martes, 30 de diciembre de 2008

Reflexiones


Mañana es el último día del año y no puedo menos que asombrarme de los cambios. Mis últimas campanadas transcurrieron en casa (mi anterior casa, otra de tantas), llorando en brazos del Emperador, tras un revés sentimental que me pareció injusto, terrible, sin sentido. Me hundía pensar en otro fracaso que añadir a la lista, tan larga ya. Pero, por primera vez, me acompañaba la certeza de que aquello pasaría, que algo bueno saldría de aquel dolor. Y, aunque no me consolaba en tal momento, me permitió agarrarme a algo. Porque no era una vana promesa, sino una certeza. Lo malo de tropezar varias veces es que te demuestras a ti mismo que siempre puedes volver a levantarte. Aquella nochevieja miré atrás y me sorprendió verme llorar por desamores nuevos, olvidados ya los anteriores por los que, a su vez, tanto había llorado. Por qué iba a ser diferente entonces? Pasaría, sí, y me parecería lento, eterno. Pero un día, de repente, al volver la vista me fascinaría opinando lo contrario: ya está? Ha sido rapidísimo!

Así que respeté mi luto, mi disgusto y todas las fases posteriores, la depre, la culpa, los por qués, la negación, el cabreo... todas son sanas y necesarias. Me propuse aceptar cada una de ellas con naturalidad, pero sin perder la perspectiva. Vale, estoy enfadada. Vale, te odio. Sé que no es cierto, claro, que no eres mala persona, pero detestarte ahora mismo es sano, porque me da fuerzas. Es positivo. Te odio, eres gilipollas, vete al cuerno, estoy mejor sin ti. Sabía bien que, tras aquel pataleo, llegarían nuevas etapas de admitir que no odiaba, que nadie era gilipollas, pero que sí, estaba mejor sin él. Asumí cada episodio sin estancarme en ellos. Y, entre tanto, analicé.

Ha sido un año de lo más constructivo. Ya sabéis, mis autopsias, mis reflexiones, mis conclusiones. Aprendí muchísimo de mí misma y me siento muy orgullosa de haber sabido aprovechar la ocasión de hacerlo. De otro modo, habría sido simplemente sufrimiento inútil. Y al dolor hay que sacarle siempre partido. Me encontré cosas que no me gustaron nada, y me propuse cambiarlas. Tomé la decisión de ver la vida de otro modo, de no repetir ciertos errores conmigo misma y con los demás. Me empeñé en que sería más feliz, más positiva, porque era la única manera de obrar el milagro, de que todo, realmente, funcionara mejor. Y así fue.

Hoy siento que he cerrado varios capítulos y abierto otros. Me miro al espejo y me gusta más lo que veo. Recorro un camino que percibo como mío, como elegido. Y lo hago en la mejor compañía posible. Ha sido un año de decir adiós a algunas personas, de ver cómo otras (algunas muy queridas) se alejaban en pos de sus propias rutas, de sus propias vidas. Y un año, también, de personas nuevas de las que aprender. Y todo, todo ha sido para bien. Me faltan cosas, claro. Sigo en la lucha (que tantas veces parece imposible) por encontrar un trabajo, una estabilidad económica. Sigo en las trincheras con mis padres. Pero ya no lo veo únicamente como causas pendientes. Lo son, de algún modo, pero también son más oportunidades de crecer, de improvisar vías nuevas, de seguir aprendiendo.

Lo mejor, indiscutiblemente, has sido tú, que te has convertido en la piedra angular de mi vida. Y lo sé bien porque, lejos de que ese lazo me haga sentir débil o dependiente (como me pasaba antes) me ha mostrado una nueva fuerza, una libertad desconocida. Yo creía haber amado mucho (y seguro que lo hice en cada momento como supe) pero nunca había amado así. Y, desde luego, nunca me había sentido amada. No como quería. Ahora hay muchos planes y todos me apetecen. Sigo teniendo miedos y dudas, claro, supongo que siempre se tienen, que, por años que uno viva y lecciones que supere, nunca se aprende todo. Lo que sí sé es encararlos de otra manera, sin permitir que me paralicen. Tampoco pretendo que desaparezcan. Para empezar, sería una utopía. Para seguir, quién desearía una vida tan carente de emoción? Todos necesitamos subirnos de vez en cuando a la montaña rusa, sólo por el placer de comprobar que la resistimos, que el viaje concluirá y que siempre se puede volver a subir. Y a bajar.

El año no termina con lágrimas, como el anterior, sino con un paso más. Desde hoy, tu casa es sólo tuya y, por tu generosidad, es en parte mía también. No puedo sino alegrarme por ti al ver que tú también vas logrando cerrar esas puertas que querías cerradas. Cada vez queda menos. La partida sigue, claro. Pero sólo puedo decir que todo está bien en el mejor de los mundos. Y que otro búho se va acercando a la Torre, la mía, la tuya, la nuestra.

domingo, 28 de diciembre de 2008

Pobres niños ricos



Era una mujer delgada, de gesto adusto, rubia, con la nariz un tanto ganchuda. La recuerdo vagamente, ya que sólo la vi una vez, hace dieciséis años, en medio de una parranda de boda. Ella era la madre del novio. Juraría que vestía de lavanda, con gran pamela, muy enjoyada. Yo sólo tenía catorce años pero percibí la gelidez del ambiente. Ellos eran ricos, nosotros no. Los de mi lado bailábamos, nos divertíamos, paseábamos en corrillos. Los de su lado (muchísimos, porque claro, ya se sabe, las amistades, los compromisos) formaban una facción cerrada que nos miraba con cierta condescendencia. Eran ricos, pijos, divinos. Pero parecían aburridos. El alcohol terminó haciendo estragos en su apariencia elegante. Borrachos no parecían tan maravillosos. Resultaban un tanto ridículos.

A ella no debió gustarle mucho la elección de su primogénito. Una chica humilde, de barrio. Él valía mucho más, claro. No importa que fuera un vago, un bebedor compulsivo y un cocainómano. No importa que tuviera un carácter violento. Era su campeón, su único hijo varón. Merecía más. De aquella unión nacieron dos niñas. I, que es especial, que siempre será una niña, que vive en un mundo particular de talentos tan extraordinarios que la incapacitan para esas cosas tan banales como leer, escribir o sumar. A, que, por esas leyes de la compensación cósmica, posee una inteligencia tan clara y sagaz que nos deja con la boca abierta. El matrimonio fracasó, como era de esperar. Pero los dos duendecillos nos llenaron la vida de alegrías.

No sé cómo lo encajó ella. Su adinerado marido se portó como un caballero con la ex mujer de su hijo y con las nietas, siempre pendiente de que nada les faltara. Sé que intentó encarrilar al hijo sin resultados. Lo tienen todo, dinero, propiedades, dos buenas hijas y muchos nietos. Pero el varón seguía con su vida de ocioso rajadiablos. Y la mayor, dando tumbos de cama en cama, con un chiquillo monstruoso y consentido, y esclavizada por el polvo blanco. También la recuerdo de la boda. Una especie de yonki alelada vestida de firma.

Quizá los fracasos le pesaban más que los logros. No lo sé. Quizá se vio impotente a la hora de tomar las riendas. Al parecer llevaba varios años sumida en una depresión. No volví a tratarla, así que ignoro si era una verdadera depresión o si se trataba de ese síndrome tan actual y tan de moda que todos tenemos en boca al primer revés. No sé si realmente perdió las fuerzas y la ilusión, o si era una de esas personas mimadas y débiles que prefieren rendirse a pelear, que se lamentan y se victimizan, que chantajean, que están fatal para salir de la cama y cumplir sus obligaciones pero nunca renuncian a una cena en la que lucir galas. No sé si se había apagado como una vela, sin ganas de nada, o si sólo recordaba su pena cuando había alguien delante a quien reprochar, alguien a quien lloriquear. He conocido a personas sumidas en ambos tipos de depresión, la que me parece real y la que me parece comodona.

No quiero cometer el error de ser prejuiciosa. Quizá por su altivez, por su condición de señora rica la esté etiquetando sin más. Apenas la conocía más allá del cliché. Quizá sólo la encasillo en base a su ceño fruncido, sus miradas de reojo y sus comentarios sobre lo mal que está el servicio, mucho peor que en Madrid, claro, donde hay tantas filipinas calladitas y baratas. Quizá ella era mucho más que esa pose. No lo sé. El primer impulso es el de catalogarla dentro de los quejones, los caprichosos, los que se ahogan en un vaso de agua. Los que descubren que una depre te pone las cosas muy fáciles porque todo el mundo se desvive por dártelo todo hecho, mimarte y consolarte. Los que explotan sus lágrimas para no tener que hacer, que decir, que actuar. Qué malísimo estoy. Los que se convierten en enfermos eternos, en tiranos. A lo mejor me equivoco por completo con ella.

Sea como fuere, la mujer de lavanda y de la gran pamela, decidió terminar con todo saltando por una ventana el pasado día veinticinco. Y estoy cabreada. Estoy cabreada porque, pese a intentar dominar mis prejuicios, no veo más que maldad y egoísmo en ese último gesto. No puedo más y me voy, pero me voy asegurándome de dejaros bien jodidos a todos, de empañar para siempre la alegría de las fiestas, de dejaros una herida eterna. No me basta con grabaros a fuego la culpa de no haber sabido ayudarme. Además, haré que jamás lo podáis olvidar. Intento convencerme de lo insondable que sería su dolor, de su desesperación, de que no veía salida. Y no puedo. Me siento mezquina, la verdad. Porque lo único que me sacude es rabia. Supongo que la he condenado sin más.

Ni siquiera recuerdo su nombre. Nada nos unía, salvo que la menor de mis tías se casó con su hijo. Nunca más volví a verla. Mis primas eran sus nietas, nada más. La ira que me sacude es por ellas. Por unas niñas que, seguramente, la querían sin reservas ni juicios de valor. El contemplar a mi abuela, la que esas niñas y yo tenemos en común, tan brava, tan sólida, con una vida tan dura, y que sigue ahí, pese a que ella misma reconoce que, algunas veces, ya se levantaba llorando de agotamiento. Pienso en A, tan certera, tan lista, y en I, tan pura, tan inocente. Pienso en que, tarde y temprano, sabrán que su abuela no se durmió para ya no despertar, como les han contado. Porque, al final, todo se sabe. Sé que A lo encajará con la edad, es tan fuerte, tan brillante... Pero quizá I nunca lo comprenda, nunca lo supere. Porque I siempre tendrá seis años. Puede que mis temores no tengan sentido, tal vez su propia inocencia la proteja, quizá podamos maquillar la terrible realidad y ella la asuma con su candidez de siempre. Ojalá.

Sólo sé que admiro a la gente que sabe irse con dignidad y elegancia, resistiendo hasta el final. Y que siento pena y rabia por el modo en que ella se ha ido. Por las lágrimas de incomprensión que, seguramente, derramarán los ojos de I, que, en su hermoso mundo de amor y de ternura, no encuentra lugar para el sufrimiento, la maldad y la muerte.

martes, 23 de diciembre de 2008

Juegos aterradores


Llevamos ya un par de meses de bombardeo y observo que las cosas, esencialmente, han cambiado poquito. Cuando yo era peque a los niños les regalaban cochecitos, cosas teledirigidas, armas de mentirijillas, patinetes, balones, y cosas muy molonas, como los playmobil. A las niñas nos daban muñecas, cocinitas, cunitas, peluches y otras cosas que no molaban mucho, al menos a mí. Afortunadamente siempre pude jugar con los barcos piratas y los ranchos de mi hermano y, como además era un ratón de biblioteca, conseguía que en Reyes, cumples y demás todo el mundo me diera libros. A la única Barbie que tuve la torturamos salvajemente, cortándole el pelo, pintándole la cara a lo Kiss y castigándola en la cocinita para los restos. Los juguetes góticos me pillaron ya con canas, qué pena. De niña me habría chiflado tener muñecas Mortizia, tan siniestras ellas, posters de vampiros y peluches como uno que vi el otro día y que me encantó: un gato con pinta de piojoso, negro, feote, con un botón a modo de ojo y una equis en el otro ojo, o sea, tuerto! Era terrible!!! (Gracias mil a los amigos que, obviando mis treinta añazos, me siguen regalando esas chuladas góticas tan divinas!!)

Pero no, en mis tiempos reinaba la rubia de Mattel, también las Nancy, los bebés pelones e incluso aquellos kits de aspiradora, plancha y recogedor que te anunciaban cantando lo contenta que estaría mamá si la ayudabas a limpirar la casa. Muy fuerte, si lo piensas. No me voy a poner intelectual, ni eriza, despotricando sobre el sexismo que aún impera en el mundo del juguete, pero es como para meditarlo un rato. Naturalmente se puede quitar hierro al asunto. Acaso hay generaciones y generaciones de niñas traumatizadas por haber jugado a mamás y amas de casa? Pues no, supongo. Pero es una gota más en el vaso. Calculo que tampoco los cuentos clásicos nos perturbaron pero no se puede negar que eran de un machista y moralista que te mueres. Y no tiene nada de malo ver pelis de Doris Day y reírse con ellas, pero el mensaje está ahí.

Hay muchas cosas que parecen inofensivas, pero no sé si de verdad lo son o sólo nos lo parece por la costumbre. Y la costumbre, desde luego, tiene su peso. Sigue habiendo juguetes "de niños" y juguetes "de niñas". Y otros más, digamos, neutros. Los primeros te los venden de un modo muy activo, muy dinámico, pum, pam, cataplof, corre, salta, vuela, colores llamativos y una voz en off muy varonil (generalmente es Costantino Romero) que te invita a competir y a ganar, sí, eres el campeón! En los segundos hay coros angelicales, mucho tono pastel y todo es pausado, tierno y ñoño. Los niños siguen siendo futbolistas, pilotos (de coches, motos, aviones, barcos, submarinos, tanques), soldados, espías, monstruos, piratas. Las niñas, básicamente, son guapas y madres. Tengo la sensación de que ya no se ven tantas aspiradoras y planchas, y, cuando se ven, casi siempre hay un varón pequeño compartiendo juegos, lo cual me parece un adelanto. Ahora, las niñas van de tiendas, diseñan joyas, se pintan, se ponen abalorios en el pelo, uñas postizas, mechas de colores. Tienen muñecas con armarios dignos de Paris Hilton que se definen como "fashion victims" (y que, en mi opinión, gastan unas caras de actriz porno que te pasas). Los niños tienen maletas que se transforman en pistas de carreras o talleres mecánicos. Las maletas de las niñas se convierten en palacios rosas o en centros comerciales. Ellas no van a ser campeonas de nada, pero al menos sí van a ser "la más guapa".

Siempe digo que el sexismo nos afecta a todos, nosotras y ellos. Te etiqueta, te asigna ciertos roles y te marca el camino. De verdad influye tanto todo eso? No somos, la gran mayoría, normales, y sanos, y muy capaces de hacer con esos roles lo que nos da la gana? Somos tan capaces, en realidad? Insisto, no quiero ser tremendista ni radical. Crecerá un niño convertido en un cromañón sólo porque de niño jugaba con una escopeta y su hermana con un osito? Es mucho decir. Pero quizá no sea tanto decir que tanto ese niño como su hermana tendrán bien asentadas ciertas ideas sobre lo que son, lo que deben ser, lo que se espera de ellos, lo normal. Mi hermano creció convencido de que los hombres son astronautas, guerreros o aviadores. No hacen la cama. No limpian, ni cocinan. Eso lo hacen las mujeres, las mamás. Mi hermano nunca jugó a limpiar, y tampoco aprendió a hacerlo. Si yo hacía la cama, las mujeres de mi casa me aplaudían la proeza. A mi hermano se le hacía la cama. Si había que pedir ayuda para la limpieza, se le pedía a la niña. Las pocas veces que se le pidió a él, fue con propina de por medio. Qué lección se le dio a mi hermano? Los niños no hacen esas cosas. Tanto es así que, si las hacen, se les paga por ello. Lo normal es que se recurra a las niñas, porque saben hacerlo, porque les gusta, porque tienen algún gen relacionado con escobas y detergentes que ellos no tienen.

Quizá esos roles eran los establecidos hasta no hace mucho, pero las cosas están cambiando. Mientras tecleo este ladrillo, es mi Trasto el que pasa la aspiradora. Nunca jugó a limpiar ni a cocinar, pero sabe hacer, y hace, todas esas cosas. Y no las hace porque sea un chico moderno y solidario que gusta de "ayudar" en casa. Las hace porque cualquier ser humano normal debería ser capaz de alimentarse solo y lavarse la ropa, sea hombre o mujer. Las mujeres decidieron hace tiempo ser capaces de conducir, no necesitar que un señor las llevara y las trajera, ganarse esa autonomía. Manejar una lavadora viene a ser lo mismo. Los padres de antes se perdían montones de cosas con sus hijos. No cambiaban pañales, no bañaban, no alimentaban, no jugaban. Eran cosas de mujeres que, como mucho, les daban a sus maridos el informe a la vuelta de la oficina. Un diente nuevo, una palabra, un pasito. Hoy trabajan ellos y ellas y los dos se involucran con los críos, los dos los disfrutan y los padecen. Es una delicia pasear por un parque y ver a esos abuelos octogenarios que jamás tuvieron el tiempo ni la costumbre de achuchar a sus propios hijos haciendo las mayores tonterías con sus nietos y cubriéndoles de besos. Las costumbres pesan y calan mucho, pero se cambian.

Si los roles son distintos, si las cosas han ido evolucionando tanto, no me explico por qué eso se refleja tan poco en los juguetes, en las primeras herramientas que los niños tendrán para aprender. A esa edad jugamos a imitar. Si nos fiamos de la tele, las mujeres siguen siendo las únicas en cocinar y criar bebés. No hay rol de padre que haga gugú tatá y dé biberones, por lo visto. Así que los niños varones no tienen que jugar a eso. Para qué? Habremos avanzado mucho, sí, pero todavía son legión los que alzan las cejas si la nena pide una metralleta. Y las alzan mucho más si el nene pide una cocinita. Al final somos los adultos los que, a pesar de haber propiciado cambios en carne propia, nos empeñamos en mantener costumbres arcaicas. Los niños sí ven cambios. Salgo al parque y veo a algunos (pocos) pequeños varones empujando sillitas con muñeco dentro. No tiene nada de raro, porque los hombres pasean bebés. El niño lo ha visto y lo imita. Deberíamos alegrarnos por ello, pero aún son demasiados los que comentan entre dientes que ese crío es rarito. Lástima.

De pequeña no sabía jugar a la mamá. No entendía lo de los bebés de plástico. Algunos parecían tan reales que me daban cierto miedo. No sabía acunarlos amorosamente, no entendía qué gracia tenía que llorasen. Me aburría cambiarles la ropa o darles de comer. Un bebé da para muy poco en eso de jugar. Prefería los juegos "de niños" y eso me hacía sentir un poco rara. Porque casi todo el mundo parecía querer verme siendo mamá. Nunca lo entendí. Las niñas no eran mamás, eran niñas. Y sigo sin entenderlo. Por qué pretendemos que una criatura que aún tiene que ser bañada y alimentada haga lo mismo con otra, aunque sea de plástico? Jugamos con bebés antes incluso de saber de dónde vienen. Siempre me ha parecido aterrador y antinatural lo de las mamás de seis años. En serio. Seguramente es una paranoia mía, pero se me ponen los pelos de punta cada vez que una muñeca balbucea "mamá" a una chiquilla de medio metro mientras los niños se disparan en el jardín. Qué yuyu. En fin, cada cual con sus terrores y sus neuras. Siempre preferí los peluches. Eran osos, conejos, perritos, jirafas. Eso descartaba la consanguinidad. Eran clarísimamente de mentira. Compis de juego. Y al menos una no se sentía tan culpable si los lanzaba sobre la cama o los abandonaba un rato. Al menos no estaba siendo una mala madre!!!

domingo, 21 de diciembre de 2008

Cuestionarios en la mesa redonda


Hay un blog, dentro de un blog, dentro de otro blog... y yo, descaradamente, copio al Jinete, leo a Costillo y respondo a las preguntas de Elvira. Y esto cada vez se parece más al universo paralelo, a una matrix dentro de la matrix.

Qué nos hace frágiles? La pérdida. Una anemia. Demasiado frío. No, en serio. Veo diferencias entre debilidad y fragilidad. La fragilidad la entiendo como un estado momentáneo que puede producirse por muchas causas, incluidas las físicas que, obviamente, influyen y mucho en el estado de ánimo. No considero que haya personas frágiles, sino momentos de fragilidad. Estamos más vulnerables, más asustados, menos fuertes para encarar la vida. Por un fracaso, un revés, por una causa real o susceptible de volverse real. Cuando ese estado toma visos de permanencia, me suena más a debilidad. Creo que sí hay personas débiles, quizá porque el miedo o el vacío se han instaurado dominándolo todo. Bloqueo, incapacidad de reconducir su existencia, pánico, resignación, victimismo... caben muchas cosas dentro de la debilidad, pero no son buenas. Creo que todos somos frágiles algunas veces, pero hay que luchar contra la debilidad. O procurarlo. Porque incapacita mucho.

Cómo nos hacemos fuertes? Aprendiendo sobre nosotros. Analizando, reflexionando, sacando partido de lo que nos debilita. No deteniéndonos en lamentaciones, no acomodándonos en nuestra debilidad. Porque, lamentablemente, es tan fácil de hacer que ocurre con demasiada frecuencia. Conozco a muchas personas que hacen de su debilidad un modo de vida. Dependen de manera obsesiva de demasiadas cosas, de otras personas. Hacen de su debilidad la mejor excusa y terminan dominando el chantaje y la autocompasión. Siempre me ha fascinado que personas débiles sean capaces de controlar tan eficazmente a aquellos a quienes necesitan, que tras su en apariencia poco carácter tengan tal facilidad para la dominación. Conozco a muchas personas felizmente acomodadas en depresiones eternas que les procuran mimos, cuidados y ninguna responsabilidad. Esclavizan a todo el mundo y siempre son débiles. Nunca aprenden a manejarse solos. Les es imprescindible la pastilla, el médico, la atención exclusiva de los suyos, la conmiseración de las vecinas. Su mantra es el "no puedo" y jamás lo intentan. Las culpas siempre son ajenas. No es fácil salir de esa rutina de abandono, sobre todo porque, demasiadas veces, quienes rodean a estas personas sienten que tienen la obligación de sostenerlas. Creo que es amor mal entendido. Es consentimiento, es complicidad en la minusvalía emocional de alguien. A veces, el amor exige mucha sinceridad y hasta algunas dosis de hiel. Oír ciertas verdades puede hacernos más fuertes. Sobre todo si las analizamos de verdad y estamos dispuestos a tomar las riendas.

Nacemos o nos hacen/hacemos frágiles? No creo que sea cuestión innata. Muchas personas nacen con aparentes fragilidades, físicas, emocionales o mentales y, en cambio, manejan a la perfección su propia vida. Creo que el entorno es vital. Los miedos, la debilidad, las dudas, todo eso se transmite con enorme facilidad. El exceso de protección, la tendencia al drama, la lástima... creo que son factores muy negativos. Siempre volvemos sobre lo mismo: es necesario dar herramientas para defenderse, para aprender a disfrutar de la vida y, del mismo modo, encarar las dificultades. Para buscar un cierto equilibrio. Me gustaría compartir un caso que me tocó especialmente la fibra. Una vez me hablaron de una mujer cuya hija nació con una deficiencia física. Dicha mujer se pasa la vida lamentándose por SU mala suerte, quejándose por SU desgracia. Imagino lo miserable que se sentirá esa niña por el resto de su vida. No sólo no aprenderá a superar sus dificultades, es que, además, siempre se sentirá inferior, incompleta, defectuosa, y, encima, una carga. Probablemente será muy infeliz. Su madre, tal como yo lo veo, habrá malgastado mucha energía en autocompadecerse. Seguro que a cambio obtiene lástima y muestras de afecto, lo que le parecerá una compensación por SU dolor. Pero quizá sería más útil abrirle los ojos, arrearle un buen meneo y preguntarle cómo pretende que esa niña se quiera a sí misma si ni su propia madre sabe hacerlo.

Qué es lo más demoledor que nos puede suceder? El primer impulso, el más instintivo, me lleva a pensar en pérdidas irreparables, en la falta de seres queridos. Pero conozco a personas increíbles que han sabido reponerse de pruebas durísimas sin perder la alegría de vivir. Así que quizá lo más demoledor sea bloquearse en la tristeza, en el sufrimiento, ser incapaces de recuperar las ganas, el camino, los motivos. No poder extraer ninguna lección (algunas, es cierto, son durísimas de aprender y tremendamente injustas) que nos permita recuperar el control y las fuerzas. Que el sufrimiento gane la batalla y no sea más que eso: dolor inútil.

El amor, sin admiración hacia el ser amado, ¿adónde nos puede conducir? A la decepción, quizá. A que el amor esté cojo. A que se convierta en mera compañía, en rutina, en costumbre. Así al menos es como yo lo veo, aunque cada cual sabrá qué espera de sus sentimientos. Yo necesito admirar a quien amo. No concibo amar sin admirar. Me es imprescindible.

Por los dioses, chicos, a ver si pensáis un poco menos, o un poco más despacio. No hay forma de seguiros el ritmo!!!

sábado, 20 de diciembre de 2008

Por la Bretaña

Y digo yo que habrá que resumir, porque, a este paso, no llegamos a París. Estuvimos en Carnac y yo esperaba ver, simple y llanamente, un montón de piedras milenarias. Es mucho más que eso. Para empezar, la extensión del lugar me dejó pasmada. Para seguir, las piedras hablan. Resulta increíble poder acariciar algunas de ellas y sentir toda su fuerza. Realmente, han visto pasar el mundo. Dato curioso? Las ovejas. Son de lo más amistosas. Y, como los pájaros no se dejaban fotografiar, hice unos cuantos disparos a nuestras lanudas amigas.
La Bretaña está llena de rincones de extraordinaria belleza. Lo malo es que casi todos los puebslos empiezan por K, así que te armas unos follones supinos. Los dioses sean loados por inventar el gps. Tuvimos múltiples ocasiones de alimentar el frikismo, ya fuera en el telar de Arwen, las tiendas de brujas o el espectacular castillo de los Rohan, una familia de esas que no entienden el significado de la palabra "crisis". Sólo los jardines ya te dejaban con la boca abierta. Más adelante, el supuesto bosque de Merlín y el hada Viviana. Chasco superlativo. Cómo es posible que, teniendo unos bosques tan hermosos, hayan escogido un sitio tan cutre para inmortalizar la leyenda del archiconocido mago? Inexplicable. Con todo y con eso, logramos algunas fotos medio decentes. Hasta parece que el sitio merezca la pena (pero no).
Pusimos rumbo a St. Malo, ciudad corsaria, en la que pudimos ver cosas como esta, o esta. El camping resultó de lo más divertido. El terreno estaba completamente pindio, que diríamos en mi tierra (inclinado) y, para más inri, en un acantilado. No sé cómo, pero aquí estamos para contarlo. Lo bonito es que se les ocurriera emplazarlo en mitad de un bosque, así que pudimos disfrutar de la compañía de gatos salvajes, liebres y ardillas (que tampoco quisieron salir en la foto). El Trasto me sorprendió con un regalo de lujo: un crucero! Obvio, en una barquichuela, y sí, era el típico recorrido turístico, pero me lo pasé como una enana. Me aterraba la idea de marearme como un piojo (hasta me ponía mala en los petroleros, por favor), pero al final conseguí marear yo a todo el pasaje, corriendo como una loca por cubierta y haciendo fotos a diestro y siniestro. Para qué negarlo, me lo pasé pipa.
Más anécdotas?? Encontrarnos por la Bretaña con una exhibición motera!!! Lástima que la hicieron en plena noche y mi cámara se negó en redondo a inmortalizar el momento, pero disfrutamos como enanos (especialmente uno que yo me sé) con las acrobacias de aquellos tarados. Próximamente: Saint Michel (que merece capítulo propio), París (que, obviamente, da para varias entradas) y, por el mismo precio, un especial Iglesias y Catedrales (Chartres entre ellas) en el que mostraré mi recien descubierta paranoia por los efectos de la luz de las vidrieras sobre la piedra (o, lo que es lo mismo, fotografiar colorines por el suelo). A ver si hay suerte y acabo antes de las próximas vacaciones! Lo que sería yo contando la vuelta al mundo...

miércoles, 17 de diciembre de 2008

Martín y Martina

Martín es delgado como un junco, bello (por más que nos suene extraño este adjetivo aplicado a un hombre) y tiene, posiblemente, los ojos azules más vertiginosos del mundo. Martín es, además, porteño, actor, estilista, diseñador, sastre, artesano, transformista y filósofo. Y, estoy segura, montones de cosas más que desconozco todavía. Es una mente inquieta y curiosa, ávida de conocimiento, hipersensible a la realidad que le rodea, un alma en búsqueda constante de sí mismo y de la verdad, un incansable fraguador de por qués, un funambulista defendiendo su equilibrio y mostrando a los demás que es posible caminar sobre el alambre de la vida. Y, lo que es más difícil, ni siquiera sabe si hay red. Pero está dispuesto a creer que sí, porque tiene que haberla. Y si confías en que la hay, la habrá. Porque no puedes pasarte la vida teniendo miedo a caer, a lo que te espera en el abismo. No puedes quedarte quieto, suspendido sobre el vacío.
Martín no sabe (aunque quizá lo sospeche) que fue uno de los artífices de mi mutación. Fueron muchos, desde luego, y a todos les debo mi gratitud. La palabra "crisis" significa "oportunidad" (o eso creo haber leído en alguna parte) y siempre me ha sugerido la siguiente ecuación: terremoto, caos, introspección, análisis, cambio, evolución, aprendizaje, avance. Mirando atrás compruebo con asombro que entré en crisis a los nueve años, y sólo me ha llevado veintiuno salir de ella. "Sólo". Por supuesto me refiero a salir de ella por completo. Muchas fases fueron quedando atrás, las fui tachando del cuaderno (modo "asesina de Kill Bill") mientras me encaminaba a una meta de la que ni yo misma era consciente. Hace ya unos meses que tengo la sensación de haber llegado, de haber terminado con ese cuaderno. Habrá otros, obviamente. Muchos otros, que a saber dónde me llevarán. Ya lo iré descubriendo.
El caso es que Martín llegó con gran parte de mi camino andado, y justo cuando estaba a punto de tirar la toalla. Y se trajo consigo una receta asombrosa contra el cinismo, el pesimismo, el derrotismo, el victimismo y todos esos -ismos que me acompañaban en el viaje, como una carga. La receta era tan simple que una listilla como yo no podía evitar levantar la ceja y menear la cabeza. Tonterías. Chorradas. Esto no funcionará, porque la vida es fea e injusta, y punto. Afortunadamente (para mí) toda una legión de buenas personas se habían ido encargando de hacerme dudar. Cariñosamente les bauticé como "los Coelhistas". Eran mis amigos sabios. Y eran sabios (y yo no lo era) porque habían encontrado la luz, la alegría, las fuerzas. Y eso, lógicamente, les hacía mucho más listos que yo. De qué me servía leer tanto, saber cosas, retener datos, ser una buena oyente y una magnífica resolvedora de problemas si no era capaz de aplicarme el cuento a mí misma?
Había abrazado la oscuridad por varios motivos. Al principio, por falta de herramientas, por bloqueo. Más tarde, por resignación. Detestaba mi propio carácter negativo y pesimista pero me sentía atrapada en él. Es más, lo consideraba un "todo". Era melancólica, y cínica, y lúcida, y pesimista. Y pensaba que aquello conformaba una masa indisoluble, el motor de mi carácter, de mi existencia. Sólo podía ser así porque me faltaba una luz, la luz de ellos. Pensaba que debía ser forzosamente innata, y yo no la tenía. Por eso ningún mantra funcionaba conmigo. Con ellos sí, había que admitirlo. Pero es que eran distintos.
Qué aprendí? Que siempre tendría tendencia a la melancolía, al cinismo, al pesimismo, y que la lucidez (si la adquieres) es difícil de obviar. Pero todo eso se puede separar con bisturí y combinar con otras cosas. Se puede ser cínico sin ser amargo. Se puede tender al pesimismo sin perder la ilusión o las ganas de luchar. Se puede ser melancólico sin dejar de disfrutar. Se puede ser lúcido sin ser derrotista. Y, sobre todo, se puede dominar todo eso en lugar de permitir que te domine. No sé si la luz es innata o aprendida. En algunas personas parece casi una marca de nacimiento. Ahora sé que se puede aprender también. Mis coelhistas me enseñaron un modo de vida más brillante, más sereno, más feliz. Martín trajo la lección final y me convenció de que yo podía ser así también, podía funcionar conmigo. Pero sólo si perdía el miedo a caminar sobre el alambre. Sólo si admitía la posibilidad de la red. Sólo si dejaba de repetirme: "conmigo no sirve, porque yo no soy como ellos, aunque me gustaría". Lo probé. Funcionó.
Siento que no he perdido mi esencia, ni muchas de las malas costumbres que forman parte de mi carácter. Pero sí las he suavizado, sí las he mezclado con otras más luminosas y sí he conseguido agarrar las riendas. No está mal.
Ahora, hablemos de Martina. Martina es una loca absoluta, explosiva, pícara, coqueta, una showgirl. Es una representación perfecta de la fiesta, la despreocupación, lo superficial, lo bello, lo divertido. A lo mejor es lo opuesto a Martín. O quizá tiene una parte de él. O él de ella. El caso es que son la misma persona, pero nunca he conseguido verlo de ese modo. Para mí son dos. Tal vez sea porque la conocí a ella primero y no me resigno a "matarla". Ella tiene su propia identidad y sólo es Martín cuando se baja de los tacones. Si salimos en Carnaval, es Martina la que viene con nosotros, no es Martín disfrazado de Martina disfrazada de Cleopatra. Me salto un paso. Es Martina disfrazada de la Reina del Nilo. No sé cómo lo entienden los demás, temo que mi versión es un tanto esquizoide. Seguramente el propio porteño me llamaría tarada si lo supiera. Quizá él lo viva con toda naturalidad. Quizá para él, el creador, todo sea tan sencillo como el actor y su personaje. Y yo, siempre tan dual, puedo entenderlo a la perfección. Pero sin embargo, una parte de mí se resiste a encajarlo. No sé explicarlo mejor. Son Martín y Martina. De los dos aprendí mucho.

viernes, 12 de diciembre de 2008

La caja más tonta


Intentemos quitar hierro a la blasfemia anterior con otra mucho más light. Que es un modo elegante y sutil de confesar que esta será una entrada tonta a más no poder. Qué queréis? No siempre se tiene el día filosófico.

Hablemos de la tele, ese aparato que ha pasado de electrodoméstico a casi miembro de la familia (para no pocas personas, de hecho, ejerce de pareja, compañera, padre o madre, educador...) Me centro, que acabo de empezar y ya estoy divagando. Qué le pasa a la tele? Cada día la encuentro más soporífera e infumable, así, en general, y salvo honrosas excepciones. Creo que el problema es la clonación infinita y absurda de argumentos. Esto hace que, actualmente, podamos elegir entre:

a) Series de médicos. En más de una hay un doctor borde y grosero que, curiosamente, es el héroe. Resulta increíble que salven tantan vidas y sean tan profesionales, porque entre lío de faldas, enredo, pelea, celos, envidias, zancadillas y más lío de faldas, no sé de dónde sacan tiempo! (Se lleva mucho el rollo gremial. Series de abogados, de psicólogos, de periodistas... cambia el decorado, el resto es igual. Exijo una serie sobre charcuteros ipso facto!) Mención aparte merece un gremio muy de moda que trataré en el siguiente punto.

b) Series de forenses. Confieso que la de criminalista fue siempre una de mis vocaciones frustradas (incluso intenté empezar esos estudios tras terminar la carrera, pero las plazas eran muy escasas y los requisitos inalcanzables). La culpa de todo la tuvo Clarice. Y confieso que fui una gran fan de Grissom. Pero por el amor de dios, ya basta. Es una invasión!!! Alguien es capaz de decirme cuántas series hay sobre forenses y criminólogos actualmente en parrilla? Civiles, militares, de Las Vegas, de Nueva York, de Miami, con huesos, sin huesos, casos abiertos, casos cerrados... qué empacho!

c) Series paranormales. La otra gran invasión. Brujas pijas, vampiros molones, cazavampiros molones, médiums, más médiums... Para más inri, no dan ni miedo. Al final es todo lo mismo: modelazos, pandis de guapos y líos amorosos. Hay una serie en la que una bruja se enamora de una luz blanca. Cómo se llama eso? Flexofilia?

d) Series de acción. Polis, ambulancias, clubs de alterne, malos, mafiosos, más clubs de alterne (cómo se las apañan los guionistas para que siempre haya que investigar en una barra americana?), explosiones, pistolas.

e) Series "de mujeres". Pandillas de tías buenas pijas que lucen ropa muy cara, tienen apartamentos increíbles, trabajos chorras en los que no dan palo y ganan mucho y un montón de tiempo libre para ir a clubs chachis y tirarse a tíos guapos. Eso sí, son súper mega amigas que te pasas. Y no importa lo que hagan. Da igual si son tontas, listas, snobs, promiscuas, infieles o histéricas. Son buenas todas, son modelnas. Los malos son ellos, que no las comprenden. Al final siempre hay bodas de blanco, pero cuesta un mogollón de amantes guapos llegar a eso. Lo divertido es que se casan con el primero tras mil capítulos de encuentros y desencuentros. O con el pobre. O con el feo. Con cualquiera capaz de redimir con su amor a la pendoncilla loca.

f) Series juveniles. Son como las de los adultos, pero rodadas en un instituto. También son guapos y ricos, promiscuos, no estudian, no trabajan y hay muchas broncas, celos y movidas. Da igual, son amigos. Y siempre, siempre, siempre estarán juntos, o sea. Algunas de estas series son para caerse del sofá. Te puedes encontrar cualquier cosa, desde el psicópata de COU que intenta violar a la guapa hasta la profe cañón que se zumba al alumno guay. Aprobar no aprueban una, pero da igual, porque todos terminarán siendo cantantes, actores, modelos o cosas así.

g) Series sobre personajes. Estas sí que no las entiendo. De repente nos quieren hacer creer que no sabíamos nada de Superman. Y se sacan de la manga sopotocientas temporadas para contarnos qué hizo este chico en su pueblo de los 17 a los 19 años. Hizo de todo, oiga. Menudo estrés. Se cargan al personaje desde todo punto de vista. Aventuras absurdas, idilios absurdos, enemigos absurdos, ambientación absurda (un superhéroe ochentero transformado en un perfecto chico de nuestros días, con su pelito y sus vaqueritos anchos). Lo mismo te lo pueden hacer con un Robin Hood experto en artes marciales (y su correspondiente Marian, que arrea leñazos y sabe esgrima) o con una Cenicienta que, en realidad, era agente secreto. Tiempo al tiempo.

Dejo para otro día los programas casposos (que hace mucho sobrepasaron el nivel de la dignidad), los de testimonios (que dan vergüenza ajena como poco), los culebrones (que siempre me han puesto literalmente enferma) y esta nueva moda que arrasa importando lo más zafio y cutre del "humor" yankee, a saber: pedos, culos, vómitos, palabrotas mega soeces, bromas de mal gusto, insultos a minorías étnicas... todo eso que demuestra que alguien es un anti sistema de lo más cool y polémico. Guau.

Qué hacer? Seguir fiel a Los Simpsons (aunque se repitan más que el ajo) y conseguir en dvd las pocas series buenas que todavía campan por la caja tonta. Ojo, que algunas de las anteriormente mencionadas son incluso buenas. Pero, por favor, es necesario copiarse y recopiarse tanto???

jueves, 11 de diciembre de 2008

De héroes y perros

Hoy es uno de esos días en los que el Trasto curra de tardes. Así es que llegamos del gimnasio y realizamos una perfecta, milimétrica y rapidísima coreografía que consiste en: "tú sacas perra, a la vuelta pan, yo comida, lavadora, no te olvides tender toallas mochila, hago bocata pa luego, arena gatos apesta, yo cambio, come no llegas, joer, qué prisas". Lo tenemos todo tan calculado que hasta nos sobra tiempo para un ratito de cigarros, sofá y tele. Hoy estoy literalmente machacada de las pesas, así que me hice la remolona incluso para comer. Acabé embutiéndome una tortilla francesa viendo las noticias. Mala idea. Casi me indigesto.
Ya está en Francia el gilipollas ese de Santos Mirasierra (si algo les envidio a algunos imbéciles es que, no sé por qué razón, suelen tener unos apellidos de lo más sonoros y novelescos. No quiero decir con esto que todo portador de bello apellido sea imbécil, ojo. Es sólo que los míos se dividen entre corrientísimos y horrendos, y me parece una injusticia cósmica, puñetas). Divagaciones a un lado, decía yo que ya está en Francia el pedazo neanderthal ese con cara de abrir las botellas de birra con la cuenca del ojo. Y, allá donde va, le reciben con aplausos, hurras, vivas y palmetadas en la espalda. No es eso lo que me sorprende, claro, hace mucho que tengo claro lo subnormales que podemos llegar a ser. Lo que me jode, y mucho, es que incluso ciertos periódicos lo califiquen de "héroe". Que el avión se lo haya pagado el flamante presi de un club deportivo. Ver al cafre en cuestión brindando con champagne en una limusina, con su mamá, su hermanita y su novia (a las que se les llena la boca hablando del pobre e inocente angelito al que tan mal han tratado). Saber que el tipo en cuestión no da abasto con ruedas de prensa y entrevistas. Que sacará tajada del hecho de haberse comportado como una bestia sin civilizar. Que le están haciendo la ola por ser una mula descerebrada, cuando deberían, todos, avergonzarse de él.
Por desgracia, son estas cosas las que me llenan de prejuicios hacia el fútbol y sus seguidores. Fallo mío, indiscutiblemente. Pero me cuesta, me cuesta. Se me atraganta la tortilla. De verdad nos quieren hacer creer que esto es deporte? Que esta gente ama el deporte? Que saben el significado de la palabra "deportividad"? Qué coño sabe esta banda de tarados, voceras, matones, zampabollos, borrachos, xenófobos, odiadores profesionales sobre el esfuerzo, el trabajo en equipo, el respeto, el afán de superación? Pero claro, esto es la punta del iceberg. Hace mucho que opino que el fútbol ha pasado de ser un deporte a encarnar más bien un circo mediático de dimes, diretes, jugadores mimados, contratos millonarios, pufos, juergas, niñatos quejones, petardas caza maridos, entrenadores arrogantes, presidentes corruptos, chafardeo, prensa rosa y animales de bellota que se esconden detrás de una bufanda para machacar a quien se les ponga por delante con total impunidad. Oh, sí, los colores, el clú, la peña, la grada, el fúmbol es así, tronca, lo sientes, lo vives. Ya ves. Manadas de becerros que aplastan en grupo, apuñalan en grupo (así son las manadas), arrasan en grupo. En nombre de una camiseta a la que aman más que a nada en el mundo. No les da la cabeza para entender los cimientos básicos de un deporte, a eso no llegan. Sólo ven unos colores, repiten unos mantras, ponen voz de cavernícola y dejan de ser personas para convertirse en borregos. Sin estar dispuestos a pagar las consecuencias, claro.
Eso es deporte, por lo visto. Esa es nuestra sana y deportista juventud. Una puta mafia. Un negocio. Un camelo. Y por eso este soplagaitas anormal es un dios. Porque, como se hace con el crío consentido, se le ha reído la gracia. Se la han reído todos. Su mamá, su hermana, su novia, la justicia, el presidente de su equipo, sus amigotes, la prensa. Un ejemplo cojonudo, sí señor. Calculo que cada vez veremos más Santos Mirasierra. Un ídolo. De mayor quiero ser como tú.
Estos días todo cristo se ha emocionado con el vídeo del perro que se juega la vida para intentar salvar al compañero peludo, sin saber que ya está muerto. O sabiéndolo. Y, al mismo tiempo, llaman "héroe" a un completo gilipollas. Nunca la palabra "héroe" me había parecido tan pervertida. Y tan merecida para un perro.

martes, 9 de diciembre de 2008

Los nuevos viejos ritos


No es que me lo esté tomando muy en serio, pero confieso que tiene su miga eso de resucitar las viejas tradiciones de los míos. Y más, hacerlo en nuestra casa. Había prescindido de toda la parafernalia mientras viví sola, pero ahora me apetece de nuevo. Tengo el árbol, que, por primera vez, es tan grande como siempre había deseado. Tengo las velas, claro. Y el muérdago, pero ese siempre está sobre mi puerta. Cada nuevo hogar tuvo su rama de muérdago. Espero que esta vez sea definitivo. Me falta el acebo, las piñas y el caldero de cobre con las manzanas. Me falta la guirnalda en la puerta y, a su debido tiempo, la escoba al revés y el ritual del agua. Las pequeñas magias heredadas de mi gente. Lástima que ya no se pueda quemar el tronco adornado. Desventajas de la vida en ciudad, de la era del plástico. No importa, la magia también entiende de estos pequeños contratiempos modernos. No por ellos funciona menos ni se pierde la ilusión.

Hay mucho que agradecer este año. Pocas lágrimas, vidas nuevas, buena salud para el clan. Comeremos y beberemos, como siempre. Y disfrutaremos del prodigio de seguir juntos un año más. Aún me falta mucho pero tengo lo esencial para recibir el invierno, el nuevo año, lo que tenga que venir. Se han cerrado muchas puertas y se han abierto otras. Es grandioso, por una vez, no echar nada de menos. Tal vez por eso sienta tantos deseos de revivir los viejos ritos. Porque esta vez será distinto, será nuevo en realidad. Y, seguramente, todo cobrará otro sentido.

viernes, 5 de diciembre de 2008

Crisálida


Me dice Costillo que me ha notado un gran cambio, súbito, rápido, como de repente. Me pregunta cómo ha sido, qué ha influído. Por dónde empezar?

Los que me leéis con frecuencia conocéis más o menos mi historia familiar y por qué desde niña fui bastante triste, gris, cínica, enfadada con el mundo, pesimista. Obviamente todo eso influyó en mi forma de ser como adulta. Ya sabéis, lo del erizo, las púas, los escudos. Crees que te protegen, y de pronto descubres que no es cierto. También pinchan hacia dentro. Y, demasiadas veces, pinchan a aquellos a quienes más quieres. Y no es justo. Así que descubres que no es modo de vivir. Descubres que es injusto, estúpido, que no te conduce a nada. Y sigues reflexionando qué más falla.

Te fijas en cómo terminan tus relaciones. En toda esa ira, ese mal genio, esa melancolía. Descubres que es fruto del miedo, de la inseguridad. El terror de no ser amada, de ser rechazada. Averiguas que no te valoras lo suficiente, que temes no merecer ese amor. Y tratas de compensar todo eso dando a ciegas, porque piensas que, si no van a amarte por lo que eres, que al menos te amen por lo que les das. Y, por supuesto, no pides. No te atreves a pedir, porque crees no merecerlo. No te atreves a decir que necesitas cosas. Sólo las das. Acabas sintiéndote frustrada, vacía, estúpida. Y es tal tu necesidad de afecto que mantienes el tipo y tragas. Al final, claro, no te quieren. No les hace falta. Lo tienen todo a cambio de nada. O les asustas con tu voracidad emocional. Y huyen, claro.

Son varias cosas. Todo influyó para mal y todo influyó para bien. Mi familia, que causó enormes daños pero estuvo ahí para ayudarme a repararlos. Mis amigos, que me soportaron lo indecible y me acompañaron siempre en el camino hacia la luz. Los hombres de mi vida, que, sin saberlo, me enseñaron muchísimo con amor y desamor. Por todo eso descubrí que no merecía la pena. Ni la soledad, ni el miedo, ni el dolor, ni la oscuridad. Que no cabía el conformismo, el "soy así". Es cierto, tengo un carácter cambiante, un humor que tiende a la melancolía. Pero puedo dominarlo. Del mismo modo que puedo aprender a ser más optimista. Me empeñaba en la negrura, en que todo salía mal. Porque todo salía mal. Por qué todo salía mal? Y si era yo la que lo propiciaba, precisamente por mis terrores? Decidí aprovechar lo que salía mal para aprender de ello. Mucho más útil que lamentarse sin más.

Miré hacia dentro, me conocí, me reconocí, me descubrí, me analicé, me saqué las tripas. Conservé lo que me gustaba y me decidí a cambiar lo que no. Decidí también que merecía la luz, la felicidad, ser amada, expresar mis necesidades, confiar. Ser yo y ser amada siendo yo. Y el cosmos, ese que yo veía como el gran enemigo, se puso por fin de mi lado. En cuanto tuve claro todo aquello, funcionó. Llegaron las cosas que deseaba. De inmediato. Tanto que me sorprendí. Sé que nunca estaré curada del todo (ciertas heridas te acompañan siempre), sé que la oscuridad siempre me tentará, que la ira sigue ahí, aunque adormecida, que los miedos me asaltarán muchas veces, que seguiré tendiendo a la nostalgia y al extremismo más ciclotímico. Sé todo eso, lo conozco, lo asumo y lidio con ello. Es una lucha, es mi propósito. Merece la pena. Sé que tengo todo eso dentro, pero también armas para combatirlo. He tardado treinta años en encontrarme, en juntar las piezas, en iniciar la pelea. Ya ves, Costillo, que no ha sido de repente. Ni mucho menos. Ha sido todo un camino de errores, de aciertos, de buenos consejos, de reflexiones, de lágrimas, de muchas cosas. Pero precisamente por lo mucho que me ha costado, sé que estoy en la senda que quiero. Porque ha sido duro llegar. He tenido que pensarlo mucho. Así que sé que voy bien.

Tendría que agradecer tanto a tanta gente que no terminaría jamás. A los que me hicieron bien, a los que me hicieron mal. De todo aprendí, así que, al final, todos me hicieron bien. Es curioso, a veces me siento como si hubiera vuelto a nacer. Jamás pensé que los treinta supondrían la culminación de tal cambio. Lo más increíble es que estaba todo aquí dentro. Sólo había que encajarlo. Lo conseguí poco a poco. Está todo ahí, en las entradas de mis buceos interiores. Escribir siempre ha sido mi vicio, mi escape, mi universo particular, mi desahogo. Lo que no sabía es que también sería mi terapia.





Por si alguien anda ocioso y le apetece rebuscar un poco más. Advierto que puede ser un soberano coñazo. Sería muy largo volver a escribirlo todo, así que lo dejo ahí. Que conste que es opcional. Espero haber satisfecho tu curiosidad, Costillo. La mía ha sido satisfecha con creces. Nunca me había gustado tanto. Nunca había sido tan feliz, tan consciente de que lo merecía, nunca había estado tan convencida de poder ser mejor persona, para mí misma y para los demás. Nunca había estado tan segura de mis pasos. Nunca me había gustado tanto lo que me devuelve el espejo. Sobre todo desde que decidí romperlo y salir de él.

jueves, 4 de diciembre de 2008

Viento


Dicen que ciertos vientos tienen la capacidad de enloquecer a las personas. Llevamos un montón de días bajo el temporal, con frío, lluvia, granizo. Hoy empezó el bochorno y el viento soplaba como sólo sabe hacerlo aquí. Quizá fue eso, el clima. Demasiados días grises. El caso es que de nuevo estaba agitada, nerviosa, preocupada y con la cabeza llena de nubes. Nada real, como siempre, nada que tuviera sentido, nada por lo que debiera preocuparme. Posiblemente sólo la fatiga por tu fatiga, el hartazgo por tu hartazgo, la impotencia por tu impotencia. La rabia y el temor a que esto nos desgaste, a que lo de fuera contamine lo de dentro, a que lo paguemos nosotros. Ese es mi mayor temor.

Compruebo con asombro que mi capacidad de comunicación sigue estropeada. Me subleva, porque jamás imaginé nada tan incompatible como el silencio y yo. Esta clase de silencio. La defensora a ultranza del diálogo y la sinceridad. De la charla, del no guardarse nada, de la escucha. Para una lección, una sola, que traía bien aprendida desde la cuna y la desaprendí de repente. Quizá como compensación por todo lo nuevo aprendido. Al menos no es la única compensación. Me cuesta más decir las cosas, pero las digo mejor. Las digo en mejor momento, de mejor manera, de mejor humor. Más serena. Sin ira y sin reproches. Las digo cuando estoy preparada (bueno, sí, también cuando ya se me nota demasiado), sin gritos, sin escenas. Soy otra yo. Las digo porque las siento, pero no permito que el sentimiento me domine. Las digo con la legitimidad de mis vísceras, pero con la certeza de que no existe tal certeza. Que las vísceras pueden equivocarse. Que el dolor puede ser sincero, pero también la inocencia del que no sabe que lo provoca. Las digo porque necesito decirlas, pero sin culpas, con la única meta de la comunicación, del entendimiento. Me pasa esto. Me siento así. Porque pensé que tú sentías esto otro y me preocupa que lo sientas.

Después, el alivio. No lo sientes como yo creía. Las nubes se disipan. Pero reconoces que hay parte de verdad en mis temores, en mis sospechas de cómo nos afecta lo de fuera, los terceros, los problemas que nos cargan. Que te cargan, porque es a ti a quien te los han endilgado; y que me cargan, porque los comparto contigo, como lo comparto todo. Lo bueno y lo malo. Lo bueno es poder hablarlo (aunque ahora, paradojas increíbles, eres tú, el antaño hermético, el que usa los anzuelos conmigo, la antaño verborreica. Aprendemos y desaprendemos, y, aún así, seguimos encajando. Es curioso). Lo bueno es que la madeja se vaya desliando. Poco a poco, sí, y exigiendo mucha paciencia, pero ahí vamos. Lo bueno es que hoy, cuando se me pasó ese latido de pajarito asustado, cuando se evaporaron los espejismos, cuando todo quedó hablado y abrazado, aún tuvimos una satisfacción más. Hemos avanzado otro paso en esta trama nuestra tan compleja, esa que, algún día que esperamos no muy lejano, suponga un final y un principio. Un final para el pasado ese que nos lastra. Un principio para nosotros.

Así que respiro hondo y vuelvo a sentirme segura. Veía dragones, pero no estaban. Debió ser cosa del viento. Estamos un poco más cerca. Y has comprado bombones para celebrarlo. Quizá estemos brindando antes de lo que imaginábamos.

martes, 2 de diciembre de 2008

Buenos vecinos


Paula se sobresaltó con el portazo de su madre. Había estado enfrascada en una novela de misterio y la tarde, simplemente, pasó sin que ella se diera cuenta. Aurora, en cambio, no había tenido tanta suerte. Una reunión de vecinos nunca resultaba un plan interesante, mucho menos cuando una era la presidenta de la comunidad. Francamente, estaba harta de aquel cargo, de la gente, de las trifulcas y de perder el tiempo. Colorada por el enfado, con la respiración entrecortada y ese tic tan suyo de frotarse las manos, fue poniendo al día a su hija de todas sus dificultades. Paula, como siempre, seguía a su madre con la mirada, tranquila, sonriente, con aquella expresión de feliz somnolencia que la acompañaba por la vida.

-... total, que no hay quien se ponga de acuerdo - se lamentaba Aurora poniendo una cafetera y tratando de desenrollarse la bufanda al mismo tiempo -. Pero vaya, que no sé de qué me extraño con esta gente. Y todo por el maldito ascensor de los demonios. Que, a ver, digo yo, si está estropeado habrá que arreglarlo, y eso cuesta dinero, ¿no? Pues hala, una se mata haciendo cuentas, pidiendo presupuestos, intentando contentar a todo el mundo, para que al final le salgan con estas. ¡Y es que siempre tienen que ser los mismos! ¡Siempre! La señora Olvido aún tiene un pase, porque bueno, es cierto que está impedida y no sale de casa... ¡pero el mugriento ese! "Que si para qué quiero yo ascensor... que si siempre subo andando... que si total, un primero... que si patatín y patatán". Una cosa te voy a decir... como pesque al desgraciado melenudo usando el ascensor para subir su bici, ¡me va a oír! ¡Te digo yo que me va a oír!

Paula meneaba la cabeza, divertida por las tragedias cotidianas de su madre. Aurora sufría una tendencia innata a la exageración y el drama pero, en el fondo, disfrutaba con todo aquello. Su hija la conocía bien y sabía que, en los próximos meses, el mayor entretenimiento de la flamante presidenta de la comunidad, sería jugar al gato y el ratón con aquel chico tan simpático del primero. Aurora, la eterna policía, la justiciera del portal, tenaz e implacable como un sabueso. Naturalmente, se arregló el ascensor y una aparente calma invadió al número 3. Pero Aurora, enemiga de la ociosidad, tenía mucho quehacer. Cada día, Paula asistía divertida a las batidas de caza de su madre que, al menor ruido en la escalera, se asomaba con tozudez incombustible a la barandilla, bien empinada sobre sus botines más sigilosos, empeñada en sorprender en falta al vecino insolidario. Su afán obtuvo recompensa un viernes por la noche. Apostada en su puesto de vigilancia, vio entrar al joven con su bicicleta a cuestas. Y, tal y como ella esperaba, el muy desvergonzado tuvo la osadía de pulsar el interruptor del ascensor. Sin pensárselo dos veces, Aurora salió disparada hacia el último piso, trotando a toda velocidad. Oía perfectamente los engranajes del ascensor, bajando a su paso de caracol, como si le echara una carrera. Llegó sin aliento al cuartucho, logró controlar el temblor de sus manos ansiosas, encontró la llave, abrió la puerta, entró como una exhalación y esperó. El ascensor se detuvo. Oyó el forcejeo del vecino melenudo intentando meter su bici en tan reducido espacio. Portazo. Engranaje. Y entonces, pulsó el botón rojo, aquel sobre el cual el técnico la había advertido una y otra vez. Y se hizo el silencio.

Regresó a casa exultante de felicidad. Ni siquiera tuvo tiempo de refugiarse en su piso. Ya se oían los golpes y los gritos de auxilio. Los vecinos no tardaron en invadir la escalera, alertados por el escándalo.
- Parece que es el chico del primero - dijo alguien.
- Uy, no me diga. Pues creo que el pobre tiene claustrofobia...

No resultó nada fácil localizar al técnico un viernes a semejantes horas. Aurora, siempre tan solícita, hacía mil y una llamadas intentando disimular su expresión de triunfo. Cuando, pasada la media noche, aquel hombre canoso, con cara de pocos amigos, logró abrir la puerta, Aurora ya no pudo fingir. La mirada de aquel infeliz, aterrada, avergonzada, el sudor que cubría su frente, la forma en que temblaba... había sido una victoria aplastante y merecía saborearla. El técnico, rascándose la cabeza, les advirtió de la nueva avería, provocada por el ataque de ansiedad del joven atrapado que, en su desesperación, había aporreado la puerta y todos los botones. Ya podían despedirse de ascensor hasta el lunes, como mínimo. Los vecinos asentían, resignados. Otra avería. Tocaba desembolsar de nuevo. El joven rescatado aseguró, con un hilo de voz, que pagaría su parte. Aurora, henchida de orgullo, se metió en la cama deseando que Paula no llegara muy tarde, para poder relatarle su aventura.

Paula volvió a casa al amanecer, mareada por las copas que había tomado con sus amigos y ardiendo en deseos de quitarse aquellos malditos tacones. Un enorme suspiro se escapó de sus labios al comprobar que el ascensor no funcionaba. No le quedaba más remedio que subir cinco pisos a pie. Y pensar en las molestias que se había tomado su madre para que arreglaran aquel trasto... Había llegado al tercero cuando uno de sus tacones se rompió. Perdió el equilibrio y trató de agarrarse a la barandilla, pero sólo consiguió golpearla con la mano. Mientras caía hacia atrás pensó en la pobre Aurora, en la pena inconsolable que sentiría cuando encontraran desnucada a su única hija.

(Y, lo más tremendo de todo, es que está basado en un caso real. Adornado, por supuesto, pero real. Tremendas las bromas del cosmos, verdad?)

viernes, 28 de noviembre de 2008

Nieve


Corrimos, saltamos y no recuerdo haber pasado tanto frío en toda mi vida. Pero era precioso. Esta tierra nuestra es mágica. Resulta imposible no amarla. Sobrevivimos a la ventisca y a las placas de hielo en la carretera del puerto. Nos quemamos la lengua con el caldo hirviendo. Y ahora tengo los gemelos hechos polvo y un brazo lesionado. Tanto que hasta he tenido que ponerme la mantita eléctrica. Soy un saco de punzadas, un montón de harina, un despojo humano, con los labios agrietados y el cuerpo hecho puré. Pero ha merecido la pena. Las fotos son fantásticas. La ducha ha sido el cielo. Acurrucarse entre las sábanas hasta entrar en calor, gloria bendita. Hasta supieron mejor las mandarinas para cenar. Impagable ver a nuestra bicheja con carámbanos en las barbas. Impagables tus ojos brillando como los de un niño. Ya sabes que por esa mirada iría hasta el fin de las nieves. Incluso con las manos heladas y los pantalones llenos de escarcha. Feliz temporal a todos!

martes, 25 de noviembre de 2008

Ruina en reconstrucción


Cuando eres pequeño pensar en los treinta años es, poco menos, asomarte al asilo. Te parece una edad inconmensurable y lejanísima. De hecho, crees que a los veinte ya serás mayor, que te casarás y tendrás hijos, que trabajarás en sabe dios qué. Ergo, a los treinta, serás un anciano. Según vas pasando por las diferentes líneas de meta, descubres que nanay. A los veinte te quedan mil estupideces por hacer. A los treinta, las sigues haciendo. Has aprendido mucho, cierto, y hasta puedes permitirte ese lujo maravilloso de viajar en el tiempo. Eres adulto, eres maduro, te sientes capaz de encarar el futuro y verte con hijos, asentado, con una vida tranquila. Al minuto siguiente suena aquella de Madonna y te descubres pegando brincos por el salón, de vuelta a los trece años. Es una edad increíble, llena de posibilidades.

Te impone un poco de respeto eso de "ser mayor", pero no duele tanto como imaginabas. Te consuela eso de poder brincar a la infancia cuando lo desees. En realidad, te sientes un niño más grande, un poco más sabio, también más cínico, pero un niño todavía. No has olvidado cómo se juega en "infantil", pero también te manejas en la liga de los profesionales. Son un montón de ventajas. Y, de repente, cuando lo creías todo controlado, empiezan los cambios. Las canas no me asustan, empezaron a salirme a los 23. Estoy más gorda, pero sigo siendo capaz de hacer el puente y levantarme. Hasta hago el spagart o como demonios se llame eso (jamás lo he visto escrito igual en dos sitios distintos). Pero resulta que la artrosis, tan típica en el norte, avanza por mis vértebras, mis manos, mis rodillas. Recordáis cuando podíamos estar un día entero tirados por el suelo? Recordáis cómo nos reíamos de nuestros padres ante sus esfuerzos por levantarse, ay, el reúma, ay, un tirón, ay, el lumbago? Todo llega! Y, en mi caso, llega por adelantado.

Y de pronto, no estás conforme con tu cuerpo. Y no se trata de una cuestión estética, no. Se trata de no sufrir un calambre corriendo tras el autobús, de no perder el resuello, de la punzada en las costillas cuando llevo apenas una hora en la cama, de la rigidez en el cuello, los mareos, el vértigo, de los dedos inflamados que me duelen al teclear. Y eso a los treinta! Obviamente, había que poner remedio. Siempre fui una niña muy veleta, de la natación a la rítmica, de la rítmica al aerobic, del aerobic al patinaje. Nunca sentí la pulsión de competir ni de ganar. Lo abandonaba todo en cuanto empezaba a ponerse serio. En realidad sólo quería divertirme. Tampoco es que me entusiasmara el deporte. Soy de natural perezosa. Donde esté una tarde de sofá, libro o pelis, que se quite eso tan inhumano de salir a correr. Hay que ser masoca, con la que está cayendo. También era una niña ágil, muy delgada, sana, fuerte. Comía como una bestia parda, nunca estaba enferma. Pero pasan los años, te miras, te padeces y no te gusta demasiado lo que hay. Lo bueno es, albricias, que se puede cambiar.

Conste que no tengo nada en contra de la gente que se esfuerza por pura estética. Lo malo es que he visto ya tales conductas negativas que asusta. Gente que, literalmente, se tortura. Gente que se maltrata, que se odia, que desprecia a todo aquel que no sea como ellos (quizá lo que detestan es que haya personas que se quieren y se gustan mientras ellos no pueden hacerlo). Gente embarcada en una lucha estéril contra el tiempo. Y es inevitable. A los cuarenta podrás aparentar treinta. Pero los setenta llegarán. Al final, mejor o peor, envejecerás. Mejor asumirlo. Obvio, es ideal envejecer con salud y energía. Pero, insisto, cuando la única motivación es estética, la lucha se vuelve desesperada. Y frustrante, supongo. Puede que llegues a los ochenta estupendo. Pero nunca más tendrás cuarenta, ni los aparentarás. No hay gimnasio, dieta, píldora o cirugía que pueda con eso. Cuando la gente se machaca tanto, tiendo a pensar que su problema no es físico. No son las cartucheras, ni la barriga, ni el pecho, ni las arrugas. Creo, sinceramente, que el problema está en la cabeza, en la autoestima, en la percepción. Quizá por eso nunca están satisfechos, por mucho que se lo curren.

He decidido no tener problemas en la cabeza. Bastantes tengo en el cuerpo, que se me desmorona como el de una abuela!! Contra eso es contra lo que estoy luchando. Las agujetas de los primeros días han sido terribles. Los resultados, inmediatos. No más punzadas. No más mareos. Mantengo el resuello con más facilidad. Los músculos se endurecen y tiran mejor de unos huesos que vienen un poco defectuosos. Posiblemente, de rebote, consiga un cuerpo más estético. Pero lo que me hace feliz, lo que me motiva, es que estará más sano, más fuerte. Menos dolores. Más actividad. Mejor humor. Más energía. Y, en esas condiciones, qué duda cabe, es mucho más fácil saltar en el tiempo y jugar a tener quince. Y afrontar lo que venga con más ganas. Sí, Costillo, lo confieso. Me ha atacado el virus del gimnasio! Sólo puedo decir en mi defensa que tenía, valga el chiste, una razón de peso. Yo.

domingo, 23 de noviembre de 2008

El hijo de la novia


Me hablan del instinto maternal y veo que hay, al mismo tiempo, unanimidad y disparidad de criterios. Siempre sostuve que, algunas veces, los motivos para tener hijos se me antojan de lo más peregrinos. Respetables, sí, pero... Juan nos cita unos cuantos y reconozco aquellos que más duramente he criticado. Hijos salva parejas. Hijos perpetua apellidos. Hijos junior, que serán nuestra continuación, mantendrán linajes, nobles oficios, vidas idénticas. Hijos expectativa. Hijos proyecto. Hijos que deberán ser lo que nosotros fuimos, o lo que no pudimos ser. Hijos que nos realizarán. Hijos que deberán agradecernos tanto sacrificio. Hijos oníricos. Hijos esclavos, o tiranos.

Juan cuestiona lo del instinto maternal, y Kaken promete réplica (sois conscientes de que hemos creado una red de blogs que parece la mesa redonda?) Io y Rose hablan de sus experiencias. También el Gemelo y la feliz pareja. El Hereje se repanchinga en su butaca de solterón encantado. Yo defiendo mi árbol navideño de las garras de mis gatos, y pienso. Juan apunta que eso del instinto quizá no sea para tanto. Que tal vez obedezca a las circunstancias del entorno. Da que pensar.

Decidí que sería madre a los diecisiete años. Fue como una revelación para el futuro que asumí sin más. Mis razones, no sé si acertadas o no, son de lo más primitivas. Sería madre por el clan. Sería madre para continuar con otro eslabón más. Para averiguar si mis hijos tenían el genio de Ángel, los ojos de Rafa, la fuerza de Mila, la honestidad de Víctor, la tenacidad de Samuel, la inocencia de Lola, la capacidad de superación de mi madre, la inteligencia de mi padre, la voluntad de Raquel, la bondad de Julián, la dulzura de Merce, la genialidad de mi hermano, la belleza de Laura, la alegría de Marcos, la nobleza de Irene. Y no se trata de una expectativa, sino de una curiosidad. Tal vez de un homenaje.

Con los años, crecieron los motivos. El milagro de una vida, de participar en su creación, de acompañarla desde su inicio. El deseo de contarle todo eso que la acompaña, toda la maravilla que conforma su sangre, las grandezas y miserias de sus ancestros. El afán de aprender todo de nuevo, desde unos ojos recién estrenados que contemplan el mundo. Ser raíz, y tener una raíz. Dar un lugar, y que me den un lugar. Devolver todo aquello que me entregaron. No sé si tiene que ver con la realización. Miles de personas están perfectamente realizadas sin haber sido padres. Se pueden ser tantas cosas... Seguramente mis razones son tan estúpidas como las que siempre he cuestionado. Quizá más. Pero es un deseo que he madurado durante trece años (vaya, de nuevo el trece) y que tuve siempre tan claro como mi nombre.

Ese anhelo permaneció muy presente desde entonces, pero siempre adormecido. Sabía que sería madre cuando llegara el momento. Sabía que no dependería necesariamente de una pareja (como le dije a mi atribulada abuela: "no es un adelanto que hoy día una mujer sin pareja no tenga que renunciar a ser madre? Lo mismo si estás sola porque quieres o porque no encuentras a quien querer, por qué renunciar también a ser madre?" Lo bueno es que la convencí absolutamente). Estaba segura de que, llegado el momento, ocurriría. Lo cierto es que dependía más de la estabilidad económica. No había pareja cuando lo decidí, y tenía muy claro que habría muchas o ninguna en los años siguientes, y que eso no debía ser un obstáculo.

Y hubo muchas, y ninguna fue un obstáculo, pero tampoco un incentivo. El anhelo seguía a buen recaudo. Hasta que llegaste tú y me dijiste que te lo planteabas por primera vez como algo posible. Y yo misma empecé a plantearlo como algo real, mucho más allá de instintos, eslabones y homenajes. Y justo ayer, cuando andaba la mesa redonda a vueltas con el tema, por uno y otro lado, vimos El hijo de la novia. Y los dos llorábamos como descosidos. Y todo era puro almíbar y cursilería. Pero, mirando a aquella pareja de ancianos enamorados, sentí que era eso lo que quería, justo en este momento de mi vida. Y que, además, lo tenía por primera vez. Lo tengo, justo en este momento. Por primera vez es real y me parece posible. Así es que quizá deba darle la razón a Juan. Puedes tener las cosas muy claras y mantenerlas en reposo hasta que llegue el momento. No sabes cuándo será, ni por qué. Qué condiciones se darán para que pienses: "es ahora. Es a partir de ahora". Siento que ha llegado el momento, que ya puede ser cuando sea. Y la mayor de mis circunstancias eres tú.

viernes, 21 de noviembre de 2008

Sin palabras


Llueve sobre mi tierra y todo es bonito, pausado. A estas horas, mi tía debe haber llegado a Australia (si no se nos ha perdido en algún aeropuerto). Los bichos juegan y montan jaleo. El Trasto cabecea en el sofá, disfrutando de sus últimas horas de libertad antes de que comience el terrible turno de mañana (con su madrugón a las 4,30). Tengo unas agujetas mortales, pero eso lo explicaré con más tiempo.

No sé si ha sido por el cabreo de la última entrada, el despliegue de energía y mala leche. Quizá eso me ha dejado hueca por un rato. A lo mejor tiene que ver con lo afortunada que me siento, más feliz de lo que jamás había sido. Normalmente, eso me haría sentir culpable. Nunca había sabido cómo ser feliz sin lamentarme por quienes no lo eran. Ahora me siento muy extraña, pero sin culpas. No consigo tenerlas. El caso es que estoy en paz por primera vez en muchos años. Quizá por primera vez, sin más. Me siento tan entusiasmada con nuestras primeras fiestas juntos, que ya he montado el árbol. Nunca había tenido uno de verdad, tan grande! Los gatos están entusiasmados con las bolas y las lucecitas. No sé lo que nos durará el pobre abeto.

Estoy feliz, y tranquila, relajada. Agradecida también. Ni siquiera podría explicarlo, me encuentro en un estado curioso de flotabilidad. Perezosa y satisfecha como un cachorro. Lo cierto es que no sabía lo que era vivir sin tensión, sin ira o tristeza. Ahora sí, todo por tu culpa. No tengo muchas ganas de escribir esta noche. Sólo de arrebujarme contigo mientras sigue lloviendo. Ni siquiera tengo ganas de pensar. Así que, sencillamente, entro a saludar. Y a preguntaros a todos: "cómo estáis?" Y no es una pregunta de esas que se hacen sin importar la respuesta. Cómo estáis? Tendréis que perdonar que no esté muy habladora. Supongo que me apetece más escuchar. Me encanta teneros por La Torre. Tomaos un café. Y contadme. Si queréis.

martes, 18 de noviembre de 2008

La mayor de las vergüenzas


No hay muchas fotos suyas y, las pocas que se han difundido, nos muestran a un angelote de rizos rubios y ojos azules. Tampoco sabemos su nombre, pues no ha trascendido por cuestiones legales. No entiendo mucho de eso, quizá es tremendamente importante proteger la intimidad de un niño cuya vida nadie fue capaz de proteger. Se le conoce simplemente como Baby P y su historia es una de esas que estremecen hasta las vísceras.

Por lo visto, tuvo la desgracia de nacer en una familia desestructurada (y lo que viene a continuación ES una familia desestructurada. Esta sí, no las que pretenden vendernos como tales sólo porque no encajan en nuestros cómodos y carcas patrones). Pareja joven británica que tuvo tiempo para fabricar cuatro criaturas (él era el menor), padre que abandona el hogar, custodia para la madre, madre que rehace su vida e inicio del infierno. Niño convertido en saco de boxeo. Continuas visitas al hospital, medio centenar de lesiones, sesenta visitas de asistentes sociales, calculo que una ingente cantidad de informes detalladísimos que a nadie importaron una mierda, dos detenciones de la madre que fue inmediatamente puesta en libertad y, por supuesto con la custodia intacta de sus hijos. Y, finalmente, un niño muerto.

Y entonces uno se pregunta qué coño nos pasa? Qué puñetas está pasando en esta bazofia de sociedad en la que médicos, policías, abogados, jueces, trabajadores sociales, vecinos, familiares y todo el mundo en general es incapaz de hacer algo? A dónde cojones estamos mirando? Por qué siempre estamos esperando a que sean otros los que actúen incluso cuando hay en juego la vida de un ser tan indefenso? Cómo podemos dormir por las noches sabiendo que algo así ha estado ante nuestras narices mientras fingíamos no verlo? Cómo podíamos ver el puto Gran Hermano o el fútbol de la madre que lo parió, marujear en la peluquería y seguir con nuestras cochinas vidas sabiendo que pasaba esto? Cómo es posible que pueblos y países enteros se movilicen por una final de eurocopa o un concurso asqueroso de cancioncitas de porquería y NADIE se eche a la calle por esto, monte un cristo, tiren abajo un juzgado, se encadenen a la puerta de un ayuntamiento o se cuelen a hostia limpia en una casa y saquen a un crío para plantárselo en los brazos al responsable de turno y que se le caiga la cara de vergüenza?

No, supongo que es mejor hacerse el loco, esperar a que otro lo arregle, porque, total, yo no puedo hacer más, no es mi trabajo ni es mi problema. Eso sí, cuando ya no tiene remedio, todos lloramos mucho, y lo comentamos, y decimos "pero qué horror" mientras nos dan náuseas frente al telediario, y exigimos responsabilidades, nos echamos las manos a la cabeza, clamamos venganza y nos escandalizamos, "cómo puede haber gentuza así?" Hablo en plural y me incluyo, y me da igual que esto estuviera pasando en otro país, me da igual que, honestamente, yo no pudiera hacer nada por un chiquillo cuya existencia desconocía. Siento que es culpa de todos y es la vergüenza de todos, de una sociedad repugnante y estúpida que vive mirándose el ombligo, que cuando se encuentra con estas cosas finge no verlas y, al final, se va a la cama reconfortada al pensar "yo no soy así".

No alcanzo a imaginar el infierno que vivió este niño. Apenas 18 meses de existencia rodeado de golpes, abusos y brutalidad por parte de quienes debieron quererlo y protegerlo, llenarlo de amor y de cuidados. No alcanzo a imaginar el dolor, el miedo, la incomprensión más absoluta de una criatura tan pequeña. Como ser humano, como mujer, como educadora social, me siento asqueada por completo por la vida de miseria y la muerte de este bebé. Y, lo lamento, porque seguramente sea demagogia, pero no puedo evitar el reafirmarme en mis teorías más radicales. Condenamos el aborto, en serio?? Alguien puede discutir que, para este niño, habría sido mejor no nacer? Voy más lejos aún, a ciertos individuos habría que esterilizarlos. Pero como todo esto es demasiado nazi, y la gente tiene derechos, lo que me pregunto es por qué a esta basura con forma humana no les quitaron a sus hijos. Imagino que, como siempre, pesaría el puto derecho uterino. Si puedes parirlo, entonces te lo mereces, guapa. Pa ti pa siempre. Y haz con él lo que te plazca. Menos no tenerlo, por dios, eso es una aberración. Tú párelo y desgrácialo, que no pasa nada. Te detendremos las veces que haga falta, podrás demostrar ser peor madre que la más desnaturalizada de las alimañas, pero te lo devolveremos, porque es tuyo, porque nos conmueven tus lagrimitas. Podrás reincidir en lo que sea las veces que haga falta, que nadie te quitará ese derecho tuyo tan sagrado que adquiriste por abrirte de piernas dos veces, una para que te lo hicieran y otra para escupirlo al mundo.

Me vais a perdonar, pero hoy no me apetece jugar a la empatía. No tengo ganas de ser comprensiva ni de imaginar qué pudo llevar a esta gente a hacer lo que hizo. Me niego. Porque el tipo que usa a un niño de sparring es un hijo de la gran puta, sin excusas. Pero la tipa que lo permite, la tipeja que consiente que le hagan eso a la carne de su carne, es una zorra desgraciada. Y me da igual qué justificación quiera ponerle a su patética existencia, me da igual si quería mucho al cabrón con el que dormía, si estaba deprimida y en paro, si se sentía solísima ante el peligro o tenía un cáncer terminal. Hasta una perra callejera se deja matar por sus cachorros y se enfrenta a lo que sea. Una tipa que permite que alguien le haga eso a su hijo, no tiene nombre. Se llega a esos extremos por amor? Eso no es amor, desde luego. Una mujer así no es ni siquiera una esclava, no parece que le llegue ni a eso la dignidad. Es inaudito a qué extremos se puede llegar por conservar al lado a un trozo de carne, una bestia, un asesino, un rabo. Cada vez queda más patente que somos peores que los animales.