lunes, 22 de abril de 2013

Casas diminutas

 Los que me conozcan sabrán de mi mentalidad de pobre. Siempre digo que, si me tocara la lotería (o recibiera una multimillonaria herencia de un pariente lejano, como les pasa a las heroínas de novela), sería una de esas ricas excéntricas con vaqueros de mercadillo, las botas sucias, el pelo mal teñido y, eso sí, un casoplón de infarto. Las casas han sido mi debilidad desde niña. Colecciono fotos de casas, sueño con casas, escribo historias sobre casas y hasta juego a Los Sims por el mero placer de diseñar casas (una vez puesto el último mueble, la emoción decae sensiblemente).

Puede que en otra vida viviera en Villa Excelsior, Villa Cristina, Villa Argentina, o cualquier otra casona de indianos de las que pueblan los rincones de mi tierra. Es casi una obsesión y desconozco de dónde sale. Cuando digo que sueño con casas no es ninguna exageración. Todos tenemos sueños recurrentes (volar, caer, el agua...) y el mío es ese en el que recorro una mansión venida a menos, llena de rincones y secretos, con muebles antiguos cubiertos con sábanas, escaleras, puertas y galerías de ventanales. Soy consciente de que, con toda probabilidad, nunca habitaré uno de esos regios palacetes de mis fantasías, pero, evidentemente, me conformaría con mucho menos. No soy codiciosa!
 
Hace tiempo me aficioné a un chorriprograma de un chorricanal (de esos que proliferan como setas) en el que, básicamente, parejas norteamericanas (no sé si estadounidenses o canadienses) se lamentan de los desastres de sus viviendas hasta que llega una diseñadora y les arregla el entuerto. Se trata de que las parejas se vuelvan a enamorar de sus casas o bien, si la diseñadora no logra deslumbrarles, su competidor directo, un agente inmobiliario, sí consiga tentarles para que se muden a un nuevo hogar. Bien. Quisiera, en serio, que vierais las casas de los susodichos sufridos participantes. Escuchar eso de que "mientras fuimos dos, nuestra casa de 200 metros nos servía, pero con la llegada del bebé es imposible arreglarse", o lo de "esta coqueta casita de 170 metros resulta insuficiente para esta familia en crecimiento, y se les ha quedado diminuta", o aquello otro de: "tenemos que bajar al sótano a hacer la colada, y jo, o sea, es súper poco práctico". Oyendo cosas así me entran complejos de Reina Roja. Que les corten la cabeza. A todos.
 
Sí, es cierto que a veces el desastre es tan absoluto que te preguntas cómo dos adultos supuestamente inteligentes pudieron invertir su dinero en semejante ruina (goteras, vigas medio podridas, tejados que se caen a trozos, suelos levantados, boquetes en la escalera, paredes de papel de fumar, moho en los techos... argh!) pero, generalmente, el único problema (al menos a esa conclusión he llegado yo) es que la gente es o muy cerda, o muy lerda. O ambas cosas. No puedes lamentarte de tener tu despacho en un sótano frío y oscuro mientras nos enseñas una habitación completamente vacía en el piso superior. Holaaaa?? Sube el despacho parriba, atontao! No puedes quejarte de falta de armarios mientras tienes una tonelada de ropa, trastos, cajas y mierdas varias tiradas por doquier y un sótano o un desván mondos y lirondos. Esto... lo de poner estanterías de Ikea a dos perronas la unidad y colocar un poco las cosas sólo se me ocurre a mí? No puedes sollozar por la inseguridad de esa escalera infame... y no molestarte en ponerle una barandilla, leñe!!! Tan difícil es??
 
Pero, sin la menor duda, lo que me resulta más indignante es lo del tamaño, que en este caso sí que importa. Es increíble cómo cambia la perspectiva de las cosas según a lo que estemos habituados. Que para una pareja con un bebé 170 metros cuadrados resulten "una casa diminuta en la que es imposible revolverse" me resulta, sencillamente, acojonante. En serio. Les metía yo en mi piso de 60 metros en el que no nos queda otra que apañarnos a dos adultos, dos bebés, una perra y, hasta no hace mucho, dos gatos (actualmente de vacaciones en casa de la abuela pero con billete de regreso, of course). Esto sí que es diminuto. Esto sí. Y sin un triste jardín al que salir a tomar el aire!!!!

6 comentarios:

Juan dijo...

Al Japón les enviaba yo, jejejejejeje.

Lenka dijo...

Ostras, ya te digo. A una caja de cerillas. Menudos quejicas!!!

Lo dicho, la perspectiva cambia mucho dependiendo de a qué estemos acostumbrados. Para esta gente 170 metros es una casa diminuta, incómoda, en la que no te revuelves. Para mí sería la caña en salmuera. Jodó, pues casi casi el triple de lo que tengo ahora!!! Madreeeee, no sé ni qué haría con tanto espacio!!!!

Juan dijo...

Se rellena, jejejeje, te lo digo por experiencia.

Lenka dijo...

Uy, seguro que sí. Que si un despachito, que si siempre he querido tener mi pequeña biblioteca, que si total, por qué no un cuarto pa la colada y la plancha, mira qué práctico, que si aquí ponemos la despensa...

Claro que lo lleno. Fijo!!

Kaken dijo...

Me ha encantado leerte en esta ocasión, Lenka, por la cantidad de coincidencias.
Porque yo también sueño con casas y porque me hipnotizan esos programas de tv que comentas. Los veo como lela, jejejeje, con la boca abierta!
Hasta hace unos diez años los cinco vivimos en un piso de dimensiones similares a las del tuyo. Y nos apañábamos, claro que si. Pero mi sueño era una casa graaaaande, en la que todos estuviéramos lo más cómodos posible. Lo logramos y disfrutamos de este espacio a diario.
Un espacio felizmente compartido con mascotas, con nuevos miembros de la familia, con plantas por todas partes y siendo consciente de que el nido, algún día, quedara vacío...
Perro, para cuando llegue ese momento, ya tengo ideado hacer de la casa una especie de hotel, de manera que lsiempre puedan volver incluyendo a sus parejas y los soñados nietos.
Tus sueños son sólo tuyos. Ojalá se te cumpla este.

Lenka dijo...

Ay, ojalá. Ya sabes, la casa grande, el verde, los árboles viejos y el mar a la vista, aunque sea de lejos. Eso sería para mí insuperable. Con una cocina grande donde juntarse muchos a comer, cafetear sin prisa y charlar, hasta la cena si se tercia. Y con mi rincón de libros, ventana y sillón orejero. Ah, y el escritorio bien grande, para el portátil y los cuadernos en blanco. Ay, ay.

Así me imagino, con el moño ya gris, las gafas de pasta colgando de un cordón, los zuecos y el chal de abuela gnomo. Dónde hay que firmar?