domingo, 22 de abril de 2012

Una horita corta (o más bien quince minutos)

(Ay Dios! Ya me han vuelto a cambiar el blog... Esta ventana pa escribir no es la mía de siempre... )

Me había quedado yo a las mismas puertas del quirófano, verdad? Dejadme que os diga que la sensación de ir tumbada sobre una camilla mientras alguien te lleva, viendo pasar el techo allá en lo alto es una cosa rara de narices. Un poco como esos sueños extraños míos en los que mi cama se convierte en un tren... Total, que por primera vez en mi vida entré en un quirófano (y todo parecido con los de las series es mera ficción). Me pareció un sitio enorme (aunque tampoco tengo con qué comparar) y bastante feo que se hacía más acogedor por la presencia de tantas personas amables (y una cosa sí que es como en las pelis: algunos médicos y enfermeros llevan gorros de colorines!) Mi primera sorpresa fue que entre dos pudieran pasarme de la camilla a la mesa (o como se llame eso técnicamente). Qué maña se da esta gente. La segunda sorpresa fue asistir a un auténtico festival de móviles sonando, móviles que todo el mundo atendía sin cortarse un duro. "Nena, que tengo un parto. Luego hablamos". "Qué tal, Pili? Uy, yo saldré tarde... Vale, te llamo". ¿¿?? Por un lado pensé: "qué falta de profesionalidad, qué pocos modales. Hola?? Estoy aquí a punto de parir!!!" Por otro lado nada me tranquiliza más que ver a los demás tranquilos.

Ni siquiera recuerdo si estaba enchufada a algo más que al monitor que registraba el pulso de mis enanos. Tampoco importa mucho. Sé que estaba cómoda y encantada, que nada me molestaba. Ni siquiera el tubo que me habían dejado saliendo por la espalda y que terminaba en una especie de válvula que asomaba sobre mi hombro (y cuya razón de ser, calculaba yo, era enchufar más anestesia si algo se complicaba).

"Bueno, cariño. Allá vamos", dijo alguien. "Empuja lo más fuerte que puedas". Menuda soy yo. Me agarré a las mancuernas aquellas (en el fondo Trasto no sabe la suerte que tiene por haberse librado de darme la manita) y empujé hasta que sentí que me latía la cabeza. "Eeeeso, eeeeso, madre mía, qué bien... así da gusto, sigue así... vale, vale, descansa, guapa". Era una auténtica pasada. Sin dolor, pero completamente capaz de emplear todas mis fuerzas. Una verdadera maravilla. "Venga, otra vez". Nuevo empujón. Y yo pensando, como una idiota, en los gritos que pegan las mujeres en las películas. Qué lujo poder concentrarse únicamente en lo importante, sin perder la fuerza por la boca, sin dolores que te distraigan. Resultó otra sorpresa eso de parir en completo silencio. Nunca te lo esperas así. "Bueno, reina, de este ya sale", me aseguraron. Me quedé tan pasmada que por un momento perdí el oremus. "Ya????" "Hombre!! Ya lo tienes aquí mismo, empuja, empuja!" De tres intentos? Nada más? No daba crédito. Y justo entonces entendí el por qué de la insistencia con la epidural. No te lo dicen, claro. En ningún momento te explican que en un parto gemelar no hay tiempo para lindezas, ni para respetarte dulcemente el ritmo. No te sacan suavemente a tu hijo, ni te lo dejan sobre el pecho. Te lo arrancan (creedme, no hay palabra que lo defina mejor) con una fuerza bestial porque hay que ocuparse lo antes posible del que viene detrás. Ese dolor fue, sin duda, el peor que he sentido en mi vida. Dolor de desgarro, de que te han abierto en canal, de que alguien te ha puesto un hierro al rojo entre las piernas. Y tras todos aquellos pequeños y soportables dolores no me esperaba nada igual. Fue el único momento en el que grité, no sé si más por la propia agonía o por la pura sorpresa. Sé qué miré al chico que tenía a mi izquierda (el del gorro de colores) y le espeté un: "JO-DEEEEEEEER!!!" del mismo susto. Y luego me dio la risa, porque el pobre chaval tenía los ojos espantados, casi como si fuera culpa suya. Me acarició el brazo, animándome: "ya lo sé, ya lo sé, pero ya está, reina, ya está, ya pasó". Alcancé a ver a Daniel (Atreyu) en brazos de una comadrona. Tenía el pelo negro, la piel enrojecida y chillaba con ganas. Me sorprendió lo limpio que estaba. Se lo llevaron a toda prisa mientras yo intentaba recuperar el aliento.

"Madre mía...", recuerdo que dije. "Y todavía queda uno... no voy a poder aguantar otra vez ese dolor". No quería ni pensar en el estado de mis partes pudendas. Siniestro total como mínimo. "No te preocupes, cariño", respondió la voz del anestesista. "Al segundo no lo vas a sentir". E, inmediatamente, enchufó un jeringazo en la válvula que me asomaba sobre el hombro. "Ves por qué hacía falta la epidural?" Y tanto que lo veía. Si con ella había podido sentir perfectamente semejante dolor no quería ni pensar en un parto gemelar en vivo. Posiblemente me hubiera desmayado. Pero, claro, entiendo que no es plan decirle a una parturienta: "mira, bonita, tienes que ponértela sí o sí, porque te vamos a hacer tal escarnio que no te lo puedes ni creer". Definitivamente no eran formas. "El segundo se ha movido", advirtió alguien. Me manosearon la tripa. "Puedes empujar, guapa?" Lo intenté con todas mis ganas. Pero era inútil. Estaba desmadejada y saturada de anestesia. Notaba que sólo podía hacer fuerza hasta mi estómago. Más abajo era la nada absoluta. "No puedo! Qué rabia, no puedo!" Me cabreé un poco conmigo misma, la verdad. "Tranquila, cielo, que es normal que no puedas. Lo raro sería lo contrario. No te preocupes". "Baja el latido". De nuevo observé las reacciones. Calma absoluta. Me despreocupé. Aquella gente sabría qué hacer, seguro. Y si tenían que abrir, que abrieran. Otra ventaja de la epidural: no se pierde tiempo. El caso es que no hizo falta. Trastearon por ahí abajo y de repente me enseñaron a Ángel (Bastian). Tenía el pelo un poco más claro, la piel más blanca. Lloraba bien fuerte. También estaba limpísimo, y, como habían hecho con su hermano, se lo llevaron a todo correr.

Es curioso, pero no lloré. Pensé que lloraría, que todas las mujeres lloran de emoción cuando al fin ven a sus hijos. Y aquellos dos eran mis hijos. Pero, por alguna razón, me quedé tranquilamente tumbada, sonriendo y escuchando los comentarios del personal (y los berridos de mis niños por allá lejos). "Bueno, cariño, pues ya estamos terminando. Lo has hecho fenomenal, menuda valiente". "Gracias a todos. Los niños están bien, verdad?" "Los niños están mejor que bien. Vaya par de toros, guapina. Los tienes ya criaos". "Entonces ninguno necesita incubadora, no?" "Qué va!! Son tan grandes como si los hubieras tenido en dos embarazos distintos!!" Y lo eran, sí. Tres kilos trescientos y tres kilos doscientos. Mis queridos cabestros... Automáticamente me llevé las manos a la barriga, que estaba rarísima. Como hundida y hueca. Me sentí ligera de inmediato. Y entonces empezó el frío. Un frío glacial que me puso a temblar. Me castañeteaban los dientes. "Es normal, se te pasa enseguida", me dijeron tapándome con una manta. Descansé mientras me recomponían. "Doscientos puntos me tendrán que poner", pensé recordando aquel dolor imposible. Resultó que sólo me pusieron algunos puntos internos, porque habían usado espátulas (y eso debe averiarla un poco a una. Lógico. Parto gemelar. Lo dicho, no pueden ir a tu ritmo. Y ahí comprendí por qué no dejaban entrar a los padres. Para que estos no se liaran a puñetazos con los médicos al ver los instrumentos de tortura ni las perrerías que les estaban haciendo a sus niños y a su mujer!!) "Increíble, reina. Por fuera no tienes ni uno". "No???? Pero no me habéis hecho episiotomía????" "No hija, no. No ha hecho falta. Vaya musculatura la tuya". No me cabía en la cabeza. Dos morlacos de tres kilos. Espátulas. Aquel dolor monstruoso. Y sin puntos. Por lo visto los dioses me crearon para la maternidad. Llamadme Isis. O Hera. O Artemisa. O Leto (en lugar de Leti). Juas.

Continuará... (sí, hay más. Es mi parto y lo cuento como quiero!!)

13 comentarios:

Nesseah dijo...

Tras leer tu historia y haber estado presente en varias cesáreas (por cuestiones puramente profesionales), puedo decir que me alegro de ser tío.

Lenka dijo...

Lo comprendo, pero no creas. No es para tanto. Supongo que la cesárea resulta mucho más agresiva, pero al fin y al cabo las mujeres no se enteran.

Y, seamos sinceros: las mujeres han parido desde que el mundo es mundo. Agarradas a un árbol, en cuclillas en una cueva, solas, en sus casas, de mil maneras. Lo de hoy es de puro chiste en comparación. Hace casi un siglo mi bisabuela parió mellizas, en su propia cama, ayudada por alguna mujer del pueblo, supongo. Era primeriza. Por supuesto no había forma de saber que venían dos. Me comparo con ella y cómo te lo contaría...

La naturaleza no iba a obligarnos a traer vida al mundo de un modo que no pudiéramos soportar, no??
;)

Entiendo que te alegre ser tío (cada cual suele preferir lo que es, claro) pero créeme que esta experiencia es algo muy grande. Incluso para alguien como yo, que no soy dada a emotividades.

Seguramente voy a decir una sandez tamaño catedral, pero hace años se me ocurrió una de mis peregrinas teorías. En casi todas las culturas (si no en todas) los varones tienen (tenéis) ritos iniciáticos. Desde cazar un león a pillarse la primera kurda o ir a un puticlub por primera vez (actualmente esos ritos han perdido en peligrosidad, ciertamente!!) XD Creo que a nosotras los ritos iniciáticos nos llegan solos, aunque nunca se les ha dado demasiado valor por ser "cosas de mujeres".

Una niña no tenía que demostrar cuándo empieza a ser adulta. La naturaleza misma lo decidía enviándole algo muy mágico y esencial para la vida (pero también engorroso, doloroso, molesto y un soberano peñazo). Por si no bastara con eso ahí tenemos el embarazo y el parto. Toda una carrera de fondo con un final apoteósico.

Y el caso es que no es para tanto. Y sí lo es. Es lo más normal del mundo y lo más grandioso. No es nada del otro jueves y a la vez es monumental. Actualmente, gracias a los adelantos, es un paseo. Pero, curiosamente, ni la frialdad aséptica de un quirófano consigue quitarle su magia.

La verdad es que os perdéis algo tremendo, y a veces creo que os impacta más la parte horrible que la bonita. Y la tiene! ;)

Juan dijo...

No se si te he comentado alguna vez que yo siempre he querido ser ginecólogo porque me fascinaba todo el proceso de embarazo y parto.

Cuando empecé 4º de Medicina me hice alumno interno de Ginecología y lo primero que hicieron fue enviarme a paritorio. Iba ilusionadísimo.

Fue llegar al paritorio, ver a la señora chillando con las piernas abiertas y me desmayé ipso facto. Lo intenté dos veces más en otros dos días diferentes, con preparación mental para que no me volviera a suceder, y las dos veces caí al suelo redondo.

Ahí terminó mi carrera de ginecólogo.

Curiosamente, siendo ya residente y adjunto, he asistido a cientos de partos sin el más mínimo problema y me han fascinado. Para mi gusto, es lo mejor de la Medicina. Quizás por eso, mi conciencia me impide practicar abortos o que yo abortara (si fuera mujer), aunque respeto a los que piensan de manera distinta a mí.

Me están encantado estas entradas. Muchas gracias.

Lenka dijo...

Jajaja, Juan! Me asombra que podáis ver cosas de toda clase en vuestro campo y que luego os impresione un parto. Es curioso! Yo nunca he podido ver una operación (recuerdas aquel programa de la tele? A mi madre le fascinaba) pero sí que he visto muchos vídeos de partos y nunca me han dado yuyu.

Eso sí: planteo una queja en contra de la visión que se muestra en las pelis sobre estas cosas. Para empezar todas las mujeres en el cine paren en dos minutos. Están tan frescas y de repente, sin el menor dolor previo, les asoma la cabeza del niño. Y digo yo, para dos tristes minutos que dura parir en el cine es necesario que monten tal pollo de alaridos?? No tiene ningún sentido. Si un parto completo durara dos minutos no nos daría tiempo ni a gritar. Firmaríamos todas ahora mismo!

Por cierto, hay alguna inglesa en la sala??? (Espero que no). Habéis visto alguna vez el programa ese que ruedan en una maternidad de Inglaterra?? Soberana paciencia tienen los médicos si todas las parturientas son así (o serán sólo las inglesas???) Qué bordes!!! Qué quejas!!!! Y eso con habitación privada, dejándolas parir en el agua o en la postura que quieran y dándoles gas de la risa desde el primer momento!!! Venga, por favor... Pero cómo se puede ser tan histérica?? Flipé cuando vi a una mujer liarla parda, y eso que era su cuarto hijo!!! (La que organizaría para el primero...)

Y los tíos?? Lerdos integrales es poco decir. La parienta aullando como una mona y ellos mirándolas con cara de nada, como la vaca que mira pasar el tren. Qué panda de paletos!!!! Yo creo que eligen a las parejas más absurdas para filmarles, porque si no no se explica. El Trasto estuvo al pie del cañón, haciendo bromas, charlando, acompañándome al baño, levantándome las piernas cuando la médica se lo pidió, controlando hasta el monitor y la vía. Si llego a saber que lo íbamos a pasar tan bien hubiera pedido que nos grabara Informe Semanal...
XD XD XD

Juan dijo...

Una de mis hermanas, que también es médico, es una persona muy educada, habla muy bajito, no dice tacos, es muy dulce y casi todos, los que la conocen la adoran. Es de las personas más respetuosas que he conocido.

Pues cuando le llegó la hora del parto, en el hospital donde conocía a los ginecólogos, montó un cirio de no te menees, gritando a todo el mundo, insultándolos, dando pataletas, en fin, una auténtica desconocida.

A los pocos días de parir, volvió al Hospital para disculparse con todos los que la asistieron.

Es verdad que muchas pierden los nervios. El dolor puede cambiar a las personas, pero el personal ya está acostumbrado.

Lenka dijo...

A una de mis tías la enfermera le arreó una ostia en plena cara para que se tranquilizara. Aclaro que dicha enfermera era también tía mía, hermana de la parturienta. Había confianza. XD
Tras el guantazo (la parturienta dejó de chillar en seco, obviamente) le espetó: "deja de montar el número y empuja, coño. Mientras chillas no empujas. Quieres pasarte aquí todo el día o prefieres terminar rapidito??"

En serio, de verdad, todos mis respetos a quienes sufran en el parto, a la forma en que cada cual viva el dolor, pero en serio que me alucina. Insisto: son NERVIOS. Y no logro entender cómo es que somos tan incapaces de controlarlos, por qué no se nos enseña desde pequeños que no hay que temer al dolor, que el dolor se pasa, que es mucho mejor mantener la calma, respirar hondo, que cuando más histérico te pones más duele. Que no sirve de nada organizar un cristo.

Es curioso que la peña no dude en perforarse hasta los genitales por pura moda, en tatuarse hasta el cielo la boca, en someterse a operaciones de estética que muchas veces son dolorosísimas. Y luego pierdan los papeles ante un parto, o se mueran de miedo ante una operación de apendicitis. ¿¿?? Se me escapa.

En serio, nunca dejaré de agradecer a mis padres cómo me educaron respecto al dolor. Gracias a ellos jamás he temido al dentista (esta tarde me toca!), ni a las agujas, ni a la sangre. Les debo mis reacciones ante movidas como la que tuve con la batidora (juas!) y ante cosas que, aun sin darme el menor miedo, me desagradan profundamente.

Una de las primeras pruebas que me hicieron estando embarazada supuso (no recuerdo por qué) quedarme media hora tumbada con una vía puesta. No temo a las agujas, pero las venas me dan una grima de espanto. La mera idea de tener algo perforándome una vena me enferma. Pues sonreí a la enfermera, me dejé pinchar, me tumbé y me canté mentalmente todas las de Silvio que pude recordar hasta que pasó la media hora. Y ya está, coño, no se muere nadie. Y conste que los primeros dos minutos notaba cómo se me cubría el cuerpo de sudor frío. Pero es la mente la que tiene el control, eres tú quien manda, y si tú te empeñas en que no se pierde el oremus, no se pierde y punto.

Les agradezco también a los míos el inculcarme una vergüenza insuperable a eso de "montar el número". Si llegas a urgencias con la mano llena de cortes por el ataque de una batidora asesina tienes que llegar sonriendo y explicar en ventanilla que pretendías hacer tortitas y que has dejado la cocina como La Matanza de Texas. Estoy CONVENCIDA de que con calma todo duele menos. Lo sé porque lo he experimentado, porque una única vez me dejé llevar por la ansiedad y yo misma me provoqué un dolor que resulta que no sentía. Me empeñé de tal manera en que me dolía que se me paralizó el cuerpo hasta el punto de no poder moverme y quedarme convertida en un guiñapo que balbuceaba, lloriqueaba y se reía de puros nervios. Cuando conseguí calmarme por supuesto que me podía mover y resultó que no había dolor. Muchas veces nos anticipamos al dolor, de hecho. Nos da tanto miedo sentirlo que la liamos antes de sentirlo.

Lenka dijo...

Y es que he visto también en otros los efectos de perder la calma. Punzadas agudas en el pecho por una contractura de espalda, por ejemplo. Y a más punzadas, más miedo (horror, me pasa algo, un infarto!!!) y más punzadas. Resulta que logras bloquear ese pánico y las punzadas cesan.

Lo malo de las enseñanzas de mis padres es que me convirtieron en una cínica con esto del dolor. Y me hicieron desconfiada. Respeto los ataques de nervios porque entiendo que nadie los tiene por gusto, pero confieso que cuanto más follón veo menos me lo creo. Sospecho que incluso hay personas que disfrutan liándola, dejando claro que su dolor es el más grande del mundo mundial y haciéndoselo notar a todo cristo viviente (me pasa lo mismo con el dolor emocional. Cuando veo a una muchedumbre increpar a un detenido - por hijoputa que sea - me abochorno, y pienso que el 90% de los vociferantes están ahí por puro circo. Cuanto más desgreñada y vocinglera es una viuda menos me creo que quería al marido. Y es que, además, esas manifestaciones exageradas son culturales, joder. O ahora resulta que los nórdicos son insensibles?)

Cuando el dolor es muy intenso (físico o emocional) normalmente te deja tan devastado que NO puedes gritar. No puedes porque te quedas sin fuerzas, desmadejado como un trapo. O te desmayas. Alguien que puede pasarse horas gritando posiblemente sienta más miedo que dolor. Creo que aprender a gestionar ambas cosas (dolor y miedo) es una asignatura que tenemos pendiente. Tristemente transmitimos a nuestros hijos nuestros miedos. Afortunadamente también podemos transmitirles lo contrario. No temo al dolor porque mis padres no lo temen. Y cada vez que oigo a alguien deleitarse con pelos y señales en un sufrimiento que tuvo no puedo evitarlo: no me lo creo del todo. Una cosa es contarlo francamente ("joder, qué mal lo pasé!!") y otra muy distinta es esa peña que SIEMPRE ha tenido la desgracia de pasarlo peor que nadie.

Puedes tener el peor parto de la historia. Pero dura un día. Se pasa, ya está.

Juan dijo...

En Urgencias, el médico siempre va antes al abuelito que está calladito, sentado en su silla y con cara de sufrimiento sin decir ni mu, que al que grita de forma estentórea, no por venganza, sino porque el que grita ya sabes que no tiene nada grave.

Lo mismo pasa en los grandes accidentes, tipo 11M, los peor parados son los que están tendidos sin decir ni hacer nada.

Lenka dijo...

Significativo, sin duda.

Anónimo dijo...

Lo que te dije en la entrada de antes, que sois unas valientes, yo no tengo "huevos" a pasar por eso :P.

Muuuuuuuuuuak madraza

Marechek

Lenka dijo...

Qué va. Es que no te convence la idea de ser madre, así que no te compensa el trago. Si fueras una loca de los bebés pasarías por el parto sin dudarlo. Pero como no te acaba de apetecer la cosa... sufrir pa na es tontería!!!

Y haces muy bien. Porque el parto es lo de menos. Lo jodido de verdad viene luego. Que es precioso, divino, lo más bello del mundo, sí, lo sabemos, todas lo contamos con pelos y señales. Pero también es un coñazo, un agotamiento, un horror, un sinvivir y un "se terminó mi vida tal y como la conocía". Es la letra pequeña y hay que decirla. No se es mala madre por admitirlo.

Cierto que hay mujeres incapaces de verle una sola pega, que nunca pierden la calma, que rebosan amor hacia sus hijos incluso en el peor momento. Bravo por ellas, me quito el sombrero. Esas tías nacen ya siendo madres. Las envidio, qué maravilla saber disfrutar de cada minuto. Pero no es menos cierto que la inmensa mayoría de madres estamos a años luz de semejante capacidad. Nos cansamos, nos impacientamos, añoramos libertades pasadas y clamamos llamando a Herodes. Negarlo es tontería. Lo que pasa es que, por la razón que sea, nos compensa. Si tienes muchas dudas o incluso la certeza de que no te compensaría lo más maduro, sensato e inteligente es pasar. Olímpicamente, digan lo que digan.

Me ofende cuando la peña acusa a los que no quieren hijos de inmaduros y egoístas. Al revés. Creo que son todo lo contrario. Inmaduro y egoísta es tener críos "porque sí" y no estar dispuesto a asumir los cambios (que son enormes). Egoísta es tener a un crío todos los viernes en un chigre infecto lleno de peña vociferando hasta las tres de la mañana y encima pegarle gritos porque se pone insufrible. Eso es de taraos mentales, y lo más gracioso es que suelen presumir de padrazos, dan lecciones a los demás y os miran por encima del hombro a los que no queréis someter a una criatura a algo semejante. Manda narices.

Mogollón de gente me dice eso de: "a que se lo recomiendas a todo el mundo??" Siempre contesto que no. Ni de coña. Lo que recomiendo es pensárselo cuatrocientas veces. Lo que recomiendo es que la peña piense en bebés llorando diez horas diarias, en caídas, en miedos, en suspensos, en gastos, en niñatos en la edad del pavo, en reproches, en tooooooda la mierda que puedan imaginar. Si aún así les parece que compensa y que es algo bonito, entonces vale. Si no, a disfrutar de la vida, que hay otras mil maneras. Afortunadamente esto de parir no es obligatorio.

Anónimo dijo...

jeje ayer mismo íbamos en coche josin y yo y cruzaban unos padres con su hija. La nena iba con un carrito de esos de juguete y el muñeco/bebé y me reía yo con jose diciéndole, mira, hay crías que lo llevan dentro, desde pequeñas juegan a ser mamás. Yo jugaba con coches y a que trabajaba en una oficina (esto se me cumplió jeje) y los muñecos esos bebés, de toda la vida de dios, me dieron una grima que pa qué.

Ta claro que desde siempre supe que la maternidad no era lo mío.

Ahora en breve vamos a tener un bautizo por parte de la familia de josín y ya me pongo en situación, preguntas constantes de que nosotros pa cuándo, hacerte coger al niño, como si eso hiciera que te entren las ganas (por dios, que tengo cuatro sobrinos), caras de "nomepuedocreerquenoquierastenerhijos", o comentarios del estilo, un matrimonio sin hijos no puede ser feliz.... claaaaaaaaaro, a nosotros nos haría hiperfelices jejejeje.

En fin, la sociedad piensa así y salirse del estandard para mucha gente es como poco, raro.

Marechek.

Lenka dijo...

Claro. Un matrimonio sin hijos no llega a ser feliz. Anda que no hay a miles. Y eso, además, implica que si uno de los dos es estéril están condenados a no ser felices nunca?? Mira, cuando la peña suelta tales chorradas merecen oír cosas muy hirientes, porque es que no las piensan. Algunos de los matrimonios más felices que conozco no quisieron o no pudieron tener hijos. Algunos de los matrimonios más horribles, más siniestros y con problemas más gordos tienen hijos. Si esa memez fuera cierta nadie con hijos se separaría, coño. Cómo a tanta gente no le da la neurona pa pensar algo tan simple???

Respecto a eso de llevarlo en la sangre... jajaja, no es fiable. Yo odiaba las muñecas y también jugaba con cosas "de niños". Ni siquiera me han gustado los críos nunca, ya lo sabes. Me sacan de quicio casi todos. Pero en cambio decidí a los 17 años que quería tener hijos algún día. Los tuve, pero podría haber cambiado de opinión, igual que podrías haber cambiado tú.

Pero chica, qué perra tiene la gente con que TODO DIOS tiene que ser feliz como a ellos les parece. Qué poca capacidad para entender algo muy simple: a todos no nos gusta lo mismo ni nos hace felices lo mismo, joder. Pues nada, que no hay manera. Y ya lo siento, porque me consta que tú y muchas otras personas que conozco y que quiero vais a estar sufriendo ese coñazo durante años. El día que te dejen de dar la brasa será porque ya consideran que se te pasó el arroz, pero en el fondo seguirán teniéndote lástima (ay, prubina, no tuvo hijos) porque son así de cortitos.