martes, 12 de junio de 2007

Jezabel

Se habla muy poco de las mujeres en la Biblia. No tiene nada de extraño, ya que en aquel tiempo, y en tiempos muy posteriores, el lugar de la mujer en el mundo era claramente secundario. La Virgen, Magadalena, Isabel (la madre del Bautista), Marta y María (las hermanas de Lázaro), Ruth o Esther son algunas de las mujeres "buenas" en las Sagradas Escrituras, si bien no se omite el turbio pasado de algunas o las flaquezas de otras. También aparecen algunas buenas esposas, como Raquel, o mujeres mencionadas únicamente por algún breve gesto piadoso, como la samaritana o la verónica. Más adelante, el cristianismo nos dio una gran cantidad de Santas y Beatas, casi todas ellas subidas a los altares por su castidad y su bravura a la hora de defenderla (aunque yo, personalmente, usaría palabras muy distintas para describir tales actitudes). Luego están las mujeres malas, claro. Herodías, Salomé, Jezabel... no es que sean más que las buenas, lo llamativo es por qué se las considera malas.
Jezabel, por ejemplo, no creía en Dios. En el Dios de los judíos, se entiende. Creía en Baal. Cuestión de costumbres. Es lo que tiene ser fenicia. Por lo tanto, cuando se casó con Acab, rey de Israel, siguió practicando su culto y lo introdujo en Israel. La Biblia dice que convenció a su marido para que diera la espalda a su tradicional fe y abrazara la de ella (pusilánime, el muchacho) y también logró de él que construyera en Samaria un templo dedicado al dios Baal. Pretendía, la pérfida mujer, que en su tierra de adopción se equipararan ambos cultos, el del Dios judío y el del fenicio. Jezabel se enemistó por esa causa con el profeta Elías, masacró a muchos como él y los reemplazó por profetas de Baal. Entre sus hazañas figura la instigación a la muerte de Naboth, que se había negado a venderle unos viñedos a Acab. Tras la muerte de su esposo, Jezabel gobernó durante diez años. Ya conocemos su final. Fue lanzada desde la ventana de una torre, los caballos la pisotearon y unos perros devoraron su cadáver, tal y como profetizó el muy piadoso Elías.
Se la ha llamado asesina, lujuriosa, embaucadora y cosas peores. De hecho, se la identifica claramente como una de las mujeres más malvadas de las Escrituras. Si hubo logros durante su reinado es difícil saberlo. Existe muy poca información disponible al respecto. Parece ser que fue una reina autoritaria, y que durante su regencia y el posterior reinado de sus hijos, el pueblo no se mostró muy contento. La sublevación de Yehú acabó con toda la casta, pero eso no se considera perverso en la Biblia, porque matando a la estirpe de Jezabel se aniquilaba el culto a un dios pagano en favor del dios verdadero.
Los hombres de la Biblia son muy diferentes. Salomón, por ejemplo, es considerado por las Escrituras como el hombre más sabio de la Tierra. No importa que su padre, David, enviara a la muerte a Urías para casarse con su mujer, Betsabé, con la que engendró al susodicho Salomón. No importa que éste asesinara a su hermano Adonías para poder subir al trono, ni las purgas que llevó a cabo entre la clase regente una vez proclamado rey. Tampoco importa que viviera en medio de un lujo inimaginable, o que la propia Biblia nos cuente que tuvo setecientas esposas y un harén de trescientas concubinas, ni su aventura con la Reina de Saba, ni que al final de su vida cayera en la idolatría. La Biblia nos explica que no fue culpa suya, sino de la mala influencia de sus mujeres extranjeras (de nuevo son ellas las pérfidas. Y ellos más volubles de lo que cabría esperar de hombres tan notables). Nada de eso importa. Salomón fue un gran rey, un gran hombre, una mente preclara. Y todos recordamos que se ganó tales méritos sugiriendo que un bebé fuera partido en dos.
Es más lujurioso que Jezabel, derrama más sangre que ella y, como ella, rinde culto a dioses paganos, con el agravante de que él era judío, mientras que ella era fenicia, lo que explica que no creyera en un dios que le resultaba extraño. Y, sin embargo, él es el hombre más sabio de la Tierra, mientras que ella es la mujer más mala de las Escrituras.
Os propongo un juego. Pensad en diez hombres ilustres de la historia. Es posible que, con paciencia y sin demasiado esfuerzo, recordéis cincuenta nombres. Ahora, pensad en diez mujeres ilustres de la historia. Mujeres buenas, reconocidas por la humanidad (eso descarta automáticamente a la sibilina Cleopatra y a la lasciva Catalina la Grande, ya que en ambos casos se ignoran sus logros políticos para recordar mejor sus líos de alcoba) Resulta bastante más difícil, verdad? Incluso consultando el libro de Historia del instituto. Dejadme adivinar: Santa Teresa, su tocaya de Calcuta, Madame Curie, y tal vez La Católica. Alguna más? Hay muchas más, desde luego. Muchas de ellas criticadas ferozmente por "terribles defectos" que, si se trataba de hombres, jamás lograron empequeñecer su grandeza. Otras directamente relegadas al olvido más feroz. Y no hay nada más triste que el olvido. Por eso doy tanto la lata con estas Mujeres Malas que no lo fueron. O, al menos, no más que sus compañeros. Aunque es posible que también reserve un rincón para las que fueron verdaderamente monstruosas. Que, obviamente, también las hubo. Aunque, es curioso, también en la categoría del mal han sido ignoradas en favor de los hombres. A pesar de que, algunas veces, ellas demostraron tal perfidia que harían palidecer al más inhumano varón.
Para contribuir a colocarlas en el lugar que merecen, entre la admiración o el desprecio, pero siempre en la memoria, empecé esta sección de Mujeres Malas.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Hatshepsut, la única mujer Faraón de Egipto; y nótese Faraón, no faraona. Su llegada al trono y su reinado fueron absolutamente revolucionarios para la época, incluso para hoy en día y lógicamente sus métodos no demasiado ortodoxos ¿pero cuáles lo son?.
Una entrada realmente interesante, buhíta. Mil besos.

Lenka dijo...

Lástima que Tutmosis III, sobrino, hijastro y yerno de la susodicha (los árboles genealógicos de los faraones debían ser de lo más divertidos!!) considerase taaaan revolucionario el reinado del Faraón Hatshepsut (y no Faraona, como bien apuntas) que decidió cargarse sus estatuas (por mucho que la susodicha se representara con barba para imponer más respeto), borrar su nombre y su cara de todo documento que pilló y emparedar su mejor obelisco con la esperanza de que la posteridad nunca supiera quién había sido dicho Faraón.
Desde luego... los hombres siempre exagerando!!!

;-)

Celadus dijo...

Seguro que el Tutmosis ese era andaluz...:P
Muy trabajado ese artículo, Len.

Lal dijo...

Que buena entrada! yo no me enganchare a series, pero a tu blog...
Un besazo Len