martes, 2 de diciembre de 2008

Buenos vecinos


Paula se sobresaltó con el portazo de su madre. Había estado enfrascada en una novela de misterio y la tarde, simplemente, pasó sin que ella se diera cuenta. Aurora, en cambio, no había tenido tanta suerte. Una reunión de vecinos nunca resultaba un plan interesante, mucho menos cuando una era la presidenta de la comunidad. Francamente, estaba harta de aquel cargo, de la gente, de las trifulcas y de perder el tiempo. Colorada por el enfado, con la respiración entrecortada y ese tic tan suyo de frotarse las manos, fue poniendo al día a su hija de todas sus dificultades. Paula, como siempre, seguía a su madre con la mirada, tranquila, sonriente, con aquella expresión de feliz somnolencia que la acompañaba por la vida.

-... total, que no hay quien se ponga de acuerdo - se lamentaba Aurora poniendo una cafetera y tratando de desenrollarse la bufanda al mismo tiempo -. Pero vaya, que no sé de qué me extraño con esta gente. Y todo por el maldito ascensor de los demonios. Que, a ver, digo yo, si está estropeado habrá que arreglarlo, y eso cuesta dinero, ¿no? Pues hala, una se mata haciendo cuentas, pidiendo presupuestos, intentando contentar a todo el mundo, para que al final le salgan con estas. ¡Y es que siempre tienen que ser los mismos! ¡Siempre! La señora Olvido aún tiene un pase, porque bueno, es cierto que está impedida y no sale de casa... ¡pero el mugriento ese! "Que si para qué quiero yo ascensor... que si siempre subo andando... que si total, un primero... que si patatín y patatán". Una cosa te voy a decir... como pesque al desgraciado melenudo usando el ascensor para subir su bici, ¡me va a oír! ¡Te digo yo que me va a oír!

Paula meneaba la cabeza, divertida por las tragedias cotidianas de su madre. Aurora sufría una tendencia innata a la exageración y el drama pero, en el fondo, disfrutaba con todo aquello. Su hija la conocía bien y sabía que, en los próximos meses, el mayor entretenimiento de la flamante presidenta de la comunidad, sería jugar al gato y el ratón con aquel chico tan simpático del primero. Aurora, la eterna policía, la justiciera del portal, tenaz e implacable como un sabueso. Naturalmente, se arregló el ascensor y una aparente calma invadió al número 3. Pero Aurora, enemiga de la ociosidad, tenía mucho quehacer. Cada día, Paula asistía divertida a las batidas de caza de su madre que, al menor ruido en la escalera, se asomaba con tozudez incombustible a la barandilla, bien empinada sobre sus botines más sigilosos, empeñada en sorprender en falta al vecino insolidario. Su afán obtuvo recompensa un viernes por la noche. Apostada en su puesto de vigilancia, vio entrar al joven con su bicicleta a cuestas. Y, tal y como ella esperaba, el muy desvergonzado tuvo la osadía de pulsar el interruptor del ascensor. Sin pensárselo dos veces, Aurora salió disparada hacia el último piso, trotando a toda velocidad. Oía perfectamente los engranajes del ascensor, bajando a su paso de caracol, como si le echara una carrera. Llegó sin aliento al cuartucho, logró controlar el temblor de sus manos ansiosas, encontró la llave, abrió la puerta, entró como una exhalación y esperó. El ascensor se detuvo. Oyó el forcejeo del vecino melenudo intentando meter su bici en tan reducido espacio. Portazo. Engranaje. Y entonces, pulsó el botón rojo, aquel sobre el cual el técnico la había advertido una y otra vez. Y se hizo el silencio.

Regresó a casa exultante de felicidad. Ni siquiera tuvo tiempo de refugiarse en su piso. Ya se oían los golpes y los gritos de auxilio. Los vecinos no tardaron en invadir la escalera, alertados por el escándalo.
- Parece que es el chico del primero - dijo alguien.
- Uy, no me diga. Pues creo que el pobre tiene claustrofobia...

No resultó nada fácil localizar al técnico un viernes a semejantes horas. Aurora, siempre tan solícita, hacía mil y una llamadas intentando disimular su expresión de triunfo. Cuando, pasada la media noche, aquel hombre canoso, con cara de pocos amigos, logró abrir la puerta, Aurora ya no pudo fingir. La mirada de aquel infeliz, aterrada, avergonzada, el sudor que cubría su frente, la forma en que temblaba... había sido una victoria aplastante y merecía saborearla. El técnico, rascándose la cabeza, les advirtió de la nueva avería, provocada por el ataque de ansiedad del joven atrapado que, en su desesperación, había aporreado la puerta y todos los botones. Ya podían despedirse de ascensor hasta el lunes, como mínimo. Los vecinos asentían, resignados. Otra avería. Tocaba desembolsar de nuevo. El joven rescatado aseguró, con un hilo de voz, que pagaría su parte. Aurora, henchida de orgullo, se metió en la cama deseando que Paula no llegara muy tarde, para poder relatarle su aventura.

Paula volvió a casa al amanecer, mareada por las copas que había tomado con sus amigos y ardiendo en deseos de quitarse aquellos malditos tacones. Un enorme suspiro se escapó de sus labios al comprobar que el ascensor no funcionaba. No le quedaba más remedio que subir cinco pisos a pie. Y pensar en las molestias que se había tomado su madre para que arreglaran aquel trasto... Había llegado al tercero cuando uno de sus tacones se rompió. Perdió el equilibrio y trató de agarrarse a la barandilla, pero sólo consiguió golpearla con la mano. Mientras caía hacia atrás pensó en la pobre Aurora, en la pena inconsolable que sentiría cuando encontraran desnucada a su única hija.

(Y, lo más tremendo de todo, es que está basado en un caso real. Adornado, por supuesto, pero real. Tremendas las bromas del cosmos, verdad?)

14 comentarios:

Kaken dijo...

Impresionante, Lenka.
Muda me quedo.

Y el caso es que, en serio, mientras lo leía pensaba que era real, con nombres figurados.
No quiero ni imaginar como se sentiría la madre ni...nada.
tremenda jugarreta, uff¡¡

Un bes

Lenka dijo...

Si pude escribirlo es porque no las conocí, jamás las he visto ni sé sus nombres. Esto (sin los adornos que me he permitido) ocurrió en el portal de una de mis mejores amigas, ella misma me lo contó. Desde entonces no he parado de darle vueltas porque me parece una historia tremenda, durísima, una de esas tragedias en las que el lector, o el oyente, se tira de los pelos y piensa: "pero no!!! Cómo se te ocurrió hacer algo así???" Pero claro, sólo porque somos lectores u oyentes. Al protagonista de la tragedia jamás se le pasa por la cabeza que se pueda dar semejante serie de acontecimientos, y que estos le conduzcan a un final tan demoledor. Y es precisamente esa serie de acciones y reacciones las que me fascinan de muchas historias. El "qué hubiera pasado si... y si ella hubiera hecho... y si no hubiera decidido..."

Es realmente fascinante para la literatura. Para la vida no, desde luego. No cuando el final es así. Supongo que por eso he sido capaz de escribirlo, porque no las conocía, porque puedo fingir que no existieron, que fue un rumor, una leyenda urbana (aunque sepa que no fue así). Porque lo terrible es que cosas así ocurren o pueden ocurrir. Pero sólo si ocurren lejos de nosotros podemos escribirlas. Al menos yo.

En fin, tenía que sacarme la historia de la cabeza. Y es curioso pero, quizá porque era real, es de las que más me han costado.

Un beso, Kaken.

Salem6669-Satori6669 dijo...

Como todo lo que escribes Len,
mágico,
la verdad es que a veces uno se pregunta que karma tendría la pobre madre para tener que llevar a cuestas durante su vida esta tragedia,
aunque desde fuera se puedan poner miles de razonamientos,
y que exculpar a la madre de lo ocurrido sea objetivamente sencillo,
está claro que para ella tiene que ser increíblemente duro llevar esa carga.

Esperando más cartas a los Búhos y nieve,nieve,nieveeeeee ;o)

Besinos

Rose dijo...

Madre mía. Es una historia terrible. Me ha dejado el cuerpo fatal. He vivido siempre rodeada de historias supersticiosas (mi madre se crió en la Galicia más rural) y supongo que arrastro cierto poso. Y alguna vez me ha sucedido, cuando un pequeño asomo de deseo de venganza o revancha me ha asaltado, que he pensado que ese sentimiento podía volverse contra mí, y automáticamente lo he descartado. El leer tu historia me ha recordado esa sensación. Uffff... terrible, terrible.

Sra de Zafón dijo...

Qué bien cuentas, Lenka.

Parecen increíbles y de chiste los millones de guerras que hay montados en las comunidades de vecinos, pero son auténticos dramas cotidianos protagonizados por personas que limitan su vida a odiar.
Horas de espionaje, horas de espera para la venganza, horas entregadas al odio, y al final... vidas en estado perenne de crispación y tanquilos vecinos que no saben que hacer con ello.
Es terrible.

Rogorn dijo...

(Ahora que cuente el de por qué el ascensor estaba estropeado, jeje.)

Juan dijo...

Que bien cuentas y montas las historias.

La venganza es un placer que, demasiado a menudo, se vuelve contra el que la ha tramado.

Enhorabuena Lenka, como siempre, un lujo.

Eli dijo...

Esos pequeños y mezquinos actos de venganza suelen volverse contra el que los comete muy a menudo.
Los actos tienen consecuencias, y algo tan ruin suele explotar en la cara.


Me ha gustado mucho el cuento, Len.
Un beso, artistaza.

Alberich dijo...

WOW

Lenka dijo...

Gracias a todos, chicos. Me resulta curioso comprobar cuánta gente pensamos (o creemos) que la venganza no lleva a ningún sitio. Y, es más, me asombra más cuántos lo vemos desde la superstición, la represalia kármica, el efecto boomerang, el rollo de la mala energía devuelta con intereses. No tengo claro de dónde sale una idea o creencia tan arraigada, a mí me la inculcaron desde niña. Es de esas cosas que no tiene lógica ni el menor rigor científico, y, aún así, cala mucho. Por qué será?

A mí me encanta todo lo que nuestra cultura y nuestra tradición tiene de mítico, de leyenda. Ya sabéis lo que siento por mi tierra de trasgus, xanas y cuentos de aparecidos. Lo curioso es que todo eso me lo tomo como simple y bello folclore y, en cambio, ciertas máximas (como esta del karma vengador) sí que me la tomo en serio. Y veo que no soy la única.

Será porque uno intenta, como sea, ponerle freno a esos impulsos malvados que todos tenemos? Será la justificación para ser bueno? El mantra que nos recuerda que no vale la pena? Puro y duro miedo supersticioso? No sé lo que es, pero si funciona, bienvenido sea. Un poco de oscuridad y superchería que garantiza que no nos dejamos llevar por impulsos destructores, merece la pena. Aunque no tenga lógica.

Porque... no la tiene, verdad? (Oyendo estas historias hasta duda uno!!!! Será por eso que funciona!)

Y nada, que se la dedico al descreído hereje ese que se quejaba tanto, y que si no escribo nada nuevo, y que si dónde está la inspiración francesa y que si esto y lo otro. Hombre ya.

Cris dijo...

Qué bueno, Len!!!
Y encima, es que es tan real como la vida misma.
Besos.

Rogorn dijo...

Anda, mira, si dar la lata funciona. Jejeje. ALenkados del mundo, uníos. Y seguid a la Lata.

Anónimo dijo...

Yo sigo a la lata o a lo que haga falta, pero que publique de una maldita vez, que si sigo leyendo estas historias en la ofi, mientras el viento aulla entre los árboles de la acera, me va a dar un patatús.

Val

Lenka dijo...

Jejejejeje, piensa que podría ser peor. Podrías seguir currando en el desván... y con la casa sin arreglar, tal como era.

Vaya yuyu, eeeeeeehhhhh????