martes, 28 de julio de 2009

Cómo está el mercao...


... el laboral, me refiero. Enterada de unas ofertas bastante interesantes en cuando a horarios y sueldo, acudí rauda y veloz a mi oficina del Inem, dispuesta a postular, que es lo mío. Cuando llego allí y me dan la vez, consulto a la funcionaria de turno que me sonríe lacónica y me suelta lo que ya me temía: "es que no se puede pedir ese empleo. No hay listas, ni convocatoria. Si te llaman, te llaman, es al azar". Genial. Estupendo. A sorteo, vamos, un método como cualquier otro. Le cuento mis penas a la buena mujer, lo hasta las narices que estoy de estar en el paro y que en todos estos años no haya recibido JAMÁS una oferta de ninguna clase. Sólo cursos y más cursos, algunos incluso repetidos. Cuántas veces tiene que estudiar una "administrativo"? Para qué sirven todas esas horas de formación? Dan puntos para algo? No, por lo visto. Cada vez que he perseguido un puesto que valoraba horas de formación he especificado llena de esperanza mis sopotocientas horas de aplicada estudiante, y siempre en vano. Ya soy diplomada en Educación Social, Quiromasajista titulada, tengo cursos de Gestión de Empresas, de Informática, de Administrativo, de Empleado de Oficina, Atención a colectivos de riesgo, a personas con psicopatologías, Diseño de proyectos, Prevención de Riesgos Laborales, Integración, Animación Sociocultural... en total sumo más de dos mil horas de cursos. Para nada. En ningún campo consigo trabajo. Formo parte de esa legión de personas formadísimas que coleccionan diplomas inútiles.

La tipa me mira sin la menor pena, claro. Está acostumbrada a historias así. Me despacha sin mayores contemplaciones. Aprovecho para consultar una vez más las ofertas disponibles. Y me encuentro lo de siempre. Se necesita tal, menor de veinte años. Se necesita cual, recién titulado y que no haya ejercido nunca (se valora la mucha experiencia y la ausencia total de la misma). Dependienta de zapatería, imprescindible certificado de minusvalía. Que esa es otra. Sí, integración, sí, y mil veces sí, apoyo a los colectivos menos favorecidos. Pero termina resultando curioso que de veinte ofertas de empleo unas quince exijan certificado de minusvalía. Es lo que tiene la discriminación positiva. Ofrecen subvenciones a las empresas por contratar a personas de colectivos de riesgo. Perfecto. Me parece necesario y justo. Pero alguna vez se ha controlado cuántas de esas plazas son necesarias? Con qué cantidad de personas en esa situación contamos? Se están ofreciendo más plazas de las que se cubren? Hay tantas personas con esa problemática como para exigir certificados constantemente y para cualquier puesto? Máxime teniendo en cuenta que no es nada sencillo que te concedan un grado de minusvalía, y que ya conseguir el mínimo es toda una proeza. No me cuadra.

Pero, además, descubro una novedad que me deja absolutamente pasmada. "Se necesita Animadora Sociocultural". Ya en femenino, de entrada. La mujer es grupo de riesgo, así que precisa discriminación positiva. Vale. "No necesaria formación ni experiencia". Ya empezamos. Mi gremio, como siempre, coladero para lo que sea. Todo sirve. "Imprescindible estar en situación de desempleo". Bueno, tiene lógica. Ahora viene lo bueno: "se exigirá acreditación de haber sido víctima de violencia de género". Ein? Cómo? Mande? Acreditar que has sido mujer maltratada??? Para conseguir trabajo??? Este es el nuevo requisito que vamos a poner de moda, para que en las estadísticas quede precioso??? Es lógico, sensato y natural que hagamos lo posible por apoyar a personas en situaciones tan tremendas, pero todo esto no atufa a oportunismo, a subvenciones, a quedar bien?? Vale más o demuestra más capacidades para trabajar una mujer que haya sido golpeada que una que no??? Para qué puestos en concreto??? Y, por otro lado, exigirle a una mujer que admita y hasta acredite que ha sufrido maltrato, es legal, es constitucional, es ético??? Esta es una manera sensata de propiciar la integración de mujeres maltratadas? De nuevo hay cosas que me rechinan. Seguramente los modos de hacer las cosas, y no los fines en sí. Valoro mucho cualquier esfuerzo encaminado en mejorar el modo de vida de las personas, pero me pregunto si no estamos llegando a un punto en que la generalidad de la población se queda en el limbo. Si no terminaremos asistiendo a entrevistas de trabajo en las que oiremos: "lo siento, señorita, su currículum es magnífico, pero no es menor de 25, ni mayor de 45, no es discapacitada ni ha sufrido maltrato, no tiene derecho al puesto". Estoy claramente por la integración, pero algo no va del todo bien cuando se necesitan tantos certificados para tener derecho a un sueldo y tres comidas diarias. Que es lo mínimo a lo que aspiramos todos.

sábado, 25 de julio de 2009

Aquellos días de cine


De vez en cuando me da como un ataque y encuentro una nueva pasión, un nuevo vicio. Supongo que es lo normal en un carácter como el mío, de esos que funcionan por impulsos. Cuando algo me impresiona, lo devoro en plan compulsivo, y lo gozo como la auténtica lunática que soy. Luego puede suceder que el empacho me sature por un tiempo (o para siempre) o que me sobrevenga un desinterés absoluto que me haga abandonar la última vocación del momento, condenándome a la abulia momentánea (dios mío, y ahora qué, mi vida no tiene sentido!), o devolviéndome a mis viejos placeres de siempre (porque algunos permanecen, aunque servidora sea a menudo ingrata y los abandone para correr tras nuevas aventuras. Eso sí, siempre vuelvo), o bien despertándome a alguna inesperada sensación que me sacude, como siempre, con ese brío único del "ahora sí que sí, encontré la piedra filosofal". Y de nuevo empieza todo. Es mi ciclo. Uno de tantos.
Así fue con muchas cosas: los mandalas, los Romanov, la astronomía, los héroes de la segunda guerra mundial, el eneagrama, las mujeres malas, la carta astral... Mis intereses viven y mueren como estrellas fugaces, o como fuegos artificiales. Voy de explosión en explosión. Lo que me convierte en una auténtica diletante, una de esas personas que de todo han leído y oído, pero que son expertas en nada. Puedo fascinarme literalmente con la historia de los perfumes y no pensar en otra cosa durante meses, para abandonarlo tan repetinamente como lo abracé. Puede darme por las películas de Disney (os-lo-juro) y pegarme sesiones maratonianas de películas de dibujitos, mientras suspiro nostálgica por la lejana infancia y aprovecho el intermedio entre suspiros para analizar el mensaje de los cuentos tradicionales bajo sabe Dios qué perspectiva pseudopsicológica recién inventada por mí.

Ahora me ha dado por, como dice mi hermano, el cine rancio. La culpa de todo la tuvo la cara de loca de una ya más que madura Bette Davis, que me hizo la pascua mano a mano con Robert Aldrich. Y llegó la hecatombe. Recuerdos de la niñez, con aquellas sesiones de cine las tardes de domingo (la Mamma siempre ha sido gran aficionada) y un hartazgo demoledor por las pelis actuales, la mayoría de las cuales (al menos las accesibles para esta pobre provinciana) me parecen imbéciles, facilonas, mucho ruido y pocas nueces, el mismo argumento repetido hasta la náusea, los mismos efectos especiales a lo Matrix, los mismos clichés idiotas, los mismos figurines, el mismo exceso, el mismo todo, la misma nada. Claro que siempre hay excepciones, verdaderas joyas que uno encuentra de sopetón, o que le pillan con el día tonto y le conmueven. (Habéis visto "En busca de la felicidad"? Sale Will Smith, ese al que conocimos haciendo el canelo en Bel-Air, que hizo mucha comedia de acción con cochazos, tiros, jamonas y gracietas, y que ahora parece decidido a cambiar de esquema. Vedla. Es el sueño americano, sí, pero contado desde la pesadilla. Es hermosa, y te hace lagrimear a lo loco. No cae en clichés fáciles, o al menos no en los de siempre. Y, por una vez, es una historia que se atreve a aplaudir la lucha, el tesón, el trabajo duro, la voluntad, en lugar de hacer apología de la violencia, la brutalidad, la bobochorrez, la venganza, los culos y las chuminadas típicas del cine comercial. Habla de un tío duro. Uno de verdad. No de los que arrean guantazos o sueltan mongoladas del tipo "has cometido un grave error metiéndote conmigo, capullo". Sólo un buen hombre que no se rinde).

Así que Aldrich y Siodmak se han convertido en mis nuevos dioses, Bette y Crawford en mis nuevas musas (cómo se odiaban, Dios mío!). Pero no son los únicos. Un montón de historias ha invadido mi pantalla, buenas historias, con enjundia, con imaginación, críticas o fantasiosas, contadas sin boato por magistrales narradores, representadas por enormes rostros del cine. Un montón de historias que me están reconciliando con el cine. Blanco y negro, ausencia de efectos especiales, sonido cascado. Muchas veces un único escenario y pocos personajes. Todo es tan viejo, tan distinto, la iluminación, la música, es otro mundo, pura genialidad salida de la sencillez. Una casa, cuatro personas, una tonada inquietante, y un juego de luces y sombras son capaces de parir una película aterradora, una pesadilla de miedo psicológico que nos enfrenta a temores atávicos: la escalera, el espejo, la culpa, la oscuridad, el recuerdo obsesivo, el espanto a enloquecer. Sin sangre, ni dolby surround, ni explosiones, ni artificios, sin efectos digitales de ultimísima generación. Historias desnudas de adornos y que siguen siendo buenas. Qué geniales quienes nos contaron cuentos así, qué inmensos los que les dieron vida y lo eclipsaron todo con su sola mirada. Un abogado de pueblo puede ser un héroe en tiempos de odio y prejuicio, un ejemplo de honestidad y rectitud, sin perder jamás el temple. Doce hombres en una sala pueden devolvernos la imagen de una sociedad entera. Dos mujeres aisladas pueden demostrarnos a qué extremos lleva la soledad, la envidia y la locura. Puedes sobrepasar tus límites como mujer, enamorarte de un fantasma y escribir una novela que no hable de amor o de cocina. Historias inmortales. Y ni una explosión que te desvíe de lo que importa.

miércoles, 22 de julio de 2009

Pequeños Monstruos


Entre tanta noticia, asesinato, desaparición, violación en grupo, discusión sobre la ley del menor, surge el debate. Y aunque lo hemos hablado mucho de blog en blog, y estamos de acuerdo en no pocas cosas, cada cual tiene sus propias teorías. La mía ha provocado muchas reacciones del tipo: "estás paranoica", "sacas las cosas de quicio", "exageras". No tiene base científica alguna, se basa sólo en lo que he observado y escuchado trabajando. Ahí la dejo, por si a alguien le sirviera:

Los niños que criamos son:

1. Tiranos. Y lo son porque les consentimos todo. Cuántos juguetes puede acumular un niño cualquiera de clase media en su primer año de vida? Cuánta ropa? Cuántas cosas? Lo tienen todo y acaban hartos de todo. Nada se les niega jamás, así que exigen sin tregua. Y no hay límites. Piden, negocian y hasta chantajean. Todo es un derecho que ellos tienen. Además, carecen de responsabilidades ni obligaciones. Se les premia por todo, incluso sin motivo. Se les suplica (suplica) que se porten bien o que estudien, y son ellos los que deciden (ellos) si el premio que les ofrecemos les compensa tal esfuerzo. Con su conducta ocurre algo parecido. Pueden comportarse como salvajes, y no pasa nada. Son niños. Se traumatizan si se les castiga. No es pedagógico. Una permisividad total, un premio constante, todos los derechos y ningún límite ni obligación. Crecen maleducados, autistas, coléricos, egoístas, desconocedores de lo que es luchar por algo, egocéntricos, sobreprotegidos, etiquetados de mil maneras (es más fácil decir que el niño es hiperactivo, cosa del azar, que admitir que no sabemos enseñarle).

2. Flojos. Sin la menor tolerancia a la frustración. Inestables, irritables, histéricos, llorones, quejicas, inmaduros, caprichosos, vagos, comodones, atrofiados. Se les da todo hecho, no tienen que hacer nada, ni siquiera pensar por sí mismos. La conducta del bebé no se supera nunca: necesito algo, chillo, me lo dan, me quedo satisfecho. Si lee mal, no es tan importante. Si no se hace la cama, no es para tanto. Si suspende, le tienen manía. Nos negamos a ser padres mandones, preferimos ser colegas. Entenderlo todo. Pasarlo todo. Proyectamos. Como no es culpa nuestra, tampoco es culpa del niño. Es la sociedad (el famoso ente abstracto). De tanto protegerles, les estropeamos. No castigue al niño por patearle, que sufre. Enséñele que puede hacerlo, y que el sufrimiento no existirá para él. Conviértale en un completo inútil emocional, para que jamás pueda superar la frustración, ni el dolor que la vida le pueda traer. Haga de él, eso sí, por puro amor, un inadaptado, un débil, un malcriado. Evítele padecer ahora y que padezca de mayor. Y luego échele la culpa ya sabe usted a quien.

3. Violentos. Claro que, siempre se dice eso mismo, de cada generación. Como si nuestros abuelos hubieran sido corderitos. Como si nadie recordara Puerto Urraco, mucho antes de las consolas y los juegos de rol. Pero es que quizá no tenga tanto que ver. Al menos un videojuego sería una forma sana de descargar ansiedad. Al menos lo es para los críos que distinguen realidad de ficción. Otros no lo distinguen. Quizá porque son tiranos y porque son flojos, porque no aceptan un "no", porque no tienen límites, porque están ociosos y aburridos, porque no tienen interés por nada y viven en la abulia total, porque han crecido creyendo que tienen derecho a todo, y que nada es culpa suya ni su responsabilidad. Ellos son inocentes. Y son el centro del universo, así que no importa qué métodos empleen para lograr lo que se les antoje.

4. Consumistas. Todo, hay que tenerlo todo, lo quiero todo, lo necesito todo, tengo derecho a todo. Juguetes, trapos, tecnología, da igual. Necesito un móvil a los nueve años, la última consola, el ordenador más potente, la moto, ropa de marca. Y fumar, y beber, y probarlo todo, consumirlo todo. Los niños consumían muy pocas cosas, no salían rentables. Uno no puede vivir a chuches hasta los 18 años. Adelantemos todo eso. Que una niña de 12 años lleve móvil, y barra de labios, y mp4, y colonia, y que lo guarde todo en un bolso de Betty Boop a juego con sus zapatos de tacón. Además, no se me puede negar, porque lo merezco, porque todas lo tienen, y yo no voy a ser menos. Y no dármelo es una crueldad, y me traumatiza. Así que lo conseguiré, no importa cómo, porque, de todos modos, haga lo que haga no será culpa mía. Soy inocente, soy irresponsable, soy menor. Es culpa de otros. De la sociedad.

5. Hipersexuales. Son hipersexuales porque el sexo es también un objeto de consumo. Está en la ropa, en el ocio, en la música, en el cine, todo se vende mejor si se envuelve con sexo. Hay que practicar sexo, exudar sexo, ser sexo. Es una falsa liberación, porque hay que abrazarla, quieras o no. Si no tienes sexo, eres idiota. Si no proyectas sexo, es que no lo practicas, y si no lo haces eres idiota. Da igual si se hace bien o mal, con responsabilidad o de oídas, hay que hacerlo. No es algo natural, sano, ni normal, es espectáculo, es moda, es consigna. Leamos sexo, veamos sexo, hablemos de sexo. Tengamos sexo, como sea y de cualquier manera. Las chicas de la tele lo hacen. Los tíos de la tele lo hacen. De hecho, es lo único que hacen. Aparte de consumir y de triunfar en la vida como cantantes o modelos. Mira, el plantel de contertulios del programa: un gran hermano, una actriz porno, un dj y una que se hizo famosa por tirarse a seis futbolistas. Usa este desodorante y todas caerán a tus pies. Vuelve loco a tu chico con seis posturas infalibles. Eres pija o trendy? Vas a la moda? Alárgate el pito, aumenta tus tetas. La cantante más sexy del verano. Toma viagra. Todas vemos Sexo en Nueva York. No eres nadie si no vas al gimnasio. Qué mujer no querría ser modelo? Cómprate tal coche y ellas babearán. No podemos negar, chicas, que nos derretimos ante una joya. Cuál de nosotras no mataría por un Channel? Los tíos no entienden de moda, pule a tu chico. Consumo, hipersexualidad y sexismo. Todo se da la mano.

6. Sexistas. Desde pequeños. Y no avanzamos. Empezamos con roles y jueguetes. Mantenemos esas cosas contra viento y marea. El rosa y el azul, el balón y la muñeca. Las chicas pasan modelos. Los chicos son Alonso, o Rossi. Ellas no, ellas sujetan sombrillas. Ellas son Gemma Mengual, o Almudena Cid. No caben otras combinaciones. Cosas de chicos o de chicas, deportes de chicos o de chicas. Los ases del deporte son masculinos. Las bellezas son chicas. A ellos y a ellas seguimos mostrándolos y escondiéndolos según la costumbre. Las niñas no juegan al fútbol, no les gusta. A lo mejor no les gusta porque es cosa de hombres. Porque a nadie le interesa el fútbol femenino, ni el ciclismo femenino. No hay demanda, no vende. No se consume. Como no se consume, no se muestra. Como no se muestra, no se normaliza, ni se desea. Fulana de tal, campeona de Fórmula Tres, nos anuncia el Verano Tampax. La Nutella la anuncia Valentino, porque los tíos pueden comer esas cosas. A nosotras nos engorda y nos hincha. Ropa de Suzuki para chicas. Es rosa, y salen tías guapas haciendo aerobic en el gimnasio. Las mujeres no boxean, sujetan carteles en bikini. Algunas luchan en el barro. Puedes ganar medallas jugando al tenis, o nadando, pero el titular será: "La más sexy de Wimbledon". Saldrás en bolas en Interviú, porque lo hacen todas. Seguirán ignorándote como deportista, pero al menos sabrán cómo te llamas. Si eres tío y cenas Special K, te despiertas de mejor humor. Si eres tía y cenas lo mismo, ganas tu derecho a ir a la playa.

Sumando todo lo anterior que, sigo diciendo, se entrelaza y entremezcla: Por qué seis chicos menores de edad violan a una chavala de trece años? Porque creen que pueden. Porque siempre han podido hacer lo que les ha dado la gana. Porque sus necesidades y apetitos son lo único que cuenta. Porque nadie les va a culpar de nada. Es culpa de la tele, de Marylin Manson, del rol y de la sociedad. Porque al fin y al cabo la chavala es una guarra, como todas. Porque anda por ahí enseñando el tanga, y además ya se acostó con aquel, y hasta se dejó hacer fotos en bolas. Porque es como todas, como la Britney, como la Beyoncé, que les va la marcha y graban videoclips en cueros y vídeos marranos que andan por la web. Porque tiene las tetas grandes y va provocando, como todas. Porque pa eso están las tías. Y, además, les gusta.

7. Reflejos. Al final es lo que son los chavales. Reflejos nuestros, de los adultos, de esa sociedad que somos todos, aunque tendamos a pensar que es una entelequia. Cuánto leemos en casa? Qué vemos en la tele? Cuánto nos oyen los críos charlar de política, de economía, de arte? Sabemos quién fue Severo Ochoa? O preferimos hablar de la Obregón y sus incalculables logros? Cuáles son nuestros iconos, como adultos? En qué nos gastamos la pasta? Cuánto consumimos? Tenemos enciclopedias o teles de plasma? Cuánto fumamos y bebemos? A qué dedicamos el ocio? Nos vamos al museo, o a hacer senderismo, o preferimos los bares y las vacaciones en El Caribe? De qué nos quejamos? Protestamos por nuestro trabajo? Cómo nos tratamos en casa? Cómo discutimos? Qué lenguaje usamos delante de los críos para hablar de la vecina, del famosillo de turno, de nuestra pareja? Cómo nos referimos a nosotros mismos, y al sexo opuesto? Qué clichés abrazamos, asumimos y trasmitimos? Cómo nos encasillamos y encasillamos a nuestros hijos? En base a qué criterios? Cuántas cosas se hacen o no se hacen porque sí? Cuántas diferencias, roles, estereotipos, aficiones y conductas les enseñamos fundamentadas sólo en el sexo de cada cual? Cuánto tiempo les dedicamos a los enanos? Cuántas cosas hacemos con ellos? Cuándo y de qué les hablamos? Les escuchamos? Cuánto estamos dispuestos a escuchar sin juzgar, ni escandalizar, ni chillar? Cuándo les decimos que no y a qué cosas? Qué consejos les damos y cómo predicamos con el ejemplo? Qué límites les ponemos, qué les exigimos? Qué les damos a cambio de qué? Cuántos de nuestros errores son culpa del estrés, los nervios, los gases, la depresión, el insomnio, el cabrón del jefe, la asquerosa de la cuñada? Cuántos de nosotros tenemos síndrome de Peter Pan, que queda más fino e inocuo que "inmaduro", y además eso demuestra que no es culpa nuestra, ni nuestra responsabilidad, que si alguien tiene que arreglarlo no somos nosotros, porque no lo podemos evitar? Cómo nos justificamos? Qué excusas buscamos? Somos educados con los demás, en la calle, con la gente? Somos solidarios y comprensivos y cívicos? Respetamos las cosas ajenas? Cuántos prejuicios tenemos, cacareamos y transmitimos? Cómo de violentos y groseros somos al volante, en la renunión de la comunidad, con el director del colegio, con el ex, delante de la tele cuando echan la final de la Champion? Qué mensajes damos?

Conclusión: creo que hay un montón de preguntas que podemos hacernos sobre nosotros mismos para intentar entender muchas de las cosas que están pasando últimamente. Para darnos cuenta de que la "sociedad" no es la piedra filosofal ni nos es ajena. Que no siempre son los demás los que meten la pata ni los hijos de los demás los que están sin desasnar. Porque estamos muy dispuestos a condenar y clamar porque se castigue al otro. Pero son muy pocos los que miran hacia dentro y admiten que quizá no lo están haciendo del todo bien. Todos pensamos que mañana nuestros críos pueden ser víctimas de otros. Jamás se nos ocurre que también pueden ser verdugos. Ni mucho menos estamos dispuestos a que se les castigue por ello, pobrecito mío, mi ángel, la sociedad, el heavy, las malas compañías, la droga. Yo no. Mi hijo no.

Pura Magia


Son maravillosos. Indescriptibles. Son hechiceros, vuelan. Luz, color, nudos en el estómago, risas, lágrimas, música que embruja. Son pura magia. Gracias, Trasto. Otra vez.

domingo, 19 de julio de 2009

Por el amor de dios

Gracias, mamá, a ti y al cielo que me dejáis vivir aquí en tu seno.
Y luego nacer, y quererte fuera como te quiero dentro.
Hola, mamá. Hoy te he oído hablar. Tú discutías con una voz ronca.
Y luego llorabas, llorabas por mí, decías que yo sería un estorbo.
Qué tal, mamá? Aquí estoy otra vez, y te escucho de nuevo, discutiendo con él.
Y sin llorar me pongo a pensar que, si estás de acuerdo, ya no naceré.
Creo, mamá, creo en Dios y en ti. He sentido un pinchazo, me ha dolido y al fin
ya no naceré, ya no estorbaré. He manchado tu sangre, ya sé que me iré.
Adiós, mamá, rezaré por ti, aunque nunca te he visto. Hoy sé que, al fin,
ya no naceré, ya no estorbaré. He manchado tu sangre, ya sé que me iré.

Esto, lo creáis o no, es una canción. Una canción de campamento. Las monjas y los curas de mi colegio me la enseñaron a los diez años. A mí y a un montón de chiquillos más de mi misma edad. Ni siquiera teníamos la regla y ya nos habían aleccionado con versos ñoños antiabortistas. Cantábamos esta y otras canciones parecidas acompañados de guitarritas, junto al fuego. Una más de las divertidas y educativas actividades de verano. Una jauría de niñas que aún no usaban sujetador, y una panda de niños con acné que ni habían cambiado la voz, angelical coro provida a la luz de las estrellas. Nos enseñaban otras cosas muy pedagógicas: que las niñas que se dejaban coger de la mano o besar en la boca terminaban siendo señoritas de cuatro letras, y que si tu novio te pedía sexo era que ni te quería ni te respetaba. Que el sexo sin amor, o con amor pero sin bendición eclesiástica, te deshumanizaba, te equiparaba a un animal irracional, te degradaba como persona, te manchaba a los ojos de Dios, Él, que te quería pura y limpia. También nos hablaban del incondicional amor del Altísimo, y recuerdo que celebrábamos la fiesta del perdón, con confesiones obligatorias, misa, comunión y luego chucherías. Y tampoco he olvidado que si te pescaban hablando por la noche, o a solas con alguien del otro sexo, te tenían toda la noche al fresco, descalzo y en pijama, cortando malas hierbas con las manos, o acarreando piedras desde el río para rodear con ellas los arbolitos, o te llevaban a un monte cercano y te dejaban allí para que volvieras por tu cuenta en mitad de la oscuridad. Porque Dios quizá perdonaba siempre, pero ellos no. Ellos eran una banda de nazis reprimidos, de enfermos asquerosos.
La cancioncita del aborto me aterrorizó durante años, muchas niñas llorábamos al cantarla. Aunque parezca increíble recuerdo con cariño aquellos años, por los muchos amigos que hice, lo bomba que lo pasábamos jugando, y, sobre todo, porque inconscientemente fuimos gestando una rebelión que explotó en la adolescencia y que provocó un último campamento de insubordinación en el que ya no nos callamos, no nos dejamos castigar, provocamos deserciones en los mandos y hasta nos llevamos la victoria moral de la disculpa de otros. Así que, al final, resultó bastante instructiva la experiencia. Hoy jamás dejaría la educación de mis hijos en manos de curas de esos que no miran a los ojos, que hablan suavones y condescendientes y que sientan a niñas de trece años en sus rodillas para preguntarles si se tocan por la noche. Ni en manos de monjas recalentadas y envidiosas de las que te tiran del pantaloncito de verano y te espetan que cómo no va a haber violaciones, si vamos por ahí provocando, desfachatadas como fulanas. Dudo que hoy ninguno de los que padecimos la manipulación repugnante de aquellos santos hombres y mujeres accediéramos a que educaran a nuestros hijos semejantes ejemplos de bondad y de solícito amor hacia fetos, niños, adolescentes y personas en general.

miércoles, 15 de julio de 2009

Una historia del Bronx



Siempre me han gustado las pelis de gangsters. No sé muy bien por qué, la verdad. No me entusiasma la violencia, los métodos de los clanes me horrorizan, detesto la prepotencia y el abuso al débil, la extorsión y la corrupción me parecen repugnantes, y, básicamente, me asquean el machismo, la horterez manifiesta, la ostentación descarada y la escandalosa hipocresía tan típicas todas ellas de este mundillo. Desapasionadamente, el mafioso (sea matoncete de tres al cuarto o Don) me da un cierto tufo a papagayo presumido, a soberbio insufrible, a cabrón sin entraña, a impenitente avaro, a chulo putas. Y hasta a medio analfabeto, a paletazo con pasta. Un capullo integral, pero con armas y con pasta. Un imbécil con ejército. Un gilipollas peligroso al que se teme y se odia.

Y, sin embargo, el asunto me fascina. Me fascinan sus historias, sus lealtades (o intereses), sus traiciones, sus chanchullos, su curiosísimo sentido del honor (para lo que les conviene, claro), y también, debo confesarlo, su inteligencia. Porque quiero creer que ningún mindundi llega a manejar hilos en semejante guiñol. Se queda de recadero o de matón de tres al cuarto. Mal que me pese, he de admitir que quien manda sabe usar la cabeza. Dónde estaría la mafia si no? En el imaginario, en las pelis, en las novelas. Poco más.

Pero no pretendo hacer una tesis sobre el tema. Por ignorancia y por pereza. Lo poco que sé se me antoja demasiado complejo de explicar. Lo único que pretendía, en realidad, era confesar mi sorpresa ante una pequeña historia del Bronx. Compré el libro no hace mucho (para algo tiene que servir la Semana Negra de las narices. Cuatro puestos de libros, un par de exposiciones fotográficas, charlas con escaso público y diez mil casetas de fritangas, bisutería, cacharros y coches de choque. Pura cultura). Lo dicho, que me hice con el libro. Un guión de Chazz Palminteri. Eso me llamó la atención, así, de repente. He visto la peli varias veces y no se me escapa que el susodicho no sólo interpreta a Sonny, sino que es el culpable del guión. De la historia. Y de repente (no se me había ocurrido hasta hace unos días, justo al terminar el libro) me pregunté si esa C de Chazz no sería de otra cosa. Si Chazz no sería un mote nacido a raíz de otro más escueto. "C". La edad coincidía también. Es decir, era mera imaginación? O era autobiográfico? Y resulta que sí. Calogero Lorenzo Palminteri, más conocido como "C". O Chazz. Ese niño, ese chaval, es Chazz. Ese Lorenzo, ese chofer de autobús honrado, era su padre. Y esa historia del Bronx era la suya.

O no. Quizá hay mucho de invención en ella. Quizá Chazz no vio morir a un hombre a sus nueve años ni encubrió a un mafiosillo de barrio al que interpretaría años más tarde. Quizá no vio morir a sus amigos de la infancia, esos que de repente le parecían tan simples y estúpidos, pero que eran sus amigos, al fin y al cabo. Quizá no protagonizó una imposible historia de amor entre el Romeo italoamericano y la Julieta afroamericana, escandalizando ambos a sendos barrios, a sendos ghettos, a sendas culturas enfrentadas. No lo sé, pero es curioso de todos modos. De alguna manera existió ese Calogero. Existe, de hecho. Se llama Chazz Palminteri. Y, vaya usted a saber, lo mismo fue aspirante a mafioso, dividido entre la honradez de un padre pobre y la fascinación por el capo que le apadrinó. Lo mismo es verdad (o no) que logró sacar lo mejor de ambas escuelas. El instituto y la Universidad de la Avenida Belmont.

jueves, 9 de julio de 2009

Solicita como puedas


El lunes por la tarde me avisa una persona cercana de la existencia de unas maravillosas ofertas de trabajo. Se necesitan curreles de lo mío (de lo primero mío, no de la cosa masajística) en una asociación de probada solvencia (ole, qué novedad, estos no se quedarán sin presupuesto, al menos) y para un contratito de un año máximo (lo de siempre). A postular tocan.

Primero busco las ofertas susodichas en la página de empleo de dicha entidad. Nada. Cero. El plazo de solicitud finaliza el jueves, no comprendo cómo es que no existen noticias al respecto. Al menos oficiales. Ergo deduzco que, efectivamente, no es que haya que tener padrinos para conseguir un curro, es que hay que tenerlos incluso para enterarte de que lo ofrecen. Fantástico. Cuántas personas no tendrán la menor idea de estas ofertas? Cuántas veces sería yo la que no se enteró? Calculen.

Mi confidente no tiene internet en casa, así que se planta en un ciber y empieza a enviarme correos con los impresos en cuestión. Tampoco se explica dónde hay que entregar dichos impresos. El chivato tira de contactos (porque los tiene, que si no, de qué) y me informa al cabo de una tensa espera. Vetusta. Bien, pillaré el alsa. No hay problema. Decido poner bello mi currículum y añadir una reciente experiencia, pequeña pero interesante, porque tiene mucho que ver con la entidad de marras. Horreur. No tengo impresora, claro. To dios está de vacaciones. No sé dónde hay un ciber en mi barrio. No importa, se compra una impresora y listo, así nos evitamos problemas en el futuro.

Ojeando la página de la requetenombrada entidad, descubro que prefieren a las personas recomendadas, es decir, las referencias vuelven a estar de moda. Glubs. Llamo a mi ex jefe (muerta de vergüenza, porque me matan estas cosas) y le pido el favor. Mujer, por Dios, faltaba más. Ahora mismo te redacto un hermoso informe. Pero mejor vente mañana a por él, porque cerramos ya en breve. Cómo no, señor mío, a sus pies. Al día siguiente agarro el autobús y vuelo a por las referencias. Otro paso completado. Regreso al hogar y me fijo, por primera vez desde la mudanza, en el flamante búho que adorna la fachada de la droguería del barrio. Buena señal, quizá? Intento meter mis divinas recomendaciones en la página web, pero no. Que así no vale. Que tengo que meter el nombre y el mail de mi ex jefe para que ellos mismos mismamente se encarguen de interrogarle sobre mi persona. Estupendo. Bueno, al menos me servirán para el puesto concreto que persigo.

Compruebo todos mis papeles y siento un pálpito. Más que un pálpito, una revelación. Qué tal si imprimo también la solicitud y la llevo debidamente cumplimentada? Eso haré. Datos, títulos, cursos, experiencia... todo puntúa. Tienen hasta baremos. Tantos meses currados, tantos puntos. Tantas horas de cursillos varios, a equis. Valdrá todo lo que pongo? Me descartarán cosas? Bueno, pongámoslo todo, ya cercenarán ellos. Llega el jueves. Cojo el autobús que me deja junto a la estación, cojo el alsa, volamos a Vetusta. Encuentro las oficinas de la entidad, y compruebo en mis carnes que las muchachas allí colocadas pasan de mí. Me hago notar. Me reciben. Y empieza la crisis.

"Así que sólo optas al puesto con referencia 17?" Ein? A ver, había dos puestos: uno de diez horas semanales y otro de veinte. Prefiero el de veinte, la verdad. "No, es que para las veinte horas hay tres referencias distintas". Perooo... cuántos puestos se ofrecen? "Pues no lo sé, pero hay tres referencias". Peroooooooo... si las horas, el sueldo, el cargo y todo lo demás es lo mismo... "Pero es que está organizado así. Si quieres más opciones tienes que presentarte a las tres referencias. Una solicitud por cada una". Toma ya. Menos mal que me he traído mi copia impresa y cubierta. "No has sumado los méritos". Eeeeeh, nop. Creí que eso lo hacíais vosotros, yo no sé qué me vais a dar de paso y qué me vais a descartar. "Pero tienes que sumarlo tú y anotarlo. Luego nosotros ya vemos". Vaaaale, entendido. Pues entonces necesito más copias para las otras referencias. "Creo que hay un kiosco en la esquina con fotocopiadora". TOMA YA. No te dan las instancias!!! Claramente vi la luz cuando decidí imprimirlas, más aún cuando compré la impresora!!! Pueees, nada. Voy al kiosco ese. "Ah, por cierto, un currículum por cada referencia. Y mejor date prisa, que el plazo termina en una hora, bonita".

Vuelo al kiosco. Entrego mis papeles. Deme copias de TODO. Varias. La máquina se atasca. Lo juro. El señor se pelea con el engendro de satanás. Salen las copias. Vuelo a una cafetería. Me tomo una tónica mientras relleno cual posesa. Referencia 18... curso de animación sociocultural... mmmm... sí, informática... 0,4 por 15 meses curraos... más la formación y me llevo una... lo tengo, lo tengo. No, no lo tengo. Me falta un papel. Pago, vuelo al kiosco. Oiga, que me falta una copia!!! Ah, pues sí, está aquí, perdona, maja. Traigapacáquelomat... esteeee... nada, nada, no se preocupe. Apuf, apuf, yastá, señorita, lo he conseguido. Y, además, traigo unas estupendas referencias que... "No se admiten referencias". Sin comentarios. Las piden, sí, pero no se admiten. Ni en la web ni en persona. Fale. Las 11:45. Menos mal que decidí venir con tiempo de sobra. Yo, la Emperatiz del Último Segundo. Respiro. Vuelo a la estación. Al baño, concretamente (me meo, me meooooo!!!) Din, dan, don, dingggg!!! "Autobús procedente de (añádase el lugar de residencia de mi confidente), dársena no sé cuántitos". Otra señal?

Subo al alsa. Salimos. Me fijo, pasmada, en que todo el mundo lleva puesto el cinturón. Albricias. Se ha concienciado toda la población menos yo? Procedo a ponerme el mío. No funciona. He recorrido esa autopista un millón de veces, pero nunca me había sentido inquieta. Maldita superstición. Nervios. Mantras. Mujer, ya sería casualidad. Pero ah, amiga, las casualidades existen. Frenazo descomunal, quejidos de la peña, salgo cuasi despedida del asiento, pero me agarro a tiempo. En lontananza humean las chimeneas de la fábrica del Trasto. Los hados del Acero me salvan. Yupi. Llegamos a Gigia. Cartel gigante en la rotonda. Nuevas viviendas cerca de mi barrio, que sigue creciendo. Promoción. Un nombre. Uno de los muchos nombres con que bautizaron estas tierras los diversos conquistadores. El mismo nombre que ostenta el certamen literario al que llevo días dudando si presentarme. De nuevo señales del cosmos? Vaaaale, me presentaré. Por fin estamos en mi pueblo. Cojo el autobús. Media hora de reloj en atravesar una avenida. Jueves. La manifa de rigor. Atascos. Ole, ole, las fuerzas del orden! (Jamás me había alegrado de verles) Las fuerzas prescinden de poner orden en el caos. Me restrego los ojos. Pero sí, en efecto, están charlando en una esquina. Pitidos, frenazos, broncas. Ellos ríen, encantados de haberse conocido.

Llego a casa, saco a la Fújur, hago la comida. Llega el Trasto, zampamos, nos contamos las mañanas. Tecleo un rato. El sofá me envuelve con sus cánticos. Es el descanso del guerrero. Misión cumplida. Y, ahora, a esperar.