martes, 4 de junio de 2013

Los padres de mi barrio

 Y, que conste, que cuando digo padres hablo en genérico. Las madres también entran.
Los que me conocen bien saben que soy un poco erizo y un mucho ensimismada. Enmimismada. Eso. Que, aunque tecleo ferozmente y sufro episodios puntuales de verborrea absoluta, tampoco es raro verme en plan autista, flotando en mi mundo, alelada con mis cosas y hasta cabreándome con los impertinentes sonidos del universo, que es un grosero y nunca se calla para dejarme meditar. Qué le voy a hacer. Soy rarita. Por eso, aunque me considero medianamente sociable, tengo un punto absolutamente introvertido que me hace (no es que lo pretenda) un tanto inaccesible. No puedo explicar la razón. Debe ser pura pereza. Sí. A menudo me da pereza entablar conversaciones con gente que no conozco o conozco superficialmente. Supongo que depende de con qué pie me levante o de si tengo un día especialmente enmimismado. Total, que al contrario que la mayoría, me relaciono más bien nada con los padres del barrio. Puede que también sea porque empleo casi todo mi tiempo en correr detrás de mis hijos, que se empeñan en dispersarse en direcciones opuestas poniendo en riesgo mi vida más que la suya...
 
Con todo y con eso, no hablar tiene sus ventajas. Escuchas más. Y te fijas en montones de cosas curiosas. Me complace comprobar que la mayoría de la gente, al contrario de lo que llegué a sospechar, es normal. Incluso en el espinoso tema de los lebreles, asunto capaz de idiotizar(nos) con notable facilidad. La mayoría de los padres regañan a sus críos si no comparten los juguetes, dejan que otros manoseen a placer las cosas de los suyos, intervienen con firmeza en las broncas de los enanos, enseñan que toca bajarse ya del columpio porque hay nenes esperando... en fin, que sí, que son (somos) razonables. Y eso es un alivio. Naturalmente, siempre hay excepciones. Madres que ocupan un columpio para dejar su bolso y su cazadora. Padres que están viendo a sus nanos acaparar el tobogán mientras una docena de niños espera turno, y no se inmutan. Comandos de adultos comiendo pipas y lanzando las cáscaras al suelo de goma del parque... cuando no las colillas... bolsas de chuches, pañales usados, envoltorios de bocatas por doquier... críos espetándoles a los más pequeños que no pueden subirse al tren porque ahora es suyo y no se admiten bebés... (ese Atreyu mirándoles muy serio y pasando de ellos... no os entiende, bobinos. Ya le podéis decir misa cantada). Observando a los padres se puede calcular más o menos cómo serán los hijos. Observando a los niños te haces una mediana idea de cómo son los padres.
 
Ayer, una canija de poco más de un año, me dejó pasmada subiendo y bajando del dichoso tren por su cuenta y riesgo. Subía los escalones de rodillas, bajaba sentada, pese al incordio de la faldita vaquera y los leotardos (originariamente rosas, posteriormente negros). Paso ganas de aplaudir a la madre, que no sólo no sermonea a la chiquilla por mancharse (Señor, qué cruz con lo del no te manches... para qué inventó Dios la lavadora y los chándales de baratillo?) sino que la observa a distancia permitiéndole explorar a su antojo, sin recurrir a la otra cantinela del "Mari Jessi, que te caes!!!!" Me alucina la agilidad de la mocosa, la enorme seguridad que demuestra. Cielos, si los míos caminan hace cuatro días... "Cada uno va a su ritmo", resume con mucha lógica la otrimadre. Se la ve feliz, relajada. En el otro extremo del parque, un gandulón de lo menos seis años se cae del patinete y se queda tirado en el suelo mientras localiza con la mirada a su progenitora. Le lleva como tres minutos, durante los cuales ni se mueve ni abre la boca. Al localizar a la mamá, suelta un chillido apocalíptico y empieza a rebozarse al grito de: "me caíiiiii!!! Tengo pupaaaaaaa!!!" La mamá casi vuela a levantar al grandullón, que ronronea sus mimos con tonito de repelente. Contengo la risa. Bastian pega una culada en ese mismo momento. "Aúpa, aúpa", le digo. Se levanta, se frota las manos y sigue corriendo. La nena de los leotardos rosinegros alcanza ya la frontera de los soportales, mientras su madre la persigue entre carcajadas: "para, so loca, para!" Atreyu mantiene impasible la compostura mientras la mini choni rechoncha del trenecito le señala con un dedo acusador de uña morada y le repite que no se admiten pequeños. Luego sonríe, da media vuelta y se pone a jugar al "cucú" asomándose al ventanuco de la locomotora, para indignación de la marimandona, que le espeta a otro crío: "el bebé ese es tonto". Tú sí que eres tonta. Y más que vas a ser!!! Mis canijos llegarán lejos, monina. Y la de los leotardos ni te cuento!!!!

1 comentario:

Juan dijo...

¡¡¡¡La de los leotardo va a ser brava, sin lugar a dudas¡¡¡. Comprendo lo difícil que es no contagiar los miedos propios a los hijos, pero que necesario es.