jueves, 20 de diciembre de 2007

Los ojos de Rafa

El tío Rafa era hermano de la abuela Mila. El más guapo, sin duda. Un mocetón gigante, como su hermano Ángel (del que hablaré otro día porque sus historias no tienen desperdicio) No los conocí a todos y a algunos los recuerdo vagamente. Sé que eran ocho, hijos de María (hay una foto suya por ahí y asombra ver el poderío de aquella mujer de campo que se quedó viuda con todos sus hijos, que los sacó adelante sin una lágrima, que les obligaba a ir al baile cada domingo porque había que divertirse y que posa ante la cámara como una emperatriz) y de Julián (ese al que sacaron de casa a golpes y nunca más se supo, al que seguramente pegaron un tiro al borde del acantilado de Candás, o que estará en una de esas fosas comunes que no deben abrirse porque, para no recordar viejas heridas, al parecer es mejor mantenerlas sangrando toda la vida en silencio).

Casi todos tenían apodos, cosa muy típica en Asturias. Tan típica que, de hecho, en los panteones de muchos cementerios rurales, no aparece el apellido de la familia, sino el mote. Esta parte del clan, y así reza en el camposanto, eran los de "Corujedo". A saber por qué. Todo eran motes. El Ruan (qué significará eso?), El Hostio (cómo sería de bestia?), Colorín... Recuerdo a Maruja, la mayor, que hablaba en clave y era tan mística. La que se casó con un viudo y nunca tuvo hijos propios, pero sí a dos "fiastres" (hijastras). A Julio, el pequeño, sólo le vi una vez, en un funeral, pero es la oveja negra de la familia, así que no cuenta demasiado. Recuerdo a Ángel, por supuesto. Y a Rafa.

El hermano José murió en casa, enfermo de tuberculosis. Rafa se fue a la mili y volvió sin piernas. Una de sus botas le hizo una herida en el pie, pero él no se quejó. La herida se gangrenó y al final hubo que amputar la pierna. Lo malo es que los médicos congelaron también la pierna sana. Así que perdió las dos. Rafa era imponente y guapísimo. Tenía todo el pelo blanco, los ojos azules y un hermoso bigote al estilo Dalí. Se quedó a vivir en casa de su hermano Ángel y la mujer de éste, Tona, la Roxa (la Rubia). Nunca pudo trabajar en el campo, ni con el ganado, pero ayudaba en todo lo que estaba a su alcance y solía cuidar de sus tres sobrinos. Cuando María, la madre, murió, le dejó más dinero a él, para que pudiera mantenerse mejor. Julio montó en cólera y amenazó con matar al tullido. Ángel lo sacó a patadas de su casa y desde entonces ningún hermano volvió a dirigirle la palabra al pequeño.

Alguien, no sé quién, le hizo a Rafa unos banquitos de madera con tiras de cuero. Él se los ajustaba a las manos y así caminaba. Todos los niños de la familia sentíamos fascinación por él. Nos sentábamos a su lado, sobre los banquitos o por el suelo. Cuando yo tenía tres años, le pregunté con la naturalidad de los críos por qué no tenía piernas. Su respuesta fue inmediata: "Comiéronmeles los gochos" (Me las comieron los cerdos). Rafa siempre se lo tomaba todo a guasa. Excepto cuando uno del pueblo le llamó "medio hombre" en el bar. Conociendo el carácter de Ángel, calculo que habría hasta navajazos. La batallita está grabada en una cinta de cassette (mi abuelo Víctor siempre tuvo la bendita manía de andar con un magnetófono por todas partes, y gracias a él conservamos las voces de muchos de ellos, incluso de María, mi bisabuela) en la que ambos hermanos relatan el suceso aderezado con todo tipo de blasfemias, mientras la tribu se parte de risa y el siempre beato Víctor reprende sin convicción a sus dos cuñados.

Rafa fumaba tabaco de liar, comía como una bestia (quizá pensaba que ya había renunciado a demasiados placeres en la vida, así que, por qué renunciar a los otros) y pesaba como cien kilos incluso sin piernas. Vivó 63 años y murió como un Rey, y dando la nota. En mitad del banquete de boda de mi tía Meme, su sobrina, la hija de mi abuela Mila y de Víctor, una de las hermanas de mi padre. Recuerdo cada detalle de ese momento. Quizá por eso nunca he tenido miedo a la muerte, quizá por eso nunca me ha impresionado despedirme de los míos. Yo tenía seis años entonces y aquella noche no podía dormir. Cuando me explicaron que Rafa estaba en el cielo, me quedé muy tranquila y volví a la cama. Mientras tanto, en el tanatorio, mis padres y mis tíos intentaban en vano meter a Rafa en su ataúd. Y no cabía. Su espalda y sus brazos eran tan inmensos, que no había manera. El féretro sobraba de largo, pero faltaba de ancho. Tras varias maniobras, resoplidos y sudores, alguien soltó: "Joder, Rafa, nos estás dando la noche". La tensión se esfumó. Todo el mundo se partía de risa, incluyendo a los pobres empleados de la funeraria, que llevaban un buen rato mirando aquella escena boquiabiertos, luchando por mantener el tipo, sofocando risitas nerviosas, convencidos, seguramente, que aquello era lo más macabro y surrealista que habían visto en su vida.

Rafa tuvo una vida curiosa y una muerte curiosa. En mi clan contamos historias, miramos fotos, escuchamos cintas viejas, reímos y lloramos en los funerales (a veces incluso nos emborrachamos) y mantenemos presentes a los que se fueron. Hay aventuras tan estrambóticas como esta. Muchas más. Irán saliendo, sin orden ni concierto. Pero la de Rafa tenía que ser de las primeras. Me gustaría que, algún día, uno de mis hijos tuviera sus ojos.

4 comentarios:

Rogorn dijo...

Juas, qué gozada. Cuando acabes, te va a quedar que ni pintado.

Alberich dijo...

Joder,Len!
que peaso historia!!!

Lal dijo...

Por dios Len, hasta cuando puedes seguir subiendo el nivel??? espero cada entrada con el mismo ansia que la salida de Festín!!!

Lenka dijo...

Mil gracias, chicos! (Emoticon coloradito)

Cuestión de suerte: haber nacido en una familia inmensa con historias de lo más surrealista. Me lo ponen muy fácil. Ya lo iréis viendo.

;-)