jueves, 11 de marzo de 2010

Naufragios


Hace treinta años la Mamma cumplía 29 y el Pater aún no llegaba a los 28. Llevaban menos de una década casados y unas cuantas aventuras a cuestas por los mares del orbe. Yo aún no había soplado las dos velitas, y aunque mi progenitora fue siempre una de esas madres vigilantes y protectoras, de vez en cuando se animaba a recurrir a los abuelos y partía con su marido a ver mundo. El María Alejandra era su barco favorito, el de ambos. Un superpetrolero moderno y con comodidades inexistentes en otros buques. Imaginaos. 122.599 toneladas de registro bruto, 92.900 de peso neto y 239.010 de peso muerto. Medía 328,51 metros de eslora; 51,06 de manga y 20,30 de calado. Alcanzaba una velocidad de 15,25 nudos a régimen normal. Era propiedad de la empresa Maroil y entró en servicio en abril de 1977 tras haber sido construido por Astilleros Españoles S.A., en la factoría de Cádiz. Hacía la ruta del Golfo Pérsico, cargaba crudo y doblaba de vuelta el Cabo de Buena Esperanza. Estaba previsto que mis padres embarcaran en él, pero hubo un cambio de planes y fueron destinados al Vanesa, lo que provocó un cabreo de mi viejo, porque no le gustaba demasiado aquel otro barco. En algún momento durante aquellos días, mis padres coincidieron con un amigo que solía navegar en el Vanesa y, al contrario que ellos, había sido destinado al María Alejandra. "Y encima me olvidé el radiocassette en el camarote!", se lamentaba el chaval. "Anda, igual que yo", le dijo mi padre, "así que ya sabes, tú usas el mío, yo el tuyo y ya nos los cambiaremos".


El mediodía del 11 de marzo, cuando apenas hacía una hora que la tripulación había comido, el María Alejandra surcaba la costa de Mauritania. Hacía mal tiempo. Sobre las 13:30 una gran explosión estremeció a todos, disparando fragmentos de cristal en todas direcciones, volando las antenas y cortando así las comunicaciones con el exterior. Pocos segundos después una segunda explosión trajo la oscuridad al barco y encendió el fuego. La tercera y última detonación dirigió la proa hacia el fondo. El barco se hundió en cuestión de minutos. Uno de los tripulantes narraba después cómo el primer estruendo le hizo saltar de la cama en plena siesta, cómo no tuvo tiempo siquiera a llegar a la puerta cuando ya sonaba el segundo y su impresión al lograr abrirla y ver que ya el agua corría por el suelo. Tras la confusión y el terror, los tripulantes se vieron en medio del mar, tratando de asirse a cualquier cosa y peleando contra el oleaje que les arrastraba hacia el fuego. Los supervivientes, sólo siete de cuarenta y tres, resistieron doce horas hasta que fueron por fin rescatados. Se recuperaron siete cadáveres y hubo veintinueve desaparecidos.


Las noticias iban llegando. Mis padres, a bordo del Vanesa, no daban crédito a lo que estaba pasando. Seguramente fue el cumpleaños más amargo de mi madre. Por un lado el inmenso alivio de estar a salvo. Por otro, la desolación por los compañeros. Mientras tanto, en casa, la familia no sabía que en el último momento mis padres habían embarcado en otro buque en lugar de en el María Alejandra, como habría sido lo habitual. Sencillamente los dieron por muertos, y hasta llegaron a plantearse qué se haría conmigo. Finalmente y por puro azar, mis padres evitaron la tragedia, yo no quedé huérfana y mi hermano pudo nacer un año después. Precisamente en 1981 a mi padre le tocó el incendio del Julia, ese en el que un compañero perdió la vida por inhalación de humo. Una vez me confesó que entonces, solo en la telegrafía, sujetándose un pañuelo sobre la cara para no asfixiarse y enviando mensajes de auxilio, tuvo la certeza de que iba a morir, de que había llegado su hora, y que sólo pudo pensar en mí. No hace mucho, un reconocido escritor ex corresponsal de guerra nos contaba durante una cena que, sencillamente, alguien que se dedica a ciertas cosas asume con qué cartas juega. Y, junto a él, lo asumen los suyos. Por eso uno puede irse (a la guerra, al mar) y otros pueden dejarle marchar. Se vive con eso. Sin más. Tanto se vive con eso que mi viejo siguió navegando, y le alcanzó la vida laboral para compartir barco y correrías con uno de los hijos del Capitán del Alejandra. Ese que, a pesar de todo y como muchos otros, se atrevió a seguir el mismo camino.


Que mis padres puedan contarlo es algo que nunca terminaré de agradecer. Algo que te llena de alivio y de culpa. Alivio porque les tienes, culpa porque otros no pueden decir lo mismo, y merecían decirlo tanto como yo. Hoy toca recordar a muchos muertos, a muchos amigos perdidos en muchos naufragios. Descansen en paz. Y gracias, siempre gracias al María Alejandra y al Julia, que no se llevaron a los míos. Feliz doble cumpleaños, Mamma. Qué felicidad el conservarte.

18 comentarios:

I need a miracle dijo...

Precioso Lenka, soy incapaz ahora mismo de decirte nada más, excepto felicidades y enhorabuena a tí y a los tuyos por haber llegado juntos hasta aquí.

Yo hace 7 años que disfruto con mi madre del día a día (a pesar de nuestras peleillas). Porque la vida a veces te hace llamadas de atención y te abre los ojos, con un accidente, una enfermedad o lo que sea para que valores lo que tienes y lo que verdaderamente importa en nuestras vidas.

Un abrazo enorme y felicidades nuevamente

Rogorn dijo...

Guapu, guapu. A ver la madre de la artista, que salga y diga algo. Aunque sea "en qué embolaos me mete esta hija".

El aastronauta chiflado dijo...

Ostras de la China

No seas gilipollas, ninia. Tútienesundon. ¡Tómatelo en serio, coponarro!

(y no m leas más al cantamañanas ese del teatro comoquieraquesellame) Ah sí, Casona.

En serio te le digo. Cagüen tó , lo q se está perdiendo el mundo. Por cierto, ahora q estamos solos y no nos ve nadie, eso del Asedio se sale.

Bueno, adios, q t den.

Alberich dijo...

Wau!

Lenka dijo...

Gracias, chiquillos!

Esta tarde me presenté de improviso en casa de la Mamma para llevarle un regalito y sacarla a cenar, pero las narices. Después de doce horas currando me la encontré en camisón y bata, pegada al radiador junto al gato centenario y tomándose la primera comida del día a las ocho de la tarde. La tía loca de contenta me recibe las tontadas como si fueran diamantes sin tallar (no me tocará una primitiva pa comprarle el palacio del moro, como poco) deja la cena a medias pa ponernos unos cafés (y atrévete a discutirle) y me dice que muy agradecida, pero no, que nos vayamos a cenar el Trasto y yo por ahí y nos divirtamos, que ya se queda ella feliz de la vida con el minino y el Pasapalabra. Me diréis si no es pa superar gilipolleces de la adolescencia y quererla por encima la cara cristo.

Obviamente salió el tema del María Alejandra, como cada 11 de marzo. Y, encima, pude contarle que hoy mismo, enredando por la interné, localicé nada menos que un foro de viejos marinos jubilados, algún superviviente, compañeros de hazañas de mi viejo y también de ella seguramente. Nada más abordarles leí un nombre que me sonaba de mil batallas, y al preguntarle, cómo no, la primera pregunta fue: "tu padre no sería un loco de las motos, no???" Alucinante. Increíble esto de la red.

En fin, que si os gustan las batallas navales tengo para aburrir. De partirse de risa y de poner los pelos de punta. Ya iré contando, ya.

Maese, no se meta con Casona, hombre por dios. Pa un amor entrañable que una mantiene desde la infancia, paisano mío además y que no se me ha caído del pedestal todavía... qué le costará respetármelo aunque me lo encuentre ñoño y singermornigs?? Déjemelo tranquilín, caramba. Además, ya le avisé yo que al leerle entendería esa parte ñoña, cursi y papanatas que gastamos algunas tiparracas del norte. Y el que avisa no es traidor.

Remolina dijo...

Vaya historia Lenka. Es impresionante.

Intuyo que el compañero de tu padre, el del transistor "cambiado", no se salvó ¿no?

Juan dijo...

Joder. Joder.

¡Y cómo cuentas las cosas¡.

Un abrazo de mi parte a esa madre.

Lenka dijo...

Intuyes bien, Remolina. Era un chaval muy joven y se acababa de casar. Apenas volvía de su luna de miel, que, como tantos otros marinos, la pasó en realidad embarcado con su mujer, él currando a ratos y ella viendo un poco de mundo, como mi madre y tantas mujeres. Lo raro fue que su reciente esposa no lo acompañara también en ese viaje, pero menos mal.

Había otra pareja en el Alejandra. El tipo era experto en todo lo relativo a las emergencias en alta mar, y de hecho fue de los primeros en lograr ponerse a salvo. Pero su mujer se quedó atrás y él volvió a por ella, tras decir a sus compañeros: "si ella muere, yo también". Al final fue exactamente lo que ocurrió.

Los supervivientes se hablaban entre ellos, aferrados a lo que podían durante las más de doce horas que tardaron en ser rescatados. Había uno que para vencer la fatiga y no dormirse se lió a cantar por Camarón.

El dueño de la naviera (no recuerdo si era inglés o norteamericano) ya mayor y enfermo terminal, decidió "regalarse" un último viaje en su barco favorito. Embarcó con una enfermera para atenderle y allí se quedaron los dos.

Hay tantísimas historias sobre los barcos, pero tantísimas... de las más cómicas a las más trágicas. Y, desde luego, ante un naufragio cada vida que se queda o se libra es una historia.

Yo no tengo el menor recuerdo de todo aquello, tenía menos de dos años, y ni siquiera conocí a toda aquella gente, pero es cierto que los considero de la familia por la de veces que he oído a mis padres hablar de ellos. Es curioso que mi padre siguiera navegando (eso da una idea de hasta qué punto asumes cosas en la vida) porque después del Alejandra, del Julia y de otras experiencias tremendas desde luego no fue el mismo.

Y mi madre... bueno. Pues parece que el 11 de marzo es una fecha para recordar víctimas, por desgracia. Algunas propias y otras no, pero como si lo fueran, o casi. Mi madre siempre tiene sensaciones agridulces en esta fecha, y cada vez que la felicito sé que su primera pregunta será: "cuánto hace ya del Alejandra?"

Un abrazo de tu parte a esa madre, Juan! Ay, mi madre. Siempre digo que mi padre es marino, pero la verdad es que cada vez estoy más convencida de que, aunque nunca fue su profesión y no navegó más que seis o siete años, mi madre es marino también.

Kaken dijo...

Leí tu entrada antes que nadie, Lenka, aún no había ningún comentario.
Me sobrecogió de tal manera, que no he podido dejar de darle vueltas, releerla, hablarlo con los míos...hasta este momento, en que puedo intentar contarte que me ha parecido de lo mejor que he leido...en mi vida.

No me gusta dorar la píldora, soy parca en piropos, pero es que no tengo más remedio que estar de acuerdo con Bowman (y con mucho gusto), tienes un don.

Esta tarde ha tocado batallitas en casa, mi hija me preguntaba por uno de mis abuelos. Y a medida que le iba contando, me daba cuenta de que era un personaje de novela...que yo no sabría retratar.

Las cosas que ocurren hay que saber contarlas, yo haría un pobre retrato de mi abuelo, a pesar de la intensa vida que le tocó, a pesar de tener los ojos glaucos y de haber permanecido enterrado en vida tras la explosión de una bomba.

Enhorabuena, Len, y felicidades de corazón a tu madre, que ya es un personaje de mi memoria.

Juan dijo...

Estoy de acuerdo con Kaken.

Cualquiera que te lea, Lenka, le puede dar la impresión que conoces a mucha gente interesantísima, muy curiosa y muy particular.

Pero creo que conoces a gente tan interesante o tan jodida como cualquier otro. La diferencia es que tú los haces especiales porque tienes una mirada especial que ahonda. Tienes la palabra adecuada con la que eres capaz de pintar y detallar a alguien.

Sí, tienes un don.

Lenka dijo...

Gracias, chicos. La verdad es que no creo conocer a personas más especiales de las que conocerá cualquiera, como bien decís. Si algo me ha quedado claro hace tiempo es que historias interesantes, insólitas, mágicas o demoledoras las hay en todas las familias. Historias de esas que esperarías encontrar en una novela, no en la vida. Y en cambio es en la vida donde suelen estar. Las novelas al final se quedan casi pobres al lado de lo que cualquier abuelo nos puede contar.

Desde muy canija me quedaba siempre cerca de los mayores, era la típica niña rarita que prefería quedarme callada escuchándoles antes que jugar con los otros críos. No había cuentos mejores para mí que oír a mis viejitos hablar de la guerra, o a mi padre del mar, o escuchar contar del bisabuelo suicida o cómo el tío Rafa perdió las piernas. Que esa era otra, apenas había filtros, ni siquiera ante los niños. La vida era así y así se contaba, sin más. Todo sonaba fascinante y a veces horripilante, sí, como en los cuentos y en los libros, pero lo asombroso era que se trataba de la realidad.

Mi familia tiene historias increíbles que son auténticos tesoros, aunque seguro que eso pasa en cualquier clan. Durante años me dio por las historias de fantasía y escapismo, pero cada vez soy más consciente de que lo realmente bueno e interesante no tiene por qué suponer necesariamente un alarde de imaginación (que tampoco está mal). A veces lo más valioso lo tienes en tu propia casa, las mejores historias, las más emocionantes. Hace tiempo ya que barrunto reunirlas todas y tejerlas a ver qué pasa. Seguramente se me colarían partes de fantasía entre ellas, pero lo esencial quedaría ahí. A ver si me animo.

No sé si es un don, ni sé cómo lo hago ni de dónde sale, no sé qué convierte una mera anécdota en una historia. Igual ese exceso de imaginación que antes canalizaba en vampiros y guerreros ha terminado ayudándome a imaginar cosas que no viví pero me contaron, de modo que llegué casi a "sentirlas" y por eso suenan bien. Ni idea.

En cualquier caso, con dones o sin ellos, que nadie deje jamás de contar las historias de su clan, por escrito, en diarios o de viva voz. Porque son cosas que no deben perderse, y quién sabe si un día un hijo, un nieto o un sobrino no sacará auténtica magia de ello, ya sea pa un novelón impresionante o para la vida, que no es poco decir.

Juan dijo...

Pues a que esperas para iniciar esa historia. A buen seguro que disfrutarás escribiéndola y nosotros leyéndote.

En alguna ocasión te comparé con Miss Marpple, y lo sigo pensando. Hay una diferencia entre ambas: conocéis la naturaleza humana, pero sólo tú extraes su lado mágico.

Lenka dijo...

Jejeje, es que para dedicarse al palo de la señora Christie hacía falta precisamente sacar lo peor de la gente!!! Créeme que a mí eso tampoco se me da mal, eh? Siempre digo que lo fascinante del ser humano es que todos somos capaces de las mayores grandezas y de las peores miserias. Todo tiene su interés, al menos para mí. Me asombra la grandeza del ser humano y también su lado oscuro. Casi siempre tenemos un poco de cada, muy pocas personas son o blanco o negro. Muy muy pocas. Y esas, además, me parecen menos interesantes literariamente.

;)

Eli dijo...

Tardías felicidades para la mamma, Len, y muchos besos para las dos.
Disfruta de ella; no te imaginas cómo se echa de menos.
Estoy de acuerdo con Juan: no es sólo que conozcas gente maravillosa o extraordinaria, sino que es así como nos las haces ver a través de tus palabras.

Sra de Zafón dijo...

De su clan, de su tribu, de su barrio...
El caso es tener la mirada que permite ver la magia oculta tras lo cotidiano y ser capaz de transmitirlo como lo haces tú.

Felicidades a la Mamma y a la hija de la Mamma, (reverencia)

Besos

Lenka dijo...

Gracias a ambas dos, chicas!!!!

No sé yo esto de la mirada asesina (al final va a tener razón el Roberto, pa variar) será un don o una putada, porque verás tú como termine siendo vox populi... ya me imagino a la peña huyendo de mi. Que viene la chunga, corre, corre, que esta va, te analiza y luego lo casca!!!!!

XD

violetazul dijo...

Pues precisamente hoy, 2 de abril, también es el aniversario del naufragio al que sobrevivió mi padre.. el único superviviente de 13 tripulantes.
Nunca voy a cansarme de dar las gracias..
Besos

Lenka dijo...

Ostras, Violeta, no te había visto. Bienvenida!! Tu padre también es marino??? No sabes cuánto me alegro de que sobreviviera, menudo regalo de la vida. Puedo preguntarte de qué gremio es tu padre? Y qué barco fue ese que naufragó un 2 de abril? Anda que como se hayan conocido... te lo digo porque no sería la primera vez que me tropiezo en la red con algún lobo de mar compañero de mi viejo.

Un beso!