martes, 28 de octubre de 2008

Toda una vida


Y ahora, las buenas noticias.


Víctor y Milagros han cumplido sesenta años. Sesenta años juntos, de los ochenta y nueve y los ochenta y tres que ya tienen. Sesenta años, once hijos, trece nietos, millones de momentos. El clan se reunió para celebrarlo y hubo tal cantidad de palabras de agradecimiento que sería demasiado largo de relatar. Prefiero quedarme con esas palabras que ellos se dedicaron. Él dio gracias a Dios por el regalo de una esposa insuperable. Ella, con los ojos tranquilos, las manos quietas y quién sabe cuántos dolores callados, pronunció palabras reveladoras: "estoy muy orgullosa de mis sacrificios, porque os miro y sé que todo mereció la pena".

No alcanzo a imaginar el ingente y continuo esfuerzo de sacar adelante a tu clan, Mila, y casi me avergüenza pensar en tantas privaciones. Pero que tú misma, con tu hermosa voz, nos digas que valió la pena, es algo impagable. Gracias. A los dos. Por todo.

4 comentarios:

Juan dijo...

Tuve la suerte de vivir las bodas de oro de mis padres. En sus ojos no se había extinguido la pasión.

Gracias Lenka y enhorabuena a los novios.

Lal dijo...

Qué momentos tan tiernos... Hace un par de años fueron las bodas de oro de mis abuelos, y verles era maravilloso.
Felicidades, a la pareja y a la tropa que les sigue.

Sra de Zafón dijo...

Ya me gustaría a mi poder decir lo mismo de mis padres,pero... donde no hay amor no se puede inventar. En el caso de mis viejos la comodidad y el vértigo, que no el amor es lo que les mantiene juntos. Una pena.

Enhorabuena a esa pareja. Yo me espero poder celebrar las de plata por lo menos :-)

Lenka dijo...

Tampoco mis padres han tenido tanta suerte, amiga mía. De hecho, han pasado por todas las fases. El amor, la apatía, el engaño, la separación, el rencor, el silencio, el perdón, la amistad, nuevo desencuentro y más silencio. A los 18 años logré que se hicieran amigos y ahora que tengo 30 soporto que lleven 3 sin dirigirse la palabra.

Adoro a mis padres, pero a veces requieren una paciencia infinita. Cansa demasiado estar en medio, de repente te entran ganas de vivir y lo mandas todo al cuerno, con la esperanza de que ellos solitos se las apañen. Veremos cuántas fases más nos quedan!

No, qué va, no todos saben hacerlo tan bien (o tienen tanta suerte) como mis abuelos. Ojalá!!