miércoles, 18 de junio de 2008

La caja de los fantasmas

Por fin, la encontró. Era la casa de su vida, tal y como aparecía en sus sueños. Con el amplio ventanal en el salón, las puertas de cristal, el jardín lateral con el sauce llorón, el cenador cuajado de flores trepadoras, la mesa de piedra, las losetas, el columpio, el capricho excéntrico del laberinto de setos, el invernadero… Era aquella. Con su cocina antigua de casa de campo, su despensa, la escalera principal y la de servicio, sus techos altos, sus pasillos interminables, sus habitaciones comunicadas, su desván. Con la terraza redonda sobre el acantilado. Era aquella, y no otra.
Lo vendió todo. El piso, el coche nuevo, todo. Reunió cuanto dinero pudo conseguir y la casa fue suya. Le dijeron que estaba loca, por supuesto. No esperaba otra cosa. ¿Cómo podían entenderlo? ¿Cómo podían entender que era aquella casa, precisamente aquella, la que se repetía en sus sueños desde la infancia, como un recuerdo remoto, la que había estado esperando sin demasiada fe, la que, finalmente, el azar quiso ponerle ante los ojos, en la fotografía de una revista atrasada sobre la mesa de la sala de espera de un dentista? Era aquella. Y ahora, era suya. Su casa.

La mudanza, siempre tarea engorrosa, le pareció casi divertida, un juego de niños, el trámite ineludible que debía soportar. La organizó con deleite, ansiosa, con los nervios de la novia primeriza. Ya falta menos, se decía impaciente, feliz. Ya falta menos. Tuvo la previsión de utilizar todas las cajas, excepto una. Esa última la dejó abierta en mitad del salón desnudo. Recorrió las habitaciones, acariciando las paredes, despidiéndose de su piso en el centro.
- Está bien, llegó la hora – dijo a los fantasmas -. Creedme, he sido muy feliz en vuestra compañía, y os agradezco de corazón que me hayáis acogido tan bien en vuestro hogar. Pero tenéis que entenderlo. Es esa casa. Esa, y no otra. Seguro que lo comprendéis. De todas maneras, y por si alguno quisiera acompañarme, he dejado una caja vacía en el salón. Me llevo en ella los recuerdos más hermosos de esta casa. Pero, seguramente, queda hueco para vosotros. Iréis un poco apretados con el primer libro, la primera noche de insomnio, la primera cena, aquel brindis, los ratos con amantes ocasionales, aquella pelea terrible y el abrazo de la reconciliación. En la casa, eso os lo prometo, habrá sitio para todos. Es grande, vieja, hermosa, llena de rincones, de oscuridad y de luz. Si queréis permanecer aquí, no os culpo. Son muchos años, es vuestro hogar. Pero aquel, entendedlo, es el mío. Me encantaría compartirlo con vosotros, en pago por vuestra acogida, por las bromas, por la paciencia, por las manos que me arropaban cuando dormía. Pensadlo con calma mientras guardo en la caja el último café.

La primera noche, rodeada de maletas, muebles desmontados, pilas de libros y ropa arrugada, acampó a oscuras junto a la chimenea, cubierta con una manta, bebiendo vino, fumando y mirando la danza del fuego. El mar batía fuera, contra las rocas, las estrellas cuajaban el cielo, la luna se colaba por el ventanal y todo era perfecto. Suspiró aliviada al escuchar el cuchicheo de los fantasmas. Habían decidido seguirla, y, probablemente, curioseaban por todas partes, presentando sus respetos a los espíritus que se iban encontrando. No le preocupó tal encuentro. Los fantasmas siempre se entienden entre ellos, al contrario que los vivos.
No soñó con la casa. Nunca más. Ya la tenía, era suya. Ahora el sueño era otro y se repetía obstinadamente, como cabía esperar. Ella estaba en el jardín, paseando por el laberinto. No buscaba nada, pero sentía que algo la buscaba a ella. Al doblar una esquina, aquellos ojos azules lo llenaban todo. “Por fin te encuentro”. Y eso era todo. Despertaba de buen humor, canturreando. Los fantasmas reían, pero no querían contarle sus secretos.

La gente del pueblo era agradable. Apenas les veía, también era cierto. La casa estaba muy alejada, así que sólo una vez por semana se acercaba a la civilización a hacer compras. Alguna vez pasaba por el café.
- ¿Se encuentra a gusto en la casa? – solían preguntarle -. Allí, tan sola… ¿No tiene miedo? ¿No se aburre?
Quizá tampoco ellos la entendían, pero al menos no la trataban de loca.
La dueña del café le gustaba especialmente. Una mujer grande, llena de energía, incansable y de lengua afilada.
- No sabes cómo te envidio. Si yo pudiera… mandaría al cuerno a toda esta banda de pelmazos y también me iría al fin del mundo. Sola. Con aguantarme a mí, tengo suficiente. Ya lo creo que sí.
Pero siempre reía. Siempre.
- ¿Te da problemas la casa? – le preguntó una tarde -. Es bastante vieja, y a veces las cosas se niegan a funcionar. Mi hijo es bastante hábil. Le diré que se acerque un día, si quieres, y que eche un vistazo. Puede arreglar cualquier cosa. Lo que sea.

Ni siquiera lo recordaba la tarde que se decidió a explorar el laberinto. Oyó los bocinazos de un coche y trató de salir. Pero se había perdido. Soltó una carcajada. El laberinto era pequeño, apenas un juego de niños. Pero su nefasto sentido de la orientación podría hacer que se perdiera en su propio dormitorio. Se lo tomó con calma y giró a la izquierda. Casi tropezaron. Seguramente, él sonreía, pero apenas se fijó. Sólo veía los ojos azules.
- Por fin te encuentro.

9 comentarios:

Lenka dijo...

Este cuento lo escribí el 28 de marzo de 2007. Jamás imaginé que sería tan premonitorio.

Besos para todos, vigiladme a los Búhos!!!

Salem6669-Satori6669 dijo...

Pues entonces he de decir que no lo has escrito tú,
lo ha escrito la Bruja, ;oP
así que me da que hasta ella está conforme con todo
y me alegro.;o)

Esperando más cartas a los Búhos y más cuentos como éstos (Precioso Len)
aunque los esperaremos con paciencia y buscando a los fantasmas de mi casa para que lean.

Besinos

Anónimo dijo...

Pásalo muuuuu requetebien corazón. Besitos muchos

Kaken dijo...

Ufff, me acabo de quedar desmanganillada en la silla, como si me hubiera dado un atracón de algo delicioso y ya decidiera parar, pero a disgusto...
Me ha encantado, incluso me identificaba mucho con la primera parte sobre la casa soñada (en mi caso se hizo realidad del todo)
Y, bueeeno, de ojos azules prefiero no hablar ;-)
Que disfrutes de tu viaje y que vuelvas a escribirnos desde la torre.
Más bes.

Alberich dijo...

guau!!

Rogorn dijo...

La gata ya no tiene miedo. Ya es una leona ;)

Lenka dijo...

Ya he vueltoooooo. Gracias a todos por vigilarme la Torre, siempre se puede contar con vosotros. Ya contaré qué tal el viajecito. Ahora necesito descansar de las vacaciones...
;-)

too_fast_manu dijo...

en ocasiones los sueños se cumplen y la verdad que ya vamos por dos meses, bueno casi tres y espero que muchos mas de materialización de sueños, por mi parte y espero que por la tuya tb.

cada dia me alegro más de haberte encontrado en ese laberinto que en realidad estabamos compartiendo sin saberlo...

un beso trasto.

Lenka dijo...

Hoy, a medianoche, es San Juan. Y por primera vez en mi vida no tengo la más remota idea de qué tres deseos le voy a pedir al fuego y al agua. No necesito nada. Lo tengo todo. Quizá le pida al santo que nos deje estar muchos, muchos años paseando juntos por el laberinto.

Besos, Trasto.