martes, 13 de mayo de 2008

La sombra del sauce


El anciano sonrió cuando el joven jadeante se sentó a su lado, a la sombra del sauce, sacando la lengua como un perrito extenuado. No tenía más de veinte años y era delgado, fibroso, atlético. Su pelo, de un tono rubio oscuro, se le pegaba en la frente empapada de sudor. Abrió su pequeña mochila y extrajo una toalla para secarse y una de esas bebidas isotónicas de sabor nauseabundo, a la que dio un generoso trago. El anciano lo contempló con cierta nostalgia. Le recordaba a sí mismo, siglos atrás. Cuando el chico recuperó el aliento, le hizo un guiño.
- Estoy bajo de forma - confesó -. Tengo que dejar de fumar.
- Yo lo dejé hace años - dijo el anciano -. Las cosas vuelven a tener sabor, olor. Merece la pena.
El chico le miró con curiosidad.
- Usted es alemán, ¿verdad? Perdone que le pregunte.
- Llevo en este país cuarenta años, pero aún se me nota el acento.
- Yo tengo familia alemana - explicó el joven -. Al parecer saqué de ellos el color de mis ojos.
- Buena herencia - aseguró el viejo sonriendo.

Apenas empezaba mayo y el parque era un hormiguero de niños, parejas y deportistas corriendo al sol. El anciano seguía con su mirada gris los movimientos de una pequeña de unos cinco años, muy rubia, que pedaleaba incansable sobre un triciclo rojo.
- ¿Es su nieta? - preguntó el joven.
- Helga. Es mi única nieta, sí. Mi mayor tesoro.
- Es preciosa. Parece un ángel... - el joven contempló entonces a una anciana que les miraba fijamente desde el otro lado del paseo. Iba en silla de ruedas, con las piernas cubiertas por una gruesa manta de cuadros - Esa mujer no deja de mirarle. ¿La conoce?

El anciano la observó unos segundos.
- Me resulta familiar. Seguro que la he visto antes aquí, en el parque. Ah, sí, ya recuerdo. Hace cosa de un mes me fijé en ella porque se puso enferma. Estaba ahí mismo y empezó a ahogarse. Casi se desmaya. Iba con una chica joven que se la llevó a toda prisa. Creo que no la había visto nunca antes de ese día.
- Ya lo creo que la había visto antes - replicó el joven. El anciano le miró sorprendido -. Pero de eso hace mucho tiempo. Mucho.
- No entiendo...
- Entonces ella tenía diecinueve años. Imagino que no la recuerda, porque había cientos como ella. Supongo que todas le parecían iguales. Chicas flacas y asustadas, con ropa vieja, sucias. Insignificantes entre miles de caras igualmente aterrorizadas. Supongo que daba igual si eran mujeres, hombres, niños o viejos. No eran nada. No eran nadie. ¿Verdad?

El anciano empezó a temblar levemente, como si una brisa fría le hubiera calado los huesos.
- No puede verlo porque va muy abrigada, pero lleva ese número en el brazo. Y las cicatrices, por todo el cuerpo. Usted no se acuerda de ella, porque sólo era una más y porque fue hace mucho tiempo. Porque, seguramente, se ha esforzado en olvidarlo para seguir con su vida. ¿Lo ha conseguido? Siento curiosidad...
El anciano cerró los ojos, la cara contraída en un gesto de dolor.
- Ya veo que no - continuó el joven, implacable, con el mismo tono de voz, sosegado e inexpresivo -. Ella tampoco, se lo aseguro. No ha dejado de recordar, ni un sólo segundo de su vida. Las pesadillas regresan cada noche. Dejó de ser un ser humano a los diecinueve años. Exactamente como usted y los suyos se propusieron. Sobrevivió, es cierto. Pero está muerta desde entonces. Es un fantasma.

Se hizo un extraño silencio. Todo parecía ir a cámara lenta, y los sonidos se amortiguaron, como si el parque, la ciudad, el mundo, se hubiera sumergido en el agua. El ruido del tráfico, los pájaros, las risas de los niños, el viento entre los árboles, el chapoteo del estanque, todo eso se empequeñeció, desdibujándose de un modo curioso, cubierto por una neblina de sueño. Sólo se oían la profunda respiración del joven al exhalar el humo de su cigarro y los sollozos entrecortados del anciano, que, como si se tratara de una vieja película, veía pasar su vida entera a fogonazos. No había nada más, sólo los ojos azules de aquella mujer, de aquella chica de rizos negros, la hermosa boca tensa por el pánico, la piel cenicienta cubierta de sudor y, por alguna razón, el llanto de un bebé.
- ¿Recuerda lo que le hizo a su hija? - la voz del joven resonó dentro de su cabeza -. Quizá no. Seguro que hizo lo mismo con muchos niños. Ella lo recuerda muy bien. Recuerda el peso de sus botas, recuerda aquellas risotadas. Recuerda cómo lloraba su niña y cómo cesó el llanto de repente. Ese silencio las mató a las dos.
La mujer no parpadeaba. Ni siquiera parecía respirar. Sólo clavaba en él aquella mirada interrogante. Probablemente su mente se había extraviado hacía años, pero en algún lugar, en alguna parte, el horror no hallaba consuelo ni piedad y los recuerdos permanecían vivos como fuego. El anciano quiso huír, quiso al menos apartar la vista de aquella condena muda, de aquella tristeza infinita, de tanto espanto, de aquella incredulidad aún cargada de inocencia, de aquel por qué. Pero no pudo. Nada en su cuerpo ni en su cerebro le respondía.
- ¿Puede imaginar lo que se siente? - siguió el joven, con tono de franca curiosidad -. ¿Qué sentiría usted si yo me levantara ahora, caminara tranquilamente hacia su nieta y acabara con su risa de un sólo golpe?

Ni siquiera ante tal horror fue capaz de reaccionar. El chico se puso en pie y se alejó de él. Caminó por el parque, muy despacio, sorteando a los chiquillos juguetones, acercándose cada vez más a la niña de cara angelical. Cuando llegó junto a ella, se detuvo sonriendo y le acarició el pelo, musitándole algo al oído. Algo que hizo que la niña riera. Los ojos del viejo iban de ellos a la mujer, negándose a creer que era posible, suplicando una compasión que hasta entonces le fuera ajena. Una compasión que sabía no merecer y que no se atrevió a pedir con palabras. No había odio en la mirada de la anciana. Había lástima. Una lástima honda y sincera que quebró el corazón del viejo.

El chico acarició el cuello de la niña. Tenía la piel suave, cálida, blanca como la nieve. Sintió bajo sus dedos los latidos tibios. Dentro de su bolsillo, la mano derecha se cerró en torno a la navaja. La niña le sonrió, confiada. Sólo le llevaría un par de segundos. Resultaría muy fácil. Por alguna razón, levantó la vista y encontró la mirada de su abuela. Los resecos labios, sellados desde hacía tanto tiempo, musitaron un "no". La mano derecha se aflojó al instante. El joven miró de nuevo a la niña. Era hermosa.
- Ve con tu abuelo, Helga - le dijo -. Creo que algo le ha asustado.
- ¿El qué? - preguntó la niña, sobresaltada, mirando al viejo, sentado como siempre en el banco de piedra, bajo el sauce, pero inmóvil y desencajado, perdido.
- Me parece que ha visto un fantasma.

El joven caminó hacia la mujer, sintiéndose liberado de un peso insoportable. No podía dejar de mirarla, ahogado de ternura. La paz había vuelto a sus ojos. Una niña rubia corrió hacia los sauces, llamando a su abuelo y levantando un torbellino de palomas.

14 comentarios:

Anónimo dijo...

Increíble Len.... Precioso.

Lenka dijo...

Se me ocurrió la mañana del lunes, así de repente. Luego me enteré de la muerte de Irena Sendler y claro, tenía que escribirlo. Es una de esas historias que te salen del tirón, tecleando sin pensar. Esas no hay que dejarlas escapar.

Gracias, Marechek!

Anónimo dijo...

Me encanto.
Como mola, ojala yo supiese escribir asi.
Bueno o al menos hablar, asi no me hariais repetir las cosas mil veces.

Naska Trasgu

Anónimo dijo...

No si hablar hablas chata.... joooooder que si hablas.... jejejeje pero es que hablas muy rápidoooooo!!!!

Besitos miles.

Kaken dijo...

Me llega muy hondo, Lenka, lo que has escrito, es bueno, es sabio y es sensitivo.
Y para mí, más aún, cuando anoche mantenía una conversación sobre los porqués de las dos guerras mundiales.
Tocada....
Un diez.

Kaken dijo...

Igual parezco una pesada...pero este texto me sugiere un corto, y un muy buen corto...
Si puedes muévelo, en serio¡¡

Lenka dijo...

Muchas gracias a todos!!!

Kaken, para nada eres pesada, te lo agradezco mucho. Es cierto que cuando escribo una historia veo cada escena en mi cabeza, cada detalle, como en una película. Y sí, quizá este cuento funcionaría en un corto. No sé qué opinarán Jas, la piratilla Jack y demás visitantes del gremio...

;-)

Guaja dijo...

Brutal, Le, brutal!!!

Anónimo dijo...

Impresionante. ¡Y te ha salido del tirón! No dejes de escribir nunca, ¡es una orden! :) Enhorabuena. Carlota.

Salem6669-Satori6669 dijo...

Te has superado Le,
por cierto lo de las imagenes en la cabeza ten cuidao,
que puede ser el primer paso para después oir voces ;oP

En serio,no parece mala idea lo del corto,
yo me he imaginado la historia sin problemas (casi escuchaba el chirriar de los columpios)así que me da que alguien con talento puede sacar oro de este maravilloso relato.

Esperando más cartas a los Búhos.

Besinos

Lenka dijo...

Gracias a todos otra vez. Así es fácil perder el miedo escénico.
Besos!

Rogorn dijo...

¿Jaack, onde tas, guaja? ¡Mira esti!

Lenka dijo...

Y tú no dices nada, cacho hereje???

;-)

Rogorn dijo...

Ya te lo diré personalmente, jeje.