martes, 29 de julio de 2008

Lobo


Ni siquiera lo vi. Apareció de la nada, quieto en mitad de la carretera. Los faros del coche le iluminaron. Tenía el pelaje plateado, parecía viejo y manso. Sus ojos, hermosos, grandes, ambarinos, brillaron en la oscuridad. Me miró con calma, con resignación. Aquellos ojos eran casi humanos...
El golpe fue certero y resonó desproporcionadamente en medio del silencio, dejándome helada. Detuve el coche y respiré hondo. Estaba segura de haberlo matado. Pobre animal. Uno más que terminaba sus días bajo las ruedas de alguien. Me sentí mal. Intenté consolarme, como supongo hacen todos los amantes de la vida cuando la arrebatan sin querer. No pude evitarlo, no hubo tiempo. De haber pegado un volantazo, ¿qué habría sido de mí? Me alegraba de estar bien, por supuesto, pero no podía evitar la culpa. Quizá por eso sentí el irrefrenable deseo de bajar del coche, de verlo, de disculparme. ¿Y si aún estaba vivo? ¿Y si, malherido, se debatía entre la vida y la muerte? Sería durísimo ver su agonía. Quizá incluso me atacara en su desesperación. Correría el riesgo. Y, si no podía hacer otra cosa, le hablaría en voz baja, le acompañaría hasta el final, por doloroso que fuera. Ni siquiera me movió el civismo. En ningún momento pensé en apartar el cuerpo de la carretera para evitar un accidente. No pensaba en cosas prácticas. Pensaba sólo en él. En el lobo.


Bajé del coche. Volví a tomar aire y lo miré. Estaba inmóvil, tendido sobre el asfalto. Era enorme, precioso, gris. Una criatura salvaje, libre, sabia y misteriosa abatida por un trasto viejo en una fría carretera comarcal, a medianoche, sin un alma alrededor, puede que en kilómetros. Estábamos solos, él y yo. Me acerqué con precaución. No se movió. Estuve lo bastante cerca como para comprobar que no respiraba. Y, de nuevo, un impulso irreprimible. Tenía que tocarlo. Acaricié su pelaje y le pedí perdón. Sentía mucho haberle matado. Lo sentía en el alma. Era cierto.

Varios minutos después, volví al coche y arranqué. En total, había pasado poco más de media hora. En cuanto hallara indicios de civilización (un pueblo, un bar de carretera, algo) llamaría a la policía para contarles lo ocurrido, para indicarles, aproximadamente, el lugar. Alguien tendría que quitar el cadáver. Era una carretera secundaria, de acuerdo, apenas pasaba gente por allí, cierto, pero nunca debe uno fiarse del azar. Las cosas ocurren por una razón, y mi descuido no debía dar lugar a una desgracia.
El hecho de ir pensando precisamente en la policía hizo que me sorprendiera sobremanera al ver las luces a lo lejos. Un agente, equipado con su chaleco reflectante, me hizo señas para que aminorara. Imposible pasar. Me contó lo del accidente. Inexplicable. Un camión y dos turismos. Todos muertos. Hacía apenas cuarenta minutos. Algo terrible. Tendría que dar la vuelta y coger un desvío.

Durante todo el trayecto de vuelta no podía quitarme de la cabeza los ojos resignados del lobo. Repetía “gracias, gracias, gracias...” No sé por qué, pero al dar la última curva, supe que su cuerpo ya no estaría allí.

8 comentarios:

Alberich dijo...

!!!!!!
-sin palabras-
¡¡¡¡¡¡

Rogorn dijo...

Yo sí.

Gracias, gracias, gracias

Guaja dijo...

Len, no pares nunca, por favor!

Anónimo dijo...

Saludos

Anónimo dijo...

Es tan bueno que da la impresión de no ser ningún cuento.

Sra de Zafón

Lenka dijo...

Pues lo es, lo es. Afortunadamente nunca he atropellado a ningún animal. Ventajas de no tener carnet de conducir.

;-)

Gracias, chicos.

Emilio Núñez dijo...

Ya te digo....por un momento hasta he pensado que te había ocurrido ;-)

Vaya pluma tienes (dicho sea esto en sentido no piratta, conste X-D )

Lenka dijo...

Jojojo, Emi... es cierto que una vez me topé con un lobo y me acerqué toda chula pensando que era un perro. Tendría yo 12 años o poco más y estaba de campamento por León. El susodicho me enseñó los dientes (la verdad es que parecía tener más miedo él de nosotros que nosotros de él, bendita inocencia) y me dio tal susto que sólo se me ocurrió agacharme en el suelo (me dio miedo correr por si me perseguía y me largaba un bocao) El bicho se me acercó, me olfateó y se dio el piro con infinito desprecio. Supongo que pensó: "qué asco, esto no se come".

;-)