martes, 15 de julio de 2008

Zafónica perdida


Tocó noche movida en El Ñeru. Y no por los críos, criaturitas, que a las doce y media roncaban como angelotes morunos (nótese que ha sido buena idea eso de que el turno de noche, el más chachi guay, se pusiera las pilas y empezara a quitar pagas, hartos como estábamos de que cada maldita noche, lo mismo de lunes que de sábado, aquello fuera una romería insufrible). Como decía, el problema no fueron los chiquillos, sino un pertinaz ataque de insomnio que fue amenizado con las páginas de Zafón. No os preguntaré si conocéis a Zafón, porque todo el mundo tiene el gusto a estas alturas, aquí y en San Petersburgo. Diré simplemente que el 23 de Junio (víspera del pérfido San Juan), me hice con El príncipe de la niebla, y, el martes pasado, esto es, hace una semana, completé con Las luces de septiembre, Marina y La Sombra del viento. Fue a través de esta última que conocí al ínclito, gracias a mi Primi, que, como tantos otros, se quedó obnubilada con la genial novela y decidió prestármela. Por fin, años después, la tengo en mi poder (mía, sólo mía, mi tesoro) y escoltada por sus compañeras. Total, que fui inmediatamente poseída por la fiebre Zafónica y, a día de hoy ya he devorado las tres primeras y más de la mitad de La sombra del viento, de la que estoy disfrutando tanto o más que la primera vez. El Príncipe me llevó un par de tardes, las otras me las zampé en ocho días. Digo "me las zampé", porque La sombra no pasa de esta noche. Si lo sabré yo.

No repetiré todo ese rollo que solté hace unos días sobre el universo Zafón, que me hace sospechar que, de niño, devoraba como yo y con idéntica voracidad a María Gripe y otros autores de novela juvenil. Me lo barrunto porque, salvando las distancias (nunca mejor dicho) con la sueca (los Valar la tengan en su gloria por tantos buenos y malos ratos), el ambiente oscuro de sus novelas, el gusto por la intriga, los secretos, los asuntos pendientes de los muertos, los hilos invisibles que unen el más allá con el más acá, son más que parecidos. Zafón, como María, empezó con la novela juvenil, de esa que da gusto leer a los 15 y a los 30, porque sus protagonistas son niños y jóvenes, pero no son idiotas, ni ñoños. Y porque les pasan cosas duras, sórdidas, aterradoras incluso. Porque se las ven con la realidad de la muerte, del padre verdugo, del hambre, de la pérdida, la lucha, el miedo. Todo ello aderezado con la magia de los primeros amores (que no siempre tienen su final feliz), y de esas amistades cuyos lazos no se rompen nunca.

Zafón es de los que entretienen y enganchan desde la primera línea, porque no sólo cuenta buenas historias, además las cuenta bien. No importa cuántas tramas se solapen, al final todo casa a la perfección, encajando como un puzzle, sin fallos, sin cabos sueltos, sin embrollos innecesarios ni finales de perogrullo. Sus personajes son sólidos, complejos, llenos de matices y absolutamente creíbles. No sólo los sufridos protagonistas, hasta el último personajillo está logrado por completo. Es más, cualquiera de los secundarios enamora más y mejor que el héroe. Víctor Kray, el marino; Lazarus Jann, el fabricante de autómatas; Germán Blau, el perfecto caballero, pintor sin pinceles; Florián, el policía fracasado; Luis Claret, el sirviente fiel; Eva Irinova, la dama misteriosa; Anacleto Olmo, el Gongorino; Federico Flaviá, el relojero encantador; Isaac, el diablillo custodio de libros; Gustavo Barceló, el fanfarrón coleccionista; Miquel Moliner, el amigo bohemio y leal; La Bernarda, pura inocencia y fidelidad; y, por encima de todos, el absolutamente genial e indescriptible Fermín Romero de Torres, certero, extravagante, socarrón, cínico, lúcido y adorable. Uno de esos personajes que no se olvidan jamás.

Obviamente, media un abismo entre las primeras novelas juveniles y La sombra del viento, mucho más adulta, compleja y, sencillamente, mejor escrita. De hecho, ya media un abismo entre El príncipe de la niebla y Marina. Pero todas ellas, desde la primera, prometen. Y en todas ellas está el sello de Zafón, perfectamente reconocible en sus sombras, sus monstruos con garras y colmillos, sus gatos misteriosos (toda una obesión la de este hombre con los gatos que, a todas luces, no acaban de caerle bien), sus palacetes en ruinas, sus estatuas en jardines tenebrosos, sus callejones, sus gárgolas, su malvado implacable, su compra venta de favores y almas, sus deudas imposibles, y, casi siempre, su amada Barcelona, un personaje más entre sus páginas. Zafón tiene un universo particular y propio que reencontramos en cada novela, un universo poblado de misterios y seres pavorosos, que lo son sencillamente porque encarnan esos miedos de la infancia que nunca superamos...

... quizá por eso, por la sobredosis Zafónica de los últimos días, la pasada noche apenas dormí tres horas, y, además, me desperté varias veces con la certeza de que había alguien en mi habitación de educadora. Y en cada ocasión me espanté con el sonido de mi propia respiración, y vi mi dormitorio distinto y tenebroso, confundida por la neblina del sueño del que intentaba salir a la desesperada, convencida de que estaba dando patadas y manotazos y aterrada al despertar y comprobar que aún estaba bajo los efectos de la parálisis del sueño, ese estado terrible en el que la mente ya está despierta pero el cuerpo no obedece, en el que los ojos ya ven, pero aún no distinguen si la sombra amenazadora es real o es un resto onírico y, para colmo, ni un sólo músculo responde, por lo que no puedes alargar el brazo y encender la luz, ni cubrirte la cabeza con las mantas en ese gesto infantil e instintivo de protección. Sólo puedes cerrar los ojos y tratar de calmar los latidos desbocados, y volver a alzar los párpados tras un minuto eterno para comprobar si al fin la pesadilla se ha ido del todo, si las sombras se han esfumado y sólo queda lo real, lo reconocible, lo inofensivo.

La buena noticia es que aún me quedan por descubrir El palacio de la media noche, y su última obra, El juego del ángel. Y soy lo bastante masoca como para estar deseando que caigan en mis manos. Tened cuidado con Zafón. Puede resultar adictivo, incluso a pesar de las pesadillas.

5 comentarios:

Lal dijo...

En ese caso voy a terminar con todo lo que tengo en mi "balda de espera" para ponerme con los libros de este hombre, que desde La sombra del viento le tengo muchas ganas.
Disfruta!!

Anónimo dijo...

Aprovecho para ponerme el mote que me sugieres:
Dudo entre María resfriado, o Sra de Zafón. je je je.Ya que soy una exclava de sus narraciones. Sus palabras cargadas de sensaciones me envuelven como una trepadera y acaban por imbricarse en mis apreciaciones vitales y mi sensibilidad de modo sibilino pero certero.
María gripe contribuyó mucho a mi apreciación de la felicidad y del disfrute de las pequeñas cosas de la vida, pero ahora el que de verdad me ha subyugado por completo y me tiene exclava de sus palabras, hasta el punto de releerle periodica y compulsivamente, es el Sr. Zafón.
Así que a la que le gusta como escribes y se atrevió a contarte cosas sobre sombras y conveniencias e inconveniencias del diálogo entre dos, es, ni más ni menos, que la exclava de Zafón. (literariamente por supuesto...je je je)

Lenka dijo...

Ya tardas, Lala!!!

Sra Zafón, un gusto tenerla por aquí y con tanta afinidad.

;-)

Cris dijo...

Habrá que leerlos. La verdad es que La sombra del viento me gustó mucho. A ver si me termino el que estoy leyendo y me pongo con alguno de Zafón.

Anónimo dijo...

El juego del ángel no me enganchó tanto, pero los otros me encantaron!!