domingo, 20 de julio de 2008

Óyeme...


A finales de mayo os contaba la historia de mis tíos abuelos Toni y Sabina, primos carnales entre sí, matrimonio, con el alma dividida entre Asturias y La Habana. Ayer supe que Sabina se está muriendo. Quizá ya se haya ido, antes incluso de que yo termine de teclear estas palabras. Quizá no tenga tiempo para despedirme. Ni si quiera sé si quiero despedirme. Qué podría decirle?

Supongo que le diría que, en estos tiempos, 74 años parecen pocos para irse. Le diría que echaré de menos sus historias, sus uñas pintadas de rojo, sus joyas extravagantes, su acento, su risa socarrona, los cigarros que nos fumamos a escondidas, los chupitos de crema de whisky que nos bebimos. Le diría que no tema, que no dejaremos a Toni solo. Que no olvidaremos a sus parientes de Cuba. Que puede partir en paz, porque no permitiré que el olvido se la lleve. Porque la recordaré siempre, y hablaré de ella a mis hijos, a mis nietos, como pienso hablarles de los demás, de Rafa, de Ángel, de María y Julián, de Papín y Mamina, de Amparo y Silvino, de todos los que se vayan despidiendo, de cuantos conocí y de aquellos a los que no llegué a ver, pero a los que conozco igualmente porque otros tuvieron la generosidad de presentármelos, para que sus historias no se perdieran.

Te vas, y podría parecer que tu cadena se rompe. Te vas sin dejar hijos, ni nietos. Pero nos dejas todo lo demás, la sangre, la vida, los momentos. Ten por seguro que los que están por llegar, sabrán de la tía Sabina. Buen viaje. Nos vemos allá.

5 comentarios:

Alberich dijo...

Pues eso, buen viaje!

Lal dijo...

Preciosa despedida.
Buen viaje, tía Sabina.

Lenka dijo...

Muchas gracias, chicos. Al final no pude despedirme en persona, porque, cosas del azar, mi tía decidió irse justo cuando yo subía en el ascensor del hospital. En parte me da pena no haberle podido decir todas esas cosas al oído (quién sabe, quizá hubiera podido oírlas) pero, seguramente, allá donde esté las sabe muy bien. Además, prefiero recordarla con sus escotazos, sus uñas rojas, sus moños imposibles, sus joyas, sus cigarros finitos y su risa socarrona. Mucho mejor así que verla enchufada a una máquina.

Debo decir que, por una vez, la "maldición" de mi familia con los médicos se rompió, y, aunque no pudieron hacer nada por ella, se comportaron con nosotros de un modo impresionante. El hecho de que dos médicos ya curtidos se abrazaran al viudo entre lágrimas dice mucho de su sensibilidad. Y, como en mitad del fregado no pude agradecerles sus atenciones, lo hago ahora. Y, de paso, le envío un enorme abrazo a Albe, porque me consta que es un ejemplo de empatía y sensibilidad con sus pacientes, como deberían ser todos los médicos.

Besos!!

Cris dijo...

Buen viaje, Sabina. Es la mejor despedida que has podido hacerle, Len.

Lenka dijo...

Gracias, Cris. Muchos besos.