sábado, 8 de noviembre de 2008

Picatostes


No recuerdo la última vez que nos juntamos las niñas. Lástima que tocó irse de tiendas (por los dioses, quién dijo crisis?? De dónde sale toda esa gente??) y pena por las ausentes (las madres y esposas). Y por las prisas. Pero bueno, una tarde divertida chupando lámparas, peinándonos con el móvil, escupiendo caramelos, atacándonos con los probadores de colonias y todas esas cosas absurdas que hacemos juntas. (Qué gusto tenerte en casa, Dalai de mis amores!!!) Café con debate y planes que abandoné por el frío y la pereza.

Mi Trasto se gana el jornal en las horas más intempestivas y yo zanganeo malamente, feliz y calentita en nuestro nido, esperando su vuelta, echándole de menos. Entre las niñas y el nido, saqué tiempo para visitar a la Mamma. Es curioso, pero cuanto más vieja me hago y más me alejo de ella, más la echo de menos. Supongo que es la primera sorprendida, tras toda una vida lamentándose de mi frialdad, de mi forma de ser, tan huraña y distante. Ahora me escapo a verla y raro es el día que no la llamo, por el mero placer de oírla. No niego que, en parte, me siento un tanto culpable por mis años pasotas de autismo, por mi empecinado aislamiento y mi despreocupación, por mi libertad tan peleada y tan defendida. Supongo que intento compensarla. Y, además, me entristece saber que está sola. Porque es tan fuerte, tan capaz, pero tan cariñosa...

Lo bueno de todo esto es que me siento feliz al acudir a ella. Ya no lo entiendo como una carga, como una inevitable obligación familiar. Es curioso. Ahora que sí me siento libre no me importa acercarme más a ella. Quizá soy menos egoísta que a mis veinte años. Quizá he logrado entenderla mejor, aunque no tengo idea de cómo fue, ni cuándo. Ya no me agobian sus intentos por acercarse. Ya no me parece una invasión. Se le ocurre la peregrina idea de ofrecerse a venir un día a mi casa para lavar mis trapos de cocina. Porque, obviamente, no están lo suficientemente níveos. Me echo a reír y le aclaro que yo solita puedo meterlos en lejía perfectamente, y que, si no lo he hecho ya, es porque no me importa demasiado. Pero ya no resoplo, ni me cabreo. Le ahorro la molestia, porque me parece vergonzoso que a mi edad alguien pretenda lavar mis trapos sucios (jejejeje), pero la invito a venir cuando quiera, sencillamente para charlar y tomar café.

Alguien dijo (y en alguna parte lo leí) que toda hija pasa por una fase en la que "asesina" a su madre. Porque su madre representa todo aquello que ella se niega a ser. No seré como mi madre. Seré mejor, más lista, más independiente, por dios, no quiero ser como ella. Nunca seré como ella. Recuerdo esa fase en la que se mezclaba el cariño con una especie de soberbia, la empatía con la incomprensión más absoluta. Cortar el cordón. Déjame en paz, déjame ser, déjame vivir. Supongo que toda hija pasa por ello. Incluso reconozco esa etapa en mi propia madre, cuando se compara con la suya. Amor y culpa. Quererla y no soportarla. Y de pronto, un día te descubres mirándola y admirándola. Y te reafirmas. No quiero ser como ella en esto, pero ojalá pudiera ser como ella en esto otro. Exijo que me respetes, pero he aprendido a respetarte. Qué tremendo es oírte hablar de mí con tanto orgullo, maravillarte de cuánto te he enseñado, yo, que jamás te di las gracias por tanto como me enseñaste. Años intentando matar a la madre para descubrir que no hay nada que matar y todo que mantener vivo.

En poco más de diez minutos, me ha preparado picatostes. Le recuerdo que nunca me han gustado. "A lo mejor le gustan a él". Claro, seguramente. Dale, mami, me las llevo. Pero media docenita, que ya sabes que yo no las voy a comer. A ver si se van a estropear. Me traigo mis picatostes y al mirarlas me asalta un antojo repentino. Es curioso, porque siempre las he detestado. Me zampo dos para cenar. Están deliciosas. No puedo creerlo, porque son las mismas que mi madre lleva haciendo toda la vida. Si ellas no han cambiado, quizá lo haya hecho yo. Es bueno sentirse así, libre y en paz, con las heridas cerradas. Es hermoso no estar cabreada, no tener que forzar los afectos, querer, y poder, y disfrutarlo, sin miedos, sin rencores, sin aquella terrible sensación de estar siendo atacada. Es increíble dinamitar las murallas y las armaduras. Y quererte, Madre, y paladearlo. Es indescriptible que ahora todo sea dulce entre nosotras.

13 comentarios:

Ina dijo...

Es precioso eso que escribes Lenka. Estoy de acuerdo contigo, después de matar a nuestras madres, todas volvemos al ala que mejor nos abriga. Yo cada vez la echo más de menos, y eso que las hemos tenido de todos los colores. Porque como me dijo ella misma cuándo murió mi abuela: "Es la persona que más te va a querer en tu vida, y yo ya no la tengo".
Un beso para nuestras mamás. ;)

Alberich dijo...

Q hermosa, bellísima entrada Len.
Gracias.

Eli dijo...

Joder, nena, me has hecho llorar como una magdalena.
Yo quería terriblemente a mi madre, aunque ella tenía la facultad de hacerme perder la paciencia. Cuando se puso malita, mi mundo sólo giraba alrededor de ella y ahora que me falta no hay un solo día en el que no la tenga en los labios, la mente o el corazón.

Disfruta, Len, de tu recién descubierta complicidad con tu madre. Y haz un esfuerzo y dale un abrazo de vez en cuando ;-)

Juan dijo...

Preciosa entrada Lenka. Enhorabuena.

Lo siento mucho, pero voy a filosofar un ratito (sólo un poquito, palabrita).

Los picatostes no han cambiado. Me imagino que tu madre tampoco ha debido de hacerlo mucho. Así pues, quién ha cambiado la mirada has sido tú. Me da la impresión que te estás empezando a contemplar desde dentro y te estás descubriendo.

Que tu claridad de ideas con respecto a lo que te rodea, ha empezado a trabajar...¡¡¡y de qué manera¡¡¡¡ en descubrirte a tí misma desde dentro. Y esto empieza a dar sus frutos consiguiendo ver como joyas algunas cosas que antes te irritaban a la vez que las amabas.

Estás recorriendo el mundo de la acción y vas dejando de lado el mundo de la reacción.

Contemplo como espectador fascinado estos cambios que están surgiendo en tí en muy poco tiempo. Has comenzado un camino que no debe tener marcha atrás: has puesto a trabajar tu inteligencia a tu favor.

Espero que no tomes esta entrada como algo paternalista, que lo puede parecer, pero no es lo que siento. Es un simple intento de animarte a seguir en esta senda.

Un abrazo.

Lenka dijo...

Gracias a todos. Ina, creo que tu madre te dijo una gran verdad, desde luego.
Ay, Eli, ya me imagino cómo debes echarla de menos! Parece que uno debiera estar preparado para estas cosas (que si es ley de vida y todo eso) pero supongo que nunca lo está. Supongo que siempre es demasiado pronto, No te preocupes, que hasta he incluído los abrazos en la metamorfosis. No son para caerse de espaldas, pero todo es empezar.

Jejeje, Juan, la de padres que me salen en este foro! ;)
Soy consciente de cuánto he cambiado y de cuánto me queda por cambiar aún. Aunque muchos de esos cambios me pillan luego por sorpresa, como éste. Lo que no me impide disfrutarlo.

Eso sí, por muy consciente que sea ahora del amor hacia mi madre... cómo ha podido eso cambiarme el gusto?? Venganza poética?? Adorarás tanto a tu madre que amarás incluso sus picatostes!!! Hace menos de un año seguían sin gustarme!! (O sólo recordaba que de niña no me gustaban? En realidad, cuánto hacía que ni las probaba??) Es una lección del cosmos por lo que me estaba perdiendo?? O quizá es que me ha pasado como a mi propia mater. Ella también odiaba el dulce... exactamente hasta los treinta. Entonces empezó a gustarle. Capaz que es mera cosa hormonal, pero en qué momento más bonito ha tenido que pasar. Precisamente en el momento más dulce.

;)

Sra de Zafón dijo...

Qué bonita entrada Lenka.
Yo creo que el gusto por las cosas tiene un componente irracional muy grande. ¿cúantos adultos hay que vuelven al sabor de la infancia cuando están tristes o insatisfechos? galletas, zumos, chocolate...
Creo que el hecho de que tu guste el sabor de los picatostes tiene que ver con la dulzura que estás experimentando en tu vida.
Desde la dulzura todos somos más genorosos mirando hacia los demás, mas generos y comprensivos, también mas abiertos a probar lo que otros quieren ofrecernos.
¿Yo también parezco un padre? pues no me importa, ja ja ja.
Por cierto esta entrada tuya me da para una historia que si encuentro tiempo colgaré en mi blog para no ocuparte mucho.
Un beso zafónico

Lenka dijo...

Adelante con esa historia!!!

Io dijo...

¡Qué bien escribes, chata!

Descubro en tus líneas pensamientos que han pasado por mi mente de manera tan fugaz que nunca he sido capaz de verbalizarlos. Y ahora, gracias a tí, tengo por fin la satisfacción de verlos materializados en vocales y consonantes.

Yo con mi madre nunca tuve conflictos. Llevo ya casi 20 años recordándola y echándola de menos con la misma intensidad con que la quise cuando vivía.

Sin embargo, (otra vez los padres rondando tu territorio) identifico en tus palabras situaciones que me suceden con mi hija, en las que a veces siento que la agobio, que flota entre las dos esa "mezcla de cariño con una especie de soberbia", a pesar de que nos adoramos.

Y me tranquiliza saber que, tal vez, con el tiempo, consigamos construir ese puente sólido que una las dos orillas respetando ambos territorios, como te ha pasado a tí.

Me gusta leerte. Me das mucha paz.

Un beso enorme.

Sra de Zafón dijo...

Pues ya está...empecé al mediodía, me fuí de compra semanal, y en cuanto cené me puse a largar...es que cuando me da, me da...
un beso

Guaja dijo...

Jo, que bonito!!. No sabes como me alegro Le.
Tengo la suerte de que nunca he pasado esa fase con mi madre, ya sabes que es una persona peculiar, imagino que sera por eso.

Ojala Rizos lea esto algun dia.

Lenka dijo...

Señora de Zafón: leída y comentada su historia. Muchas, muchas gracias!

Io, no hace falta que confíes en que ese puente se construirá. Estoy segura de que ya lo estáis construyendo entre las dos. Y cualquier día, tu hija será consciente de todo lo que yo he aprendido a saber cómo, y, seguramente, de la misma manera misteriosa, pero con igual certeza. Estoy convencida.

Jejejeje, Guaja, sé que tú no has pasado por ello. Hay madres ciertamente peculiares con las que no ocurren ciertas cosas. No sé si es mejor o peor, seguramente sólo es diferente y ya está. Muchas veces te he envidiado por ese respeto y ese amor que no habéis tenido que pelear, pero mira, por otro lado me alegro de que mi madre y yo (como tantas madres e hijas) al final descubriéramos que nos queríamos "a pesar de todo". Seguramente tú y la Señora Gnomo no necesitáis ni saberlo, y es una suerte. Debe ser hermoso que no haya "a pesares de". Pero que los haya y superarlos, es hermoso, desde luego.

Esto está sonando como si le quitara importancia al amor entre tu madre y tú????????? Ay, ay, ay!!! Pero, nooooooo!!! Juas, ya me he liado al explicarlo, pero seguro que me has entendido, a que sí??? Mejor me callo, que estoy más mona...

;)

Anónimo dijo...

Muy bonito Len, me alegro mucho. A veces no se sabe por qué, uno se lleva mejor cuando no está todo el día al lao de la otra persona, puede ser eso simplemente. Pero me alegro por ti mucho. jejejeje ya he visto el disparando.... anda que..... Besitos

Marechek

Guaja dijo...

Claro que te he entendido. Si yo queria decir eso mismo, que tambien tiene que ser precioso superar ciertas cosas y darse cuenta de ese amor.