viernes, 12 de abril de 2013

Que no

 Comentaba hace poco con unos amigos, a raíz de un artículo hermoso de Ángeles Caso (grande, paisana!) lo mucho que nos cuesta a veces llegar a esa meta que nos hemos propuesto en la vida pese a tenerla muy clara. Quede claro que no hablábamos de metas como sacarse seis licenciaturas, construir una catedral o ganar una medalla olímpica, no. Hablábamos de algo mucho más sencillo que, sin embargo, suele suponer toda una vida de ensayos, errores, rectificaciones, rodeos y obstáculos. Seguramente somos nosotros mismos los que nos vamos poniendo pegas y atando de pies y manos, los que nos distraemos con el ruido y las lucecitas de colores, saliéndonos del camino constantemente. Pero también es cierto que, casi siempre, en todo viaje vital que uno emprenda, se encontrará con las clásicas personas que, a modo de aficionados al Tour de Francia, irán correteando a su lado chillándole instrucciones y supuestos ánimos que, en realidad, nadie les ha pedido.
 
La gente mayor es sabia, sí. Es sabia aunque solo sea porque ya han vivido. Pero no, no todos saben tanto como creen. Algunos, de hecho, no saben una mierda. O no saben nada que te importe, o que te sirva. O saben acerca de casi todo, pero hasta el VHS (o la pianola, depende de a qué generación nos refiramos). Resulta perfectamente comprensible. Yo misma creeré saberlo todo algún día, y quizá sepa muchas cosas, pero con toda probabilidad sabré hasta el mp3 o poco más.
Por supuesto que hay cosas que son atemporales, está claro. Pero, a poco que se analicen, ni siquiera eso está claro. El amor no es el mismo que hace cien años, ni la disciplina, ni la justicia, ni casi nada. Afortunadamente en ocasiones, por desgracia en otras. Y dependiendo de la percepción, los prejuicios y las manías de cada cual.
 
Dicho lo cual, si algo me revienta de ciertos miembros de la generación precedente es que nunca jamás terminan de aceptar que somos adultos. Es posible que esto haya ocurrido siempre, pero, francamente, me resulta increíble imaginar a mi bisabuelo regañando a mi abuelo por fumar a los 35 años. Especialmente en una época en la que te ganabas la vida a los 13 (o antes) y eras un hombre hecho y derecho a los 18. O quizá es que esta puta manía odiosa de decirnos constantemente lo que tenemos que hacer solo la sufrimos las mujeres?
 
Todos conocemos casos de madres (de la más insufrible a la más discreta) que cuestiona tu ropa, tu lenguaje, tus ideas, el brillo de tus suelos, la cantidad de sal en tus lentejas y la conveniencia de dar acelgas a tus hijos. También hay padres así, me consta, aunque ellos suelen obviar estos temas y sacarte de quicio con otros. Qué coche deberías comprar, cómo deberías dirigirte a tu jefe para que te pagara más, cuál es el seguro de hogar definitivo o la mejor manera de instalar protectores en los enchufes. Yo he tenido la suerte de tener un padre anarca y una madre que cuestiona solo el 60% de lo que hago. Pena que ahora mismo haya venido a unírsele un escudero. No era suficiente con una madre "no-limpies-el-parquet-con-eso-que-luego-no-brilla". Hacía falta el suegro, claro. No fuera a ser que no hubiera nadie disponible para darme el coñazo con que deje de fumar o con que tapie las ventanas para que los niños no se me caigan. Y ya me puedo esmerar, caramba. Para empezar, porque no trabajo, así que no tengo motivos para estar cansada. Para seguir, porque única y exclusivamente preciso de mis hijos para ser feliz. Todo lo demás es mierda pura. Si no soy feliz por el mero hecho de tener niños, es que soy una tarada mental. Y, para terminar, porque son SUS niños. "CuídaMElos bien", suele decirme. "O tendré que ponerme serio contigo".
 
Decir que me revienta es poco. Me ofende. Considero que es ofensivo, grosero y una falta absoluta de respeto. Y me la suda que luego me añadas el "era broma". A mí bromas, pocas. Tengo el sentido del humor muy rarito. Y, si no te importa, a sermonear a tu casa. Tengo casi 35 años, colega. O sea, estoy a 5 de los 40. Llegando, con suerte, a la mitad de mi vida. Creo que hace tiempo que soy adulta. No sé, me da la impresión. Por lo visto hay quienes jamás en la vida nos consideraréis adultos a los que no somos de vuestra generación. Siempre seremos chiquillos atolondrados haciendo el imbécil, incapaces de dirigir nuestra vida, ni de tomar decisiones. En serio, así de idiotas erais vosotros a los 35? Oh, no, por supuesto que no. Vosotros erais mucho más maduros, más listos, más esforzados, más todo. Siempre se me olvida esa parte. Como se os olvida a vosotros que siempre hicisteis los que os dio la real gana, sin tolerar intromisiones de nadie (incluso presumís de ello). Aunque, si no fue así en realidad, tampoco es mi problema.
 
A lo que aspiro en la vida es a lo que mi admirada paisana comentaba en su artículo. A ese no necesitar nada, a esa paz, a ese equilibrio, a esos ratos de placidez, a las risas compartidas, a los seres queridos. Eso es lo que deseo para mí, aunque un poco más cerrado. Mi ideal absoluto de madurez es verme en una casa confortable (grande, antigua, con jardín, árboles viejos y el mar cerca; por pedir que no quede, esa casa es mi sueño más loco, mi excentricidad, mi único afán lujoso), a ser posible con mi pareja actual, los hijos haciendo su vida y viniendo de visita, algunos gatos, muchos libros, vecinos a la distancia justa para relacionarse solamente si se desea, cuadernos en blanco, silencio y tiempo. Mi parcela, mi burbuja, mi refugio. Mi silencio y mi tiempo. Recibir a familia y amigos de vez en cuando, comer, beber vino, tomar café, reír y charlar. Y luego, de nuevo la tranquilidad. Lo curioso del asunto es que no considero que el dinero sea el principal escollo para que este sueño se cumpla. Pienso que el principal escollo soy yo. Para imaginarme en esa vida ideal creo necesario haber alcanzado un estado mental concreto de confianza, plenitud y ausencia de nudos que solo concibo a cierta edad, y tras haber aprendido a decir "no" a todo ello que deseo tachar. La incapacidad de decir "no" contribuyó a volverme una persona amargada y colérica, que necesitaba explotar de vez en cuando para aliviar su frustración. Los "noes" que callaba terminaban por atragantarme y debía soltarlos en otro momento, muchas veces a quien menos los merecía y de la peor manera. He ido aprendiendo. He ido negándome al chantaje, a la orden revestida de consejo, a la imposición y el abuso. Pero aún queda.
 
Y es que esto no es una novela, en la que, en plena catarsis, el protagonista dice "NO" y su vida cambia. En la realidad hay que repetirlo una y mil veces, constantemente, cada día, sin parar. Porque la impertinencia del ser humano es infinita, coño. Es inagotable. Cada día te acecha y te asalta. Por eso hay que entrenarse, para que, al final, el "no" salga de modo natural, sin culpas ni pamplinas. También sin ira, por supuesto. La ira perjudica más al que la siente que al que la recibe, máxime si este último tiene el pellejo antiadherente y una capacidad innata para que se la sude todo. Y esa es otra característica que distingue al rompehuevos. Permanece inasequible al desaliento y a la furia. Puedes volarle el peluquín de un grito, da igual. Media hora después te estará incordiando de nuevo. O lloriqueando si es de la clase "terco-sensible", lo cual es aún peor. El "terco-sensible" lloriquea un rato y vuelve a la carga tan empecinado como siempre. Así pues, necesito perfeccionar mi revestimiento de teflón. Es la única manera de que todo esto me resbale y de que pueda decir "no" pasando a otra cosa sin más. Creo que entonces tendré la paz, el silencio, la confianza, el tiempo, la casa, los libros, los árboles centenarios y el mar.

6 comentarios:

Juan dijo...

La condesa de París, y alguna persona más que conozco, llegan a la paz, sabiduría, equilibrio y armonía a través del respeto por sí mismo, que lleva inevitablemente al respeto por los demás. A ser capaces de disentir sin juzgar, informar sin imponer, darse sin pedir ni esperar.

Cuando una persona te obliga de alguna manera a justificarte ni te está respetando ni te estás respetando si lo haces.

Lo más importante para mí no es que me quieran, si no que me respeten. Las personas que me han querido pero no me han respetado han salido de mi vida, no sin dolor en ocasiones. El amor auténtico, el único que acepto y disfruto, es el que no conlleva ninguna carga, ninguna explicación, porque me respeta.

Lenka dijo...

Sí, estoy de acuerdo. Pero, por alguna razón, demasiadas veces me siento "obligada", no a obedecer a esas personas (lo que me faltaba, vamos) pero sí a mantenerlas en mi vida. En este caso el motivo es evidente. Estamos hablando de alguien que, si bien no me toca para nada, sí toca de cerca a mi pareja y mis hijos. Intento ser paciente y pensar de manera positiva. Cuantas más personas quieran a mis hijos, mejor para ellos. Me lo repito siempre. Pero este tema me revienta especialmente, porque, como dices tú, yo también valoro el respeto sobre manera, y no digamos la independencia, la individualidad, el derecho indiscutible y sagrado de cada cual a ser, actuar, pensar y sentir COMO LE SALGA DE LAS NARICES. Coño.

Quiero decir, es tan complicado de entender? Es que hay gente que no valora su independencia? Hay gente a quien le gusta que le mangoneen, que le chantajeen, que le toquen los huevos constantemente? Porque se diría que les gusta. No sé, yo procuro no hacer a los demás lo que a mí no me gusta. Si es así de simple, por qué tantísima gente no puede evitar la tentación de meterse donde no le importa??

Me temo que es, de lejos, lo que más me molesta en el mundo. Tengo la sensación de que llevo toda mi vida deseando que me dejen en paz. Nada más. No parece pedir mucho, pero se ve que lo es.

Sí, pensaba en la condesa de París y en otras personas muy parecidas a ella que alcanzaron su particular nirvana. Es mi gran sueño, mi meta en la vida. No imagino mayor felicidad que esa. Pero no puedo imaginarlo como meta a corto plazo, ni siquiera a medio plazo. Es algo que veo aún muy fuera de mi alcance, muy lejos. Algo que, con suerte, lograré dentro de muchos años.

Quizá es que de tanto que no me han tratado como a una adulta he terminado por sentir que no lo soy del todo, o no lo bastante. Cierto que el hecho de ser madre ha ayudado mucho. Aunque solo sea porque ya no soy el eslabón más joven. Y, claro, por el mero hecho de ser madre. Es como si diera puntos ;)

Me canso, porque quiero ser una persona cortés y, al mismo tiempo, inflexible si me da la gana. Inflexible con lo mío, con mi intimidad. Tanto como considere oportuno. Hay algo, no sé qué es, que me sigue impidiendo el "no", el enfrentamiento, defenderme incluso. Me cuesta entenderlo, porque tengo carácter y suelo ser capaz de actuar como quiero. No es tan fácil dominarme con chantajes, mi abuela y su empeño fallido para que me casara de blanco y bautizara a mis hijos son un mero ejemplo. Pero luego, de repente y sin venir a cuento, me quedo como hastiada, y "por no discutir", "por no ofender", o por terciar en conflictos entre otros me callo, trago. No obedezco, es cierto, ni de coña, pero tampoco me impongo, no marco los límites. Creo que también temo perder los papeles, o qué sé yo.

No me gustan las escenitas, me aburren esos eternos conflictos familiares, detesto esas mierdas que tienen algunas personas de andar sospechando de todo o mirando con lupa lo que hacen los demás. Ya sabes, esas memeces estúpidas y mezquinas de intentar medir si la prima Pepa llama más a la prima Juani que a mí. Tengo la sensación de que demasiada gente es inmensamente feliz metida en esas sandeces, y me contaminan, me aburren, me cansan. Debería mandarlos a hacer puñetas, pero siempre intento mediar, justificar a Pepa y convencerles de que es estupenda y no tiene mala intención. Igual debería dejar de ir de salvadora del mundo, juas. Total, no sirve de nada.

Y luego hay otro tema que me barrunto y que es aún más delicado, digamos. Pero eso, otro día quizá. Tengo aún muchas cosas y muchos nudos en los que pensar!

Juan dijo...

En la lista de blogs que sigues, hay uno que se llama el regalo de tu presencia que tiene una magnífica entrada sobre personas víricas. Refleja muy bien el tipo de personas de las que huyo.

Han habido bastantes ocasiones en que he huido de algunas personas a las que quería y supuestamente me querían, pero me chupaban toda la energía.

Un buen día ví la luz y me dí cuenta de que quizás viviría 70-80 años, de los cuales en plenitud de facultados, quizás serían 40 o 50 y no estaba dispuesto a malgastarlos con nadie con quien realmente no quisiera estar. Y lo hice. A veces con dolor, pero lo hice.

Mi familia política era el ejemplo de personas con las que no quería estar, pero tenía que respetar a mi pareja y pasar algún tiempo con ellos. Pero ideé una manera ideal de respetarla a ella y a mí mismo: cuando estaba con ellos, dejaba la mente en blanco o leía el periódico. Simplemente estaba ausente. Estaban tan acostumbrados que me llamaban el autista. Fue mi manera y me salió bien.

Seguro que tu encuentras la tuya. Yo no lo fiaría al largo plaza o al simple transcurrir de los años. Cada minuto de mi vida es precioso y estoy dispuesto a lo que sea para estar con la gente que me gusta y no soportar a los que no me respeten.

Tampoco es cuestión de poner una cruz a alguien a las primeras de cambio, porque todos cometemos torpezas de vez en cuando, pero llega un momento en que me doy cuenta que no son errores puntuales, si no que estoy delante de alguien que sistemáticamente me hace sentir mal. Ese es el momento de tachar....y creo que tu conoces a alguno que he tachado de mi vida, jejejejeje.

Lenka dijo...

Sí, algo me suena XD

No, no es que lo deje estar confiando simplemente en el tiempo. Es que tengo la impresión de que me llevará tiempo, probablemente mucho, encontrar "mi manera".

Y no, qué va, claro que no es plan de ir tachando a gente así, a la primera de cambio y por cualquier comentario que no nos guste. Vivíamos todos tachando y tachados. No, es cosa ya de tiempo, y lo malo es haber llegado ya a ese punto sin retorno en que todo lo que diga cierta persona te molesta.

Lo peor de todo es que no consigo entenderlo. Me resulta inconcebible, pues he visto a otros "enfrentarse" a esta persona y decirle claramente que hay comentarios que no, que les hacen daño. Y esta persona se queda tela de compungida y llorosa. Y a los diez minutos o al día siguiente, repite el comentario odioso. A decir de sus más allegados, es así. Y lo ha sido siempre. Un terco lloroso. Y te juro que me supera.

Es decir, no me parece mala persona en absoluto. Además, es muy sensible (o quizá debiera decir sensiblero, que no es lo mismo). Tampoco es que me parezca idiota, aunque al final, qué opciones quedan?

Ejemplo práctico: una pareja cercana no pudo tener hijos pese a que lo deseaba mucho. Todos sabían que no podían tenerlos, y que estaban pasando el proceso de aceptarlo, muy doloroso para ellos (celebro poder decir que actualmente son muy felices con su vida y hasta manifiestan que ya, a su edad, se han hecho cómodos y no cambiarían su libertad por nada, cosa que me alegra). Bueno, pues no había día que los viera y no soltara la preguntita "y los niños para cuándo?"

¿¿¿¿¿????? Pero vamos a ver... qué parte no entiendes???? Podrás creer que hizo falta una bronca descomunal para que se acabaran las preguntitas de una vez??
Hay algo que le hace vírico, sí, pero no logro entender el qué ni por qué. Es decir, hay personas cuya maldad es obvia, y personas que sabes que no dan para más, digamos. A mí este caso me tiene anonadada, sencillamente.

Lo que pasa es que me he cansado de darle vueltas y de ser comprensiva, supongo. Son muchas cosas. Por suerte, mi pareja ve lo que veo y entiende perfectamente lo que siento. La pena es que, para variar y aunque no soy la única en sentirlo, no puedo evitar sentir cierta culpa, porque se acaban dando las clásicas situaciones que te podrás imaginar. Mi pareja también se enerva y termina discutiendo con esta persona, y aunque casi nunca es por algo que me haya dicho a mí, me entristece y me cabrea igualmente. No quiero ser elemento de discordia, desde luego, y también me revienta ver conflictos entre los demás. Por eso supongo que trago muchas veces e intento mediar, porque alucino al ver las inmensas estupideces por las que la gente se enfada!

Supongo que por ahí va la cosa. Tengo que aprender a no llevarme la mediación encima. Es deformación profesional, sin duda. Tengo que sumir que no puedo arreglarlo todo, ni mucho menos joderme yo para que los demás estén bien. Tengo que aprender a conjugar el hasta dónde se puede ayudar y cuándo decir "no, basta, esto ya no, porque me cansa, me aburre, me toca la moral".

Cuando la gente discute por imbecilidades no me entra en la cabeza. Me parece increíble la espiral en la que se entra, eso que comentaba antes de andar mirándolo todo con lupa, del "qué ha querido decir con eso", de la interpretación siempre negativa, de medir los afectos, de cuestionar el por qué fulano o mengano hacen lo que hacen y llegar a la conclusión, siempre, de que lo hacen por joder. Detesto estas mezquindades y no las quiero en mi vida, pero hace tiempo que me rodean y me salpican, y me debato entre el "cómo puedo arreglarlo" y el "por qué coño tendría que arreglarlo, que se maten!!"

Juan dijo...

Siempre intento, aunque no siempre lo consigo, no juzgar a la persona que expulso de mi vida. Ni siquiera hago juicios de valor sobre si es buena persona o no, porque en el fondo me da igual. Sea buena o mala, si me aporta malestar la aparto.

Tampoco las intento cambiar, porque eso de cambiar a los demás es la gran falacia.

Tampoco intento mediar, porque cuando lo he hecho, he salido casi siempre salpicado.

Sí, soy egoísta Lenka. No sé si me equivoco, pero ser egoísta no lo considero ni una virtud ni un defecto. Depende de como se use ese egoísmo. En mi caso, el egoísmo va acompañado, ineludiblemente, del respeto por los demás. Velo por mí sin pisar a los demás.

En tí veo demasiada bondad y en el "demasiada" va implícito que, lejos de ser una virtud, puede ser un defecto. ¿No crees que siendo bastante más mala serías mucho más feliz? . Es una impresión.

Lenka dijo...

Posiblemente. Tendemos a considerar malos y egoístas a quienes defienden su privacidad, su parcela, su modo de vida y su bienestar. Nos han inculcado el sacrificio, la culpa, la entrega sin medida como demostración de amor... monserga sobre monserga. Pero cala de tal modo que, aun sabiendo que es una monserga, ahí anda incordiando.

Siempre digo que hay que aceptar a la gente como es, y o bien quererla tal cual o pasar de largo, y ambas posturas son lícitas por completo. Luego me jode que no me respeten a mí, claro. Me parece casi una estafa aceptar a alguien como es y que ese alguien se pase la vida dando el coñazo para cambiar a todo cristo.

Ergo, se termina imponiendo lo de pasar. Pero me cuesta pasar. Pasar cuando puedes expulsar a alguien de tu vida es fácil. Cuando sabes que seguirá ahí, me cuesta. Quiero ser enérgicamente pasota, no tolerar lo que no quiero tolerar, pero sin resultar a mi vez "dolorosa" para nadie. Luego pienso: "cojones, encima. O sea, solo pretendes poner límites a los que tienes perfecto derecho y te vas a preocupar de si el otro se ofende? Que le den si se ofende, es su problema".

Es decir, razonando llego. Pero luego me embrollo.
También me corta mucho el miedo a dañar o salpicar a terceros. Como ves, son demasiados nudos los que me impongo yo misma, y por eso veo mi nirvana taaaaaan lejos...