domingo, 13 de junio de 2010

La voz de Padre


Mila nació un 13 de junio de 1925, por la tarde. Era la número siete (aunque aún vendría otro más) de una familia humilde. Parece ser que su padre, Julián, el carretero, se llevó un chasco que no trató de disimular. Tenía ya una hija (la mayor) y cinco varones, pero no podía negar que prefería un chico más. Hasta el día 25 no se acercó a la ciudad para "registrar" a la pequeña. Cuando su mujer, María, le reprochaba su indolencia, él se encogía de hombros y alegaba estar muy ocupado con las faenas. Nadie podía prever (ni siquiera el propio Julián) que aquella chiquilla terminaría siendo su ojito derecho, el amor de su vida.

A María le costaba creer que, tras el poco entusiasmo inicial, su marido estuviera tan loco con la niña. Mila era una criatura con carácter (como lo eran todos en aquella casa), fuerte y obstinada. Sus hermanos disfrutaban haciéndole perrerías y la llamaban "Barbuda" por su mal genio. Una vez tuvieron la ocurrencia de cortarles las punteras a unos zapatos que eran el mayor orgullo de Mila. Cuando su padre la encontró hecha un mar de lágrimas, no dudó en medir el lomo de sus chicos por disgustar a su favorita. Una tarde, María ordenó a su hija que la ayudara con alguna de las muchas tareas ingratas de la casa. Mila se negó en redondo y hasta contestó de malos modos. Acto seguido, puso pies en polvorosa, sabedora de que su madre le daría un par de guantazos si la pillaba. "Ya volverás", la retó María desde la puerta. Mila remoloneó por el campo hasta que se puso el sol y le entró miedo. Veía a lo lejos las luces de su casa, y sabía que Padre no tardaría en volver. Al cabo de un rato, oyó su voz llamándola.

- ¡Milagros! - gritó Julián.
- ¡Mande! - respondió ella saliendo de su escondite.
- Ven, hija. Entra en casa.
Mila obedeció, acobardada ante la idea de recibir su castigo. La madre esperaba con el ceño fruncido. Y Julián se impuso.
- Da de cenar a la niña y que se acueste.

María obedeció rezongando por lo bajo (también ella gastaba un genio subido que pocos años después la ayudó a lidiar con su viudez, la guerra, el hambre y la enfermedad de sus hijos sin una queja) y clamando al cielo sobre la chochez de aquel paisano que había perdido la sesera por una renacuaja deslenguada, habráse visto, anda que si en mis tiempos le contesto yo así a mi madre no me quedaba un diente sano.

Mila conserva con celo los recuerdos que le quedan de su padre. La oigo al otro lado del teléfono, haciendo memoria de aquellos días, felices pese a todo, cuando la familia estaba completa y aún no sonaban tiros, ni sirenas, ni caían bombas cerca del pueblo. "Que poco me lo dejaron", suspira. Hoy cumple 85 años pero no hay día en que no recuerde a ese padre al que adoraba y por el que sigue llorando. Ese hombre grande y serio que asustaba un poco con su vozarrón y sus manos grandes, pero que siempre tuvo una caricia o un guiño para su niña predilecta. Ese hombre al que sacaron una noche de casa, las manos en alto, para meterlo en un camión que se perdió en la oscuridad. Su padre, que nunca regresó, que no tiene ni una tumba donde ir a dejar flores, y con cuyo amado nombre ella bautizó al primero de sus hijos varones.

Mila hace balance de su vida: su maravilloso marido y compañero, sus once hijos, sus trece nietos, su bisnieta, todos los amigos, los momentos, los recuerdos. Y sonríe, satisfecha. Pero Julián, su padre, le dejó un hueco enorme e imposible de llenar. Por eso nos cuenta su historia una y otra vez, y nos insiste en que hagamos lo imposible por no permitir otra guerra. Por eso nos repite siempre que nosotros, que somos más listos y hemos leído tanto (o eso opina ella), no debemos cometer los mismos errores, debemos intentar hacer mejor el mundo. Porque ella sabe lo duro que es vivir una guerra. Y nos recalca que, si es duro para un adulto, es atroz para un niño.

Daría cualquier cosa, Mila, por poder reparar lo que padeciste. Tú y tantos de tu generación. Daría lo que fuera por lograr tu mayor deseo: recuperar el cuerpo de Julián, de tu padre, para que pudieras enterrarle como tú quieres y ayudar a cerrar tus heridas. Ojalá pudiera. Lo que sí puedo prometerte es que no olvidaré su historia. Y, si tengo hijos, sabrán de él y del precio que pagó (que pagasteis tantos) por la estupidez humana. Oigo tu voz al otro lado y me sigue asombrando cómo pasas de la nostalgia a la risa, del suspiro a la sorna. Cómo conservas tu fuerza y tu carácter indomable de Barbuda. Y tras pasar un rato de recuerdos y de charla, me envías besos para mí y para Manu, y me sorprendes con una frase inesperada. "Que tengáis mucha suerte en la vida". Se me encoge el corazón, Mila, abuela, porque querría que no te fueras nunca y tus palabras me han sonado un poco a despedida. Menos mal que, cuando llegue el momento, sé que Padre te estará esperando allí (donde sea, y esto es algo que me empeño en creer con esa tozudez tan nuestra) y que, en medio de la oscuridad, su voz te dirá: "¡Milagros! Ven, hija. Entra en casa".

12 comentarios:

Marechek dijo...

Qué bonito Len... Ya toy con el moco colgando... Ojalá la tengas mucho más tiempo.

Marechek

Lenka dijo...

Ay, ojalá. Ya sé que igual es pedir demasiado y que no me puedo quejar (32 años y 4 abuelos vivos es una pasada!) pero ojalá que todavía me duren unos cuantos años más. Tengo la sensación de que todavía tienen tantísimo que enseñarme...

Kaken dijo...

Desde la lagrimilla y el escalofrío muchas felicidades a las dos por teneros.
Un bes.

Juan dijo...

Maravillosa historia. Maravillosa mujer. Maravilloso padre.

Un abrazo

Sra de Zafón dijo...

Qué bien narras, Lenka
Precioso rato me has hecho pasar.
Tienes mucha suerte, conozco a muy gente que a tus años tenga a sus abuelos vivos.
Un beso para tí y para ellos.

Alberich dijo...

Jodé...


Eres especial, Len...eso también debes saberlo...

un abrazote

Lenka dijo...

Gracias, chicos! Desde luego que me siento no ya afortunada, más bien privilegiada por conservar a mis cuatro abuelos a mi edad. La de momentos e historias que voy a poder conservar y transmitir gracias a ellos!!! Y es que, encima, los cuatro me parecen personas maravillosas, independientemente de que sean mis abuelos. Cada uno a su modo me ha inspirado y enseñado cosas, son unos seres humanos a los que celebro mucho haber podido conocer. Y me siento muy en deuda con ellos porque entiendo que son "culpables" de casi todo lo bueno que tengo.

Por cierto, la de la foto es Mila, claro. Hace un montonazo de años y demostrando el tipo de mujer que es (y que no fue más porque la vida tuvo otros planes para ella). Posa con la primera moto de mi padre porque, al contrario que casi todas las madres, nunca le censuró la pasión motera, sino que se la aplaudió y envidió sanamente.

Estoy segura de que Mila, de haber nacido hombre, o mujer en otros tiempos, de no haber tenido tantos hijos y tantas responsabilidades familiares de las que se reservaban para ellas (su madre, hermanos enfermos, etc) habría sido... no sé, pero algo sorprendente sin duda. Tiene un carácter de esos terriblemente fuertes y a la vez profundamente bondadosos. No me cuesta nada imaginármela de miliciana, surcando el mar como su hijo (mi pater) o pilotando una moto, un avión o un submarino. O de misionera! Qué sé yo, pero algo poco convencional. Seguro.

Lenka dijo...

Se me olvidaba!! Si ampliáis la foto me veréis a mí dentro de unos cuantos años. Somos clónicas. Y, además, está en medio de ambas la tía Merce. Con ellas dos en mi vida siempre he sabido cómo sería yo con veinte y con cuarenta años más. Es como mirarse en una bola de cristal!!!

Kaken dijo...

Para mí lo que cuenta es lo que ella es dadas sus circunstancias, y es tremendamente especial y única.

Y sí, desde que ví la foto aprecié tus rasgos en los suyos, me encanta verlo.
Sois todas muy guapas. Transcendeis, que lo sepas ;-)

Lenka dijo...

Desde luego que ha sido única de todos modos, pretendiéndolo o no. Seguramente ella no lo sabe, porque probablemente su vida de esposa y madre le parece de lo más anodina. Y nada más lejos de la realidad.

Jajajaja, a mi abuela le encantaría oírte, porque siempre ha creído que no tiene el menor encanto. Supongo que es porque no encajaba con las modas de su época, no lo sé. A mí siempre me ha parecido muy guapa, sobre todo porque tiene ciertas cosillas que le envidio supinamente: una piel increíble y lisa (no os podéis imaginar el escote que tiene esta mujer a sus 85 años, totalmente perfecto, como el de una chavala de 20 años) NI UN PELO por el cuerpo (no sabe lo que es depilarse, cielos, pero por qué no pude heredar eso??), unos huesos con una forma preciosa (lo sé, esto suena raro pero yo es que me fijo en cada cosa...), en fin, ni arrugas, ni manchas, ni pelos... y unos ojos hermosos que dicen tantas y tantas cosas...

Que es guapa mi abuela, vaya!!!!
Y mi tía Merce... te diré, creo que más aún. Sinceramente, es la más guapa de la familia. Sobre todo porque tiene unos ojos de esos que se ríen solos. Me encanta!!

Nebroa dijo...

Lenka... es maravilloso lo que cuentas, cómo lo cuentas y cómo lo vives. Cómo saboreas lo que tienes, lo que se vivió, cómo dejas que la historia cale en ti y no se pierda, lo que valoras, los rasgos que destacas... Si esa mirada limpia te viene de ella, de Mila, de tus otros 3 abuelos, si la llevas arraigada en el alma, jamás la perderás, y es taaan bonito...
Felicidades a tu abueli, a mí me queda la abuela materna, que siempre le digo que se parece a la de las chicas de oro! recuerdas? jaja... Pues igual, pero siempre de negro... No quiero que se vaya nunca, y le pido que me cuente historias, sabes lo malo? que mi memoria no es buena y me las puede contar muchas veces, porque siempre me parecen la primera... Y eso que podría parecer positivo no lo es tanto cuando pienso que si yo no lo recuerdo cuando no pueda contármelo, cómo lo recuperaré?...
Un abrazo!

Lenka dijo...

Mi abuelo (el marido de Mila) tiene una memoria prodigiosa, pero siempre temió que no fuera suficiente. O que las siguientes generaciones empezaran a confundir los detalles. Por eso hay cientos y cientos de fotos en su casa con nombres, parentescos y fechas por detrás. Y por eso, hace añales, empezó a colar un magnetófono en las charlas familiares, para grabar las historias contadas por sus protagonistas.

Tenía que hacerlo a escondidas, porque para algunos de mis ancestros aquel aparatejo tenía algo de diabólico, jajaja. Gracias al empeño de mi abuelo ahora puedo escuchar a María, la madre de Mila, a la que no llegué a conocer, y ponerle voz a ese retrato suyo, posando altiva con sus mejores galas en el porche de la casa, la espalda bien estirada y la cabeza alta, como si fuera una condesa en lugar de una viuda de guerra que trabajaba en el campo. O acordarme más y mejor de dos de sus hijos, Ángel y Rafa, contando entre risotadas y palabrotas capítulos de su infancia, las peleas en los bailes con otros chicos o la fila de pretendientes que se juntaba para cortejar a las hermanas.

Qué bien que ahora, además, tenemos cámaras de vídeo y otras magias para seguir recopilando recuerdos. Supongo que también escribo por eso. Para no olvidar. Y por si a alguno de los que venga detrás le apetece bucear entre todas estas vidas. A mí, al menos, me parecen fascinantes.