martes, 4 de noviembre de 2008

Tortillas girando

Cuando eres niño, tus padres se desviven para que estés bien, para que nada te falte, para que no te hagas daño, siempre pendientes de tus pasos. Creces y descubres que ninguno de esos cuidados se retira de forma natural, que, sorprendentemente, para los viejos no es un alivio el que te valgas por ti mismo. Es más, te ves obligado a pelear tu independencia, a demostrar cada día que puedes. Y da igual que ya tengas treinta años. Tu madre te llama para preguntarte si necesitas comida, te llena la nevera de tuppers, se ofrece a arreglarte los bajos del pantalón o a plancharte las cortinas, y si descubre que estás resfriada organiza un comando de ayuda humanitaria. Es una contante batalla por mantener a los padres fuera de tu territorio, por ahorrarles tanto sofoco y molestia, por caminar solo. Quieres que tus padres se despreocupen, quieres que entiendan que ya no es su problema si tú tienes las cortinas mal planchadas y que, al fin y al cabo, son unas cortinas, no pasa nada. Pero no lo entienden, no pueden pasar del tema. La paternidad es una vocación que no termina jamás.
Quiero dejar claro que, aunque hablo en plural, me refiero a la Mater. Al viejo jamás nada le quitó el sueño. Siempre dijo que los cachorros humanos eran un engorro, lo más torpe y débil de la creación. Devoraba los documentales sobre animales y nos gritaba desde el sofá: "mirad eso. Un pobre ñu. Acaba de nacer hace diez minutos y ya sabe que, o se pone en pie y corre, o la manada se las pira sin él. Míralo como patea ya. Y vosotros aquí, con veinte tacos y dando la coña, hombre, por dios". Al Pater le importa un comino si nos alimentamos a base de pizza o llevamos los pantalones rotos, porque él mismo es un ejemplo de desidia total. Pero la Mater, no. La Mater es ordenada, detallista y, aunque tiene medio asumido que a mí me resbalan las cortinas, aunque ella intenta vencer sus pulsiones, aún se cree en la obligación de suplir mis carencias, de hacer las cosas que yo no sé o no quiero hacer. Así que ahí sigue nuestra hermosa y filial lucha, con todo el cariño del mundo.
Pero hay más. Tengo treinta años y he dado un nuevo paso hacia eso que llaman madurez. O, al menos, la vida ha decidido que era hora de darlo. De repente, la tortilla pega un salto y da la vuelta, y descubro que he entrado en la fase inversa, esa en la que los hijos empezamos a preocuparnos por los padres. Porque antes, sí, te preocupas, pero lo justo. Te acomodas en la situación inversa. Y te quedan restos de esa ingenuidad tan facilona de creer que son eternos, indestructibles, que siempre estarán ahí para cuidarte aunque no quieras.
El Pater está enfermo de nuevo. Aún no sabemos de qué. Un bulto extraño que aparece y desaparece, accesos de tos que le hacen perder el conocimiento. Anda por ahí muerto de risa, con el cigarro en la boca y un costurón sobre la ceja, por su último síncope. Ya tuvo un cáncer no hace mucho. Y lleva fumando cuarenta años. Es un enfermo divertido, se pone en lo peor, se ríe de sí mismo, monta el pollo en el hospital, al grito de "me aburroooooooooooo" o "dios mío, que me quieren matar de hambre, quiero una galletaaaaaaaaaaaa, que desfallezco, que estoy malito!!!" Me río con él, pero no consigo dormir bien por las noches. Y, si lo hago, tengo pesadillas. Es lo que tiene la vida. Te hace madurar a base de sustos. Ahora toca preocuparse por el viejo. Ay.

11 comentarios:

Anónimo dijo...

Vaya Len... pero ya verás... seguro que no será nada. Un abrazo terriblemente grande y otro que queda pa esta tarde que te daré en persona.
Marechek

Juan dijo...

Siempre me ha gustado mucho más la expresión "ocuparse de" que "preocuparse por". Tiene su "y qué", no te creas.

Cuando te empiezas a ocupar de los padres se entra, efectivamente, en una nueva dimensión. Los que te lo han dado todo te necesitan, quizás no te lo pidan, pero ves en sus ojos un nuevo amor cuando les haces la cama y le acomodas la almohada.

Un abrazo para tí y tu padre

Eli dijo...

Len, cielo, lo siento mucho.
Una espera que ese momento llegue más bien tarde, pero cuando se instala cerca, ya no se puede pensar en otra cosa.

Tengo cruzados los dedos de los pies, nena. También sale de esta, fijo.

Lenka dijo...

Gracias a todos por el apoyo. Reconozco que la actitud de mi viejo ante estas cosas siempre es la mejor del mundo, aunque a veces roza el pasotismo más brutal (y me consta, porque le conozco, que, aunque es cierto que lleva bien estas cosas, sin dramas, también es parte de fachada y teatro porque no soporta que los demás sufran por él, y porque es una de esas personas que defienden a ultranza su libertad para medicarse, no medicarse, cuidarse o no, lidiar esta guerra solo y sin cargas a la espalda, muy a lo Alatriste ahora que lo pienso, ya que siempre ha sido bastante terco y rebelde en ese sentido y no tolera que a sus cincuenta y tantos le diga nadie qué hacer con su vida)

Es un enfermo muy payaso, pero inflexible. Así que ahora mismo, además de la lógica preocupación, me debato entre el orgullo de que sea como es y la ansiedad que me provoca pensar que, si se empeña, no se dejará cuidar. Es un cabezón. Pero eso ya lo sé, y siempre he respetado sus decisiones por absurdas que puedan parecer y por mucho que el resto del mundo lo resuma todo en "es que esto no puede ser" o el consabido "este hombre está loco".

Toda la vida ha hecho lo que le ha dado la gana, siempre ha sido oveja negra vocacional y le encanta llevar la contraria. Y es cierto que defiende a capa y espada la misma libertad en los demás. Así que no queda otra que respetarle y apoyarle, desear que no sea nada grave y, si al final lo es, dejarle hacer camino a su aire, porque no habrá otro modo. Veremos.

Celadus dijo...

El lado positivo de estas situaciones es que nos hacen valorar más lo que tenemos y las personas que queremos.
Un abrazo de tu gemelo.

Sra de Zafón dijo...

Estoy en un nuevo proyecto que me hace pasar muchas horas en la calle, me gusta, pero tengo menos tiempo para tomar mi café en esta torre y otros estupendos lugares que ando descubriendo gracias a tu blog. No quiero irme de aquí sin mandarte un abrazo.
En el mejor de los casos nos pasamos la vida queriendo y creciendo, siempre, Lenka.
Crecer siempre duele, pero hacerlo bien, como tú, deja un regusto muy bueno según va pasando la vida. Estás ofreciendo los mejores ingredientes para esta vuelta de tortilla: amor, respeto, compañía...
Ánimo, Lenka y que todo salga del mejor modo posible.

Anónimo dijo...

Que no sea nada, Len.

Un beso

Amaranta

Alberich dijo...

Ya sabes, eh?

un besazo.

Wendy Pan dijo...

Ay, mi REina, el EMperador de la noche está pocho.
Me lo cuide usté bien, y fuerza para aguantar el susto.
Besotes

Lal dijo...

Que todo quede en nada. Un besote.

Kaken dijo...

Embrújale, Lenka, solo tú puedes hacerlo ;-)
Mis mejores deseos.