martes, 15 de marzo de 2011

Oposito a mi pesar


Andábamos a vueltas con el Estatuto Básico cuando una feliz algarabía nos interrumpió la clase. Nuestra profe salió escopetada para dar la enhorabuena a las dos nuevas agraciadas funcionarias. A través de la puerta entreabierta los novatos mirábamos a las heroínas en respetuoso silencio.
- Y parecen humanas... - comentó Rocío, provocando una carcajada general.
Una de las chicas aún temblaba de emoción. Preparó el examen en apenas un año, y consiguió su plaza. A la primera. Bien por ella.

Yo tengo mis días. A ratos no doy más de mí. Intento no pensar en las cosas que me faltan por hacer y centrarme en lo que tengo entre manos. Salto de alegría cuando compruebo que ciertas cosas ya se han quedado grabadas y me desespero ante la montaña de leyes y reales decretos imposibles de memorizar. De verdad es necesario todo esto para atender una ventanilla? Cielos. Los juristas son unos seres abyectos y malvados, empeñados en que nadie ajeno al gremio comprenda su maldita jerga.

En pocos días cumplo cinco meses de preñez, lo que me deja apenas tres más de margen para ponerme al día (recordad que los mellizos se adelantan). Eso sin contar visitas médicas constantes, preparativos varios (la habitación sigue sin pintar y me va a llegar un cargamento de ropa antes de tener armario) y, sobre todo, un cansancio aplastante. Lo de los pies se arregla teniéndonos al fresco (así al menos no molestan, aunque mis uñas hayan tenido la graciosa ocurrencia de agonizar lentamente justo ahora), pero la espalda me sigue cantanto el miserere. La migraña me da algunas treguas últimamente, eso sí. Se agradece no sentir un martillo hidráulico sobre los ojos de la mañana a la noche, pero parece que nada conseguirá quitarme esta niebla cerebral que me mantiene ida, lenta, torpe y amodorrada. Cómo se conjuga eso con lo de aprenderse artículos y más artículos? (Terminaré confundiendo los de la Constitución, los del Estatuto de Autonomía, los del Convenio Regulador y los de la Madre del Cordero Lechal). Y aún no he logrado reaprenderme el sistema métrico. A vueltas con decámetros y hectolitros, como una cría de primaria. A mis años.

El caso es que yo siempre detesté estudiar. Siempre. Cumplía con lo que consideraba un deber y tuve la suerte de sentir una vocación que se solventaba con tres años de llevadera diplomatura. Lo que no sospechaba yo por entonces era la situación laboral que me esperaba y que me ha convertido en eterna estudiante. Quería terminar pronto y empezar cuanto antes a ganarme el pan. Y aquí estoy, enterrada en apuntes odiosos. Pero ya se sabe: tú haces planes y los dioses se descojonan. No sé si puedo con esto. Seguramente puedo, pero lo detesto. Que Santa Rita Hayworth me ayude.

8 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Ánimo! ¡Claro que puedes, mujer! ¡No te detengas, adelante!

Alberich dijo...

Puedes!!!!

Inés Valencia dijo...

Valdrá taaaanto la pena :) Ánimo!

Petri dijo...

Otro animo. Reina como te entiendo yo estaba embarazada en el instituto y solo quería dormir.. jajaja

Lenka dijo...

Gracias todos! No sé si al final valdrá la pena el resultado, pero al menos sí que vale la pena intentarlo. Sólo quisiera que lo de estudiar me resultara un poco menos odioso y cansino. Y es que, encima, cuantos más años tienes más pesado se te hace, porque ya no te ves de estudiante, puñeta. Acabas teniendo la sensación de llevar toda la vida examinándote y demostrando que sirves para algo, y eso termina por encabronarte. Pero en fin...

Montse, en el instituto? Qué duro, no? Qué telar! Todavía se me antoja más jodido, por la edad. Más mérito el tuyo.

Anónimo dijo...

yo nunca entendí muchos deberes, es una manera horrible de vivir..

Lenka dijo...

Sin duda. Pero es más horrible estar sin trabajo y quedarse de brazos cruzados esperando que te mantengan otros. Yo por ahí no paso. Prefiero amargarme con algo que no me gusta demasiado pero que me permita no depender de nadie.

Sianeta dijo...

Sólo hay un camino. Hay que hacerlo por collons, sí o sí.

Muchos ánimos!!