos rehuye del todo ni se refugia en sus aposentos, por lo que me barrunto que en el fondo le despierta curiosidad el ambiente, aunque jamás lo admitiría. Se mueve altiva y con gesto de hastiada sofisticación. De vez en cuando se le escapa una mueca o una risotada dedicada a los hermanos menores, pero al instante recompone el semblante, avergonzada, como pillada en falta, y vuelve a posar con aires de adulta. Al cabo de un rato no lo soporta más y se une al grupo, con la decidida intención de montar gresca.

La susodicha está rabiosa porque sus pérfidos progenitores no le permiten salir de noche. Y semejante injusticia no tiene pinta de ir a cambiar antes de la ya cercana Nochevieja. El debate está servido y me veo teletransportada varios años atrás. Y sonrío pensando en lo distinto que se ve todo. No tarda en aparecer el argumento de argumentos: "todas las demás salen". A mí las demás me tiran de un pie y patatín y patatán. Me pasma la chavala. Lo mismo se encoleriza como una burra que se pone roja y se le escapa la risa cuando se queda sin objeciones. Pero es terca como sólo una cabestra de sus años puede serlo. Le echa en cara a su padre que él ya salía a los quince. Replica él, sereno, que si salía a los quince era porque ya trabajaba, y se pagaba las cervezas de su bolsillo, no del de su padre. Touché. Y que, además, salía teniendo muy presente la idea de que al día siguiente había tajo, hubiera dormido ocho horas o dos. Y nunca faltó. Ataca la nena por el frente materno. La madre responde que ella, a los catorce, iba al parque a comer pipas. Decide entonces la pimpolla tirar por el lado inocente. "Si no hacemos nada". Pa no hacer nada estás mejor en casa. Y entonces cae como una liebre en la trampa. "Qué sabréis vosotros!" Y su cara desvela oscuros secretos que, naturalmente, nadie mayor de dieciséis es capaz de imaginar. Al momento se da cuenta de que ha hablado demasiado. "Por eso, por eso, porque lo sabemos no te dejamos salir".

A estas alturas la chiquilla echa humo por las orejas pero ya sólo le queda mantener el órdago. Se le ve en la cara. Qué sabréis vosotros, carcamales, que ya nacistéis viejos y padres. Incapaz de morderme más la lengua, suelto un suspiro nostálgico. Ah, los viejos tiempos. Ah, las broncas con los padres. Ah, la Nochevieja. Cielos, qué vieja debo ser. Hoy día sería la última noche del año en que me apetecería salir. Calculad. Cientos de borregos como si les hubieran soltado del redil y nunca hubieran pisado la calle. Broncas, borrachos, garrafón, humo, codazos, chunda chunda, gritos, babosos tocándote el culo, matasuegras y peña enfarlopada hasta las cejas. La niña me mira con los ojos desorbitaos. Ha-di-cho-far-lo-pa. La vejestoria esta. Mira a sus padres con cara de pavor. Y aún parece más aterrada cuando ve que los padres no sólo no caen patas arriba, sino que no se sorprenden. Saben lo que es la noche. Y la farlopa. Lo saben.

De repente estamos hablando de enrollarse con tíos buenos, de vomitar abrazado a una farola, de las maravillas y sinsabores del mundillo discoteca. De los años de pelea que nos costó conseguirlo, de lo poco que nos duraron las ganas, y de cuando descubrimos que nuestros padres no nos dejaban salir porque disfrutaran tocándonos los cojones, sino por otras muchas razones. Bromeamos con que, seguramente, y al ritmo que va todo, la tierna bebita que achucha al Trasto montará un pollo cuando sus viejos no le dejen celebrar la Comunión en una rave. La madre deja caer un comentario de madre, de esos que a los catorce te enferman la vida y entiendes después. Menciona a todas esas niñas del telediario, esas que se esfuman un buen día y cuyas caras y nombres se convierten en carteles. Esas de las que te preguntas luego: "pero qué hacía esta chiquilla por ahí a las cuatro de la mañana???" Esas que, impepinablemente, suelen aparecer en cunetas y descampaos. Y añade: "antes siempre era un desconocido, o un tarao, o alguien que pasaba por aquí. Ahora resulta que sabes que ha sido su novio, o los compañeros de clase, los que la iban a acompañar al bus o hasta la puerta de casa". La teen suelta un chasquido con la lengua, pero después se queda pensativa, apiñando migas sobre el mantel, mirando a su madre de reojo.

Al rato me está confiando sus problemas de acné en un rincón de la cocina. Le digo que tenga paciencia con sus viejos. Que no te quieren más por dejarte hacer todo lo que quieras. Ella suspira. Es una niña grande y lo sabe. Casi la ves caminando por una línea, a ratos adulta, a ratos una enana. Casi la ves debatirse entre lo muchísimo que sabe y la certeza de que no sabe nada. Y, sobre todo, le ves las ganas de saber. Lógico. "Es que salen todas. Ya tienen hora en la pelu para hacerse los recogidos y maquillarse, y se están comprando unos vestidos de noche guapísimos". Charlo un rato más con ella, entendiendo las ganas de sus padres de arrancarle la cabeza y las ganas que ellas tiene de mandarlos a hacer puñetas. Y mientras, pienso en lo jodidamente difícil que se lo ponen algunos padres imbéciles a los padres sensatos. Niñas de catorce años en la pelu y comprándose vestidos de noche. Qué guay. Niñas de catorce años disfrazadas de las pencas de Kiki en Nueva York. Mamás y papás jugando con Barbies a tamaño natural. De qué coño nos extrañamos luego??? En fin. Aviso para mis amigas, la que ya es mamá y las que van de camino: No os queda nada. Chatas.

martes, 1 de diciembre de 2009

Luisa


Se llamaba Luisa y dejó el pueblo a los catorce o quince años para "ir a servir" a la capital. Una salida bastante habitual en sus tiempos. Era la mayor de nueve hermanos, gemela de otra que moriría joven, maltratada por un marido no mucho peor que otros de entonces y enferma de los pulmones, dejando atrás un hijo que apenas la sobrevivió. Pero esa es otra historia. Luisa llegó a la capital, decía, y entró a trabajar en casa de unos señores ricos, dueños de un piso espectacular frente al Teatro. Planchaba y fregaba de rodillas, a la antigua usanza. Acababa de empezar su nueva vida cuando empezó la guerra. Estaba sola, incomunicada, inquieta por la incertidumbre que espolearía a los suyos allá lejos, en el pueblo, en el fin de su mundo. Pero así era la vida. Una explosión le llenó la cara de metralla, aunque tuvo la suerte de que la cosa no fuera más grave. No le quedaron marcas. Dicen que trabajaba con una eficacia asombrosa para su corta edad. Se ganó la confianza de los señores y logró ascender en la jerarquía doméstica. Empezó a mandar, a organizar, a supervisar y a criar a los niños de otra.

Se le pegaron los aires de la ciudad como a ninguna de las hermanas que la siguieron. Algunas de ellas, cuarenta años después de instalarse en la urbe, seguían siendo tan de aldea como el día que nacieron, incluso cubiertas de joyas en sus días más prósperos. Luisa, no. Luisa tenía maneras suaves, la voz tranquila y una elegancia que supongo sería innata. Había salido a la rama pálida y celta de la familia. Rubia, blanca, de ojos azules, menuda. Imagino que tuvo sueños, miedos, planes. No se los conocí. La gente de antes, por lo visto, se limitaba a vivir y a trabajar. Se casó, imagino, con el novio que le tocó en suerte y que se decidió a cortejarla. Resultó también un marido no mucho peor que tantos otros. Bebedor, dueño de su casa y de todo lo que en ella había, esposa incluida. Con fama de violento, aunque nunca se supo si lo era con ella. Un policía nacional que, desde niña, me resultaba siniestro y peligroso. Le recuerdo gordo, con el pelo cano, la voz rota y unos ojos claros que me asustaban. Recuerdo una sonrisa que nunca me convenció. Le recuerdo arrogante, zafio, palurdo y vocinglero, completamente opuesto a ella. Recuerdo también sus últimos días, menguado y hosco, tomándose la medicación con coñac, rudo y protestón, esclavizando a la hija y gruñendo a las enfermeras. Correoso hasta los noventa y uno.

Luisa no vivió para enterrar a su marido. Años antes fue perdiendo lentamente la cabeza e incluso en ese trance resultó dulce y sonriente. Sólo durante un breve lapso de tiempo se volvió rebelde, usando un lenguaje que jamás se le había conocido y dirigiendo furiosas miradas al esposo, para, a renglón seguido, lamentarse en voz alta de que no se muriera de una maldita vez. Al final, empezó a confundirle con su padre, así que le dedicaba sonrisas llenas de afecto y palabras tiernas que él esquivaba con su habitual brusquedad. No recordaba a sus propios hijos, pero se le iluminaba el rostro al verles. "Ha venido ese" exclamaba contenta. "Esa me quiere mucho", añadía. No sé si recordaba al otro, al primero, al que perdió y lloró con tanta amargura, aquel bebé que dejó enterrado en una ciudad lejana, el primer destino de su marido. Aquel al que siempre llevó en el alma y cuyo nombre otorgó a su otro hijo varón.

Hace poco me enteré de uno de esos secretos oscuros que toda familia tiene. Luisa, la infatigable trabajadora, la perfecta madre y esposa, la amiga ejemplar, la siempre suave, elegante y discreta, confesó a sus hermanas que, hace más de medio siglo, se supo de nuevo embarazada de aquel marido al que jamás abandonaría, pues era suyo hasta que la muerte los separase, como se esperaba de toda mujer decente, y optó por un aborto clandestino. Tan clandestino y tan pecado era que las mujeres jamás lo nombraban, como si la mera palabra invocara fuerzas funestas. Las mujeres de mi tierra usaban otra palabra, una que me resulta escalofriante e infinitamente más dura. Luisa se supo embarazada y lo "estrozó". Suena macabro. Sólo llego a imaginar (y seguramente de lejos) las razones que llevaron a Luisa a tomar esa decisión. Imagino su dolor y su miedo. A lo que iba a hacer, a los peligros que entrañaba hacerlo, a que se le descubriera, a las consecuencias para su salud y para su buen nombre. Intento imaginar también cómo las mujeres se aconsejaban, de qué manera se susurraban las oportunas direcciones, qué excusas contaban a sus esposos, con qué pavor se presentarían en a saber qué sitios, en manos de quién se pondrían, el techo de qué sala de tortura mirarían mordiéndose los labios aterradas, quizá llorando, avergonzadas, culpables, quizá rezando para no morir desangradas o rogando al temible Dios de entonces que las perdonara. Intento imaginarlo, pero no sé si alcanzo siquiera.

Se llamaba Luisa, era una mujer de pueblo que se fue a la capital a trabajar. Era madre, y esposa, y seguramente iba a misa cada domingo. Aguantó la vida que le tocó, tomó decisiones y con toda probabilidad pagó por ellas. Supongo que fue razonablemente feliz y no pocas veces desgraciada. Supongo también que tuvo sueños, deseos, miedos y planes. Pero no lo sé. Era menuda, blanca, rubia y con los ojos hermosos y azules. Hace años que nos dejó, pero la recuerdo sonriente, impecable y octogenaria, con su traje chaqueta verde pálido y sus perlas chiquitinas, rodeada de gente a la que ya no conocía. La recuerdo merendando frente a mí con apetito de quinceañera, acariciando los manteles con sus manos de nácar y diciéndome: "eres muy guapa. Qué guapo que es todo". Se llamaba Luisa y era mi tía abuela. Tenía secretos, como seguramente tenemos todas las mujeres.

jueves, 19 de noviembre de 2009

Y todo a media luz


Y a medio gas, debiera decir. La semana pasada fue intensa, tanto que miro atrás y parece que haya pasado un mes. Es lo que tienen los hospitales, los nervios, las prisas... sobre todo si la cosa coincide con una huelga de autobuses en la que (bondad graciosa) de las dos líneas más afectadas una es la que me saca del Monte Más Vil y me lleva a Ca-buh-Ñs. O sea, al pie de tu cama. Si yo lo intento, Dalai, Guaja, Larón, Porteño, lo intento de verdad eso de ser optimista, Trasto mío, pero a veces es que me da la risa. En serio. De cualquier manera, sorteadas las carreras, los boicots del transporte, las casi nulas horas de sueño y, eso sí, agradeciendo infinito la ayuda, interés, apoyo, comprensión y paciencia de, a saber: Clan, Akelarre, Tribu y Fújur (sobre todo ella, pobrecita, que de nuevo no entendía por qué Gran Jefe haber abandonado Pequeña Peluda), los días pasaron y todo estuvo bien.

El Trasto fue convenientemente reclaviculizado, replacarizado, reatornillado, regrapado, recosido y reentregado al hogar. De nuevo sorprendió a propios y extraños saltando de la cama horas después de su paso por boxes, exigiendo un desayuno decente y manifestando un escaso respeto a los protocolos médicos al empeñarse con terquedad insólita en que no le dolía nada, en que ya estaba bien de tanta zarandaja y en que se quería ir a su casa, polamordedios. Tocan días de calma y sofá. Tiempo para charlar, leer, ver pelis, pasear con la perruni (aprovechando esta maravilla de otoño de frío, sol y cielos azules en el Norte-Siempre-Gris- del Orbayo-Eterno) y, sobre todo, dormir. Que ya llevábamos retraso y se notaba. Se nota aún, de hecho. De la sauna hospitalaria hemos salido a un cálido Noviembre que nos ha parecido gélido por puro contraste. Y aquí andamos, de manta y calcetines, lamparita a medias y sopa hirviendo, arrullados en el catarrazo inminente. Pero oye, felices. Felices por la calma recobrada, las que se prometen larguísimas vacaciones, la ausencia de secuelas dolorosas, las noches de Pasajes, Tertulias y Monográficos, las sábanas de franela y tu camiseta vieja que ya no sólo huele a ti, sino que está rellena de tú. Se acerca el invierno.

martes, 10 de noviembre de 2009

El más grande de los hombres


Podría decirte tanto... y en cambio siempre se quedaría pequeño. Pocas veces uno tiene la suerte de conocer a alguien a quien sólo se pueda definir con el adjetivo de "bondad". Bondad sabia, sincera, lúcida, coherente, sin grietas, sin el menor resquicio. Bondad elegida y militada, honesta e infatigable, demostrada siempre pero carente de exhibicionismo. Bondad sin moralina y sin medallas. Bondad defendida a ultranza, sin peros, sin la más mínima neglicencia, presente en cada minuto, con testigos y también en la absoluta intimidad. Bondad genuina. Y valiente.

Has sido ejemplo de cuantos hemos tenido la dicha de tratarte y quererte. Ejemplo con las palabras, con las sentencias en latín, pero, sobre todo, con los hechos. Así que gracias. Gracias por tu amor incondicional, por tu rectitud y tu imbatible sentido del humor y de la justicia. Por respetarlo todo. Por engendrar tanta vida. Querías ser sacerdote, quizá para guiar y consolar a tu propio rebaño. Finalmente lo hiciste, aunque de otro modo. Tienes tu rebaño, tu clan. Eres patriarca de tu propia tribu. Finalmente fuiste Padre, sí. Y esposo, y abuelo. Y este mismo mes serás bisabuelo por primera vez.

Siempre me ha entristecido pensar (con más certeza a medida que pasan los años) que, aunque quizá mis hijos lleguen a conocerte, serán demasiado pequeños como para apreciar el singular privilegio de conocer a fondo a un personaje como tú. Aunque, no te quepa duda, sabrán de ti, con pelos y señales, con ayuda de las magias modernas que conservarán tu imagen, tus gestos y tu voz. Y, sobre todo, sabrán de ti a través de mis recuerdos y de los de cada eslabón de esta cadena tuya en la que ya vivirás para siempre. Sabrán de tus parábolas, de tus manías, de tus chistes irreverentes, de tus disfraces y sermones. Sabrán muy bien (te doy mi palabra) de aquel hombre bajito y rechoncho de ojos cansados y risueños cuya mayor fechoría fue espantar gatos por el placer de verlos correr y saltar. Aquel afable bachiller de pueblo que iba para cura y eligió obsequiarnos con nuestras vidas, con lo que somos.

Feliz vida, Víctor, Abuelo, Güelito, Obo, Rey Melchor. Felices noventa años. Es un honor llevar tu sangre, la del más grande de los hombres. La de ese al que, según el más ateo y anarquista de sus hijos, debe parecerse mucho Dios.

martes, 3 de noviembre de 2009

Las amistades peligrosas


Son muchos los que afirman que un hombre y una mujer no pueden ser amigos. Se entiende que de tal maldición quedan automáticamente exentos los individuos con tendencias sexuales, digamos, incompatibles. Lo digo porque parece que siempre haya existido la amistad mujer hetero - hombre gay, por ejemplo. Es como si la eliminación de la tensión sexual salvaguardara esa relación limitándola al cariño platónico. Curiosamente no se conoce tanto el tándem hombre hetero - mujer lesbiana. Pero sí el de gay - lesbiana. Hombre gay con hetero... bueno, sigue teniendo sus fricciones. Sus tapujos. Hetera - lesbiana no lo tengo muy estudiado. Conozco casos. Bastantes. Pero como no es plan de hacerse una tesis, me centraré en lo que mejor controlo, por propia experiencia. Los heteros de ambos sexos. Y así, ya de entrada, osaré decir que, ciertamente, la amistad entre ellos es compleja. Y la culpa culpita, chicos, es vuestra. Así, en general.

Antes de nada declaro que tengo amigos varones. Unos cuantos. No tantos como amigas, cierto, pero los tengo. Pocos y buenos. Maravillosos. Hombres que no sienten el menor deseo sexual hacia mí, ni yo hacia ellos. Digo esto porque, en general, los mayores incrédulos de la amistad tío - tía que me he ido encontrando son machos. Y casi todos ellos afirman que si esa amistad es un mito imposible e impensable es por causa del deseo. Ellos mismos proclaman que un tío jamás busca amistad en una mujer, sino única y exclusivamente sexo. Con esta premisa, pueden pasar varias cosas:

1) Que obtengan sexo, con lo cual ya no hablaríamos exactamente de amistad, sino que habría matices (amigos con derecho a roce, amantes, novios, polvo ocasional y nunca más... lo que se tercie)
2) Que no obtengan sexo, con lo cual se abren otras dos opciones, a saber:
2.1) Se largan con viento fresco (confirmando la teoría por ellos expuesta)
2.2) Se quedan esperando mejor ocasión, convirtiéndose, también según ellos mismos, en pagafantas.

Es curiosa la idea que tienen algunos chicos de las mujeres y de la forma femenina de gestionar los afectos. Parecen creer que las mujeres no quieren amigos, sino esclavos. Un chaval sumiso, siempre disponible para el consuelo, la percha, el consejo, cargar bultos en una mudanza, espantar moscones o cualquiera de esas cosas que tanto nos gusta que hagan por nosotras. No sé las demás, yo no permito que un tío que siente algo por mí en lo que no le correspondo se me quede cerca revoloteando. Me parece doloroso e innecesario. Y cruel. Que persiste en quedarse por ahí? Bueno, que se apañe. Que pelee él con lo que siente, ya que se le supone mayorcito. Pero inevitablemente iré restringiendo el contacto. No le pediré favores ni consejos. Nada que, a mi entender, pueda darle esperanzas que no existen.

Muchos chicos encuentran al pagafantas un perro faldero sin arrestos, dejándose mangonear por una pérfida caprichosa sin entrañas. Habrá casos. Por haber... Aconsejo a los pagafantas que se liberen de sus cadenas, si las hubiera. Y aconsejo a quienes critican el fenómeno que se lo hagan mirar. Porque no deja de ser curioso que les resulte de un egoísmo interesado intolerable el hecho de que una chica mantenga a su lado a un hombre... sin darle sexo a cambio. Sin-darle-sexo. Se capta? Hablando en términos de egoísmo, qué diferencia a la que quiere, pongamos, un enchufe por la cara del que quiere un polvo por la cara? Qué jeta, colega, tenerle montando muebles cuando sabe que no follarán. Qué rostro, campeón, que tú te ofrezcas a montar muebles sólo cuando atisbas un polvo. Que lo consideres una recompensa, y hasta un derecho.

La mayoría de los tíos que conozco (salvo benditas excepciones) no tienen amigas. Nop. Tienen esposa, ex-esposa, novia, ex-novia, amante, ex-amante, novias/amantes/esposas de sus amigos o conocidos varones. Tienen, básicamente, tías con las que ya han follado, follan o querrían follar. Y tías con las que no se folla, sí, pero solamente porque está feo follar con "la mujer de otro". Ese es el quid del asunto para tantos y tantos. Amigas, sin pretensiones sexuales? No. Muy pocos. Ni las tienen ni quieren tenerlas, por lo visto. No pretendo decir con esto que ningún hombre sea capaz de entender y disfrutar de la amistad pura y dura con una mujer. Ni tampoco que todas las mujeres sí sean capaces de tal milagro. De todo hay, como en botica. No pretendo sentar cátedra, sólo hablar de lo que conozco por mí misma. He oído a muchas mujeres (yo misma entre ellas) decir aquello de: "podemos ser amigos". Y son sinceras. Lo desean de verdad. Normalmente no pueden hacerlo (no podemos). Porque ellos, aunque asienten, huyen. Desaparecen. Ocurre exactamente igual a la inversa. Cuando son ellos los que te rechazan o los que te dejan (cuando el sexo sale de la ecuación), te sueltan la misma pamplina sin creérsela: "quiero que sigamos siendo amigos". Y todas sabemos que, el día que un tío te espeta tal cosa, será mejor que le hagas una foto si pretendes acordarte de su cara. Porque, muy probablemente, jamás le volverás a ver.

(Dedicado a mis amigos varones, que tan bien saben serlo y tan afortunada me hacen sentir. Y, en general, a todos los hombres y mujeres que consiguen cargarse el mito)

domingo, 1 de noviembre de 2009

Noviembre


Después de varias semanas de clima absurdo parece que el otoño se ha desperezado. Con matemática precisión llegó el frío dando la mano al nuevo mes. Ayer mismo íbamos en manga corta. Hoy amaneció gris y bochornoso, pero nunca debes fiarte del tiempo norteño. En apenas unas horas recibimos un diluvio bíblico. Al caer la noche, se nos helaron las manos, las nubes se abrieron y una luna mágica reinó en el cielo despejado. Ojalá pudiera mostrárosla, pero es imposible retenerla con mi pulso incierto (me rindo a la evidencia: necesito un trípode).

Hoy es día de chaqueta de lana. De botas altas y guantes. Día de paraguas precavidos. Es día de cementerios y flores, de reunirse a charlar por los que se fueron. Pero nada de eso es triste en mi tierra, o, al menos, en mi clan. Porque también es día de pueblo, de castañas, de cocinas de leña, de fuegos encendidos. Un día de velas, de historias de ánimas. Un día de falsos aparecidos con madreñas y sábanas viejas, de niños gritando de risa y miedo, de jugar al escondite en la oscuridad, de farolillos. Al menos así solía ser antes de que nos dejáramos invadir estúpidamente por tradiciones ajenas, por estúpidos disfraces, por calabazas, caramelos y extraña palabrería que nada tiene que ver con nosotros. Truco o trato. Ni lo comprendemos siquiera, ni nos importa.

Quisiera que todo aquello no cayera en el olvido, pero estoy resignada. Me asalta la certeza de que pertenezco a la última generación que verá ciertas cosas con sus propios ojos. Los niños de ahora nada saben de lo que emocionaba a sus padres y abuelos, de lo que entendían y protegían como propio. Porque todo es nuevo y viejo para un niño. Porque ellos no se preguntan si sus conjuros de ahora son en verdad suyos o se los prestó la caja tonta. Ellos no saben de tradiciones o de modas. Saben lo que les deslumbra, lo que les gusta, lo que ya ven por todas partes y les hace sentirse parte de ello. Y, por qué no, si nosotros, los adultos, desechamos sin el menor esfuerzo lo de siempre para sustituírlo por cualquier necedad? No son cada vez más los adultos que dan la espalda a lo que amaron y se entusiasman jugando a brujas, vampiros y zombies?

Desde luego estoy resignada, pero no pierdo la memoria. Ni quiero perderla. Así que, feliz otoño, feliz noviembre, feliz día de difuntos. El día del muerto, como dicen por aquí. Feliz Magüestu.

lunes, 26 de octubre de 2009

Beautiful Day (and night)


Llevo diecinueve años escuchando a estos tíos, emocionándome con ellos, saltando, chillando, utilizándoles cuando había algo que celebrar o algo que llorar. Ocupan un lugar de honor en mis oídos, han sonado de fondo en algunos de los momentos más importantes de mi vida (para bien y para mal) y cada vez que pienso en las canciones que más latidos me provocan, están ellos. Siempre alguna de las suyas se cuela por derecho en mi lista. Entre las más emotivas. Entre las más calientes. Entre las más vitales. Entre las más. Me hacen flotar.

Amo a Bono desde la más tierna pubertad, cuando mi padre aprovechaba horas muertas en alta mar para grabarme sus canciones en cintas de cassette. Les conocí gracias a él. Fueron los primeros en lograr que quisiera entender qué demonios estaban diciendo. Mi primera canción traducida completamente fue "Pride (In the name of love)". Bono es algo así como un hermano mayor, el tío guay de la familia, el tarao místico que no falta en ningún clan y al que todos adoran en el fondo. Me mola el punto que tiene de lama rockero. Ni estrellaza colocao ni happyflower insufrible. Un tío que puede pedir la paz mundial y al momento ponerte a dar saltos. Por no mencionar que su voz es puro sexo para mí. Seguramente el primer estímulo carnal por vía auditiva de mi existencia.

Aún no he conseguido verles en directo y siempre temo no llegar a lograrlo. Pero ayer las magias modernas obraron el pequeño milagro. No estaba allí, en Pasadena, vibrando con los sopotocientos vatios, ni espachurrada por la marea humana de fans enloquecidos. Estaba en mi casa, sentada en el sofá, con el portátil delante, los cascos, el tabaco y los kleenex. Pero aquello estaba pasando, eran ellos realmente, en aquel mismo momento, cantando en directo para el mundo. Quizá sea lo más cerca que estaré de Bono en toda mi vida, no lo sé. En cualquier caso, ha sido todo un regalo. Millones de gracias, chicos, por el experimento. Gracias por cada acorde. Por incluir "las mías". Me habéis tenido una noche entera en vela, riendo, bailando, llorando. Levitando. Sigo en las nubes. Con Bono.

(Debiera ser un Vicio Confesable. Pero, en realidad, han sido Huellas en mi arena).

sábado, 24 de octubre de 2009

Ronroneando


Ciertamente no he estado muy habladora estos días. Me sentía bastante cansada, la verdad (ahora sé que estaba incubando uno de mis catarros relámpago) y con pocas ganas de teclear. Normalmente no me callo ni debajo del agua, siempre se me ocurre alguna pajarada que escribir, alguna chorrez pseudo filosófica de las mías. Últimamente no. Tenía la cabeza en las nubes. No diré que estaba preocupada, ni nerviosa. No, realmente no. Pero sí que he estado completamente concentrada en un asunto. Incluso cuando no me daba cuenta, estaba pensando en ello.

Me he estado acordando de muchísima gente que quiero o que quise. Gente que fue saliendo de mi vida, gente que está (aunque en la distancia) y gente absolutamente presente (con o sin distancia) que no lo está pasando bien, o que sencillamente tiene alguna preocupación. Gente que desea cosas. Que merece cosas. Así, a lo tonto, he descubierto algo muy curioso que os contaré otro día. Ya veis, en el fondo no dejo de ronronear nunca, ni siquiera cuando me ofusco. De repente me brinca una idea peregrina en el desván y yo misma me sorprendo. De dónde sales tú. Por dónde has entrado. Bueno, sí, parece interesante. Espérate un poco. Ya te meditaré luego (meditar y escribir son sinónimos en mi mundo).

A lo que iba. Gente que desea cosas y las merece. Son un montón. Supongo que somos todos. Aunque en según qué momentos estás más con estos o con aquellos. O más cerca de sus sueños. Quieres dedicar tiempo a todos, a pensar en ellos, a evocarlos, a pedir al cosmos que les escuche. Priorizas. Sabe dios en base a qué. A veces es una mera cuestión de calendario. De en qué orden les van llegando sus pruebas, sus momentos clave. Y estás con ellos. Lo mismo andas correteando por el super buscando tiritas y pan tostado, pero estás con ellos. Todo el tiempo. Y llevas puesto el runrun de serie. Insistiendo, empeñada en el buen rollo. Ya verás. Todo irá bien. Saldrá. Se arreglará. Tu problema. Tu duda. Tu angustia. Tu espalda. Tu abuela. Tu trabajo. Tu padre. Tu pierna. Tu examen. Tu parto. Tu relación. Tu miedo. Tu viaje. Tu cambio. Tu vida. Saldrá bien. Funcionará.

Estás con todos ellos. Con todos. Pero estos días, sobre todo, estoy con ella. Estoy contigo. Cada minuto. Saldrá bien, M. Mi mayor deseo ahora mismo es que se cumpla el tuyo. Adelante.

martes, 13 de octubre de 2009

La edad de piedra en gorra y tacones



Vuelvo el otro día de hacer la compra y me cruzo con una turba de prepavos, o sea, doceañeros. Ellos disfrazados de raperos rudos del Bronx. Ellas disfrazadas de... no sé, una especie de híbrido Britney-Esteban. Veo mucho pantalón caído, calzón al viento y gorra patrás por un lado y mucho taconazo, rimmel, laca y bolso de plástico por el otro. Vale. El griterío es superlativo. Los hombrecitos hablan fuerte y hacen poses de tipos duros. Un taco por cada dos palabras. Mucho "tío", mucho "joder" y mucha amenaza gratuita, de esas de "chaval, no te columpies que te meto", pero de buen rollo, entre colegas. Las mujercitas emiten chilliditos y risas, se tocan el pelo y hacen poses de negrata furibunda, con mucha mano alzada (stop, in the naaaame of loooove) y mucho meneo de cuello en circulitos. Mucho "joder" y mucha "tía", por supuesto. Tope total.

La tienen liada porque los niños quieren que venga no sé qué niña que les mola y ellas la están llamando a ver si baja o qué. Como la "pava" no viene, empieza el cristo. A la que maneja el móvil la llaman gilipollas, mongola, imbécil y subnormal (con todo el cariño) por no saber convencer a la disidente. Cuando las otras intentan meter baza y aconsejar a la telefonista también las increpan con tiernas frases tipo: "tú calla, gorda de mierda", o "no te metas, pija del culo". Por fin, cuando queda claro que la reina de la fiesta no va a acudir, la chavalería se despide de ella con efusividad, usando poéticos adjetivos tales como: "anda, quédate en casa, so puta", "ya vendrás luego, zorra", "que te den por el culo, chula de los cojones" y demás lindezas.

Que nadie piense que tal despliegue de grosería cavernícola indigna a las muchachas. Nop. Para nada. La portavoz del equipo, tras colgar, suelta un lastimero: "joooo, que dice que no os pongáis así, que no la dejan, poooobre". Me puedo imaginar a la chiquilla, prisionera en su casa y sintiéndose culpable a más no poder por el feo imperdonable que les ha hecho a sus amigos, los cuales, con todo derecho, la han puesto a caer de un burro. Terminada la actuación, ambos grupitos, el de mozos y el de mozas, siguen su camino entre más chillidos, zancadillas, golpes, collejas, tirones de pelo, zarandeos e insultos de todo tipo, dirigido todo ello de los machotes a las feminotas. Cada porrazo o improperio es recibido por las niñas con berriditos de supuesta indignación y muchas risitas. Cuando a una le hacen daño (y se ven mamporros bastante serios), la susodicha hace un mohín y se aleja taconeando herida en su orgullo. El responsable del leñazo se disculpa zalamero: "hala, sí, vete, anormal". Las amiguitas chillan un: "tíaaaaaaaaa, quedatéeeee". Y un caballerete andante de metro y medio decide desfacer el entuerto con galantería, adelantándose en pos de la agraviada y consolándola con una palmotada en las nalgas, agarrándola por la muñeca y arrastrándola de vuelta al redil, mansa como una cordera, sonriente y satisfecha.

Qué coño estamos haciendo? Esto es ahora lo "normal"? Me estaré convirtiendo en una carcamala de 31 tacos cada vez que pienso que "esto en mis tiempos no pasaba"? Esto de hoy es lo bueno, lo modelno, lo chachi? Yo era una estrecha amargada porque si un chaval me arreaba en el culo, me insultaba o me hacía daño con juegos bestias le metía un guantazo o bien pasaba de él y me iba? La peña de nuestros días (ellos y ellas) son más sexistas que nuestros abuelos? Es más, esto es sexismo o simplemente mala educación y violencia gratuita de unos con otros y viceversa? Llegará un día en que hombres y mujeres sean capaces de tratarse con naturalidad? Antes pasaba esto y yo no lo veía? También entonces nos faltábamos al respeto desde pequeños? No es triste que en pleno siglo XXI el "puta" y el "zorra" gocen de tan buena salud y estén tan asumidos que hasta un piojo desnutrido de doce años se crea con derecho a usarlo como sinónimo de "tía"? Qué le ven ellas de gracioso y de aceptable? Y otra duda que me corroe... por qué sigue habiendo tantos seres de sexo masculino que condenan, señalan, desprecian, humillan y pisotean a voces lo que secreta (pero obviamente) les pone cachondos? Soltad a un púber entre chiquillas y sabréis de inmediato cuál de ellas le alegra los bajos. Esa a la que con más saña increpa y patea. Salvo porque no pegaría con la gorra y los pantalones raídos, cualquiera esperaría oír un: "tú, pecadora, súcubo de Satanás, tú eres la culpable de despertar mi lascivia y pagarás por ello!!" Es sólo que la testosterona les confunde y les vuelve agresivos, o de alguna manera se les ha quedado grabada en el coco toda la mierda machista del cosmos, sin ellos mismos saberlo? Y por qué ellas lo aguantan, por todos los Dioses???? Creo que estamos manteniendo ideas y mensajes equivocados. Y me pone un poco los pelos de punta.

miércoles, 7 de octubre de 2009

Una cueva de ladrones


De chavalita era toda una idealista. Escuchando a compañeros de instituto (algunos sinceros, otros meros panfletistas intentando camelar a jovencitas virginales) se me despertó el interés por la política, algo que, hasta ese momento, me parecía un asunto incomprensible y lejano, propio sólo de los "mayores". Fue como un despertar. Comprender que la historia, que tanto me fascinaba, iba ligada impepinablemente a los manejos y estrategias de gobernantes, corrientes e intereses varios. Que lo uno no tenía sentido sin lo otro. Que algunas ideas me parecían reveladoras y hermosas, otras una aberración total. Cuánto de genuinas ilusiones y de perversos prejuicios podía albergar cada idea y cómo esas ideas podían defenderse con rectitud y honestidad o con la más sangrante de las violencias.

Primero fue el cándido convencimiento de que el mundo podía cambiarse y ser un hermoso lugar. Sólo había que desearlo. Después, las no menos cándidas sorpresa e incredulidad, el no comprender cómo era posible que tantas veces todo se redujera al vil metal, lo poco que importaban las vidas de tantísimos seres humanos. Rabia, impotencia, enfado generalizado con el mundo. Los poderosos eran indiscutiblemente malvados y nosotros, los demás, éramos tontos del haba, borregos, una masa estúpida e ignorante dispuesta a mirar a otro lado mientras no nos tocaran lo nuestro, mientras nos dieran pan y circo. El cabreo de los diecisiete años. Lo correcto era tan obvio, tan irrefutable que resultaba intolerable que no funcionara, que no se produjera un cataclismo mundial para reclamar justicia para todos.

Luego vas madurando y empiezas a perder el romanticismo. Y la ira. Al menos a ratos. Todo es discutible y cuestionable. La primera decepción sobre "los tuyos" es una herida que te deja asombrada y dolida. Pero aprendes que ninguna idea es igual de grande cuando se ejecuta. Que los hombres somos falibles. Corruptibles. O, sencillamente, acomodados. Siempre hay nobles excepciones, claro, ejemplos de lucha (casi siempre anónimos), pero, en realidad, cuántos de nosotros renunciaríamos hoy al coche o a la tele de plasma si con eso nos garantizaran la supervivencia de un completo desconocido en algún rincón perdido del tercer mundo? Supongo que, en el fondo, nos viene muy bien dejar que otros piensen y actúen por nosotros (al margen de nosotros) y también tener una serie de caras y nombres a los que culpar cuando las cosas van mal.

Mis ideas han ido cambiando, aunque la esencia es la misma. Jamás he querido ser parte del entramado de ningún partido, porque creo que cuando estás dentro pierdes la perspectiva. No me gusta el rollo sectario. No me va eso de "los nuestros" y "los otros", aunque use esas expresiones de manera coloquial. No soporto las jerarquías, ni los organismos pluricelulares, desconfío de la filosofía cuando se convierte en ambición. La autocrítica es sana y necesaria. La practicamos muy poco. Siempre he creído más en el individualismo, entendido como la capacidad personal de analizar, aceptar o desechar, incluso cuando los descartes suponen que no eres un "no sé qué auténtico". Que los dioses nos libren de la autenticidad cuando se transforma en etiqueta y se representa con decálogos.

Hoy es uno de esos días en los que no sólo me tira del pijo ser mujer, sino que además sufro del berrinche más absoluto. Hoy, como tantas otras veces, la política me da asco. Vaya por delante que "los más cercanos a los míos" me tienen contenta también la mayoría de las veces. Vaya por delante que, Alatriste y Bono (el cantante) aparte, no soy de ídolos ni de fe ciega. Quede claro que, muchas veces, lo que me invade es la certeza de que, más o menos, son todos la misma mierda con distinto traje. Pero es que hoy, que una banda de chorizos, crápulas, chantajistas, pelotas, caciques, mafiosos y corruptos se atrevan a criticar al gobierno por "habernos metido en la nefasta crisis", me subleva. El gobierno merecerá todas las críticas imaginables, cierto. Ahora bien, tener la osadía de señalar a otros echándoles en cara despilfarros varios mientras esos mismos honorabilísimos acusadores se pasean con sus coches de lujo, sus relojes de lujo, sus sobrecitos llenos de pasta, sus trajes, chalés, viajes, cenas y putas de lujo, es que me envenena más allá de lo admisible. Tenéis la jeta de cemento, campeones. Fuerte banda de paletos con aires aristócratas. Crudo lo tenemos. Por un lado, los paladines hippies del buen rollo. Por el otro, los fachorros carcas de la moral del cilicio y el club de alto standing. Al final tienen razón los que afirman que tenemos los políticos que merecemos. Tal cual.

lunes, 5 de octubre de 2009

Nuestro Hombre de Hierro


De pequeño ya era un coñazo de puro inquieto. No podía parar ni un minuto, ni siquiera frente a la tele, lo que le convertía, a mi juicio, en un hiperactivo genuino, no en un malcriado, como se estila ahora. Nada le interesaba más que el deporte, especialmente el fútbol. Jamás me ha interesado esto del balón y las porterías, pero confieso que saltaba del asiento al verle jugar a él. Diréis que lo normal es elogiar a los de casa, pero no digo más que la verdad cuando afirmo que era bueno, realmente bueno y, además, limpio, legal, un caballero. Nunca le vi lloriquear ni hacer piscinas, nunca le vi un mal gesto ni una entrada anti deportiva. Nunca le vi reclamar al árbitro ni ponerse estupendo. Amaba el fútbol. Era su sueño. Por desgracia, como muchos otros chavales, vio cómo se deshacía esa ilusión a causa de una lesión provocada por otro jugador con menos escrúpulos y menos elegancia de la que él siempre tuvo. Imagino lo mal que lo pasó, pero se repuso siempre. Es de esos que no apea la sonrisa, así que decidió que se dedicaría a enseñar el amor por el deporte a otros. Y eso hizo.


Hizo eso, estudió (aunque su madre le daba por perdido desde niño, dado su increíble afán a contemplar el vuelo de las moscas), sentó la cabeza, se casó incluso, tuvo una hija (hiperactivo calco de su padre, ah, querido, la cósmica venganza) y siguió amando el deporte, el esfuerzo, la superación. En su caso podría considerarse casi una adicción. O sin casi. El muy tarado acaba de pasarse por el arco del triunfo nada menos que un Ironman. Y, para aquellos que no sepan de qué hablo (tampoco yo lo sabía) les aconsejo que lo descubran con un click. Alucinante. Aprovecho la ocasión (cómo no) para patear el culo del mito del sexo débil, una vez comprobada la cantidad de mujeres que han conseguido superar semejante prueba (algunas veces incluso en modalidades multiplicadas) con tiempos que no difieren mucho de los logrados por sus compañeros varones (ya está, alegato feminista concluido). Él no iba a ser menos que nadie. Estaba claro. Semejante proeza en menos de diez horas. Increíble. Sencillamente increíble.


Felicidades, Quines, Gran Chu, nuestro Hombre de Hierro. Felicidades. Por no rendirte jamás, por disfrutar de cada minuto de tu vida, de cada kilómetro. Por demostrar una y otra vez hasta dónde puedes llegar.

jueves, 24 de septiembre de 2009

Vitaminas para tu risa


A veces, la tía Meme no está bien. No está bien porque es de esas personas que tienen al enemigo en casa, un feroz inquilino que se te instala en la cabeza y te engendra disparates. La tía Meme siempre anda con la sonrisa en la cara, incapaz de un mal pensamiento, feliz con el mundo, encantada con la vida. Posee la bondad de su padre, esa clase de bondad genuina que no tiene nada que ver con la simpleza o la estupidez, esa que te impide mirar a nadie con malos ojos ni emitir el menor juicio sobre los demás. Una bondad auténtica, invencible, elegida, peleada y defendida.

Lo malo es que la tía Meme, como su padre (mi abuelo) y su abuelo (mi bisabuelo) heredó también esa melancolía inexplicable que te aparece de improviso, esa que no tiene razón de ser y te obliga a añorar sabe Dios qué cosas que quizá ni siquiera te faltan. El gen oscuro de la familia. Ese que quizá nos legó aquel hombre guapo de rostro nostálgico que no pudo más, ese gen que parece empeñado en seguir apareciendo generación tras generación, a unos sí, a otros no, como en un sorteo macabro. El bisabuelo no logró encontrar una razón para seguir luchando y decidió poner punto final. El abuelo estuvo a punto de seguir los pasos del padre, pero tuvo la inmensa suerte de aferrarse a Dios. Su Dios le tendió ambas manos: una para armarse de valor y no dejar en la estacada a la mujer amada y los once hijos, y otra para comprender por fin la debilidad del padre ausente y perdonarle en su corazón. Sólo cuando el abuelo se vio tentado por las ventanas abiertas pudo finalmente entender la tristeza inmensa del progenitor, llorar su misma desgracia y poner su foto en el salón. De alguna manera, ambos volvieron a la vida.

La tía Meme tiene más suerte, relativamente hablando. Ella ha nacido en una época capaz de mirarte por dentro y descubrir en qué punto exacto y de qué manera se abrió la grieta, cómo es que entró esa sombra oscura y malvada dispuesta a devorarte. La tía Meme nació en una era más amable, en la que no estamos locos, sino enfermos, en la que sentir diferente no es maldad ni síntoma de un alma torcida, sino un reto para la ciencia, quizá un simple desajuste de la química. Afortunadamente, ella tiene el inmenso amor de los suyos, la aceptación incuestionable y, así quiero creerlo, luces de emergencia para aplacar sus tinieblas.

Desgraciadamente, sospecho, la tía Meme padece del mismo hartazgo que muchos como ella. Por qué? Por qué tengo que ser una yonki? Por qué mi felicidad y mi vida entera deben depender de esta maldita píldora? No es justo! Y aparecen las dudas. Es que no soy nada sin esto? Es que sin esta pequeñez no sé querer a mi marido, o a mis hermanos, a mis amigos? No puedo trabajar, ni reír, ni pintarme las uñas sin esta porquería? Es que mi vida, mi alegría, mi amor, toda yo, no soy más que una mentira? Y la tía Meme, quizá, como tantos otros, empieza a odiar su propia tabla de salvación, a considerarla una invasora entrometida, una voluntad ajena y desconocida que maneja sus hilos. Y, de nuevo, rompe esa cadena que a ratos rescata y a ratos asfixia, convencida de que ya sí, esta vez sí, ahora será capaz, podrá conservar su sonrisa, porque tiene la fuerza y los motivos, porque esta vez sí que será suya su felicidad.

Lo único que no me gusta del otoño es que parece insuflarnos energía a los hacedores de disparates. Y, cuanto más fuertes son ellos, más se debilita el ser humano que los cobija. Crece el parásito y temo que mengüe la tía Meme. Todo empieza con la inquietud, la hiperactividad, la verborrea, una energía desbordante. La tía Meme convertida en un frenético e imparable fuego fatuo. Y te sobresaltas. Te preguntas si es la estación, tan dada a hacer de las suyas, tan proclive a entrar como un vendaval por los desvanes, desordenándolo todo. Te lo preguntas porque tú misma, con menor intensidad, también lo sientes cada año. Te preguntas si habrá surgido la terrible duda y se habrá empeñado, mi hermosa, mi dulce, mi luchadora  y quijotesca tía, en vencer a sus molinos sin ayuda. Y te entra el pánico, porque también sabes cómo de cabrones pueden llegar a ser los molinos. El argumento parece sencillo. Por qué no hacerse a la idea de ser diabética? Necesitas tu dosis para vivir, es así de simple. Pero no, ojalá. Por mucho que hayamos evolucionado, por evidente que resulte que todos (todos) tenemos nuestras grietas, nuestras pequeñas y grandes locuras, aún tememos. Supongo que los diabéticos no sienten dudas, culpa ni sospecha. Lo insoportable para la tía Meme quizá sea la terrible idea de que se trata de toda ella, de su cabeza, de su alma, de su risa, de su vida la que depende de una dosis. Es eso, en realidad? Podría ser eso? No lo sé, pero cada vez que he intentado meterme en los zapatos de Meme, he sentido que eso exactamente sentiría yo.

Yo sólo espero que pase la tormenta y que el maldito viento no lo desbarate todo. Porque, cuando la tristeza se disipa, cuando las nubes se van, el sol es Meme, mi predilecta, la alegría de todos. La reina de los postres y los chistes, la emperatriz de los disfraces, la tesorera de los recuerdos familiares, la dueña de las carcajadas infinitas. Esa es la verdadera Meme. Y así sería siempre de no ser por los caprichos de la química, que puede ser muy artera y llenarnos a cualquiera el alma de fantasmas. Yo no podría quererla más. Creo que nadie podría. Con claros, con sombras, con o sin píldoras, ella es auténtica, mágica como un elfo, un ser de luz que destila puro amor y sonrisas  como estrellas fugaces. Quizá, a fuerza de regalar tanta risa, a ella misma se le agota algunas veces, lo cual es una crueldad absoluta y la demostración palpable de que las matemáticas son odiosas e implacables. Pero en algo se equivocan, por suerte. Y es que, por mucho que se empeñen en desmentirlo con números fríos, cuanto más amor derrocha Meme, más amor le queda. Ojalá las antipáticas píldoras se conviertan a sus ojos en lo que en realidad son. Simples y amables vitaminas para su risa.  

lunes, 21 de septiembre de 2009

Un insignificante paso para la humanidad...


... pero un gran paso para mí. Lo conseguí! Entré en la maldita bolsa de trabajo!!! Entre doscientos aspirantes!! Tenía esperanzas, porque al menos había logrado llegar hasta la entrevista personal, y ahí es donde siempre (cuando logro que me concedan tal privilegio) consigo venderme con una convicción pasmosa. De hecho, lo que más lamento de este mundo (por otra parte estupendo) de mails y facilidades es que todo se ha vuelto tremendamente aséptico e impersonal. Cómo decidir si alguien es apto o no para algo basándose únicamente en una foto de carnet y unos datos sobre el papel? Sí, perfecto, tiene tal formación y cual experiencia, pero cómo se puede saber si alguien tiene aplomo, ideas, ganas, energía, si apunta maneras, si se defiende bien, cuando ni siquiera le has mirado a la cara?

La mera noticia de que tenía derecho a esa entrevista, a esa demostración, me tenía encantada de la vida. Sabía que podía hacerlo, que tenía posibilidades. La oportunidad de charlar, opinar, debatir, dejar claro cuánto deseas ese trabajo, cuánto te apetece aprender, cómo estás dispuesta a darte y cuánto quieres aportar al proyecto no se refleja en ningún currículum, por detallado que sea. Tienen que verte y escucharte. Salí entusiasmada (y temblando!) de la prueba, con el cosquilleo en las orejas que te entra cuando alguien te mira a los ojos y dice: "nos has encantado. Nos gusta mucho cómo te expresas y la claridad de tus ideas". Tenía esperanzas, sí, pero también montones de dudas. Tantos aspirantes!! Pensaba, además, en lo frustrante que sería quedarse justo a la puerta. "Sí, nos has encantado, pero..." Era algo que no deseaba oír por nada del mundo.

Y salió bien!!! Un finde de los nervios, pero mereció la pena. No es un puesto fijo, vale, es una bolsa, cierto, contarán conmigo para ir tapando huecos, es verdad. Bailaré por los turnos, pringaré noches y festivos (fijo!), curraré seis días un mes y veintiocho otro. No tendré un horario establecido ni un sueldo exacto. Pero es una entidad fuerte, de hecho una de las más antiguas, establecidas, conocidas y sólidas del mundo. Del mundo! Y he conseguido meter la nariz en ella. Es un búho, al fin y al cabo!! Uno pequeño, uno que ni sabe cuánto tiempo se quedará ni si se quedará siquiera, pero aquí está por el momento. Es un búho pequeñajo e indeciso, pero un búho al fin y al cabo. Un búho estupendo!!!

Lo más increíble es que recuerdo cuando nos mudamos aquí, al Monte más Vil, y yo miraba hacia aquel lugar pensando en lo increíble que sería trabajar con ellos. Era casi como mirar a un oasis inalcanzable, a una fortaleza protegida con un muro que de ningún modo se podía atravesar. Bueno, hoy estoy dentro. Un poco más dentro, al menos. Han pasado once meses desde aquellas miradas que soñaban sin atreverse a creer. Y, al final, resultó que era posible. Sonó el teléfono!!! Y hoy todo está bien en el mejor de los mundos!!!!

lunes, 14 de septiembre de 2009

Memoria de mis putas tristes


Es el tema de moda, tanto que parece mentira que hablemos del oficio más viejo del mundo. Nos las sacan constantemente, a todas horas, en las tertulias mañaneras, en los informativos y en los documentales de mega investigación nocturna. Francamente la cosa me escama un poco. Por varias razones.

De verdad nos importa un comino la realidad de estas mujeres? No lo parece. Nos dedicamos a exponerlas sin más, en lo que parece (qué mal pensada soy) un mero show de carne fresca para subir audiencia, con el pretexto de la denuncia social. Eso explicaría que, en alegre batiburrillo, se mezclen las imágenes de la meretriz arrodillada frente al cliente (culo en pompa, nalgas al aire, tangas fosforitos), las de la veraneante en topless (oh, hallazgo informativo, pásmense, la gente en verano TOMA EL SOL!!!) las del posado de las modelos de no sé dónde para no sé qué calendario de tal revista (y seguimos sumando tetas informativas, de vital importancia para la buena marcha de la historia universal, por lo visto), las de la simpática y frescachona muchacha que se dedica al porno, la lucha en el barro o el baile en paños menores, y que declara feliz y satisfecha que no es puta, sino artista, y que le encanta lo que hace (por lo que tampoco le encuentro yo denuncia por ninguna parte al testimonio, y si lo que pretenden es contarme, sin más, que hay tías que se ganan la vida saliendo de una tarta, follando ante una cámara o bailando embadurnadas de nata, déjenme aclararles que lo tengo más que sabido, no insistan, me doy por enterada).

A qué viene entonces tanto empeño con el negocio del sexo, ocupe la parcela que ocupe? Pero si ya lo sabemos, óigame. Sabemos los millones que mueve, sabemos que hay puterío de lujo y de callejón, filmado, bailado, pactado, asumido, negociado, posado, aceptado y reivindicado, libre y forzoso, aplaudido y denostado. Lo SABEMOS. La cuestión es que no se puede tolerar que montones de mujeres se vean obligadas a comerciar con su cuerpo ante la indiferencia general. Perdemos el tiempo discutiendo la cuadratura del círculo con que si son todas esclavas (de nuevo a vueltas con la dignidad universal, como si toda mujer fuera forzosamente débil e imbécil, incapaz de decidir por sí misma), logrando con ese empeño juzgar y criticar a la que quiere y olvidar a la que no quiere, que es la que de verdad necesita ayuda. Se monta un evento deportivo o un salón del automóvil y hay doscientas tías posando ligeras de ropa, se organiza un salón del porno y hay bofetadas por ir a grabar con el móvil, los ordenadores echan humo bajándose imágenes sexuales, las ex reinas del porno son tertulianas de la tele, medio pezón en un videoclip provoca una avalancha de atención mediática, y luego tenemos la soberana jeta de indignarnos con el putiferio de avenida y pretender esconder a estas señoras detrás de una valla.

De qué vamos?? Clubs de fans pa Lucía Lapiedra, y luego nos ofenden las pilinguis del barrio? Babeamos ante la tele cuando una palurda siliconada cuenta cómo, cuándo y dónde se la chupó a un futbolista, pero no queremos que nuestros ninios vean mujeres meneando un bolso en una esquina?? Sólo hay un modo de terminar con el tráfico de seres humanos y todos sabemos cuál es. A qué esperamos? Hay muchas clases de explotación sexual, muchas clases de prostitución y muchas maneras de socabar la dignidad y la imagen de una persona. Hay mil maneras de convertir a una mujer en un cacho de carne anónimo sin venir a cuento. No entiendo por qué celebramos novecientas noventa y nueve formas de comerciar con el cuerpo y condenamos con asco sólo una: la de las pobres y las encerradas. Somos bastante hipócritas. Queremos ver putas felices, pero no putas tristes. Y para no verlas, lo mejor es esconderlas. Es una vergüenza que un chiquillo vea a una prostituta agachada delante de un señor, pero no que, mientras merienda, le enseñen en la tele el revolcón de la modelo de turno en una playa. No lo entiendo.

miércoles, 9 de septiembre de 2009

Diálogos currados


Me pongo al día en esto del mundo virtual (esa vida paralela que casi todos tenemos, con esto de los foros, blogs, facebooks y demás) tras dos días de asueto leonés en el pueblo, charletando a la sombra y comiendo mejor que bien con la Mamma y los abuelos. Por aquí detrás tengo al trasto viendo una peli de esas de acción de las que no me gustan, añado, porque algunas me gustan, pero no estas de artes marciales, malos malosos y patadas. O sea, que no veo la película, sólo la oigo, y descubro con pena y desaliento que, efectivamente y sin la menor duda, en un mogollón de géneros cinematográficos, los papeles femeninos son penosos, cuando no directamente ridículos.

El esquema de esta "joya" es el de siempre: malos secuestran chica y chico pega a malos para salvarla. Ya está. Es un argumento mil veces repetido, nada nuevo bajo el sol desde los cuentos de hadas, con su princesa cautiva y su príncipe aguerrido. El tema se usa, de mejor o peor manera, lo mismo en peliculones de renombre que en bazofias infumables. Confieso que es algo que me resulta cansino de puro mascado (como cuando matan a la esposa del héroe para facilitar dos cosas: que el chaval tenga legítimos motivos para vengarse haciendo el animal, y que, además, pueda zumbarse a otra más guapa, cosa que de no ser viudo no nos parecería bien, caramba). Y es que, entre otras cosas, este cliché tan trillado ocasiona que los diálogos de estas pobres chicas sean lamentables. Me explico.

Con los ojos puestos en la pantalla quizá no se note tanto, porque estamos a lo que estamos, siguiendo la trama. Pero esto de ver una peli de espaldas tiene su intríngulis y te permite observar ciertos detalles. Llevo más de media hora oyendo zambombazos, explosiones, órdenes a voz en grito (cogedle, a por él, rápido, vamos), protestas varias (maldición, te mataré, acabaré contigo), quejidos diversos (oh, no, corred, salgamos de aquí) y por último, a ella. Y creedme que ella me está sacando de mis casillas. Socorro, auxilio, ayuda, no, por favor, suéltame, aaaahhhh, aaaahhhhh, aaaaahhhh, AAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHH, Mike, Miiiiiike, dios mío, Miiiike, socorrooooooo. Una y otra vez, berrido tras berrido. Mis tímpanos están al borde de la perforación. Leer el guión de estas pelis debe ser la leche de entretenido para las actrices. Pues verás, bonita, en las siguientes cuarenta y nueve páginas, básicamente, tienes que chillar. Hala, a ello. Esmérate. Para cuándo el Oscar al mejor glañido?? Oso de plata a la más convincentemente interpretada serie de: socorro, ayuda, no, por favor, aaaaaahhhh??

Coñe, esto tiene su mérito. Tírate tú un rodaje entero soltando aullidos y siendo zarandeada de un lado a otro por los malos, siempre con la misma cara de histérica aterrada. Eso tiene que doler. Garganta, cervicales, brazos, cuánto grito y cuánto meneo. Qué estrés. Requiere una gran preparación y dotes indiscutibles. Y lo digo en serio, que conste. Aunque la profundidad de los diálogos se pueda comparar a la que observamos en cualquier peli porno: aaaahhhh, síiii, más, sigue, sigue, ooooohhhh, aaaaahhhh; nótese que hay que cambiar cada "síiii" por un "nooooo", cada "sigue" por un "para", cada "dame" por un "suéltame", y la cara de placer por cara de horror. Que tiene su dificultad, caray. Fulanitina, de qué haces en la nueva peli? De la que chilla. Otra vez? Ya ves. Van quince veces que hago de la que chilla. Yo creo que de esta ya me dan el premio honorífico a toda una carrera. Por lo menos.

viernes, 4 de septiembre de 2009

Mujer en ruinas


No consigo entender la razón, pero la verdad es que me siento más cansada que nunca en toda mi vida. Y es absurdo, francamente. No trabajo, como bien (y sano) y no soy consciente de tener la menor preocupación. Pero el insomnio ha vuelto, a pesar del agotamiento. Y ni siquiera hay motivos para semejante estado de fatiga constante. Es cierto que soy de esas personas que termina somatizando lo que engulle, lo que se niega a escupir, y es igual de cierto que ha habido de eso en los últimos tiempos. Pero coño, si los tiros van por ahí, qué fue de mi antigua fortaleza? He aguantado golpes peores. Ya no tiene nada de nuevo ni de insólito lo de la guerra de trincheras, la historia va para veintidós largos años y nunca logró tumbarme. Tampoco el paro es una novedad, y ahora, al menos, tengo un refugio, un hogar, y a Él a mi lado, ni siquiera me agobia la inseguridad de dónde pasaré la próxima semana si no alcanza para el alquiler. Lo cierto es que no me falta de nada y hasta se me obsequia con caprichos nunca vistos y jamás soñados. Ya no hay nada, ni una sola cosa a la que tenga que enfrentarme sola. Me habré vuelto una consentida? Habré perdido las fuerzas de antaño? Soy una quejica? Estaré mayor?

No es sólo un cansancio de la mente, es que el cuerpo se me cae a trozos. Medito. Repaso. Los niveles de hierro están bajos, como siempre, pero dentro de un mínimo aceptable. Duermo tan poco y tan mal como de costumbre, pero ahora cada nuevo día es un triunfo y salir de la cama un tormento absoluto. Me siento enferma y gastada. Llena de apatía. Mi espalda es puro fuego, quema, escuece. El cuello está al límite de su rigidez. No hay hueso ni articulación que no me duela. Las jaquecas vuelven con ganas. Los riñones, los brazos, la panza, un dolor sordo en el pie que me hace cojear y, por si fuera poco, la pierna contraria se niega a funcionar desde anoche. No recordaba en mucho tiempo un dolor semejante en la rodilla, hasta me costó encontrar las viejas vendas para sujetármela. Ya casi había perdido la costumbre de aquel crujido, de aquellos saltos extraños de los tendones (o a saber qué) al flexionar mi achacosa rótula. Tengo mareos, un pinchazo en la cadera que me está volviendo loca y los dedos de las manos agarrotados. La garganta irritada y la cabeza llena de algodón. Qué pesadez. Y qué torpeza. Se me caen las cosas de las manos. Estoy hecha un cuadro! Ir al médico sería lo más sensato, pero conozco la historia. "No lo entiendo, no tienes nada".

Será un resfriado de eterna incubación? La temible peste de la gripe modelna? El calor de septiembre? Alergia a la vida de ama de casa? Aburrimiento? Quizá sean secuelas por el abandono del gimnasio (por el amor de dios, desgraciados, operadme al Trasto de una vez y devolvedle su clavícula, tenemos mono de vida sana!!) No sé qué es, pero me tiene asombrada. Qué ruina! Qué decrepitud! De dónde cuernos sale este agotamiento, digno de un operario de fábrica en el Londres del diecinueve? No hay nada que explique ni justifique mi estado. Semejante desmoronamiento sólo tendría sentido si fuera una esclava de plantación. Tendré que tomar vitaminas? Quedarme en la cama dos días, o todo lo contrario? Hacerme una ruta de treinta kilómetros, a ver si recargo baterías? No lo sé. Sólo sé que no puedo con mi alma y que esto va a más. Cada vez más cansada, cada vez más insomne, cada vez más achaques y nuevos dolores. Soy una anciana de treinta y un tacos, y sólo me falta que reaparezcan las taquicardias para rematar el show!!! Me encantaría tener un enchufe, darle un tirón y desconectarme una semana entera...

miércoles, 2 de septiembre de 2009

Bienvenidos al infierno

Mi tío el educador, el máximo culpable de mi vocación samaritana, se ha pasado al Lado Oscuro, como hice yo misma hace ya más de un año. Y mira, ya me siento mejor. Suena fatal, lo sé, pero andaba yo inquieta preguntándome si no me habría equivocado de oficio (cuando las cosas se tuercen no importa lo feliz que hayas sido antes, ni tu convencimiento, ni tu autoestima anterior, ni los éxitos que hayas celebrado, todo deja de tener sentido de repente, oh, fracaso de fracasos!!!)
Y resulta que no, que un educador Master del Universo, con treinta años de experiencia y sudores sobre el pellejo, no da más de sí. Maldiciones contra el sistema, contra la estupidez, el abandono y la desidia. Lamentos por la pérdida de tiempo, de recursos, de dinero, por el sentimiento de total inutilidad. Darse contra un muro. Prejuicios y, a la vez, la penosa confirmación. La lucha interna. La negación y la realidad. El empeño quijotesco por la tolerancia (qué fea palabra, suena a perdonavidas) y, definitivamente, la rendición. Qué hacemos con las hordas norteafricanas? Qué hacemos con estos niños, jóvenes, hombres, monstruos de egoísmo, chulería, agresividad, apatía total y asilvestramiento? Nada. Renunciar.
Peleé durante un año con un máximo de doce. Mi tío soporta a cinco entre un mar de críos, y esos cinco están terminando inexorablemente con toda una institución educativa. Ellos solitos. Mi queridísimo Chiqui, con el que terminé a bofetadas, pegó un subidón considerable, del que me alegré enormemente, pero ha vuelto a caer. Como casi todos. De nuevo los malos modos, la violencia y el absurdo. Cárcel de menores para un incendiario que, seguramente, será devuelto a su tierra con las manos tan vacías como la dejó. Jamás la policía había tenido que intervenir allí, en lo de mi tío (de eso sabíamos un rato en El Ñeru, pero no ellos, no, no con sus medios ni su experiencia). El último motín se saldó con sillas voladoras, ventanas hechas trizas y una educadora con dos dedos rotos, aplastados por una puerta. Brutal.
Conozco las secuelas de todo eso, aunque tuve la suerte de no llegar a ellas, al menos no en niveles incapacitantes. Pero las vi en otros: pánico, ansiedad, dolores por todo el cuerpo, tensión, insomnio, agotamiento, bloqueo mental, depresión, jaquecas... por no mencionar moratones, fracturas diversas ni ataques sexuales, claro. Mi tío da en el clavo. Todo esto por mil euros al mes??? No, hija, no. Antes pongo el culo. Me va a doler menos. Y sí. Lo mismo tiene razón. El Ñeru abre sus puertas de nuevo, en mitad de un enorme secretismo, con otra fundación, otro personal. Nosotros seguimos en el paro. Se han traído a unos educadores del Sur, expertísimos. No lo dudo. Han reducido el número de bestias a ocho. No tienen seguratas. Que Alá los pille confesaos. A ver cuánto duran. A ver si les pagan. A ver si les escuchan y les apoyan, al menos un poco más de lo que hicieron con nosotros, los inútiles del Norte. A ver si sobreviven más de un año. Ojalá. Y que nos lo expliquen.
Ánimo, tío. Sólo dos años más. Tú puedes. Lástima que, tras una vida entera de dedicación, tengas que recorrer el último trecho habiendo dejado de creer en todo. Lástima.

viernes, 28 de agosto de 2009

Víctimas culpables


Siempre me he considerado una persona desconfiada por naturaleza, lo reconozco. No suelo quedarme con la apariencia ni con la primera explicación, le doy muchas vueltas a todo, escruto, medito y levanto las cejas. Esto puede sonar a la descripción exacta de una cotilla maledicente, metomentodo, suspicaz y oledora, pero no, no va por ahí la cosa (quiero creer!!!) Sin fisgonear, sin preguntar, sin investigar (casi al contrario, peco de demasiado huraña, de poner distancia con la gente y sus cosas) consigo ver. Observo, me fijo sin darme cuenta. Y saco conclusiones. Afortunadamente también he aprendido con los años que esas conclusiones valen tanto como crédito yo misma les dé, así que normalmente archivo, guardo, por si sirven. Y si no, deshecho sin problemas. Trato de analizar sin juzgar, aunque a veces la frontera se nos desdibuja un poco. Y sobre todo, intento empatizar primero, aunque no siempre lo consigo. Antes de emitir una conclusión, intento que no se me pase ninguna variable, o las menos posibles. Ponerme en otros zapatos.

Con todo el matiz que le quiera sacar, sí, es cierto, al final soy tirando a desconfiada. Soy una duda con patas, siempre dispuesta a aceptar esto y lo contrario como posibilidad. Y muy intolerante con la verdad absoluta. Recuerdo, por ejemplo, haber oído a gente cosas como: "es imposible que una madre le haga eso a su hijo!!!" (con tono categórico e indignado). Ojalá. Ojalá fuera imposible. Además de desconfiada soy malpensada por genes y cuasi inmune a la sorpresa. Una total convencida de que, en cuestiones de maldad, horror, espanto y vileza, por desgracia, el ser humano es capaz de todo y más, de cosas que ni osamos imaginar.

Pues teniendo esto en cuenta, aún hay gente "peor" que yo. Pensamientos que me escandalizan. Rebuscamientos que me pasman. Explico. No sé si es que es una nueva moda o simplemente que ahora, con la rapidez y universalidad de los medios de comunicación, muchas cosas nos parecen nuevas y olvidamos que ya pasaban antes. Me refiero a la cantidad de casos de niñas y mujeres secuestradas (por parientes o desconocidos) y convertidas en esclavas sexuales durante años que están saltando a la palestra estos últimos meses. Creo que ni hace falta comentar el horror del asunto, la podredumbre mental de quienes cometen actos de esa calaña, el espanto de que haya tanto verdugo suelto, tanta cabeza insana, tanto despotismo disfrazado (encima!) de amor (filial, romántico, equis), la barbarie de ese sentimiento de derecho sobre una persona, lo enfermizo y monstruoso de ese amor entendido como amputación, mutilación, encierro, sometimiento, propiedad, cosas todas ellas tan radicalmente opuestas e incompatibles con el amor. Pero existe, todo eso existe, ocurre.

Me asalta la desconfianza hacia los cómplices. Y no me refiero a los cómplices conscientes, con todas las letras, los que sabían y callaban (absurdo, insólito, imperdonable, incomprensible). Me refiero a toda esta sociedad nuestra (nosotros) que se mira tanto el ombligo, pasa tanto de todo, tiene tanto miedo a quedar de entrometido que no ve, no oye, no se entera. Cómo puede ser que, en veinticuatro años, una mujer no se enterara de que su hija y sus nietos vivían presos en el sótano? Cómo puede ser que pasaran unos cien inquilinos por la habitación situada sobre ese sótano y NADIE notara nada? Quizá resulta tan impensable y macabro que nos negamos a creerlo? O vivimos en babia felices y contentos? Cómo es posible, dioses, que no puedas discutir con tu novio sin que el puto vecindario entero lo comente a los diez minutos, pero alguien pueda esconder un rehén durante quince, veinte años sin levantar sospecha alguna? Me alucina. De verdad. Estamos ciegos y sordos. Todos. Es brutal.

Y mi desconfianza va más allá, y se me dispara el sentido arácnido. Cómo es posible que tanta gente cuestione a las víctimas??? Porque es cierto, lo he visto, lo he oído, lo he leído. "No me creo que en tantos años no pudiera escapar". "Venga ya, en todo ese tiempo no pudo chillar o hacerse con un teléfono?" Cómo podemos ser tan osados?? No logramos ponernos en el pellejo de una niña de diez años aislada del mundo, arrancada de su vida, entre extraños, entre agresores, aterrada, muerta de miedo y anclada a una nueva existencia reducida, sola, entre cuatro paredes. Ni en el pellejo de la hija sometida, humillada, amenazada, alejada de todo apoyo, abandonada y olvidada. No creo que podamos asumir el pánico, la lucha por sobrevivir, la devastación mental, el desamparo, la alienación, la rendición absoluta. El espanto cuando eso te lo hace un extraño. El espanto aún mayor, quizá, cuando te lo hace uno de los tuyos, alguien que debía protegerte, evitarte todo mal.

Me autocritico, me autoflagelo y me incluyo entre esos cegatos que, seguramente, no notaría nada extraño ni aunque el desalmado fuera su vecino de planta. Seguro. Tan capaz. Por eso me escandaliza más la ligereza con la que algunas personas juzgan a las víctimas (a las víctimas!!) como si fuera tan simple escapar de una situación tan indescriptible, como si una niña pequeña, sola y asustada tuviera la obligación de saber apañárselas ante algo tan inenarrable que ni cien adultos inteligentes fueron capaces de olérselo. Como si, encima, ellas tuvieran parte de culpa por quedarse quietecitas en su infierno.