lunes, 2 de abril de 2012

Tren nocturno al país sin mapas

 Me había pasado sólo una vez, cuando aún vivía con La Mamma. Como en aquella ocasión, los párpados me pesan, se confuden mis pensamientos y noto que, por fin, me abandono al sueño. La voz de Cebrián se va amortiguando, cada vez más suave, cada vez más lejana. Y de pronto algo tira de mí y sé lo que va a pasar: la cama sale disparada por los pies. Esta vez no me dejo llevar por el pánico. No se me desboca el corazón, ni despierto angustiada y rígida de miedo. En medio de la niebla de mi cabeza aletargada decido relajarme, mientras me repito que esa sensación tan vívida de viajar acostada en un vagón de tren es sólo un sueño, alguna clase de alucinación de mi cerebro. Por más que crea notar el vaivén, por más que perciba en mi estómago esa velocidad vertiginosa es evidente la imposibilidad de que mi lecho se haya puesto al galope sobre unos raíles. Es mentira, no está ocurriendo. Sólo relájate, duerme, déjate llevar y descubre a qué mundo insólito te lleva tu sueño.

Nunca había soñado con caer, a pesar de que es, posiblemente, uno de los sueños más repetidos en el ser humano. Son legendarias mis pesadillas con escaleras absurdas (siempre descendentes), empinadas hasta más allá de lo que la física permite, infinitas, aterradoras, provistas de peldaños diminutos, erguidas en mitad de la nada. Escaleras mortíferas que yo debo bajar, aferrándome con genuino terror a cualquier mínimo asidero, convencida de que voy a caer. Una pesadilla atroz que no hace muchos años encontró por fin explicación cuando La Mamma me contó que, a los dos años, caí por las escaleras de la casa del pueblo perdiendo el conocimiento. Anoche no había escaleras. La descomunal carrera de mi cama viajera terminó de golpe, salí despedida por los aires y caí en la oscuridad más absoluta. De nuevo pude sentirlo en mi estómago y pedí ayuda. A quién? A Mamina, mi bisabuela. De la negrura surgió su mano blanca de anciana, que me sostuvo y me elevó hacia la luz. A partir de ese momento empezó el sueño propiamente dicho, la sucesión de imágenes, una película sin sentido de la que yo era protagonista.

Es curioso, porque incluso los más disparatados de mis sueños suelen tener cierta coherencia. Normalmente, por más que patine el argumento, se reconocen escenarios y gentes. Puedo empezar caminando por una ciudad que nunca he pisado (quién sabe, tal vez la de un cuadro que vi alguna vez), parándome a charlar con un rabino (salido quizá de la película de anteayer), girar a la derecha y encontrarme a bordo de un barco tomando café en cubierta con Paul Newman y una antigua compañera de colegio y finalizar la velada buscando por el monte el pendiente que ha perdido mi vecina. Absurdo, como casi todos los sueños, pero comprensible cada escena por sí misma. Ciudad, rabino, barco, Paul Newman, café, monte, vecina, pendiente. Ayer nada estaba claro. Un profesor con pinta de sabio, tocado de barbas blancas y gafas doradas esperaba algo de mí relacionado con un libro. Pasillos, puertas dobles de madera. Un chico joven, guapo, de ojos azules y pelo castaño (todo ello en un rostro borroso que me recordaba vagamente a algún actor de teleserie) con el que tuve un fogoso y fugaz encuentro sobre el banco de piedra de un jardín. Yo sabía bien que el chico era un tirano, un engreído, una mala persona. Sabía bien que no me quería, ni siquiera le importaba un comino, pero la atracción era demasiado fuerte. Tras el escarceo, no podía encontrarle. Y comprendía, además, que por mi desliz tendría que volver una y otra vez a un corredor, atravesarlo corriendo y salir una y otra vez al jardín, al encuentro de algo. Pero el jardín cambiaba siempre, los árboles se transformaban, los bancos de piedra desaparecían, la hierba mutaba en baldosas blancas cubiertas por agua color turquesa y yo caminaba descalza por aquel embalse que se perdía en el infinito.

Suelo ser capaz de interpretar mis sueños, por rocambolescos que parezcan. Esta vez, sencillamente, no logro dar con nada. Tengo la sensación de que todo lo que pasó ayer mientras dormía no pertenece a mi mundo onírico. Es como si, en lugar de acudir a mi universo de siempre, ese que reconocemos al cerrar los ojos, me hubiera equivocado. Entré por error en otro lugar, me bajé en una estación que no era la mía. Aquellos sueños no eran los míos. Nada resultó familiar. Ahora sé que ese tren misterioso (el que intentó llevarme aquella vez en casa de La Mamma, el que lo consiguió por fin la pasada noche) sigue un trayecto inexplorado, se adentra en una región desconocida. No sé qué ocurrirá si vuelvo a sentir el traqueteo. No sé si me dejaré llevar por la curiosidad o si me resistiré con todas mis fuerzas.

1 comentario:

Lenka dijo...

Acabo de pensar que este sería un buen título para un libro. Así que, por si nadie lo tuviera pillado antes, dejo constancia.

Tren nocturno al país sin mapas. La entrada es un poco antigua. Hoy es 17 de Octubre de 2012.

Que conste.
;)