sábado, 1 de noviembre de 2008

La Noche de los Muertos


Cuando yo era niña, esta noche la pasábamos en familia, en el pueblo. Mi madre vaciaba las calabazas que plantaba mi abuela (y que, por su tamaño, bien podrían haber servido como carruajes para Cenicienta y toda la corte del Príncipe Azul), se hacían tartas y mermeladas con el relleno, se ponían velas dentro, se comían castañas y manzanas asadas y todos contaban cuentos de ánimas y aparecidos. Lo más emocionante, sin duda, era disfrazarse de esperpento, de alma en pena, y dedicarse a pegar sustos a diestro y siniestro. Y, naturalmente, al caer la noche se jugaba al escondite en la oscuridad, y había que demostrar valor para, con las historias de fantasmas aún en mente, corretear a la luz de la luna, ocultarse junto al pozo, o en el hueco de un árbol, en el corredor del hórreo o en la humedad del llagar, y esperar, con el corazón martilleándote el pecho que alguien te encontrara. Hasta mi abuelo, siempre tan huraño, se pegaba sus buenas carreras prao arriba y prao abajo, como un niño de metro ochenta y pelo blanco. Terminados los juegos, los niños suplicábamos más fiesta, y entonces llegaba la hora de sentarse en los bancos, en el patio, y estarse muy callados para ver si descubríamos algún esperteyu aleteando sobre nuestras cabezas. Si el cielo estaba despejado, mi padre nos enseñaba las estrellas, las llamaba por sus nombres y narraba cosas del mar.

Al día siguiente se iba a ver a los muertos, se les ponían flores, se les recordaba con anécdotas graciosas y cotilleos secretos. Y, como se hace siempre en el norte, se comía y se bebía, celebrando la vida. Eran fechas de velones encendidos, de dulces, de cuentos espantosos que daban miedo y provocaban risas nerviosas, de ritos iniciáticos, de aventuras para niños valientes, de vida y de muerte, de leyendas, de escuchar a los viejos, de prender hogueras para ahuyentar a los espíritus, de reírse del frío del invierno y de la oscuridad de las noches tempranas. Eran fechas de vencer a los trasgus, de pasear a oscuras por el bosque retando a la Güestia, del "a ver si te atreves a ir solo al monte y chillar tu nombre tres veces", conjuros y travesuras. Buenos tiempos.

Luego llegaron las pelis americanas, los niños pidiendo truco o trato, los disfraces comprados, las matanzas de adolescentes. Se llamaba Halloween y mi padre renegó de nuestra fiesta pagana y de las calabazas que hacían muecas. "Estos jodíos yankees todo nos lo tienen que estropear", protestaba. Odia Halloween, como odia al Santa Klaus de color rojo, y las hamburguesas, como odia todo lo yankee. A mí, sinceramente, me da igual. Pero reconozco que prefería nuestra noche de difuntos, como prefiero nuestro San Juan pagano, y nuestras Navidades con el acebo, con las manzanas y el caldero de cobre. Echo de menos todo aquello y cada día estoy más empeñada en recuperarlo, en contárselo a los hijos que espero tener, en compartirlo y jugarlo con ellos, para que no se pierda, para que no se diluya con parafernalias ajenas. No quiero rendirme. Supongo que se debe a esta tierra de Xanas, Nuberus, Diañus y Cuélebres, de bosques, montañas y mar embravecido, a este rincón que no se resiste a la invasión de otros mitos, pero nunca olvida del todo a los suyos. Supongo que será porque ninguna bruja verde con nariz postiza podrá asustar jamás tanto como la Guaxa, el Papón o la María Cuchilla.

Feliz Noche de Difuntos.

11 comentarios:

Anónimo dijo...

Felices Difuntos

(¿se podrá decir eso?)

Lenka dijo...

Seguro que sí, Don Bowman.

;-)

Sra de Zafón dijo...

Nací en Madrid, pero mis bisabuelos maternos, que vivieron hasta los 94 años (los dos) eran gallegos, así que la santa compaña y todas las ánimas del purgatorio vivían conmigo en aquella casa a la que nos mandaban a pasar un mes en el verano.
Cada una de las noches de ese mes los cuentos de de meigas, velatorios, y curanderos me impedían ir sola al baño...
Dios mío qué riqueza narrativa, qué poderío imaginativo, y... ¡qué medo!
Nunca habíamos ido a vistarlos en invierno, pero en mi primer año de maestra en Galicia lo hice muchas veces y recuerdo como un auténtico regalo el día de difuntos. Encendieron calacús (calabazas) en cada entrada de la casa y me dieron, como a todos los niños, un collar de castañas cocidas que comimos, mientras las narraciones sobre velatorios y apariciones, de nuevo, me impidieron ir al baño sola :-)
Por la mañana acompañé a Rosa, mi bisabuela, al cementerio del pueblo y lloré de alegría. Yo tenía 22 años y jamás había visto tantas flores juntas, ni tantas mujeres limpiando tumbas y charlando con los muertos. La verdad es que nunca había pisado un cementerio.
Mi bisabuela le daba el parte a su hija muerta hacía ¡¡¡60 años!!!y le decía: "Si vieras a la nieta de tu hermana que moza más guapiña é, y é maestra, y ahora vino para Galicia y viene a vernos"
Todavía me emociona, la verdad.

Acabo de ver que es la hora de cocinar y yo con el café y el pitillo...
besos

Lenka dijo...

Ya sabes lo que dicen. Gallegos y asturianos, primos hermanos. Es muy parecido el cómo lo vivimos y el cómo lo recordamos, verdad?? Que nunca se nos olvide!!!

Juan dijo...

Pocs veces se siente uno más vivo que cuando tiene miedo, quizás por eso me gustan las pelis de los muertes vivientes.

Como dice Bowman, felices difuntos en compañía de tus vivos.

Un abrazo.

Cris dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Cris dijo...

Algunas cosas no deberían cambiar. Entre ellas nuestras costumbres y la forma en la que celabramos determinados días. Así que sigue con ellas, Len.

MacVamp dijo...

Creo que puedo romper una lanza en favor del "odiado" Halloween debido a que yo lo concibo y/o celebro como una fiesta pagana, como una celebración importante dentro del calendario celta.

Si bien es cierto que Estados Unidos, al no tener raíces culturales como tales, se "apropia" de todo y luego nos lo presenta con versiones chocarreras, jejeje, lo fundamental es recordar que toda fiesta de este tipo, siempre tiene connotaciones profundas y añejas.

En México, hemos crecido celebrando Halloween y más aún: los Días de Muertos que el 1 de noviembre es el de los difuntos pequeños y el 2 de los difuntos mayores. Aún hay discrepancias sobre el hecho de que a los niños, desde las guarderías, se les mete hasta el hartazgo la celebración del Halloween y casi no se hace énfasis en nuestro nacional Día de Muertos. Pero habemos generaciones que aún conservamos amor y devoción por nuestra tradicional forma de "festejar" la visita de aquellos que sólo se han adelantado pero cuyos espíritus cuidan de nosotros.

Lo sorprendente es descubrir que los celtas así como los aztecas (por mencionar lo que me corresponde, jejeje) guardaban grandes semejanzas en su forma de venerar a los muertos, en su afán por agasajarlos con lo mejor de cada cosecha, en montar ofrendas que en México a la llegada del cristianismo se le llamó "Altares de muertos". A mí es que todo esto puedo decirte que me llega al alma, jejeje.

Yo intentaré inculcarle todo esto a mi nano, mientras va creciendo. Al menos, monto una pequeña, pequeñísima ofrenda en casa para honrar a nuestros muertos y quiero que él aprenda todo esto y el hecho de que así se llame Halloween, como celebración tiene raíces profundas.

Un abrazo,
Mac

Lenka dijo...

Soy del norte de España, así que conozco las raíces celtas de las fiestas. Aquí siempre se celebraron, incluso cuando mis tatarabuelos no habían oído jamás mencionar la palabra "celta". Se hacía desde siempre y punto. Ellos ni sabían de dónde venían las cosas. Eran tradiciones. La evangelización cristiana no caló tan hondo por aquí arriba. Sí lo bastante como para que todos fueran a la iglesia, pero no lo suficiente como para cargarse la mitología, la superstición y montones de ritos. El norte tiene tradiciones que no tienen nada que ver con las del sur del país (que, obviamente, son riquísimas y hermosas, pero nos parecen muy lejanas) Aquí no hay procesiones en Semana Santa, ni cofradías, somos más paganos, me temo que nos quedamos a medio civilizar ;-)

A lo mejor por eso despotricamos contra algunas tradiciones norteamericanas, porque reconocemos en ellas las nuestras, pero transformadas. Y me parece maravilloso que las tengan transformadas, son un crisol de culturas. Quizá lo que molesta es ser tan tontos como para olvidar las nuestras (que son la raíz verdadera de algunas suyas, al menos en este caso), y adoptar las suyas. Yo no le veo sentido. Es como si mañana en mi tierra se dejara de hacer fabada y se empezara a comprar una fabada importada en latas de Wisconsin. No le vería el sentido, pero si es nuestra, si ya la tenemos aquí!!!

(No sé si me explico) ;-)

Anónimo dijo...

Ojo, mexicanos, con el fantasma de Geoffrey Firmin.
Saludines.

Wendy Pan dijo...

No te rindas Lenka, no. Tú que has tenido el privilegio de tener esa niñez, no dejes que se pierda en el olvido (por culpa de lo lerdos que somos, adoptando tonterías yankis, con lo chulo que es lo nuestro, como si ellos lo hubiesen inventado todo).
Bendita tú entre todas las reinas de la noche ;D