viernes, 29 de junio de 2007

Cuando empecé a ser Lenka


Había un chico guapo. Puntualizo, Momo, porque generalmente a mí no me gustan los guapos. Sí, me gusta mirarlos, pero no suelen ponerme la cabeza del revés. Pero éste, sí. Éste apareció un día en el patio del instituto (él ni siquiera estudiaba ya) con una guitarra. Y, apoyado contra un muro y en compañía de otro aún más guapo, empezó a cantar a Silvio. A muchos metros de distancia, yo intentaba meterme a Kant en la cabeza. Pero claro, no era fácil. Tenía la cabeza llena de Gotas de Rocío. Después llegó el tercero, que nunca me pareció guapo, pero que era la leyenda indiscutible de aquellos lares. Digamos que, a pleno sol, disfruté de la exclusiva del trío ganador. El chico guapo me hizo un gesto para que me acercara y yo, tan resuelta otras veces, sentí los nervios adolescentes de "aquella que ha sido mirada por las leyendas vivas". Mientras caminaba, fingiendo soltura, hacia mi fatal destino, procuré pensar en algo ingenioso que decir. Finalmente sólo ésto salió de mi boca:

- Cualquiera estudia filosofía con vosotros tres aquí...

En fin, Momo. Dieciséis años. ¿Qué esperabas?
El chico guapo sonrió (y todo era sol, y pajaritos, y mariposas de colores y toneladas de almíbar) y dijo:

- También puedes estudiar más cerca.

Sencillo y eficaz. No estudié, evidentemente. Ni fui a la primera clase. Me quedé con ellos, canté con ellos, reí con ellos y ya no hubo más chicos en el mundo que el chico guapo. Fui a la segunda clase, pero sólo por el maligno placer de contar a mis compañeras mi aventura. Les conocía. Oficialmente. A los tres. Había conocido a Alejandro (gritos de emoción, aunque a mí me daba lo mismo), a Dani (más gritos de emoción, y esto sí que lo entendí) y a Marcos (no recuerdo si hubo gritos, pero yo saltaba y era suficiente)

Y entonces, Momo, entré en la élite. Lo que significaba que, cuando me veían, me saludaban. A veces, incluso, me hacían un guiño. En el instituto había una pandilla absurda de nefastos estudiantes metidos en política. Algunos, de hecho, es que ya no eran ni estudiantes. No importaba. Cantaban a Silvio, discutían, iban a las manifestaciones y resultaban mucho más interesantes que los demás. Ahora miro atrás y distingo perfectamente el grano de la paja. Mucho listo que se aprendió de memoria cuatro frases rimbombantes. Mucho revolucionario con boina del Che frotándose las manos ante tanta florecita boquiabierta y suspirosa. Pero fue divertido. Prescindo de intentar explicarte la organización sentimental de aquel club. Sería imposible. Todos estaban con todas y viceversa. Reinaba la anarquía (bonita paradoja!) Nunca supe de celos ni de peleas. Bastante tenía ya con escucharles, aprender de ellos (porque incluso de los Panfletos Andantes aprendí algo, no digamos de los honestos) y pelear con mi madre, aterrada ante esas nuevas amistades mías, de aspecto zarrapastroso. Yo la comprendo, Momo. Había chicos de 22 años! Algunos vivían solos! Habían dejado de estudiar! Horror!

Como de costumbre, conté con mi padre para todo eso. Me alcahuetó docenas de veces para escaparme, para ir a las manifas, para quedarme a dormir con ellos en aquel piso de Cimata que parecía el camerino de los Hermanos Marx, donde la gente charlaba, fumaba, cantaba, bebía y se enrrollaba por doquier. Fueron tiempos divertidos. Y fui una Santa. Miraba, escuchaba, aprendía y me moría de risa. Y seguí estudiando, y fui a la universidad, y no me eché a perder, mamá. Y aún conservo a alguno de aquellos amigos. Y adoras a alguno de ellos (aunque quién osaría no adorar a Guaja?)

El caso es que, por entonces, el Príncipe me dejó viuda. Y, lo curioso del asunto, es que Marcos se le parecía más de lo que te puedas imaginar, querida Momo. Al menos físicamente. Y por Silvio. Así que hubo besos. Lo malo es que yo tenía un Escudero fiel, que resultó ser más fiel de lo esperado. El mejor amigo, el hermano. Ese chico del que jamás se sospecha que te quiere, mucho menos que es mentalmente inestable y un manipulador de primer orden! Y Marcos, para terminar de complicar las cosas, tenía a su propia Damisela. Y ella estaba aún peor de la azotea. Sería muy largo y aburrido relatar la serie de conspiraciones que urdieron aquellos dos, cada uno por su lado y, sospecho, uniendo sus maquiavélicas mentes. Y yo era una estúpida confiada. Y Marcos no era mucho más listo. Y, como suele ocurrir, todo acabó antes de haber empezado.

Años después, no sé cómo, volvimos a hablarnos, a sonreír e incluso a cantar a Silvio. Pero ya no era lo mismo. Y, de repente, se organizó una fiesta y él apareció. Y esa noche, se quedó. No sé si él también sentía que debía sacarse la espinita, como me pasaba a mí. A lo mejor fue el ron, sin más. El caso es que tuvimos nuestra noche y pude cerrar ese capítulo. Cuando supe que, de todas las adolescentes de mirada lánguida, había sido Guaja la única capaz de conquistarle, sólo pude reír y dedicarle un brindis mental. Guaja, claro, quién si no? Pero no me alegré por ella, sino por él. Porque se las había arreglado para pescar a la mejor de todas. Al final no era tan tonto como yo pensaba! Y bueno, como suele pasar en esas infumables comedias románticas, yo tuve mis diez años de vino, rosas y espinas con su amigo. Y Guaja y Marcos tuvieron lo propio. Y ahora que ni ellos están juntos, ni nosotros, ahora que ella y yo somos aún más amigas, y lo recordamos, y ellos entran y salen de nuestra vida (más el mío que el suyo, aunque el suyo tiene cada aparición estelar como para morirse de risa), ahora que cada uno de los cuatro sigue su propio camino, aunque nos tropecemos todos todavía, le recuerdo como mi gran amor del instituto. Que no fue tal, por supuesto, pero lo fue para mí. Hace demasiados años que no me brinca el corazón cuando le veo. Pero todavía sonrío, y me gusta ver que él sonríe también. Que aquellas tragedias se quedaron en nada. Nunca tuvimos una charla sobre lo que pasó, y durante mucho tiempo me lamenté de eso. Ahora no me importa, porque ya no hace falta. Es suficiente con entrar en el café, pedirle un mediano a Guaja y decirle:

- Acabo de ver a tu ex. Cada día está más bueno.

Y que ella ponga los ojos en blanco y me cuente la última batallita. Ahora nos reímos, Momo, y es suficiente. Mis amigos empezaron a llamarme Lenka en el instituto. Nunca sentí ese nombre como mío. Pero él lo dijo una vez. Y desde entonces, es mi nombre.

8 comentarios:

Anónimo dijo...

Coño, esto si que no me lo esperaba. Es precioso Le, sobre todo lo que dices de mi, muchas gracias. Has conseguido algo inimaginable, me voy a currar con una sonrisa.
Gracias, mil gracias Le.

Guaja

Anónimo dijo...

Que bonitoooooooooooo!!!!!!!!!!!

Espero que pronto yo pueda pensar así de mi ex.

Un beso. os quiero.

Marechek.

Lenka dijo...

Bueno, en mi caso es fácil, Rubia. No es mi ex, es el ex de Guaja.

;-)

Pero sí, ya verás cómo lo consigues!! Guaja, me encanta que te haya hecho sonreír. Besos a las dos!!!

Anónimo dijo...

Creo que nunca te he visto desnudar tu vida asi. No se porque pero estas cada vez más coelhista, no se si es porque te conozco más o porque estas cambiando, pero me gusta. Un beso,

Alatesta ;)

Celadus dijo...

Pues sí, es muy de agradecer esta confesión de sentimientos y experiencias porque a los que te conocemos menos nos ayuda a entenderte mejor. Supongo que en la vida de todos hay experiencias similares en el aspecto amoroso, pero no ha dejado de hacerme gracia el verme parcialmente identificado en alguno de los personajes. Porque con una guitarra y por Silvio fue como mi mujer se enamoró de mí. Al parecer es un cebo irresistible -lástima no haberlo descubierto antes, jajaja-. en cualquier caso, desde entonces llevamos juntos 15 años, así que no debo haberlo hecho tan mal :)).
Muchas gracias, Lenka.

Lenka dijo...

Me temo que sí, Alatesta, que me estoy volviendo cada vez más coelhista. (Socorro!!) ;-)

Celadus, está claro que Silvio ayuda, pero seguro que tú tienes méritos más que de sobra!!

Besos, chicos.

Anónimo dijo...

Gracias,Len ;-)
_______________Alberich.

Lenka dijo...

Gracias a ti. (Y quiero dártelas muchas veces. No te atrevas a quitarme la ilusión!)