jueves, 28 de marzo de 2013

La condesa de París

Así la llamábamos, aunque, en realidad, ella había vivido en Bruselas. Se largó a los diecisiete años, con su novio, por motivos políticos. A los diecinueve era una recién casada, curranta y madre vocacional en el exilio.
Cuando hablaba francés no había forma de dejar de escucharla. Toda ella destilaba glamour. Era preciosa, menuda, rubia, con unos ojos azules impresionantes. Rasgos perfectos, boca expresiva, ademanes de niña bien. De hecho, en parte era una niña bien. Solo que se enamoró de un rojo escandalizando a la familia.
 
Le interesaba el arte, la música, la literatura, la psicología. Al saberse embarazada, devoró todo tratado sobre educación y afectividad que cayó en sus manos. Se dedicaba a dar masajes. Me contagió esa pasión. La recuerdo sentada en la cocina de mi madre, perfectamente erguida, doblando en cien partes su servilleta (sus manos nunca estaban quietas), mirándome socarrona por debajo del perfecto flequillo, suplicándome que me pusiera derecha (deformación profesional), con su voz grave y acariciadora de femme fatale.
 
Qué guapa era. Siempre lo fue. Me gustaba porque me trataba como a una adulta, aunque yo tenía once años cuando ella entró por primera vez en mi vida. Yo admiraba su clase (pese a ser una grunge sin remedio. Yo, no ella), su determinación, su humor, su facilidad para la grafología (de dónde le vendría aquello?) y su seguridad. Fue criada por un psicópata maltratador y por una mujer sumisa, chantajista y pasiva agresiva. Le costó muchos años encontrar su equilibrio, y, en cambio, siempre me pareció la mujer más equilibrada del mundo. Se ve que, por dentro, quedaban nudos. Curiosamente, tuvo la magistral habilidad de educar a su hija de la mejor manera posible. Fue su hija la que, con apenas diez años, se plantó delante del abuelo-ogro y, tras lanzarle un zapato, le espetó que no quería volver a saber nada de él, porque era mala persona. Admiraba profundamente a su hija. Contribuyó (no me cabe duda) a hacer de ella una mujer con absoluta confianza, asertiva, pragmática. Me sacaba seis años, y yo la miraba con devoción absoluta. Las otras chavalas de diecisiete eran bobas. Nana no. Nana era... una mujer de mundo!
 
La condesa nunca soportó la estupidez, la intromisión, la superficialidad ni la falta de tacto. Odiaba que le dijeran que estaba guapa y mucho más aún la típica frase bienintencionada de: "qué delgada estás". Odiaba que la gente las comparara a ella y a Nana, y pusieran cara de lástima en plan "pena que saliera al padre, con lo preciosa que tú eres". Para Ali, Nana era la más inteligente y hermosa criatura sobre la tierra. Lo tenía tan claro que Nana, un poco regordeta, con la nariz ligeramente ganchuda y su voz nasal, siempre ha resultado arrebatadora e interesantísima. Lo es. Ambas fueron siempre de esas personas que preguntan "qué tal estás" en serio, y no como frase hecha. Ambas fueron siempre de esas personas capaces de poner a quien fuera en su sitio sin alzar la voz. Podían ser de una crueldad refinada si alguien las ofendía. Siempre me encantó su refinamiento. Incluso cuando era cruel. Sobre todo entonces.
 
Hace algunos años, en algún momento, Ali decidió que si podía deshacer los nudos de cualquier espalda, podía deshacer los suyos. Y lo hizo. Jamás perdió su aire de condesa (me temo que eso era innato en ella) pero se transformó en una ermitaña hippie. Huyó de la ciudad, de los lloriqueos de su madre (al padre le había tachado hace tiempo) y se instaló en una caravana, en el campo. Vivía rodeada de perros recogidos de la calle, con un loro de malas pulgas, sus labores de costura y sus libros. Lo llamativo del asunto es que seguía siendo la jodida condesa de París con quince kilos más, sin maquillaje, en pareo y sandalias, con el pelo recogido y sus gafas de pasta colgando del cuello. Decía que el mundo la aburría, que la gente la molestaba. Se propuso vivir a su manera, en su pequeño universo. Y lo hizo.
 
En los últimos años sólo la vi un par de veces. Aun en la distancia, siempre la quise y la recordé. La sabía feliz en su parcela privada y eso me bastaba. Soy de esas personas que sabe querer a distancia. No me ofende que alguien desaparezca sin más. Nunca pido explicaciones, porque no me gusta darlas.
A los dieciocho tuve una crisis aparatosa y melodramática. Vivía en ansiedad constante, fantaseando con la muerte, bloqueada, pasando de la euforia a la desolación. Llegué a temer por mi salud mental. Solía llamarla, y ella (que tenía a su Nana estudiando lejos) me recibía siempre con un café (ella prefería el té) y una sonrisa. Me dijo una vez que yo era excepcional, y que si fuera mi madre estaría rotundamente orgullosa de mí. No lo olvidé ni creo que lo haga.
 
Me he enterado hoy de que Ali ha muerto. Tenía 60 años y, por lo visto, cáncer. Uno de esos cabrones, silenciosos y fulminantes. No se lo dijeron, pero nunca fue la niña bien tontita que a veces disfrutaba aparentando ser. Ya había hecho planes para comprarse una peluca elegante, y, cuando no pudo caminar sin ayuda, declaró que pensaba morirse, porque aquello no era plan. Así que se murió. Llevaba mucho tiempo haciendo lo que le daba la gana. De esto hace siete meses, pero acabo de saberlo. Detestaba tanto la impertinencia de los móviles que siempre lo tenía apagado. Ni su marido ni Nana sabían cuál era su clave, así que, cuando Ali se fue apenas pudieron avisar a unos pocos. Es igual, no importa. A los once años decidí que la convertiría en un personaje. Ahora sé que, por desgracia, ya no podrá leer cuánto significó en mi vida, pero pienso hacerlo de todos modos. Me habría gustado que llegara a ser la insólita y bella anciana que sin duda habría sido. Pero claro... se trataba de Ali. Progre, roja, hippie tardía, pero toda una condesa de París. Creo que jamás habría tolerado una peluca hortera, ni mucho menos incordiar a nadie. Era una dama. Y una dama siempre sabe cuándo debe abandonar la fiesta.

11 comentarios:

Juan dijo...

Muchas gracias Lenka, me ha encantado. Soberbio el relato y soberbia la mujer.

Hay personas que no se pueden definir con palabras y me parece que Ali es una de ellas. Ser auténtico, saber desnudarse por completo para rehacerte y vivir tu vida de verdad, siendo tuya y sólo tuya, está al alcance de muy pocos.

Conocer a alguien así es un auténtico regalo pero también hay que saber reconocerla y, quién lo hace, también tiene el germen de la grandeza espiritual.

Y leyéndote se me ha ocurrido una frase para contarles a mis pacientes: para deshacer los nudos de los músculos hay que deshacer los nudos del alma.

Juan dijo...

Me da la impresión que Kaken no tardará en comentarte algo.

Kaken dijo...

Una lágrima sentida por la dama. Y una sonrisa por la fortuna que tuviste de ser querida por ella. Un fuerte abrazo.

Lenka dijo...

Gracias, chicos!
Es tremendo, pero dos de las mujeres que más me impactaron desde niña (sin ser de mi sangre), que nunca se conocieron entre ellas (una fue profesora mía en el colegio, la otra, Ali, amiga de mi madre) ni tenían en realidad nada en común, eran tremendamente parecidas.

A simple vista, nada que ver. Una era morenaza, melena larga y rizada, piel y ojos oscuros. La otra rubia de ojos claros, con su media melenita perfetamente lisa. Las dos eran niñas bien (de las que estudiaron música, idiomas y pintura desde pequeñas), las dos habían vivido en el extranjero (una, el paradigma de lo british, la otra, la condesa de París)...

Una, pese a ser profesora de inglés y música en un cole de monjas, siempre tuvo un aire moderno, progresista, feminista y hasta travieso, de manera que hasta se lo captábamos algunas niñas, pero tuvo la habilidad de que siempre encajó, las monjas la adoraban y pudo hacer las cosas a su modo con suavidad y sin conflictos (era tan asertiva, tan cariñosa...)

La otra, Ali... cómo definirla? Una atea rojeras con traje sastre y foulard?? XD

Como si ambas tuvieran cierta dualidad. La del cole de monjas no era la mujer conservadora que uno esperaría. La exiliada de izquierdas jamás renunció a sus ademanes de señorita pija. Eran asombrosamente parecidas en realidad. Mujeres que uno imagina sentadas en la terraza de su casa, con una ópera sonando de fondo, un libro entre las manos y una taza de té cerca (las dos adoraban el té), en zapatillas y cubiertas con un chal de abuela, pero todas glamourazo.

Las dos eran extremadamente sencillas, cercanas, abiertas, pero tenían ese no sé qué de señoronas hasta cuando tiraban del carro de la compra. Creo que fueron mujeres maravillosas, capaces de aprovechar lo mejor de esa educación finolis que tuvieron (eran cultas, eran profundas, eran intelectuales y artísticas incluso, muy mundanas) pero sin que les calara ni un ápice de snobismo. Las educaron para ser pijas, pero nunca lo fueron, aunque a veces jugaban a serlo y se reían de ellas mismas.

Cuando pienso en "elegancia" las veo a las dos. Podrían haber sido grandes amigas. Incluso hermanas, pese a lo distinto de su físico.
Y, joder, ambas murieron jóvenes y de cáncer. Una con sesenta años, la otra con cincuenta y pocos.
Cuando supe que habían muerto, llevaba tiempo sin verlas, pero en las dos ocasiones sentí lo mismo. Estupor, y enfado, y mucha nostalgia. Porque, incluso sin verlas en muchos años, siempre las he tenido presentes. Y pienso seguir haciéndolo.

Lenka dijo...

Marta, la profesora, me dijo muchas veces que sería cuanto yo quisiera ser, porque tenía un talento asombroso (oír eso de niña te impacta mucho aunque no termines de creerlo del todo) y la otra, como habéis leído, no perdía ocasión de decirme que le causaba orgullo conocerme. Las dos me tocaron mucho la fibra. De niña soñaba que sería como ellas de adulta. Voy camino de los 35 y soy consciente de que nunca tendré ese "no sé qué" ni esa clase (juas, yo, la grungi-gótica de mercadillo) pero no pierdo la esperanza de haber sido capaz de aprender cosas de ellas. Quisiera ser esa anciana con el libro y el café (té no, me niego!!!), las zapatillas y el chal, un tanto ermitaña a ratos, metida en mi pequeño mundo, como ellas habrían sido sin duda de llegar a viejas (ya eran un poco así, de hecho. Iban camino justo de eso).

Creo que Marta y Alicia fueron las hadas madrinas de mi infancia. Posiblemente las primeras mujeres que me impresionaron fuera de las de mi propia familia. Siempre me quedo corta al describirlas, porque lo que me provocan son emociones que no alcanzo a racionalizar.

Qué sé yo. Eran extraordinarias, eran preciosas, eran un par de señoras. Las dos se fueron sin levantar nunca la voz, sin montar ni una escena, sin una queja, sonriendo, enteras, dignas, aceptando lo que venía y sin que se les despeinara el flequillo. Se fueron como vivieron. Eso, como señoras que eran. Demasiado pronto, en mi opinión, y de un modo que no merecían. Pero hasta eso lo encajaron con arte, con la cabeza alta y los labios bien pintados.

No creo que tuvieran ni idea de cuánto influyeron e impresionaron a mucha gente (me niego a creer que yo fui la única. Ja). Eran auténticas y, a la vez, como personajes de novela. Intemporales. Para mí, desde luego, son eternas.

Juan dijo...

Cuando alguien inspira algo tan hermoso como lo que has escrito de ambas sin duda eran especiales. Posiblemente ser especial consiste en ser natural, en ser ellas mismas , por encima de la educación o palos que recibieran en la vida.

Hay personas elegantes por sus maneras y su buen gusto y las hay que son elegantes por su naturalidad y su saber ser y estar. Y las hay que son elegantes en todo.

Lenka dijo...

Desde luego. Ellas eran elegantes siempre, en todo momento y en todo lo que hacían. No dudo que mucho de eso se lo traerían de casa, pero de verdad creo que otra parte tenía que ser innata, si no, no me lo explico. Cómo se es elegante contando un chiste escatológico??? Ellas lo eran XD

Me consta que la vida de Ali no fue fácil, por eso me resultaba tan admirable su actitud positiva y su seguridad en sí misma (cuando fácilmente podría haber sido siempre una persona aplastada, sin autoestima, poco asertiva, dada al chantaje emocional... vamos, lo que vivió desde niña) Supo ser todo lo contrario.
Por su parte, Marta daba la impresión de vida sencilla y amable, de infancia feliz, de haber tenido la suerte de gozar una existencia plácida y hasta cómoda. Ella podría haber sido una "consentida", una persona que no viera más allá de sus narices, o caprichosa e infantil. Sin la menor resistencia a la frustración. Para que os hagáis una idea, sólo os diré que cuando ya sabía que se moría, su marido (eran la clásica pareja inseparable) murió de la noche a la mañana dejándonos a todos a cuadros. La vi en el funeral (muy delgada, con el pelito muy corto por la quimio, como empequeñecida) y seguía estando igual en realidad, la misma actitud, una sonrisa en los labios, una palabra amable para todos. No daba crédito. Se paseaba de acá para allá hablando con todo el mundo. No me dio tiempo a preguntarle cómo estaba, me l preguntó ella a mí! Y era ella la que estaba enterrando a su marido, la que sabía que se moría también! Yo estaría destrozada de saber que en poco tiempo mis hijos (también tenían un nieto de pocos meses) se iban a quedar huérfanos, estaría cabreada pensando en no tener más tiempo para estar con ellos y disfrutar del rol de abuela, el retiro, la vejez con mi pareja. Pues ella me preguntó qué tal. A mí. Se interesó por cómo me iban las cosas. De verdad, han pasado más de quince años y aún no lo entiendo. Me considero una persona bastante sobria en mis emociones, pero cielos... sobrehumanas, eran sobrehumanas!

Marta murió tres meses después que su marido y, como Ali, murió como vivió. De verdad, hay gente extraordinaria, y no están necesariamente en los libros ni en las películas. Están por ahí, en la calle, nos cruzamos con ellos todos los días. Qué suerte cuando puedes conocer a unos pocos, y qué trágico cuando se van tan jóvenes, con la de cosas que tenían que ofrecer!!

Cris dijo...

Hacía mucho que no escribía aquí, Len. Pero no podía dejar de hacerlo ahora. Estoy emocionada.
Aunque ella no puede leer lo que has escrito, estaba orgullosa de ti. Eres muy afortunada, Len, por haber tenido alguien así en tu vida.
Un abrazo!!!

Lenka dijo...

Gracias, Cris. Un besazo!!!!

Vania dijo...

Hola que tal, mi nombre es Vania y soy webmaster de algunos blogs... me gusta mucho tu blog y quería pedirte permiso para enlazarte a mis blogs, Así mis usuarios podrán conocer acerca de lo que escribes.

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Vania


Lenka dijo...

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Un saludo!