lunes, 31 de enero de 2011

Pensando en ellas


Es curioso que tantas veces la culpa y la alegría caminen de la mano. Te alegras cuando la vida te concede un deseo y, automáticamente, te duele que no se lo conceda a otros.

Me tiré meses y meses conjurando a los dioses, al cosmos, a las estrellas fugaces de agosto, a Cebri y la corte celestial de sabios, a mis ancestros en el más allá y a todo aquello que me mueve los entresijos. Poniendo en cada ruego toda la espiritualidad pagana, absurda y mestiza de mi alma pecadora. Incluso visité la ermita (la suya) y escribí a sus santos en esos cuadernos cuajados de súplicas. No pedía para mí, por cierto. Pedía para ella y por ella. Porque sentía que ella lo deseaba mucho, quizá más que yo. O no, quién sabe? El caso es que yo dudaba a veces. Sigo dudando, de hecho!! Dudo de todo, como siempre. Dudo de si podré, de si sabré, de si estaré a la altura. Jamás dudaría sobre ella. Sé que ella puede, sabe y sobrepasa cualquier altura.

Esto no es falsa modestia, ni significa que me infravalore. No. Sólo que dudo. Es humano dudar, lo sé. Es sano. Es normal. No te hace peor. Y, como ella es humana, seguro que también dudaría. Pero no importa. En cualquier caso, yo pedía para ella, soñaba para ella, visualizaba por ella. Deseaba esto para ella. Y lo sigo deseando con cada fibra de mi ser. Así que me alegro infinito por mí y sé que ella se alegra infinito también. Pero no dejo de pedirlo.

Porque quiero que tengas esto, Dalai. De verdad que sí. Y no pienso dejar de incordiar al cosmos. Así que no le quedará más opción que dártelo. De un modo o de otro, pero tendrá que hacerlo. O se las verá conmigo.

Y tú, mi preciosa Rubia chiflada. Sabía que eras secretaria, reina de la pista, perfecta anfitriona, planificadora, marujilla eventual, pijafashion militante, modelo de fotografía, morritos lanuit, campeona de hojas Excel, novia amantísima y amiga con mayúsculas. Resulta que también eres una guerrera. Yo ya lo sabía. Espero que tú también lo sepas.

Besos a ambas dos y que Santa Rita nos cuide!

miércoles, 26 de enero de 2011

En cualquier caso...


Todo el mundo te hace la misma pregunta. Supongo que es inevitable. "Quieres un niño, o una niña?" Si la cosa funciona, tendré dos, así que el entusiasmo no se hace esperar: "ojalá sea la parejita!!" Y sí, bueno. Ojalá. O no. No importa. Qué va a importar?? Por pura ociosidad me entretuve pensando en todas las opciones, y, sinceramente, ninguna me parecía mejor ni peor que otra. Ayer supimos que uno de los pequeños seres es varón. Concretamente el más inquieto de los dos, el que mueve los brazos como si bailara. "Qué bien!! A ver si la otra es niña!!" Si es niña, perfecto. Si es niño, perfecto.

Tener una hija, pienso en voz alta, debe ser algo realmente mágico. Como cerrar un poderoso círculo. Un lazo especial. Un eslabón más en esa cadena de ancestras, de luchas, de miedos, de sometimientos y rebeliones, de pérdidas y logros, de silencios y palmadas sobre la mesa. Cuando tienes una hija, pienso de nuevo, quizá la vida te devuelve un poco tu niñez, y te permite la licencia de reconstruir cosas. No para ella, ni sobre ella. Para ti misma y contigo. Y tenerla ahora, en esta etapa, cuando puedo mirar a mi madre, mis tías, mis primas, mis abuelas, mis amigas, mis mujeres todas y comprenderlas mucho mejor de lo que jamás imaginé, debe ser tremendo. La ocasión de hacerlo posible, de meterte hasta las cejas en la ecuación, de probarte si eres de las que abre las ventanas o pone zancadillas rencorosas. De comprobar si era tan fácil o tan difícil. De experimentar, como algo natural (tal vez hermoso, tal vez terrible, tal vez ambas o ninguna) qué se siente siendo el Dragón y esperando a que tu hija te observe, te juzgue, te cuestione, te corrija, te saque de quicio, te sorprenda, te maraville, te emule, te haga pedacitos... y, con suerte, te llegue a compreder, te perdone, te asuma. Nada menos. Debe ser increíble poner a una mujer en el mundo y contemplarla ser.

Tener un hijo, vuelvo a pensar, forzosamente ha de ser una maravilla semejante. Tu relación más íntima y fuerte con el otro sexo. El (más) real hombre de tu vida. La oportunidad de ver otro planeta (o lo que el mundo se empeñará en que sea otro planeta) desde su primer aliento, de aniquilar todos tus prejuicios, todas tus ideas previas, todo lo que creías saber o lo que te contaron y diste por bueno. Quizá sea la única vez en la vida en que ames a un varón sin esperar nada de él. Sin necesitar nada. Sin el menor rastro de egoísmo (es posible?) Puede que sea la ocasión perfecta para que un hombre descubra contigo (qué bello sería eso) que no sois extraños, ni contrarios, ni mucho menos enemigos. Que hay otras formas de acercarse, de conocerse, de ser compañeros, iguales. Y cerrar otro círculo. El de ellos, los anteriores. El de sus luchas, sus miedos, sus silencios, sus rebeldías y sumisiones, sus fracasos y sus triunfos, sus palmadas sobre la mesa. Debe ser indescriptible poder (y saber) llegar a tal proximidad. Debe ser increíble poner a un hombre en el mundo y contemplarle ser.

No quiero princesas. Ni emperadores. No quiero (si puedo evitarlo) seres tullidos, vacíos, acobardados, neuróticos, egocéntricos o dictadores. No quiero monstruos que se crean especiales. Quiero que lo sean. Que se demuestren (a ellos mismos) que lo son. Seres maravillosamente normales. Porque se me ocurre que "normal" es una de las palabras más denostadas de nuestra era. Lo que quiero (si soy capaz de ayudar en algo) son guerreros. Seres fuertes, decididos, ilusionados, risueños, felices y valientes. Seres que no teman caminar, ni caerse miles de veces, ni perder el rumbo, ni respirar hondo, ni pedir auxilio, ni decir que no, ni asumir un no, ni amar, ni meditar, ni cabrearse, ni cuestionar, ni desdecirse, ni explorar, ni arriesgarse, ni llorar, ni reponerse. Que no teman tener miedo. Que no teman jugar la partida que les toque, probar sus mejores cartas ni encajar lo que salga, a ser posible, con una carcajada. No sé si eso es posible. Pero sería perfecto.

martes, 25 de enero de 2011

Pequeños milagros


La idea original consistía en, de ser posible, empezar con un homenaje al clan. Recurrir al modo biológico, que tan simple y obvio parece siempre. No había una razón sensata para ello (la hay alguna vez?), pero sí una tonta y romántica idea sobre la sangre, la tribu y los ancestros. Siempre lo consideré una especie de magia. Agitar el frasco de las esencias, y descubrir más tarde qué ingredientes se habían combinado. Los ojos de Tío Rafa? El orgullo de Bisa María? La alegría de Tío Juan? La dulzura de Tía Merce? La bondad absoluta del Abuelo Víctor? La sabiduría de Mamina? El ingenio de la Madrina Julia? La tenacidad del Abuelo Samuel? Qué saldría? Qué no?

Una vez logrado ese paso, el siguiente estaba claro. Y es que, cuando una idea se te mete en la cabeza, termina generalmente convertida en certeza. Supongo que, en mi caso, se trata de un gaje del oficio. De una convicción poderosa nacida tras ver a tantos no deseados, apartados, privados de lo más elemental. Quizá sea también una razón estúpida, pero es la mía, y es muy honda. Es lo que, acertado o no, considero pura justicia social. Gestar otra clase de amor diferente y más allá de las vísceras.

Sólo a un insensato se le ocurre hacer planes. Llegaron los entendidos y nos anunciaron que, con toda probabilidad, nuestras semillas nunca germinarían. No resultó agradable, claro, pero lo encajamos. Por qué no? Acaso no teníamos clara la segunda parte del proyecto? Por qué no convertirla entonces en el eje principal? Quién sabe si aquello no era una señal, una oportunidad de recorrer otros caminos? La ilusión sustituyó a la decepción. Lo haríamos. Queríamos hacerlo. Se trataba solamente de un pequeño cambio, nada más.

Y de repente, la vida nos depara otra sorpresa, decidida quizá a llevarnos la contraria hasta el final. Confieso que se me agolpan las emociones. Es un sueño cumplido, y otro que queda en suspenso. Es la mayor de las alegrías, el más tremendo de los sustos y también una punzada de culpa. Hasta el rincón del planeta habíamos elegido. Y ahora, sin esperarlo, ya no habrá Colombia, ni nuevo sendero, ni obstáculos a derribar, ni lucha. Y valía la pena. Siento tristeza por esos ojos, esas manos, ese calor, esa vida que aún no tenía nombre, que ni siquiera tuve tiempo de empezar a buscar pero que ya deseaba con todas mis fuerzas y que no será para mí. Al menos de momento. Porque no me he rendido del todo. Porque mi convicción persiste tozuda. Porque esa otra alquimia que creo tan justa, tan necesaria, se conjura muy poco, y debiera conjurarse más. No, no me rindo. Sólo lo dejo en "asuntos pendientes", con la esperanza de que pueda ser algún día, si es que la vida no pega otro salto. Porque, si la vida lo permite, tendré ese abrazo. Tendré cuantos me quepan en el alma. Iré a buscarlo.

No es culpa vuestra, ni se os ocurra creer tal cosa. Vosotros sois perfectos, amados, deseados y soñados. Sois lo impensable, lo imposible, lo inimaginable. Sois nuestro pequeño milagro. Nuestra magia. Nuestras dos preciosas magias.

miércoles, 12 de enero de 2011

Brava, María


La primera vez que vi esta fotografía era muy niña, pero quedé absolutamente impresionada. Fue en el salón de casa de abuela Mila. Le pregunté quién era aquella señora. Me dijo que era su madre. Respondí, hechizada, que parecía una condesa. Se echó a reír ante la ocurrencia, lamentando la travesura de una de mis tías, que había recortado la foto para acomodarla a un marco, estropeándola sin remedio.


No conocí a la Bisa María porque nos dejó un año antes de que yo naciera. Sé de ella por las pocas imágenes que se conservan, por los relatos que me han contado y gracias a la manía de mi abuelo Víctor (su yerno) de jugar a reportero, grabadora en mano, inmortalizando cuanto se le ocurría. "Ya está el de les gafes col caciplu esi", decía María, ya anciana, desconfiada con aquellos aparatos modernos que le capturaban la voz para siempre.


Era una mujer valiente, sin duda. La pose lo dice todo. Está en el porche de su casa, la del pueblo, la que habitaron dos de sus hijos (ya fallecidos) y aún ocupan su nuera, uno de sus nietos con su mujer y dos de sus bisnietas. Esa casa en la que siempre sentí algo especial y en la que, pese a las reformas y comodidades recientes, aún hoy se vive como antaño, con sus velatorios, sus trabajos, sus charlas en torno a la mesa grande, sus tradiciones que se niegan a desaparecer.


Fue una viuda joven. Una noche sacaron a su marido de la cama por la fuerza, lo cargaron en un camión y nunca más se supo de él. Se quedó sola, con sus hijos, algunos aún pequeños. Los sacó adelante sin ayuda, sin una queja, sin una lágrima. Jamás la vieron flaquear. Los domingos obligaba a la prole a ponerse sus mejores galas para asistir a las verbenas de la zona. Los domingos ningún hijo suyo trabajaba. Tuvo que enterrar a uno y sobreponerse a cómo otro se le quedaba lisiado, con ambas piernas amputadas. Lo dio todo por ellos sin una mala cara. La veneraban, y no me sorprende. Habrían matado por ella.


Ya anciana, cuando todos se reunían en su cocina y comían, bebían, fumaban, blasfemaban a grandes voces (ante la resignación del yerno beato, mi abuelo) y soltaban risotadas y palmetazos, ella los contemplaba desde la puerta, encorvada y con gesto malicioso, orgullosa todavía como una reina. Y siempre, meneando la cabeza, soltaba su sentencia preferida, la que quizá debiera convertirse en lema del clan.


- Eso, eso. Que sepa Dios con quién se mete.


Brava, María. Brava. Espero haber sacado algo de esa fuerza tuya.