sábado, 6 de septiembre de 2008

Nadia


Mucho antes de que cualquier test me lo confirmara, antes incluso de tener el primer síntoma, supe que estaba embarazada. En ese mismo instante, supe que sería una niña. Supe, también, qué aspecto tendría: cómo sería su pelo, sus ojos, su sonrisa, la curva de su nariz, el arco de sus cejas. Y supe, por último, cómo se llamaría. Todo esto me lo contó ella misma, en un sueño.
Cuando por primera vez la tuve entre mis brazos, me asaltó la certeza de que sería especial. Este convencimiento, que cualquier madre experimenta con sus hijos, no se debía, en mi caso, al mero orgullo de toda aquella que engendra. Nada más lejos de la realidad. A mí, el saber que mi hija sería extraordinaria, me pesaba como una losa. Porque, de la misma manera que tuve conciencia de ella, vi, con meridiana claridad, cómo de asombrosa sería. Una parte de mi corazón albergó la secreta esperanza de equivocarse. Un anhelo, ciertamente, muy pequeño. No se cumplió.

Nadia hablaba y hablaba, sin necesidad de que nadie le respondiera. Pero, a diferencia de los otros niños, ella no parloteaba sola. Aquellos seres, que la acompañaban siempre, la escuchaban, contestaban a sus preguntas y ruegos, le contaban cosas. Yo, por supuesto, no les veía. Ella sí. Me los describía con todo lujo de detalles. Tenían sus nombres. Eran “las personas que están allí”. No había que tenerles miedo. Al menos, no a todos.
Nadia reía al comprobar, cada día, como la luz de la gente (de nosotros, los de aquí) cambiaba de color. “Hoy estás triste, mami”, decía, “Tu luz está oscura”. Nadia miraba las fotos viejas, de antepasados que jamás vio, de los que yo nunca le hablé, y les reconocía, sabía quiénes eran, quiénes habían sido sus padres, hijos y hermanos, cuándo habían venido “de allí” y cuándo habían vuelto a ese misterioso lugar. Al principio, lo admito, su mundo me aterraba. Después, comprendí que ella estaba llena de paz y de luz, y que, por eso mismo, los seres de otras épocas, de otros planos, se acercaban a mirarla, a protegerla. Por eso nunca tenía miedo.

Pero de pronto, al cumplir los ocho años, algo la asustó. Sucedió cuando nos trasladamos, aquel verano, a la vieja casa de campo, la que fuera de mis abuelos. Creí que mi hija se sentiría como pez en el agua. Campo, flores, pájaros, sol y mil rincones en los que esconderse. Y, sin embargo, se volvió melancólica, callada, silenciosa. Sentada en el jardín, observaba la vieja casa con recelo. Rara vez entraba. Al caer la noche, debía emplear toda clase de estratagemas para convencerla de que, inevitablemente, debía irse a dormir. Y en una ocasión, cuando la arropaba en su cama, me miró con sus insondables ojos de mar y me hizo una confesión.
- El señor alto, el que se llamaba Samuel, ese es bueno. A veces está de mal humor, pero es bueno. La señora bajita, la que reza tanto y se llamaba Adela, esa también es buena. Pero mami, la otra señora, la del pelo largo, esa no me gusta. Se sienta en mi cama y me mira.
Me estremecí de pies a cabeza. Samuel y Adela, mis abuelos. Nunca le harían daño a mi niña. Pero, ¿quién era la otra? Tragándome mi pavor, procurando parecer despreocupada, intenté sonsacar a Nadia.
- ¿La señora de pelo largo? ¿Cómo se llama?
- No lo sé, mami. Sólo me mira y me mira. Le pedí que se fuera de mi cuarto, pero no quiere. Sólo me mira y llora mucho, y chilla, me despierta y no me deja dormir.
Sentí pánico. Supliqué a mi marido que volviéramos a casa o que, al menos, sacáramos a Nadia de aquella habitación. No quiso ni oír hablar de ello. Siempre ha sido un hombre de naturaleza escéptica. Las rarezas de nuestra hija le dejan indiferente, las atribuye a un exceso de fantasía. Obstinada, me trasladé yo al cuarto de la niña. Roberto, mi marido, se burló de mis miedos.

Creí que no podría dormir, pero, en cuanto mi cabeza tocó la almohada, caí en un pesado sueño. En mitad de la noche, no sé a qué hora, un lamento agudo y sobrenatural me despertó. Dios, sonaba como el aullido de un animal. Creyendo que mi corazón se partiría, encendí la lámpara de la mesilla. Y entonces la vi. No etérea o fantasmal, sino sólida como yo misma. Llevaba un camisón largo y anticuado, tenía el pelo blanco, pero su figura era juvenil. Me di cuenta de que era albina. Enterraba la cara entre las manos y sollozaba, gemía, chillaba. Llegué a pensar que moriría de miedo. No pude moverme, ni articular palabra. Mi hija, en cambio, gateó hasta el borde de la cama y la tocó. La mujer (o lo que fuera) apartó violentamente las manos de su rostro y, entonces su grito se unió al mío. Aquella cara jamás se borrará de mi recuerdo: desfigurada, tumefacta, la carne muerta y retorcida, sin labios, con una boca que se abría como un tajo y bramaba su dolor, y, lo más aterrador, sin párpados. Sus ojos eran dos bolas negras que miraban sin ver y nunca se cerraban. Nadia retrocedió asustada y el ser manoteó al aire. Traté de recuperar las fuerzas, pero mi cuerpo no respondió. Quería agarrar a mi niña y huir. No pude. Ante mi espanto, Nadia volvió a acercarse a ella y la acarició de nuevo. Su manita se deslizó sobre el pelo blanco. La oí musitar con ternura:
- Ya está, ya está. No llores. Ya no te tengo miedo. Eres buena. Y eres guapa. Ya pasó, no sigas llorando.
Aquello, que a mis ojos sólo era un monstruo, dejó de gritar. Inclinó la cabeza, husmeó el aire, aspiró el olor de mi hija como si la vida le fuera en ello, suspiró dulcemente y desapareció.
- Ahora ya está tranquila – dijo Nadia satisfecha -. Estaba triste porque nadie la quería, todos le tenían miedo. Ahora ya se puede ir “allí”, con los demás.

Nadia olvidó su desconfianza. La casa de verano fue su lugar favorito desde entonces. Regresamos a ella cada verano.
Un día, haciendo limpieza, encontré una caja de cartón descolorido en el fondo de un armario. Estaba llena de fotos viejas, amarillentas. En todas ellas, una niña preciosa posaba sonriente. Mientras contemplaba los retratos, mi hija, que acababa de cumplir los quince años, se asomó sobre mi hombro.
- Esa es Delia. Antes de que a su hermana, Adela, se le olvidara apagar las velas. Antes de quemarse la cara. ¿Verdad que es muy guapa, mami?

9 comentarios:

Celadus dijo...

Me has puesto los pelos de punta,¡cachoperra! :p

Anónimo dijo...

La madre que te parió!!! A ver como duermo ahora. Que me imagino la jodida casa del pueblo como el horreo de tus abuelos.

Maqui

Anónimo dijo...

Jodó.

¿Porq no desarrollas esto? Aquí hay una historia de doscientas páginas. Y muy buena.

Salem6669-Satori6669 dijo...

Está bien eso de mantener las buenas costumbres,
cuando se lee algo muy bueno lo siguiente que escribas tiene que ser al menos,
muy bueno,
para variar ;oP

Pasarlo bien en esas deseadas vacaciones,
y yo que tú no me quedaría a dormir en ninguna vieja casa de campo,
a no ser que llevéis a una pequeña que os haga ver más allá de vuestros ojos,
aunque pensandolo bien eso lo podéis hacer ambos dos de sobra,
así que sin miedo y a por los más imponentes castillos ;oP.

Pd.- Como tengo pensado leer el libro del niño del pijama no he leído más de lo que escribiste antes, a ver si acabo el que estoy leyendo ahora y empiezo con ese.

Pd2.-Lamento no haber escrito nada este tiempo, pero es que he estado liado con mudanzas,cambios de ciudad,de tareas, sin más internet que el que me da de vez en cuando una ONG vecinal y cumpliendo mis primeras funciones como Tío primerizo ;o)

Besinos y Bon Voyage

Anónimo dijo...

Jodó, Lenka, me has dejado temblando. Me ha encantado el relato. Muy bueno.

Anónimo dijo...

ahhh te mato. Tengo los pelitos de puntita, y seguro que cuando hoy me despierta de noche y vea a mis perros el chillido va a ser monumental.
Jopelines.

Eso si es una pasada

Lenka dijo...

Muchas gracias a todos. Qué gozada leeros a la vuelta de las vacaciones!!!

Usted cree que esto da pa doscientas páginas, Don Bowman?? Me lo pensaré, me lo pensaré.

Maqui!!!! Eres tú???? Bienvenida!!!

La última anónima no será la Naska Trasgu, no??? A ver si nos acordamos de firmaaaar ;-)

Anónimo dijo...

Breiko Lenka.

Querrás decir bienvenido...

Maqui

Lenka dijo...

Bienvenido??? Y de la época de la radio??? Ah, entonces eres el Maquiavelo!! Ya era hora de que me firmaras con nombre, descastao!!!!

;-)