viernes, 11 de marzo de 2011

Sesenta


Por cosas del azar este día tuyo coincide con no pocas desgracias, como si fueras una heroína trágica marcada por los hados. Se cumplen ya varios años de la infamia que sacudió Madrid, y unos cuantos más de aquel naufragio que pudo dejarme huérfana pero decidió salvaros a ti y al Pater, llevándose, eso sí, a grandes amigos por delante. Sé, porque te conozco, que hoy piensas en todos ellos con pena, cariño y nostalgia. También sé que, aunque no lo admitas, te sientes un poco cohibida ante cifra tan impresionante. Crees que ya eres vieja y eso te entristece un poco. Y lo comprendo. Por un lado celebro cada segundo de tu vida, y por otro quisiera restarte varios años, confiando quizá que semejante magia pudiera servir para dejarte a mi lado más tiempo. Mucho más.


Siempre sospechaste que le queríamos más a él, por extravagante, por personaje, por vivido, por viajado, por inteligente y leído. No era así. Sencillamente nos sobraban meses para extrañarle y la distancia conseguía que su imagen fuera idílica a nuestros ojos. Qué niño no querría un padre pirata? Cuánto más sencillo es ser el alegre, el despreocupado, el cómplice, el anhelado, cuando se está lejos, cuando la rutina no impone sus normas y sus riñas? A él le tocaron en suerte las cartas divertidas, las fotos de aventuras y los regresos con regalos. A ti, en cambio, los garbanzos, las malas notas, las gripes, la edad del pavo y las peleas para salir hasta tarde. Sin duda fue mucho más ingrato, pero todos crecemos, y vemos, y entendemos. Y llegamos a la conclusión de que eras tú la que estaba siempre. La que sigue estando.


Sufres porque querrías tenerlo todo para dárnoslo. Sufres porque no te alcanza para enterrarnos en regalos y facilidades. Porque te gustaría pagar los arreglos del coche viejo de Godzilla, y las cosas de los xaninos, y hasta comprarnos un pisazo a cada uno, y la luna si se nos antojara. Creo que no imaginas lo que significa para nosotros cada café en tu cocina, cada tupper de carne guisada o de picatostas, o que aparezcas con nuestros zapatitos de bebé (treinta años guardados con celo y mimo pensando en futuros nietos). Te agradezco cada llamada, cada gesto torcido al ver la roña acumulada en mis cristales, cada sermón, cada vez que (cómo cambian las cosas) me necesitas tú a mí para algo, cada paquetito de bragas con dibujitos (mira qué cómodas para la tripa, hija) y cada pijama (no te enfríes por las noches, nena, que ya sabes cómo padeces tú de la garganta). Te agradezco el chal de lana, las cremas para las estrías y las lentejas más de lo que te agradecería un carricoche con ABS y dirección asistida. Puedo pasarme sin casi todo, pero no sin ti. El sueño de un trabajo estable no es algo que anhele para mí tanto como puedas creer. Lo que realmente sueño es que llegue pronto el día en que pueda decirte: "se acabó doblar tus huesos cansados currando para otros. Descansa, vive, gasta, disfruta". No podemos darnos la luna, me temo. Al menos de momento. Podemos darnos todo lo demás.


Felices sesenta, Mamma.

6 comentarios:

Remolina dijo...

¡Qué bonito! Cuando sea mayor me encantaría que una de mis hijas me escribiera algo así.

Inés Valencia dijo...

Cómo no va a ser feliz, sabiendo todo esto? :)

Nebroa dijo...

Todos los pelos de punta... Qué bonito nena. Creo que bajaré a darle un abrazo a mi madre ahora mismo

Lenka dijo...

Es curioso. Años de peleas mientras una "mata a mamá" simbólicamente para luego descubrir que es maravillosa tal como es y que resulta una suerte tenerla. Lo único que me repatea es que no se lo termina de creer. Tendré que imprimirle todas las entradas que le he dedicado para regalárselas, a ver si por fin se da por enterada!!!

Abracemos a las madres, sí. Cada dos por tres nos sacan de quicio, pero que nos duren muchos años.

Kaken dijo...

Felicidades...¡a las dos¡¡
Besos.

Alberich dijo...

No creo que se pueda escribir algo más bello que esto, Len.
En serio.