lunes, 18 de enero de 2010

La rueda que gira


El día 16 mi abuelo Samuel cumplió 81 años. Es todo un logro, teniendo en cuenta que padece varias enfermedades incurables desde que yo nací. Durante todo este tiempo ha estado fascinando a los médicos por su inexplicable fortaleza. Parece ser que la hiperactividad y los potingues de hierbas que se toma han obrado el milagro. No sólo eso, afirmo yo. Es que es duro. Por naturaleza y por vida. Este minero hosco, flaco, larguirucho y con rasgos de africano ha tenido una existencia de dolor, miseria, pérdidas y heridas. Todo eso le ha hecho ser como es, para bien y para mal. Es uno de esos hombres hecho a sí mismo. Literalmente. Le intuyo más que conocerle porque sus silencios siempre han sido más que sus palabras. Es un anciano con ojos de niño. Ahora, mientras escribe los últimos capítulos de su historia, empieza a mirar atrás. Y habla. Nos cuenta, por primera vez. Habla de su infancia de hambre, miedo y trabajo extenuante, de accidentes y males, de entierros, despedidas y vacíos. Habla de sueños, de una tozudez extrema que le mantuvo en pie.


Es terco como una mula, tacaño hasta la usura, huraño y seco. Una pura raíz retorcida. Y tiene unas manos grandes y hermosas, capaces de tallar arcones con discos solares, cunas para bisnietos que aún no han sido engendrados, bastones con cabezas de animales. Manos torpes para abrazar, pero dulces cuando acarician a un perro. Cada vez que le pillo riendo me siento flotar. Qué cara y qué hermosa la risa de mi abuelo. Escucho con reverencia cada una de sus escasas y preciosas palabras. Es un privilegio poder conocerle, aunque haya costado tantos años. Eres un gran hombre, tan extraño y tan fácil a la vez. Mi abuelo esquivo con ojos de huérfano. Sigue conmigo muchos años.


Y bienvenida seas tú, Yara, la nueva xana del aquelarre, que llegó el día 15 con puntualidad británica. Bienvenidos tus ojos chinitos (los de tu madre) a esta rueda hermosa que gira y gira.

6 comentarios:

Guaja dijo...

Siempre que escribes sobre el Clan tengo la tentacion de imprimirlo y salir corriendo a llevarselo. Ni me imagino la cara de tu abuelo leyendo esto!.

Un besin, Le

Lenka dijo...

Jajajaja, mejor no meneallo, Lo.

;)

Alberich dijo...

Felicidades a él y abrazos a todos!

Sra de Zafón dijo...

A mí también me gustaría ver la cara de tu abuelo si Guaja le lee lo que escribes sobre él, pero además me encantaría ver la tuya :-) La imagino...
Cuanto más fácil resulta a veces narrar nuestra admiración y cariño que decirlos a los ojos. A mí con algunas personas me pasa.
Es un lujo poder leerte.

Besos

Lenka dijo...

Un lujo que estés ahí, Zafo. Gran verdad lo que dices. Es mucho más sencillo teclear que decir. Supongo que por eso empecé a escribir. Puede resultar extraño que alguien que habla tanto como yo encuentre difícil decir ciertas cosas. Pero no es tanto por mí. Sé que para las personas como mi abuelo materno el cariño, el contacto, las palabras íntimas son algo extraño, ajeno, peligroso incluso. Algo a evitar. Sensiblerías, debilidades. Mi abuelo se crió sin padres, rodeado de adultos rudos, en una época en la que no había tiempo ni lugar para zalamerías, un tiempo en el que un hombre era un ser callado, fuerte, inconmovible y las ternezas eran bobadas de mujeres.

Siento una enorme congoja cuando pienso en él de niño. En sus ojos de huérfano. Porque toda esa dureza era pura fachada para sobrevivir. Porque esas maneras hurañas, esos silencios, eran meras defensas. En mi familia hay quienes no ven más allá del hombre hosco y rudo, castrado para los detalles y las ternuras. Yo siempre he visto al niño asustado. Por qué se te va a ocurrir abrazar cuando nadie te abrazó? Y para qué, además? De qué sirve? De qué servían los besos en época de hambre y frío? De nada.

O sí, claro que habrían servido. Pero no había. A qué pensar en ellos? Siento pena de todos esos adultos de mirada triste que se vieron tan privados de todo, tan abandonados, tan despojados de cariño y de infancia. Hay quienes les echan en cara que no hayan intentado cambiar en todos estos años. A mí lo que me fascina es que sean normales y sanos dentro de sus rarezas y manías. Que hayan sido capaces de vivir, de dormir por las noches, de caminar con sus enormes pesos emocionales a cuestas. Eso es lo que valoro y admiro en ellos. Porque con la décima parte de la vida de mi abuelo o de mi suegro, cualquiera de mi generación seríamos carne de psiquiatra.

A las personas como mi abuelo materno es mejor amarles sin más, asumirles y conocerles cuanto te lo permitan. Entender. Y no decirles jamás estas cosas. Por eso las escribo. Porque no podría enfrentar esa mirada huérfana y jugar a la psicoanalista, ni destruir esas defensas que llevó toda una vida levantar. Porque desde mi torre, mis lecturas, mis documentales y mis apuntes de la carrera, esas defensas son inútiles. Hay que enfrentar las cosas, vaciar el alma, llorar las penas y todo eso. Caminar sin lastres, el yin, el yang, el cosmos y liberar el espíritu. El equilibrio y los chacras. Pero para mi abuelo todo eso son chorradas. Para mi abuelo esas defensas le permitieron sobrevivir y sobreponerse a sus heridas. Quizá lo que yo entiendo como un lastre emocional sea para él la salvación. Tal vez es que ellos eran más fuertes y asumían. O simplemente esas cosas sean tan íntimas que nadie tenga derecho a hurgar en ellas. No sé. A mí me parecería una osadía plantarme ante mi abuelo y soltarle estas bobadas. Qué sabrás, me diría. Y es cierto. Qué sabré yo.

Prefiero quererle a distancia como siempre. Que todo quede igual. Oficialemte él es la roca que es y yo nada sé ni imagino siquiera de sus penas. Sólo le quiero, le acepto y le admiro. Y escribo lo que le adivino para recordarle siempre, y para que si algún día tengo hijos y nietos sepan (si les apetece) cómo era aquel hombre. Y por qué.

Sra de Zafón dijo...

Respeto, esa es la palabra clave. Sin respeto no hay amor, cariño, ni nada que se le parezca.
Respeto por los cimientos y andamios en los que se sujetan estos seres cuya rudeza nace del dolor más grande de un niño: la desprotección, la orfandad afectiva.

Sí, yo tampoco me veo diciendo estas cosas que nos salen estupendamente frente a una pantalla, o un papel, mirando a los ojos de algunos de mis "huérfanos". Pero lo escribo y lo narro una y otra vez, porque la ternura y la admiración que siento por ellos me desbordan y se escapan.
Ante ellos y ellas sobre todo escucho y pregunto. Pero es curioso que el simple interés que me suscitan sus palabras suele ser tomado como un verdadero abrazo que nunca rechazan.

Qué bien narras y que bien te explicas, Lenka.

Un beso