martes, 20 de mayo de 2008

La Habana


A la tía Sabina le gusta el tabaco rubio y la crema de whisky. Habla despacio y bajito, con ese acento suyo tan dulce. Y siempre me dice eso de: "óyeme... qué rica que estás, chica. Te mueves como las negras, tendrás a tu hombre contento..."

Mi bisabuela Lola (Mamina) tenía un montón de hermanos, y uno de ellos emigró a Cuba. Tuvo suerte allí y se labró una pequeña fortuna. Se casó, formó una familia y todos vivieron muy bien. Los parientes españoles no tuvieron la misma suerte y pasaron la guerra, la posguerra, el hambre, el trabajo en la tierra y en la mina. Pese a todo, el de Cuba sintió la señaldá de su patria (morriña, dicen los gallegos) y volvió años después, muy enfermo, porque quería morir en Asturias. En el viaje lo acompañó una de sus hijas, Sabina. Su llegada revolucionó el pequeño pueblo montañés, en el que jamás se había visto a una mujer con faldas cortas, con pantalones, con blusas floreadas, las uñas largas pintadas de rojo chillón, joyas, maquillaje, tacones... y fumando. Toni, el hermano menor de mi abuela, el único varón de mi bisabuela, se quedó hechizado por su prima.

Cuando el de Cuba murió Sabina cruzó el charco de vuelta, acompañada por Gene, otra hermana de mi abuela, porque, como decía Mamina, no estaba bien que una mujer viajara sola. Lo que no tengo claro es cómo regresó Gene de Cuba, porque regresó. Y me imagino que lo hizo sola. Gene siempre me cuenta el terror que pasaron las dos primas al llegar a La Habana. En cuanto echaron pies a tierra, se vieron metidas en un fregado de carreras y tiros, porque unos barbudos revolucionarios bajaban del monte haciendo historia. Gene, muerta de miedo, pensaba que aquel era su fin. Todas las historias que oyera en España sobre los pérfidos comunistas la dejaron paralizada de puro pánico. Hoy día se ríe. Pero asegura que nunca rezó tanto a tantos santos. El caso es que las dos mujeres lograron llegar sanas y salvas a la hacienda de los padres de Sabina, en un autobús que viajó de noche y con las luces apagadas. Toni las siguió a los pocos meses, con el consiguiente berrinche de su madre, que no soportaba la idea de perder al hijo predilecto, y menos por culpa de aquella sobrina suya deslenguada y con pinta de mujerzuela.

Toni y Sabina se casaron y llegaron tiempos difíciles. La hacienda se perdió en aras de la utopía. Tocaba apretarse el cinturón. Aún hoy Sabina despotrica y suelta sapos y culebras de Fidel, "ese gallego comemierda", mientras se lamenta de la muerte de Ernesto, porque "ese sí que era honrado". Abrieron una sastrería en La Habana y, finalmente, no les fue mal. Había que trabajar hasta en domingo, pero levantaron un buen capital confeccionando los uniformes de los militares. Y es que, a la hora de hacer negocios, mi tío abuelo Toni nunca tuvo demasiados conflictos políticos.

Un día, tratando de poner orden en la finca de los abuelos, encontré varias cartas viejas. Gracias a mi curiosidad, me enteré de una historia aterradora que jamás me habían contado, y que, a decir de La Mamma, siempre se comentó en susurros, con una mezcla de fascinación y horror. Resultó que a Toni el amor por su prima no le impidió liarse con otra, provocando las iras de su mujer. Sabina, ni corta ni perezosa, escribió a su suegra (que, no olvidemos, además era su tía) contándole la historia con pelos y señales, y pidiéndole que intercediera por ella, exigiéndole a su vástago bienamado un mínimo de formalidad y respeto hacia su esposa. Mamina olvidó rápidamente las pocas migas que hiciera con su sobrina, y el adúltero fue convenientemente reprendido por la familia, indignados todos por aquello de las apariencias. Que, aunque hubiera un océano de por medio, la decencia era la decencia. Lo que, obviamente, no se contó en ninguna carta (pero descubrí gracias a mi madre, que me lo contó confidencialmente) es que Sabina no se limitó a llorarle la infidelidad sufrida a mi bisabuela. Por su cuenta y riesgo decidió escarmentar al esposo parrandero dándole a probar el mismo plato. Fue tan osada, o eso cuentan las malas lenguas, que se lió con un mulato. O, al menos, eso le hizo creer a su marido. Si las cartas de la familia no bastaban, semejante ataque a la hombría puso a Toni en su sitio definitivamente. Pero el momento en el que la historia se vuelve un espanto, es cuando uno osa preguntar qué sería de la amante despechada, aquella que fue abandonada por mi tío abuelo rajadiablos. "Dicen que se mató", revela mi abuela, con la misma aprensión y el mismo miedo a que las paredes la oigan que sin duda sentían todos medio siglo atrás. "Dicen que se prendió fuego. La pobrecita se trastornó, seguro". Ni siquiera sé cómo se llamaba, no conozco su rostro. Sin embargo, a veces pienso en ella y no puedo dejar de lamentar su trágico final. No logro comprender cómo la pasión, el amor, puede cegarnos tanto, ni concibo cómo Toni y Sabina pudieron reponerse al golpe de semejante historia. Pero, de algún modo, lo consiguieron.

Años después, cuando quedó claro que la situación en Cuba no iba a cambiar en mucho tiempo, Toni se inventó una enfermedad terrible que, supuestamente, tenía a su pobre madre con un pie en la tumba. Así fue como él y su mujer obtuvieron permiso para venir a España temporalmente. Se fueron con cuatro cosas y sin mirar atrás. Y ya no volvieron. Hoy son un par de vejetes sin hijos que no han perdido el acento (el de ella de nacimiento, el de él por contagio) y a los que veo en eventos familiares. Sé que me aprecian porque adoro escuchar sus historias, porque les tiro de la lengua, porque les cuento chistes verdes y bebo crema de whisky con Sabina, y fumamos las dos a escondidas de un Toni que lo sabe bien y se hace el loco. Sé que me aprecian porque les gusta cómo bailo, porque siempre me dicen que estoy muy buena pese a que yo me lamento del tamaño de mi trasero. "Óyeme... tú sabes lo triste que es hacer unos pantalones para una desculada?" Ahí siguen, el uno con la otra, medio siglo después, añorando La Habana, pese a las terribles sombras de una aventura de la que jamás han hablado, pero que sin duda les acompaña.

5 comentarios:

Thelma Hawkins dijo...

Muy bonita historia, Len. Vas a tener que hacer un árbol genealógico de tu familia (así como el de los Buendía) para que no nos perdamos...;-)

Anónimo dijo...

Enganchada estoy. Queremos más historias del clan! Besos. Carlota.

Anónimo dijo...

Qué linda historia, Socia...

Besos del otro lado del charco.

Kaken dijo...

Entrañable....:-)
(No dejes de mover lo del corto, leches¡¡¡)

Lenka dijo...

Lo moveré, Kaken, lo moveré, lo prometo. En cuanto tenga un respiro!!!

Gracias a todas, chicas. Aún quedan muchas historias del clan y espero que las disfrutéis.

;-)