domingo, 1 de noviembre de 2009

Noviembre


Después de varias semanas de clima absurdo parece que el otoño se ha desperezado. Con matemática precisión llegó el frío dando la mano al nuevo mes. Ayer mismo íbamos en manga corta. Hoy amaneció gris y bochornoso, pero nunca debes fiarte del tiempo norteño. En apenas unas horas recibimos un diluvio bíblico. Al caer la noche, se nos helaron las manos, las nubes se abrieron y una luna mágica reinó en el cielo despejado. Ojalá pudiera mostrárosla, pero es imposible retenerla con mi pulso incierto (me rindo a la evidencia: necesito un trípode).

Hoy es día de chaqueta de lana. De botas altas y guantes. Día de paraguas precavidos. Es día de cementerios y flores, de reunirse a charlar por los que se fueron. Pero nada de eso es triste en mi tierra, o, al menos, en mi clan. Porque también es día de pueblo, de castañas, de cocinas de leña, de fuegos encendidos. Un día de velas, de historias de ánimas. Un día de falsos aparecidos con madreñas y sábanas viejas, de niños gritando de risa y miedo, de jugar al escondite en la oscuridad, de farolillos. Al menos así solía ser antes de que nos dejáramos invadir estúpidamente por tradiciones ajenas, por estúpidos disfraces, por calabazas, caramelos y extraña palabrería que nada tiene que ver con nosotros. Truco o trato. Ni lo comprendemos siquiera, ni nos importa.

Quisiera que todo aquello no cayera en el olvido, pero estoy resignada. Me asalta la certeza de que pertenezco a la última generación que verá ciertas cosas con sus propios ojos. Los niños de ahora nada saben de lo que emocionaba a sus padres y abuelos, de lo que entendían y protegían como propio. Porque todo es nuevo y viejo para un niño. Porque ellos no se preguntan si sus conjuros de ahora son en verdad suyos o se los prestó la caja tonta. Ellos no saben de tradiciones o de modas. Saben lo que les deslumbra, lo que les gusta, lo que ya ven por todas partes y les hace sentirse parte de ello. Y, por qué no, si nosotros, los adultos, desechamos sin el menor esfuerzo lo de siempre para sustituírlo por cualquier necedad? No son cada vez más los adultos que dan la espalda a lo que amaron y se entusiasman jugando a brujas, vampiros y zombies?

Desde luego estoy resignada, pero no pierdo la memoria. Ni quiero perderla. Así que, feliz otoño, feliz noviembre, feliz día de difuntos. El día del muerto, como dicen por aquí. Feliz Magüestu.

4 comentarios:

Rogorn dijo...

Un bonito vidrio de los Gansos Rosas para ilustrar el tema:

http://www.youtube.com/watch?v=Bwu7ixmQk0c

Del cual siempre me han llamado la atención dos cosas. Una es el verso que dice: "Nothing lasts forever, even cold November rain". Hombre, pues lógico que no dure pa siempre. Si se acaba November y sigue lloviendo, ya será 'December rain', ¿no? So bolo.

Y la otra es el peazo novia en su vestido de ídem. Yummy.

Eli dijo...

Tu plan para hoy suena genial. ¿Hay sitio para una sevillana cansada del calor?

Juan dijo...

Antes de ayer hicieron 35º en Sevilla y ayer 33º. Tengo ganas de un noviembre asturiano.

Una de mis tres novelas favoritas es "La regenta". Tu post me ha recordado un capítulo en que, al comenzar noviembre, comenzaba la lluvia en Vetusta y ya no la abanonaría hasta mayo.

Un abrazo

Lenka dijo...

Ay, Juan, eso ya no pasa. En mis tiempos sí (parezco la abuela cebolleta), agarrabas el paraguas en noviembre a más tardar y no lo soltabas hasta mayo. Era como una prolongación de tu mano. Hala, todos los días al cole bajo el diluvio.

Ahora el clima está tan chiflao como en todas partes. El calentamiento global y todo eso. Nos tocan veranos de pena y el sol no llega hasta Septiembre. Y ya se queda todo el otoño. Hoy vuelve a hacer sol y seguramente estemos a veintipico grados. Luego nos lloverá en junio. Y frío, lo que se dice frío... qué va, yo ya no recuerdo aquellos inviernos largos de mi infancia, con botas de goma, jerseys inmensos, bufanda y guantes. Inviernos de esos de llevar ocho capas de ropa, camisetas térmicas, cuello de cisne... luego entrabas en un café y hala, a despelotarse todos!!!!

Qué va, eso de agarrarte a un medianito con leche para recuperar la sensibilidad en las manos... ya no existe. Chico, la gente dice que estoy gagá, pero yo echo de menos el frío. O, al menos, que venga cuando le toca. Y el calor cuando procede. No este sindios climático de tirantes en noviembre (lo juro) y paraguas con chanclas en julio. Esto no es sano. Coñe.