jueves, 20 de diciembre de 2007

Amores que matan


En otras entradas me ponía yo pseudofilosófica e intentaba (por supuesto en vano) desentrañar los misterios del amor, esa emoción tan curiosa que puede llevarnos a lo más alto y a lo más bajo, que puede inspirar la mayor generosidad o alimentar la posesión más vil, que nos completa o nos anula. Porque hay muchas clases de amor. O quizá no. Quizá es, sencillamente, que somos muchos y muy diversos (mi abuelo dixit) y cada cual vive sus sentimientos como puede, como quiere, como le dejan, como le enseñaron.


Podríamos jugar a etiquetar a los diversos tipos de "amantes". Las posibilidades serían infinitas. El entregado, el cobarde, el generoso, el avaro, el celoso, el prudente, el apasionado, el fugaz, el idealista, el calculador... Supongo que depende de cada cual, y también del que está al otro lado, de cada historia, de cada momento. Imagino también que se nos podrían aplicar múltiples etiquetas complementarias, e incluso algunas completamente contradictorias. Pero a eso jugaremos otro día. El grupo que hoy me interesa es el de los vampiros. Y no, por una vez no tiene nada que ver con el rollo gótico que tanto me gusta. Vampiros es la palabra que uso para aquellos que matan de amor, para los que asfixian, para los que exprimen hasta tu último aliento, para todos aquellos que entienden el amor como una cadena indestructible, para los que osan amar aplastando al compañero, necesitándolo con tal ahínco que asusta, convirtiéndole en su única razón para vivir. Es posible que a ellos, a los vampiros, les parezca de un romántico sublime. A mí, francamente, me aterroriza. Uno de estos vampiros resultó ser, al mismo tiempo, un ilustre personaje de las letras de este país. Su compañera, Zenobia Camprubí, le entregó, literalmente, su vida entera. Dado que en aquellos días no se esperaba otra cosa de una mujer, al menos no pasó a la historia como mujer mala. No pasó a la historia, ni para bien ni para mal. Fue olvidada, como tantas otras. Permitidme que la rescate del olvido y que la incluya en mi sección de "Mujeres Malas". Porque creo que fue nefasta para sí misma. Porque es el ejemplo perfecto del amor menos recomendable. Porque su historia me parece terrorífica. Y, finalmente, porque si en su día nadie se maravilló de su enorme sacrificio, ni mucho menos la animó a romper aquella amorosa y mortal cadena (lo dicho, eran otros tiempos) yo no puedo evitar la tentación de escribirle unas letras, prometiéndole que, si alguna vez doy con una mártir como ella, seré lo bastante atrevida e impertinente como para ponerle un espejo delante. Y ofrecerle mi mano. Y dejarla en paz si me asegura que la esclavitud es su elección. Porque, al fin y al cabo, eso es la libertad, aunque a veces nos cueste entenderlo.


Zenobia Camprubí era una niña bien, con estudios, que había viajado, trabajado como profesora en Estados Unidos, con inquietudes literarias. Conoció a Juan Ramón Jiménez y éste se enamoró de ella al instante. Zenobia no quería casarse. Consideraba que los españoles eran machistas, y que Juan Ramón, además, era un tipo gris, triste, algo neurótico. Él le escribió cartas apasionadas, le habló de sus proyectos como escritor, le aseguró que juntos harían grandes cosas, traducirían grandes obras, escribirían. Y Zenobia, ilusionada ante la posibilidad de cumplir sus sueños, aceptó. Jamás volvió a escribir, salvo por las anotaciones de sus diarios. Juan Ramón era, en efecto, un tipo peculiar. Hosco, huraño, paranoico, posesivo, lleno de terrores, hipocondríaco, maledicente. Alberti, Guillén, Neruda, Salinas... su lista de enemigos era extensa. Cernuda llegó a compararle con Jekyll y Hyde, afirmando que era "una criatura ruin". Juan Ramón vive obsesionado con la muerte, y con la idea de crear una obra perfecta que le trascienda. Escribe y destruye con obstinación. Acumula periódicos viejos, cierra a cal y canto las ventanas, se vuelve cada vez más maniático. El matrimonio se exilia a Cuba. No tienen dinero y malviven en un pequeño cuarto de un hotel modesto. Cuando Juan Ramón escribe o descansa, no tolera el menor ruido, así que Zenobia debe permanecer sentada en el baño, encerrada y en silencio. Cada día recuerda a su familia, que vive en Estados Unidos, y a la que hace veintiún años que no ve. Cada día planea su viaje desde La Habana. Y cada vez debe anularlo porque Juan Ramón se niega a ir y también a quedarse solo, con lo enfermo que está. Zenobia tiene un quiste en el vientre, pero su marido no le consiente operarse. No está dispuesto a quedarse solo mientras ella esté ingresada. Al cabo de los años, le diagnostican un cáncer de útero. Le aconsejan viajar a Estados Unidos, para tratarse. Zenobia es operada en Boston con éxito, pero unos años más tarde, viviendo en Puerto Rico, el cáncer se reproduce. Juan Ramón está enfermo, como siempre. Sus ingresos en sanatorios mentales son cada vez más frecuentes y no deja de reclamar la presencia de su mujer. Zenobia decide intentar un tratamiento en Puerto Rico para no abandonarle. Los resultados son devastadores. Cuando finalmente viaja a Estados Unidos, le comunican que le quedan tres meses de vida. Tras recibir la noticia, Zenobia regresa junto a su esposo para poner en orden sus papeles y esperar la muerte junto a él. Juan Ramón enloqueció de pena, tuvo que ser ingresado definitivamente, no volvió a escribir y le sobrevió solamente año y medio. En algunas de sus notas, se refiere a Zenobia como "su musa" y "la mujer más completa del mundo". Quizá por eso y por la dedicación incondicional de Zenobia, fueron considerados durante mucho tiempo como una pareja idílica, un matrimonio ideal, un ejemplo de amor. En 1991 se editaron los diarios de Zenobia y la realidad salió a la luz. Páginas y páginas de angustia, de frustración, de agotamiento, palabras de una mujer que quería escribir y sólo escribió sus penas más íntimas, palabras de un ser humano que claudicó, que se anuló por completo y se dejó vampirizar, palabras sobre una clase de amor enfermizo y destructivo, un amor aplastante y egoísta, palabras sobre una relación entre el negrero y la esclava, sobre el extraño vínculo de interdependencia feroz que, curiosamente, todos, incluso ellos mismos, definieron como "amor".


Hay proezas que son muy tristes. Hay heroísmos trágicos. Hay libertades que se forjan como eslabones de una cadena que uno mismo se ajusta al cuello. Hay historias que espeluznan y amores que matan. Hay amores que son tan distintos del amor que dan miedo. Y, afortunadamente, también hay Mujeres Malas.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Socia, me encantó la entrada! Está super linda! No conocía la historia de estos dos.

Lal dijo...

La entrada, sublime. La historia, aterradora.
Gracias Len, yo tampoco lo conocía.