jueves, 23 de octubre de 2008

De Uzerche a Lorient

Y bueno, sigamos con la crónica mochilera, que con esto de la mudanza la tengo de lo más abandonada. Dónde me había quedado yo?? Ah, sí. Huyendo de Cahors a paso de escargot. Bien.
De pura casualidad, caímos en un lugar llamado Uzerche, que resultó una preciosidad. Me dejó fascinada el colegio de la ciudad. Con uno así, hasta yo habría ido contenta a clase. Dimos un paseo, hice unos cuantos disparos y seguimos viaje. Es lo que tiene la France, que es muy grande, y, si te paras mucho, no te da tiempo a ver nada. Aterrizamos en Pompadour (debía ser el pueblo natal de la archiconocida cortesana) y descubrimos dos cosas: un bonito castillo y un pedazo de hipódromo en el que, casualmente, se celebraba un concurso hípico tal día como aquel. Tras comer en una tasca muy pintoresca (cuya camarera no entendía ni jota de lo que le decíamos), nos pusimos de nuevo en marcha. Nuestro carruaje sufrió un ligero contratiempo que mi Trasto solucionó con inigualable eficiencia, mientras yo aprovechaba la parada en boxes para fotografiar girasoles. Los tienen a millares, estos gabachos. Campos y campos de girasoles, de una punta a otra del país.
Llegamos a Chinon, bello paraje donde dimos con la creperie más maravillosa del mundo mundial, regentada por una mujer encantadora y, lamentablemente, amenizada por los gritos y rebuznos de una manada de perros herejes, capitaneados por una yegua hortera que debía tener la hormona descolocada, a juzgar por sus risotadas de hiena y sus aspavientos. Llegué a pensar que habría piñas de postre, porque todos los comensales acabaron mirando mal al grupo, y hasta hubo un francés que les dedicó miradas amenazantes. Para lo que sirvió... estos de la Pérfida, ya se sabe, se creen dios en todas partes. De Chinon conservo el recuerdo de la camarera adorable (una cincuentona hippie y delgada de pelo banco y falda hasta los pies), de los dueños del hotelito (matrimonio típico de franceses sonrientes), el catalán jubilado y nostálgico que nos contó su vida de emigrante, quejándose de la espantosa humedad, y una foto que me salió de lo más gótica.
Partimos a la búsqueda del legendario castillo de Rigny-Ussé, del que se cuenta que inspiró a Perrault en su cuento de la Bella Durmiente. Y entendimos muchas cosas. En primer lugar, el famoso hechizo que dejó a todo el reino roncando a pata suelta. Qué hechizo ni qué niño muerto. A pocos kilómetros de tan romántico paraje hay una central nuclear que ríete tú de la de Monty Burns. Para mí que semejante ataque de siesta tuvo algo que ver con algún escape radioactivo. Pero claro, eso no nos lo han contado. En segundo lugar, no nos quedó la menor duda de por qué el pobre Príncipe tardó cien años en encontrar a su enamorada. Elemental, se perdió en las rotondas que, en este bendito país, constituyen a la vez Plaga y Maldición. Cerca estuvimos de abandonar nuestra empresa, aunque, finalmente, dimos con el dichoso castillo. Y qué castillo, oiga. Alucinante. Pero más alucinante fue enterarnos de que ese castillo es de alguien. Unos señores muy simpáticos habitan la mitad del mismo y nos permiten a los foriatones visitar la otra mitad.
Cosas a resaltar? Muchas. Una capilla preciosa, por ejemplo. Los jardines. Unas cocheras que albergaban toda suerte de aperos, carruajes y demás piezas de coleccionista. Las escenas del cuento recreadas con todo lujo de detalles, incluyendo la banda sonora de Disney atronando en francés por los corredores. Y sí!! Sí!!! La torre embrujada y la bella Maléfica haciendo de las suyas!!! Estancias que recreaban la vida en el castillo en distintas épocas, lo mismo el baño relajante que el cuarto de los niños o aquello de "la cena está servida". Una exposición de trajes de los años veinte que era para caerse de espaldas, véase este ejemplo, o este otro. Muy recomendable, en todo caso.
De ahí pasamos a Saumur, donde me entristeció comprobar que el interior de su castillo sigue en obras casi diez años después, por lo que no hay forma de visitarlo. Propiedad de los de Anjou y habitado en su día por el Marqués de Sade, merece la pena por sus vistas de la ciudad y porque el exterior, al menos, se conserva bien y da el pego. Eso sí, si algún día visitais la zona, no dudéis en acercaros al castillo de Angers, también de los de Anjou. El de Angers es un castillo de guerra, defensivo, y está en perfecto estado. Es impresionante pasearse por las almenas y jardines, ver el foso y contemplar el impresionante (e interminable) tapiz sobre el Apocalipsis. El de Saumur es un castillo de recreo. Na. Ñoñerías.
Noche en Lorient, en un motel extrañísimo mitad motero mitad granja bucólica. Fascinante esa afición por las gallinas. Aquí estoy yo, con cara de sueño!! Próxima parada: Carnac y sus piedras.

4 comentarios:

Lal dijo...

Pero madre mía, vaya cacho de viaje!!! cada entrada nueva es un centímetro más de colmillo!

Eli dijo...

¡Que envidia, nena! Precioso todo lo que veo.Aunque te confieso que las figuras dan un poco de yuyu :)

Lenka dijo...

Jajajaja, eso es cierto, Eli, hay que reconocer que eran un poco siniestras. De hecho, pensé si los niños del castillo osarían pasearse por los salones de los maniquíes en plena noche (a mí me daría un pallá, fijo) Pero no me negarás que la Maléfica es... DIVINA!!! (Y eso que, con la escasa luz del tenebroso torreón, no hubo forma de que mi cámara patatera enfocara bien)

Eli dijo...

¡Hmmm! Divinaaaaaa...y que lo digas :-)