sábado, 12 de enero de 2008

Mate, filosofía, taquicardias y una caricia

La Guaja pasó la noche mateando con el Porteño, y ya, de paso, haciendo autopsias existenciales. No dudo de la sabiduría del flaco (cualquiera se atrevería a dudar escuchando tal convicción y viendo el brillo de esos ojos) pero también tengo claro que la fe no se puede transmitir. La sientes o no la sientes. Con este intento de metamorfosis que ando viviendo (o muriendo) me esfuerzo en creer. Nótese el matiz. "Me esfuerzo en creer", ergo, en el fondo, es evidente que no creo. Y que sé que no creo. Quizá por eso no me sirve. El Porteño dice que hay que creer de verdad, convencerse de que todo saldrá bien, desear las cosas sabiendo que ocurrirán. Y entonces ocurren. Podría darle la razón, podría decirle que, en efecto, seguramente mis historias acaban mal porque siempre estoy segura de que acabarán mal. Tan segura que me anticipo, que se me adelanta el miedo y la sospecha, que veo las sombras antes de que lleguen. Y terminan llegando. Los fatalistas no solemos equivocarnos.

Pero esta vez, lo juro, estaba siendo distinto. Esta vez me atreví a creer que era posible. No del todo, claro. Quizá me falló el porcentaje. Quizá no sirve con creerlo al ochenta por ciento. A lo mejor esta filosofía sólo funciona si crees ciegamente, sin el menor atisbo de duda. Pero cómo se consigue eso? Cómo se evita esa pequeña desconfianza? El Porteño está convencido de que su magia es infalible y funciona sencillamente alimentándose de su actitud positiva. No le permite un sólo resquicio a la derrota. Pero es así realmente? O es que él aprendió tal teoría a fuerza de que las cosas le salieran bien? Tiene suerte porque cree, o cree porque tiene suerte? Cómo se hace para creer que todo irá bien cuando nunca te pasó antes? En qué puñetas te puedes basar para creerlo? En que les funciona a los demás? De qué te sirve eso, realmente? Es una buena filosofía, es hermosa. Y estoy convencida de que al Porteño le resulta. Lo malo de las filosofías es que a cada uno sólo le sirve la suya.

Ayer tuve una reacción completamente estúpida y desmedida. Por un encuentro que duró apenas cinco segundos. Por puro azar. El cosmos (me canso de decirlo) tiene un sentido del humor peculiar, el hijoputa. Por qué sigues con esa cara? Por qué no te brillan los ojos, como me brillaban a mí? Por cosas así es por las que siento que no es justo. Pero claro, qué voy a decir yo? Deberías ir por la calle sonriendo y dando brincos. Yo lo hacía.

Hoy tocó un día de perros, me calé hasta los huesos, pasé más frío del que recordaba en mucho tiempo, me sentí agotada pero no logré descansar. Algo en mi cabeza se niega a dejar de dar vueltas. Pasé tres horas encerrada a cal y canto en el Torreón, calentita y a salvo en mi cama, con los ojos cerrados, pero sin que el sueño viniera.

Sigo echándote de menos, incluso en los detalles más idiotas. Ellas soportan mis silencios y mis caras, y me arrancan risas. Son lo mejor que tengo, sin duda. El Emperador está siempre cerca aunque esté lejos. Tengo la sensación de que nadie me entiende como él. Y hoy, un compañero de trabajo, un chico que me conoce hace apenas un mes, me hizo una caricia y me preguntó si tenía un mal día. "Estás muy callada, pareces triste". Me dejó boquiabierta por muchas razones. En primer lugar no me explico cómo alguien que sabe de mí poco más que mi nombre ha podido darse cuenta tan fácilmente de mi estado de ánimo. Para todos los demás no es raro. Acaban de conocerme, me toman por una chica silenciosa y nada más. Pero lo más insólito fue el gesto. Y la confianza, la sinceridad. Hacerme esa pregunta delante de los otros, sin que sonase a intromisión, ni a cotilleo, ni siquiera a indiscreción. Con una naturalidad pasmosa, sin ningún miedo, ningún disimulo. Yo sería incapaz de algo así, me resultaría violento, incómodo. De alguna manera envidio a la gente que no siente la necesidad de esconderse. Supongo que por eso ni se imaginó que podría resultarme desagradable responder a semejante pregunta en presencia de otros. Porque, seguramente, a él no le importaría lo más mínimo responder. Salí del paso aparentando despreocupación. No duermo bien últimamente (y, además, es cierto) La misma escena me habría indignado de ser otra persona. Estoy segura. Se me habrían erizado las púas, me habría sentido invadida, expuesta en la plaza mayor. Pero no fue otra persona, fue este chico, que transmite esa sensación de absoluta sinceridad, de ternura, de genuino interés por todo lo que le rodea. No hice justicia a su detalle contándole una mentira piadosa (ya me irás conociendo mejor, un erizo siempre es un erizo, te aseguro que no soy así por fastidiar), pero, aunque él no lo sepa, ni lo sabrá, le doy mil veces las gracias por esa caricia, por esa pregunta y por el tono de su voz. Sé cómo soy, lo asumo y me acepto. Cambio lo que no me gusta y no cedo en lo que creo que no debo ceder. Pero dios, qué bonito debe ser ir por la vida con esa franqueza, con esa bondad. Qué preciosa es esa gente (y qué rápido se les ve) que cuando pregunta "cómo estás?" es porque verdaderamente quiere saberlo.

Lo dicho. Que sigo echándote de menos. Y no por saber que es normal me jode menos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

No sé qué decir. Sólo que me he sentido totalmente identificada con tus palabras. El cosmos, ese cabronazo, y sus bromas. El echar de menos hasta detalles nimios. Lo difícil que es asumir esas filosofías que no nos resultan, y lo del huevo y la gallina: ¿qué fue antes: la fe en que todo iría bien o el que las cosas saliesen bien realmente y ello haga posible creer que seguirá siendo así?
Sería imposible explicar hasta qué punto me ha calado esta entrada. Has puesto por escrito muchas cosas que yo no sé o no puedo expresar.
Sólo espero de corazón que el dolor vaya suavizándose y salgas de esto reforzada y "renacida" -pero no dejes de ser como eres, por favor-. Sé que así será, y en el futuro saldrá bien, lo creas o no, con optimismo o sin él.
Un abrazo insomne y sincero desde la distancia . Carlota Bruner