sábado, 13 de octubre de 2012

Reconciliaciones

 Y ratos ocurre esto. Que vas lanzada esquivando niños gateantes y a una perra con complejo de nanny, cargando con bandejas de purés y barreños para la colada, intentando que no se te olvide que la comida y la cafetera están al fuego. Y de pronto tus enanos entran en barrena y empiezan los lloros, y traduces que están agotados de tanto hacer el borrico. Así que los acuestas pensando que, con suerte, se echarán un sueñecito de una hora mientras tú terminas con el zafarrancho. Y, de inmediato, oyes que uno de ellos sufre un berrinche espectacular, pero no es nada nuevo y tampoco tienes tiempo para contemplarlo. Pones a salvo ropa mojada, ollas y café, confiando en que, como de costumbre, los chillidos cesen en cinco minutos si no les prestas atención. Cuando eso no ocurre, te sientas en el sofá y te fumas un cigarro, intentando no perder los nervios. Pero el llanto sigue, cada vez más histérico. Así que vas.
 
Uno de tus hijos duerme como un bendito (cómo es posible?) mientras el otro berrea como un poseso agarrado a los barrotes de la cuna. En cuanto lo coges en brazos, se calla. Tiene la cara congestionada, llena de surcos de lágrimas, y pega unos suspiros de esos de bebé, en cuatro tiempos, capaces de ablandar al propio Herodes. Se aferra a ti como un koala, te lo llevas al salón, te sientas con él y lo acunas, bien apretado contra tu pecho, dándole besos en el pelo. Y se obra el milagro.
 
Has sido incapaz de dormir a tus hijos en brazos desde que tenían tres meses. De hecho, lo habitual es recurrir a pasifloras, tilas, valerianas y demás bebedizos, y, con todo y con eso, raro es el día en que caen antes de las doce, tras horas y horas de saltos, abrir y cerrar de cajones, lanzamientos de peluches, carcajadas, protestas y demás parafernalia. Y resulta que hoy, justo hoy, cuando pensabas que aquel mocoso debía odiarte seriamente por haber ignorado su tragedia personal, el mico decide abrazarse a ti y quedarse dormido de tal guisa en, escasamente, dos minutos.
 
No sé qué extraño poder tiene el regazo de una madre para que, hasta los niños más inquietos y guerreros, se rindan a él en momentos de crisis. Qué te pasaba, enano? Qué te asustó o te enfadó tanto como para que se diera el prodigio? Hacía casi un año que no lográbamos tal maravilla. Y hoy te decides a hacerlo sin más, y me reconcilias con esto de ser madre.

2 comentarios:

Sianeta dijo...

;) Un abrazo

Lenka dijo...

Otro enorme para ti!!!

;)